La vida no es muy seria en sus cosas
Aquella
cuna donde Crispín dormía por entonces era más grande para su pequeño
cuerpecito. Él sin conocer todavía la luz, puesto que aún no nacía, se
dedicaba sólo a vivir en medio de aquella oscuridad y hacer, sin saberlo,
más y más lentos cada vez los pasos que daba su madre al caminar por los
corredores; por el pasillo y, a veces, en alguna mañana limpia, yendo a
visitar
el corral, donde ella se confortaba haciendo renegar a las gallinas
robándoles los pollitos, y escondiéndose dos o tres abajito del seno,
quizá con la esperanza de que a su hijo se le hiciera la vida menos pesada
oyendo algo de los ruidos del mundo.
Por otra parte Crispín, a pesar de tener ocho meses ahí adentro, no había
abierto ni por una sola vez los ojos. Hasta adivinaba que, acurrucado
siempre, no había intentado estirar un brazo o alguna de sus piernitas.
No, por ese lado no daba señales de vida. Y de no haber sido porque su
corazón
tocaba unos golpecitos suaves a la pared que lo separaba de los ojos de su
madre, ella se hubiera creído engañada por Dios, y no faltaría, ni así
tantito, para que llegara a reclamarle aunque sólo fuera en secreto.
_El Señor me perdone _se decía _ pero yo tendría que hacerlo,
si él no estuviera vivo
Con todo, él estaba bien vivo. Cierto es que se sentía un poco molesto de
estar enrollado como un caracol, pero, sin embargo, se vivía a gusto ahí,
durmiendo sin parar y sobre todo, lleno de confianza; con la confianza que
da el mecerse dentro de esa grande y segura cuna que era su madre.
La madre consideró la existencia de Crispín como un consuelo
para ella. Todavía no descansaba en sus lágrimas; todavía había largos
ratos en los cuales apretábase al recuerdo de Crispín que se le había
muerto. Todavía, y esto era lo peor para ella, no se atrevía a cantar una
canción que sabía para dormir a los niños. Con todo, en ocasiones, ella le
cantaba en voz baja, como para sí misma; pero en seguida, se veía rodeada
por unas ganas locas de llorar, y lloraba, como sólo la ausencia de
"aquél" podía merecerlo.
Luego se acariciaba su vientre y le pedía perdón a su hijo.
En otras, se olvidaba por completo de que su hijo existía.
Cualquier cosa venía a poner frente a ella la figura de Crispín el mayor.
Entonces entrecerraba los ojos, soltaba el pensamiento y, de ese modo, se
le iban las horas cotorreando tras de sus buenos recuerdos. Y eran en
aquellos momentos sin conciencia, cuando Crispín golpeaba con más fuerza
en el vientre de ella y la despertaba. Luego a ella se le ocurría que los
latidos del corazón de su hijo no eran latidos, sino más bien, eran una
llamada que él le hacía como regañándola por dejarlo solo e irse tan
lejos. Y se ponía en seguida a conseguir un montón de reproches que se
daba a sí misma, no parando de hacerlo hasta sentirse tranquila y sin
miedo.
Porque eso sí, tenía un miedo muy grande de que algo le
sucediera a su hijo, mientras ella se la pasaba sueñe y sueñe con el otro.
Y no le cabía en la cabeza sino desesperarse al no poder saber nada. Acaso
sufra, se decía. Acaso se esté ahogando ahí dentro sin aire; tal vez tenga
miedo de la oscuridad. Todos los niños se asustan cuando están a oscuras.
Todos. Y el
también.¿Por qué no se iba asustar a él? ¡Ah!, si estuviera acá afuera, yo
sabría defenderlo; o al menos, vería si su carita se ponía pálida o si sus
ojos se hacían tristes. Entonces yo sabría cómo hacer. Pero ahora no; no
donde él está. Ahí no. Eso se decía.
Crispín no vivía enterado de eso. Sólo se movía un poquito al
sentir el vacío que los suspiros de su madre producían a un lado de él.
Por otra parte, hasta parecían acomodarlo mejor, de modo de poder seguir
durmiendo, arrullado a la vez por el sonido parejo y repetido que la
sangre ahí cerca hacía al subir y bajar una hora tras otra hora.
Así iba el asunto. Ella, fuera de sus malos ratos, se sentía
encariñada a los días que vendrían. Y era para azorarse verla hacer los
gestos de alegría que todas las madres aprenden tantito antes, para estar
prevenidas.
Y el modo de cuidar sus manos, alisándolas, con el fin de no
lastimar mucho aquella carne casi quebradiza que pasearía hecha un nudo
sobre su brazos.
Así iba el asunto.
Sin embargo, la vida no es muy seria en sus cosas. Es de
suponerse que ella ya sabía esto, pues la había visto jugar con Crispín el
mayor, escondiéndose de él, hasta dar por resultado que ninguno de los dos
volvieron a encontrarse. Eso había sucedido. Pero, por otra parte, ella no
se imaginaba a la muerte sino de un modo tranquilo: Tal como un río que va
creciendo paso a paso, y va empujando a las aguas viejas y las cubre
lentamente mas sin precipitarse como la haría un arroyo nuevo. Así se
imaginaba ella la muerte, porque más de una vez la vio acercarse. La vio
también en Crispín, su esposo, y, aunque al principio no le fue posible
reconocerla, al fin y al cabo, cuando notó que todo en él se maltrataba,
no dudó que ella era.
Así pues, ella bien se daba cuenta de lo que la vida
acostumbra a hacer con uno, cuando uno está más descuidado.
Aquella mañana, ella quiso ir al camposanto. Como siempre
solía preguntar a Crispín, el no nacido, si estaba de acuerdo, lo hizo:
Crispín, le dijo, ¿te parece bien que vayamos? Te prometo que no lloraré.
Sólo nos sentaremos un ratito a platicar con tu padre y después
volveremos nos servirá a los dos ¿quieres? Luego, tratando de adivinar en
qué lugar podía tener sus manitas aquél hijo suyo: Te llevaré de la mano
todo el tiempo. Esto le dijo.
Abrió la puerta para salir: pero enseguida sintió un viento
frío, agachado al suelo, como si anduviera barriendo las calles. Entonces
regresó por un abrigo, ¿pues qué pasaría si él sintiera frío? Lo buscó
entre las ropas de la cama; lo buscó en el ropero; lo halló allá arriba,
en un rinconcito. Pero el ropero estaba mucho más alto que ella y tuvo que
subir al primer peldaño, después puso la rodilla en el segundo y alcanzó
el abrigo con la puntita de los dedos. En ese momento, pensó que tal vez
Crispín se habría despertado por aquel esfuerzo y bajó a toda prisa...
Bajó muy hondo. Algo la empujaba. Debajo de ella, el suelo
estaba lejos, sin alcance...
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