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Laura Casielles

Lo que más le molestaba...

Veni, vidi, vici...

El padre de Kurt Crüwell...

Amé una vez a tres hombres...

Maldigo a las lolitas...

Sobre la mesilla había...

Lo que más le molestaba
a Teseo
_motivo suficiente incluso para un abandono
sin excesos sutil_era
saber que, sin ella,
nunca hubiera desatado el laberinto,
nunca sido héroe,
nunca vencido fieras ni fantasmas.
Muchacho,
dijo el minotauro atravesado,
eres el más grande de los héroes,
tremendo truco el hilo.
Y mientras el monstruo se desangraba,
afligido por la duda de su mérito Teseo
comprendió
que ya
no iba
a amar a Ariadna.

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Veni, vidi, vici,
pero,
en pleno fragor de la batalla
un sutil soplo de silencio me reveló
que todo estaba perdido.

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Tras cenar, mientras las mujeres se retiraban prudentemente a la

cocina, excluidas motu propio de una conversación que adivinaban

si no trascendental cuando menos memorable, Kurt recibió de su

padre, que fumaba una pipa de maíz y degustaba una cerveza

renana, dos consejos y una confesión.

 (Ricardo Menéndez Salmón, La ofensa)

El padre de Kurt Crüwell le dio, antes de verlo a la guerra,
dos consejos y un amago de derrota.
Le explicó que en el campo de batalla
debía quedarse atrás,
donde las balas llegan cansadas
y el fuego es tibio.
Y luego que ante moiras y oficiales
él era sólo un sastre, un hombre
de Bielefeld no más. Que dejara
para otros el filo traidor de las medallas.
Joachim Crüwell, padre, le mostró después
cierta preocupación.
«De esto no puede salir nada bueno»,
dijo, dando a luz al humo.
(Con un teléfono erigido en testigo
y la seriedad de los milagros, el mío leyó:
y dijo,
que si yo fuera hijo,
y fuera
este un tiempo de guerra,
no otra cosa habría dicho).
En los tiempos de calma
sirven también las reglas de la guerra.
En retaguardia se guardan
mejor las fuerzas,
y es la única atalaya
capaz de tener por norte el horizonte.
Y ante los otros vale
siempre más guardar un pie
pegado a las raíces,
la esencia en las entrañas.
Ante los superiores decir:
yo soy el sastre;
memento mori,
ante los triunfos.
(Que si de todo eso
sale algo más que sólo nada bueno
bastará en esta calma para darse
por más que vencedores y contentos).
 ( De Soldado que huye )

 

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Amé una vez a tres hombres
con igual nombre. A mi favor diré
que era un nombre
común; y en mi contra,
que jamás confesé a los primeros
cuándo fue patrimonio del otro.

 

 

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Maldigo a las lolitas
que llegaron antes. A Marina,
que te ató a tu cama y nunca pude
romper esos lazos de sangre;
al tipo de Arizona que te enamoró lejos de Memphis,
a la mujer que hablaba en vez de besar.
Maldigo a las lolitas
que soñaste tan fuerte,
que quedaron reflejadas
en la pared que le queda a la cama
al otro lado.

 

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Sobre la mesilla había
uno de esos palillos con los que edificar
un moño kitsch,
más bien chino,
rojo y flores excesivas,
desconchado en el borde.
Lo vi desde la cama,
debí echarme a reír.
Me eché a reír,
la almohada sabía
sólo sutilmente a sangre.
Sobre la mesilla había
uno de esos lápices rojos,
hasbro del dos,
desgastado en el borde.
Lo vi de cerca, pensé
que estaba entrando en terreno difícil.
Me dejé de reír. La almohada sabía
sólo a sal
y mejor que yo lo que estaba pasando.

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