Dejo las ventanas de mi alma abiertas _ A la memoria de los muertos del 11_S, del 11_M, de todos los atentados que hubo antes de éste y de los posteriores que aún sufrimos. A los caídos en las guerras y guerrillas que asolaron y asolan nuestro planeta. A todos los que han perdido vida y hacienda en terremotos, inundaciones, incendios...
Dejo las ventanas de mi alma abiertas y en el alféizar una vela encendida para que alumbre el camino de las almas que, con violencia, fueron arrancadas de esta vida. Elevo una plegaria al cielo para que me escuchen todos los dioses, ellos son ahora los custodios de tantos como ya perdieron sus voces. (Madrid, 11_IX_09 – 13,15)
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ambién yo recibí una carta _dijo la flaca con la colilla casi apagada entre sus labios finos y resecos_. A mí sí me llegó. No tuve la suerte de que se quedara olvidada dentro del talego, ni perdida en los laberintos de las oficinas del Correo. Las reclusas la escuchaban con la adoración que produce el miedo. A la flaca había que temerla. Su historial y sus arranques de ira la convirtieron en la líder indiscutible del corredor. _ Sí, también yo recibí una carta _prosiguió la flaca_. Lo peor del caso es que la leí... _ Pero, ¿no dices que no sabes leer? _gritó desde un lateral del patio otra presa, con insolencia. Con la insolencia de una juventud pujante encerrada entre rejas que busca convertirse en la nueva líder_. Tú misma me lo confesaste no hace mucho: "Léeme esta nota _dijiste_, no la entiendo". _ Tú, guarra, cierra el pico. Esto no va contigo _bramó la flaca. Su grito hizo temblar a Martha, la recién llegada, que pensó: "¿Por qué habré abierto la boca? En este infierno es preferible el silencio y la soledad a buscar un apoyo entre..." Sus lucubraciones quedaron cortadas por la voz aguardentosa de la flaca que prosiguió: _ Recibí una carta, sí. La leyó una de las niñas de mi vecina, una de las que iba a la escuela... De todas formas, por muy torpe que sea yo, si te llega un pedazo de papel con frases recortadas de un periódico es que la noticia que te dan no es buena. _ ¿Qué decía la nota? _preguntó Martha con prevención en la voz. Nada más formular la pregunta se arrepintió de ello. "Si lo mejor es estar callada _se dijo_. En este lugar es mejor que me calle. La curiosidad atrapó al ratón en el cebo. ¿Todavía no he aprendido que por eso me encuentro aquí?" La flaca tiró la colilla al suelo del patio. Se levantó del poyo en el que estaba sentada junto con las otras reclusas y pisó con saña la colilla. Luego, en pie, balanceándose rítmicamente continuó su historia: _ Ponía: "Tu hombre está con otra. Un amigo". En aquel momento se me cruzaron los cables. No es porque él fuera un tío excepcional, sino porque era mío... Troté hasta la casa y, a pesar de estar rabiosa como una perra en celo, me calmé a medida que subía las escaleras. Los quince escalones que me separaban de la casa se me hicieron eternos, pero los subí despacio, procurando no hacer ruido. Abrí la puerta con cuidado. Me asomé al dormitorio. Allí estaba él, desnudo, follando como una mala bestia. Nunca me creyó cuando, en nuestras noches de placer, le confesaba entre orgasmo y orgasmo que hubo otros antes que él. "¿Tú, flacucha _me decía_, has conocido a más de una docena de tíos? Vamos, no me hagas reír con tus patrañas..." Y se reía a carcajadas. Aún las oigo. Pero no se rió cuando escuchó el ruido del seguro de la pistola a su espalda. Al contrario, su cara porcina, aún sudorosa por los esfuerzos, era el reflejo de la estupidez. Los ojos se le desorbitaron y salió de la mujer que tenía aún debajo totalmente irreconocible, empequeñecido. Recuerdo que balbuceó: "¿Era cierto?" Sí, mi viejo, totalmente. Entonces descargué mi rabia sobre ellos: quince balas. En esta ocasión tuve la mala suerte de que en el mismo pasillo, dos puertas más allá del apartamento, vivía, sin yo saberlo, un comisario de la secreta. Me trincó con las manos en la masa. Por eso estoy aquí. La flaca encendió otro cigarrillo al que dio una larguísima calada. Después de echar el humo, con el que jugueteó formando aros, añadió: _ Por eso estoy aquí y por los catorce anteriores. Me pusieron los cuernos y tampoco creyeron mi historia. La historia de la flaca y sus quince amantes... PULSA AQUÍ PARA LEER RELATOS SOBRE PRESOS |
Hilando sinónimos
añana de
invierno. Un día cualquiera, en una
ciudad cualquiera.
Con tanto sinónimo, con tanto mirar a
uno y otro lado de la calle para ver
cómo otros viandantes patinan sobre el
hielo, Juan no se da cuenta del pequeño
socavón que se abre bajo sus pies. Da un
paso, pierde el equilibrio, sus piernas,
muy largas, es como si se le anudaran y
rueda por la acera aterrizando unos
pocos metros más allá. Acaba empotrado
en la boca abierta de una alcantarilla,
de tal forma, que no hay modo de
sacarle. Los usuarios del autobús, que
aguardan en la parada cercana, rompen la
fila para tratar de ayudar a aquel
hombre que ha quedado hecho una uve
frente a sus ojos. Unos le miran con
cara de espanto; otros quieren ayudar,
preguntarle cómo se encuentra, pero la
risa no les permite abrir la boca por
miedo a soltar una carcajada; otros, los
más osados, asiéndole por los hombros,
intentan desempotrarle de la voraz
alcantarilla que no suelta su presa así
como así. Juan pide con un hilo de voz: |