Si tu silencio me muerde la alegría, escribo. Si no hay música que llene tus ausencias, escribo. Si añoro la quemadura de tus manos sobre mis playas húmedas, escribo. Si cuando te nombro me recorre la espalda una fila de besos emigrantes, escribo. Si en tus labios borrados adivino la única fuente que me mata de sed, escribo. Si el vacío de tu voz transforma mis silencios en tambores ausentes y enervantes, escribo. Si toda mi piel grita de soledad y miedo para ahuyentar la soledad invasora, escribo. ¡Cuánta poesía entretejen tu ausencia y mi dolor! |
Apareciste. Fugaz, impredecible. El más urgente ahora. El subrepticio beso a la distancia, más quemante mientras más lejos arde, más moroso y astuto que a ras de labio. Ardió sobre mi cuello desde la otra esquina del salón, ala temible y deleitosa. Tu palabra, la subversiva, irresistible herramienta del deseo. Y mi burbuja oscura, aquella que arrastré después del desamor. Mi segunda virginidad, estéril, afrentosa, rota de displaceres donde el eros se esconde, se esfumó en el asalto de tus manos, ante el atrevimiento de tu lengua invasora, enfrente al tajo de la noche que improvisaste así para mi gozo. Podría empezar a amarte si me lo permitieras. Eres demasiado fugaz, tejido ajenamente en la distancia. Y quizá nuestro mundos no vuelven a cruzarse. Te agradezco ese golpe de instinto que me abrió claridades. Recorrí, nuevamente, la dulzura de los cuerpos que se van acercando, hasta cerrarse uno sobre otro, como puertas al gozo. Y el jadeo triunfante, música que no puedo desterrar de mi vida. Y la belleza antigua de la espada que siempre me sorprende, y da vida y no muerte adonde hiere. Quizá yo sea en ti sólo unos ojos memorables, que se irán disolviendo entre sus días de rutina y de hastío. Yo soy la gananciosa: puedo hoy volver a amar. |
La palabra, tu palabra es un barco certero hacia el deseo. Lanza tan primitiva, caricia tan urgente, lindando casi con el rojo mordisco de lo obsceno. Tu palabra me sobresalta, me desata, me incita. Plenamente verbal, me humedezco de esencias germinales, y se activan mis manos, mi cuerpo, mi palabra también para dormir el aire con la tuya. Tu palabra, furtiva entre mi oído, moscardón malicioso, me cosquillea el instinto. Subleva mis silencios y, exacerbada de penumbras, nos acerca y nos une en esa vieja danza de los cuerpos deseantes y absolutos. Tu voy y mi voz se están amando entrecortadas, susurrantes, plenas de excitaciones, de turgencias, de alientos agresivos o ternísimos, entre un silencio despeinado y gozoso. Palabras que se tocan, se muerden, se estremecen en esa enredadera de deseos que es sólo aire empapado y aromoso. Hacemos el amor también con la palabra. |
Tú pones los silencios auspiciantes, vestíbulo del ansia en tu sonrisa de muchacho con soles. Yo pongo la poesía. Tú, esas manos de móvil expertez que trazan tatuajes invisibles y ávidos sobre el escalofrío de mi piel. Yo pongo la poesía. Tú, el beso, puerta de mudos goznes al deseo. Yo pongo la poesía. Tú, las lanzas osadas y profundas, sagradas armas, siempre nuevas en la vieja irreverencia del amor. Yo pongo la poesía. Tú, esa ternura tuya, sábana singular que me rinde y me vuelca. Yo pongo la poesía. ¿Y la música de los cuerpos, perdurable en su hermosa brevedad, triunfante cada día frente a la destrucción? Ah, esa la ponemos los dos, Tañedores expertos del deseo… |
A propósito de un video sobre las víctimas indígenas de Alteal, Chiapas, filmado en diciembre de 1997. Pero, ¿a dónde van? Atravesando ajenos montes de soledad, cargando peso a peso su propio desamparo, por los hostiles páramos en que la muerte anida el paso muy pequeño y la mirada larga por todas las fatigas y los fríos de este mundo, ¿a dónde van? ¿Dónde su albergue, su maíz, su canto?, la mano fraternal que los devuelva a la roca materna, anterior a la herida? Apátridas perennes, ¿cuando terminará su errar de siglos por las tierras en donde sus abuelos hicieron dios al colibrí y al puma, perpetuaron al águila en sus cielos de barro policromo y llenaron de ranas los espejos del agua y de la piedra? Aplastados bajo el peso del hambre, pariendo entre la lluvia, sollozando por sus casas derruidas, y por el grito agónico de sus muertos recientes que los persigue como un mal sueño. Arrastrando a sus hijos fuera del vendaval y de la fiebre, bajo el abrigo triste de una hoja anegada, ¿a dónde van? Atrás dejaron todo: los güipiles florecidos en rojo por manos primorosas quedaron en el barro de los odios. La piedra de moler, despedazada no volverá a cantar sobre el maíz precioso. Y de la casa, sólo un enjambre de latas y de óxidos sostiene su memoria. Se ocultan del ejército, De su antifaz violáceo y desangrado. Se ocultan de la mano del vecino, inesperadamente cruel. Y huyen, huyen, porque la lejanía es la dudosa puerta hacia la vida, donde no llegue la traición, ni la tortura incube sus dolorosas larvas, ni las preguntas lleven el pavor y la sangre. Pero, por Dios, ¿a dónde van bajo la lluvia ciega y la noche, aún más ciega, del hombre? PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE HECHOS HISTÓRICOS |