Dejo las ventanas de mi alma abiertas _

A la memoria de los muertos del 11_S, del 11_M, de todos los atentados que hubo antes de éste y de los posteriores que aún sufrimos.

A los caídos en las guerras y guerrillas que asolaron y asolan nuestro planeta.

A todos los que han perdido vida y hacienda en terremotos, inundaciones, incendios...

Dejo las ventanas de mi alma abiertas

y en el alféizar una vela encendida

para que alumbre el camino de las almas

que, con violencia, fueron arrancadas de esta vida.

Elevo una plegaria al cielo

para que me escuchen todos los dioses,

ellos son ahora los custodios

de tantos como ya perdieron sus voces.

(Madrid, 11_IX_09 – 13,15)

 

Son los ojos
(Seguidilla)
Son los ojos dos espejos
por donde se nos escapa el alma.
Son los ojos dos cerezos
en los que nuestra fruta está colgada.
Son tus ojos y los míos
dos lagunas en calma.
Son tus ojos, cielo mío,
el lugar en el que reposa mi alma.
Dos espejos son tus ojos
en los que me veo reflejada.
Son tus ojos los cerrojos
con los que me tienes encerrada.
Son tus ojos y los míos
dos sabios que charlan.
Son tus ojos y los míos
dos palomas que se abrazan.
Dos luceros son tus ojos
que alumbran en tu cara.
Son tus ojos dos luceros
que al brillar dan esperanza.
Son tus ojos y los míos
dos amantes que se aman.
Son tus ojos y los míos
el huracán y la calma.
Son tus ojos y los míos
dos espejos que se encaran.
Son tus ojos, cielo mío,
donde se te refleja el alma.
(
Del libro Amor callado, amor secreto)
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La historia de la flaca 

    T

ambién yo recibí una carta _dijo la flaca con la colilla casi apagada entre sus labios finos y resecos_. A mí sí me llegó. No tuve la suerte de que se quedara olvidada dentro del talego, ni perdida en los laberintos de las oficinas del Correo.

Las reclusas la escuchaban con la adoración que produce el miedo. A la flaca había que temerla. Su historial y sus arranques de ira la convirtieron en la líder indiscutible del corredor.

      _ Sí, también yo recibí una carta _prosiguió la flaca_. Lo peor del caso es que la leí...

      _ Pero, ¿no dices que no sabes leer? _gritó desde un lateral del patio otra presa, con insolencia. Con la insolencia de una juventud pujante encerrada entre rejas que busca convertirse en la nueva líder_. Tú misma me lo confesaste no hace mucho: "Léeme esta nota _dijiste_, no la entiendo".

      _ Tú, guarra, cierra el pico. Esto no va contigo _bramó la flaca.

      Su grito hizo temblar a Martha, la recién llegada, que pensó: "¿Por qué habré abierto la boca? En este infierno es preferible el silencio y la soledad a buscar un apoyo entre..."

     Sus lucubraciones quedaron cortadas por la voz aguardentosa de la flaca que prosiguió:

      _ Recibí una carta, sí. La leyó una de las niñas de mi vecina, una de las que iba a la escuela... De todas formas, por muy torpe que sea yo, si te llega un pedazo de papel con frases recortadas de un periódico es que la noticia que te dan no es buena.

      _ ¿Qué decía la nota? _preguntó Martha con prevención en la voz.

      Nada más formular la pregunta se arrepintió de ello. "Si lo mejor es estar callada _se dijo_. En este lugar es mejor que me calle. La curiosidad atrapó al ratón en el cebo. ¿Todavía no he aprendido que por eso me encuentro aquí?"

      La flaca tiró la colilla al suelo del patio. Se levantó del poyo en el que estaba sentada junto con las otras reclusas y pisó con saña la colilla. Luego, en pie, balanceándose rítmicamente continuó su historia:

      _ Ponía: "Tu hombre está con otra. Un amigo". En aquel momento se me cruzaron los cables. No es porque él fuera un tío excepcional, sino porque era mío... Troté hasta la casa y, a pesar de estar rabiosa como una perra en celo, me calmé a medida que subía las escaleras. Los quince escalones que me separaban de la casa se me hicieron eternos, pero los subí despacio, procurando no hacer ruido. Abrí la puerta con cuidado. Me asomé al dormitorio. Allí estaba él, desnudo, follando como una mala bestia. Nunca me creyó cuando, en nuestras noches de placer, le confesaba entre orgasmo y orgasmo que hubo otros antes que él. "¿Tú, flacucha _me decía_, has conocido a más de una docena de tíos? Vamos, no me hagas reír con tus patrañas..." Y se reía a carcajadas. Aún las oigo. Pero no se rió cuando escuchó el ruido del seguro de la pistola a su espalda. Al contrario, su cara porcina, aún sudorosa por los esfuerzos, era el reflejo de la estupidez. Los ojos se le desorbitaron y salió de la mujer que tenía aún debajo totalmente irreconocible, empequeñecido. Recuerdo que balbuceó: "¿Era cierto?" Sí, mi viejo, totalmente. Entonces descargué mi rabia sobre ellos: quince balas. En esta ocasión tuve la mala suerte de que en el mismo pasillo, dos puertas más allá del apartamento, vivía, sin yo saberlo, un comisario de la secreta. Me trincó con las manos en la masa. Por eso estoy aquí.

      La flaca encendió otro cigarrillo al que dio una larguísima calada. Después de echar el humo, con el que jugueteó formando aros, añadió:

      _ Por eso estoy aquí y por los catorce anteriores. Me pusieron los cuernos y tampoco creyeron mi historia. La historia de la flaca y sus quince amantes...

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Hilando sinónimos

M

añana de invierno. Un día cualquiera, en una ciudad cualquiera.
 La jornada, heladora, ha conseguido que la escarcha matutina se haya amalgamado sobre los adoquines formando una peligrosa pista de patinaje por la que Juan Despeño Rueda camina con precaución, teme resbalar. Se dirige hasta la parada del autobús, a pocas manzanas de su casa, para ir al trabajo. Sonríe cada vez que algún convecino, o viandante menos avispado, se despatarra sobre el asfalto y está a punto de besar el suelo. Piensa: Es un día magnífico para circular hilando sinónimos. Ayer conseguí un buen número gracias al frío. Hoy puedo hacer lo mismo a cuenta de la gruesa capa de hielo, pero no serán sinónimos de hielo, no, serán sobre las caídas que produce el hielo, veamos: caída, puede ser de la hoja, de la Bolsa, del pelo…, de cabello yo ando bien, todavía _y acto seguido se mira en la luna de un escaparate, luego se atusa los aladares y anda con más soltura y menos precaución_. A ver, continuemos: descenso, del ascensor…; prolapso, suele sucederle a las mujeres…; decadencia, de la sociedad, de un imperio…; bajada, de interés (eso está bien)…; recaída: o es que te caes dos veces o continúas enfermo…; tumbo…
      Entonces Juan Despeño dio el primer tumbo de la mañana. Una baldosa levantada, que no vio, le hizo tambalearse como un tentetieso pero él, presumido por demás, logró enderezase como un junco tras ser acamado por el fuerte viento. ¡Uy _exclama para sí_, qué cerca he estado de darme una buena costalada! Como la señora esa de la acera de enfrente…Despeño no logra aguantar la risa. Las caídas han sido lo que más gracia le han hecho desde que era niño. Las caídas de los demás, no las propias.
       Bien, sigamos, ¿por dónde iba? ¡Ah, sí, los sinónimos! Culada, como la que acabo de presenciar; esa mujer, desde luego, si hubiera tenido nariz en el trasero se la habría machacado; costalada; pechugón; zapatazo; guarrazo; tozolada; revolcón; hocicar…

     Con tanto sinónimo, con tanto mirar a uno y otro lado de la calle para ver cómo otros viandantes patinan sobre el hielo, Juan no se da cuenta del pequeño socavón que se abre bajo sus pies. Da un paso, pierde el equilibrio, sus piernas, muy largas, es como si se le anudaran y rueda por la acera aterrizando unos pocos metros más allá. Acaba empotrado en la boca abierta de una alcantarilla, de tal forma, que no hay modo de sacarle. Los usuarios del autobús, que aguardan en la parada cercana, rompen la fila para tratar de ayudar a aquel hombre que ha quedado hecho una uve frente a sus ojos. Unos le miran con cara de espanto; otros quieren ayudar, preguntarle cómo se encuentra, pero la risa no les permite abrir la boca por miedo a soltar una carcajada; otros, los más osados, asiéndole por los hombros, intentan desempotrarle de la voraz alcantarilla que no suelta su presa así como así. Juan pide con un hilo de voz:
      _ Déjenme. Por Dios, no tiren de mí. Creo que me he roto.
      Alguien avisa a los bomberos. Estos llegan a los pocos minutos. Tras evaluar la situación, y los posibles daños, traen del coche un arnés que le pasan a Juan bajo los brazos, luego lo atan a su pecho, después lo sujetan al grueso tronco de un plátano centenario. Bien seguro el accidentado, dos bomberos fueron cortando con una cizalla de grandes dimensiones el hierro en torno a la boca de la alcantarilla. Una vez rescatado, los espectadores prorrumpen en vítores y aplausos dedicados al valeroso cuerpo de bomberos. Llega el autobús y, rápido, desaparecen todos los mirones.
      Sobre la acera helada, desplomado, aguarda Juan la ambulancia. El jefe de los bomberos que le han atendido le dice que se teme que tenga roto algo más que el traje.
      En soledad, mientras espera, continúa hilvanando sinónimos:
he besado el suelo; menudo costalazo; quién me iba a decir que me apearía del burro por las orejas; creo que esto es algo más que la rotura del traje: estoy reventado, destruido, aplastado, partido, rasgado, herido, en carne viva, infecto, ¡¡¡coronel no sé qué, no siento las piernas!!! Creo que me estoy apagando…, pero, ésta, ha sido la mejor culada que he visto en toda mi vida…, si no se tratara de la mía.