.Julieta Dobles

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Silogismo de ausencia

Segunda desfloración

De palabras

Apuestas

Fuga de muerte

SILOGISMOS DE AUSENCIA

Si tu silencio me muerde la alegría,

escribo.

Si no hay música que llene tus ausencias,

escribo.

Si añoro la quemadura de tus manos

sobre mis playas húmedas,

escribo.

Si cuando te nombro me recorre la espalda

una fila de besos emigrantes,

escribo.

Si en tus labios borrados adivino

la única fuente que me mata de sed,

escribo.

Si el vacío de tu voz transforma mis silencios

en tambores ausentes y enervantes,

escribo.

Si toda mi piel grita de soledad y miedo

para ahuyentar la soledad invasora,

escribo.

¡Cuánta poesía entretejen

tu ausencia y mi dolor!

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SEGUNDA DESFLORACIÓN

Apareciste.

Fugaz, impredecible.

El más urgente ahora.

El subrepticio beso a la distancia,

más quemante mientras más lejos arde,

más moroso y astuto

que a ras de labio.

Ardió sobre mi cuello

desde la otra esquina del salón,

ala temible y deleitosa.

Tu palabra,

la subversiva,

irresistible herramienta del deseo.

Y mi burbuja oscura,

aquella que arrastré

después del desamor.

Mi segunda virginidad,

estéril, afrentosa,

rota de displaceres

donde el eros se esconde,

se esfumó en el asalto de tus manos,

ante el atrevimiento de tu lengua invasora,

enfrente al tajo de la noche

que improvisaste así para mi gozo.

Podría empezar a amarte

si me lo permitieras.

Eres demasiado fugaz,

tejido ajenamente en la distancia.

Y quizá nuestro mundos

no vuelven a cruzarse.

Te agradezco ese golpe de instinto

que me abrió claridades.

Recorrí, nuevamente,

la dulzura de los cuerpos

que se van acercando, hasta cerrarse

uno sobre otro, como puertas al gozo.

Y el jadeo triunfante,

música que no puedo desterrar de mi vida.

Y la belleza antigua de la espada

que siempre me sorprende,

y da vida y no muerte adonde hiere.

Quizá yo sea en ti

sólo unos ojos memorables,

que se irán disolviendo entre sus días

de rutina y de hastío.

Yo soy la gananciosa:

puedo hoy volver a amar.

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DE PALABRAS

La palabra, tu palabra

es un barco certero hacia el deseo.

Lanza tan primitiva,

caricia tan urgente,

lindando casi con el rojo

mordisco de lo obsceno.

Tu palabra me sobresalta,

me desata, me incita.

Plenamente verbal,

me humedezco de esencias germinales,

y se activan mis manos,

mi cuerpo, mi palabra también

para dormir el aire con la tuya.

Tu palabra, furtiva entre mi oído,

moscardón malicioso,

me cosquillea el instinto.

Subleva mis silencios

y, exacerbada de penumbras,

nos acerca y nos une

en esa vieja danza

de los cuerpos deseantes y absolutos.

Tu voy y mi voz se están amando

entrecortadas, susurrantes,

plenas de excitaciones, de turgencias,

de alientos agresivos o ternísimos,

entre un silencio despeinado y gozoso.

Palabras que se tocan,

se muerden, se estremecen

en esa enredadera de deseos

que es sólo aire empapado y aromoso.

Hacemos el amor también con la palabra.

 

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APUESTAS

Tú pones los silencios auspiciantes,

vestíbulo del ansia

en tu sonrisa de muchacho con soles.

Yo pongo la poesía.

Tú, esas manos de móvil expertez

que trazan tatuajes invisibles y ávidos

sobre el escalofrío de mi piel.

Yo pongo la poesía.

Tú, el beso,

puerta de mudos goznes al deseo.

Yo pongo la poesía.

Tú, las lanzas osadas y profundas,

sagradas armas, siempre nuevas

en la vieja irreverencia del amor.

Yo pongo la poesía.

Tú, esa ternura tuya,

sábana singular

que me rinde y me vuelca.

Yo pongo la poesía.

¿Y la música de los cuerpos,

perdurable en su hermosa brevedad,

triunfante cada día frente a la destrucción?

Ah, esa la ponemos los dos,

Tañedores expertos del deseo…

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FUGA DE MUERTE  

A propósito de un video sobre las víctimas indígenas

de Alteal, Chiapas, filmado en diciembre de 1997.

Pero, ¿a dónde van?

Atravesando ajenos montes de soledad,

cargando peso a peso su propio desamparo,

por los hostiles páramos en que la muerte anida

el paso muy pequeño y la mirada larga

por todas las fatigas y los fríos de este mundo,

¿a dónde van?

¿Dónde su albergue, su maíz, su canto?,

la mano fraternal que los devuelva

a la roca materna, anterior a la herida?

Apátridas perennes,

¿cuando terminará su errar de siglos

por las tierras en donde sus abuelos

hicieron dios al colibrí y al puma,

perpetuaron al águila

en sus cielos de barro policromo

y llenaron de ranas

los espejos del agua y de la piedra?

Aplastados bajo el peso del hambre,

pariendo entre la lluvia,

sollozando por sus casas derruidas,

y por el grito agónico

de sus muertos recientes

que los persigue como un mal sueño.

Arrastrando a sus hijos

fuera del vendaval y de la fiebre,

bajo el abrigo triste de una hoja anegada,

¿a dónde van?

Atrás dejaron todo:

los güipiles florecidos en rojo

por manos primorosas

quedaron en el barro de los odios.

La piedra de moler, despedazada

no volverá a cantar sobre el maíz precioso.

Y de la casa, sólo

un enjambre de latas y de óxidos

sostiene su memoria.

Se ocultan del ejército,

De su antifaz violáceo y desangrado.

Se ocultan de la mano del vecino,

inesperadamente cruel.

Y huyen, huyen, porque la lejanía

es la dudosa puerta hacia la vida,

donde no llegue la traición,

ni la tortura incube sus dolorosas larvas,

ni las preguntas lleven el pavor y la sangre.

Pero, por Dios, ¿a dónde van

bajo la lluvia ciega

y la noche, aún más ciega,

del hombre?

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