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Lope de Rueda

La tierra de Jauja

Los criados

La tierra de Jauja

 

PERSONAJES:

HONZIGERA

PANARIZO

MENDRUGO

 

 

(Camino apartado con árboles al fondo, al atardecer. Al levantarse el telón, la escena sola. Unos segundos después entra por el lateral derecho Honzigera, ladrón, y tras él, andando trabajosamente, su compinche Panarizo.)

HONZIGERA: Anda, anda, hermano Panarizo; no te quedes rezagado, que ahora es tiempo de tender nuestras redes.
PANARIZO: ¿Y cómo quieres que ande, hermano Honzigera, si no puedo con mis huesos? Tres leguas llevamos dándole a los pies. ¡Ay, yo no aguanto más! (Se sienta, se saca una bota y se acaricia el pie con gesto dolorido.)
HONZIGERA: ¡Ea!, no te dejes amilanar, hermano Panarizo. Di, ¿tienes hambre?
PANARIZO: ¿Que si tengo hambre? Un pollo me comería con plumas y todo.
HONZIGERA: Pues aguarda y podrás engullirte una buena cena.
PANARIZO: ¿Qué dices, Honzigera? ¿He oído bien?
HONZIGERA: Has oído perfectamente. ¿Sabes por qué te he traído aquí?
PANARIZO: ¿Y cómo quieres que lo sepa?
HONZIGERA: Escucha. (Se sienta a su lado y sigue diciendo:) A estas horas suele pasar por aquí un labrador, un tal Mendrugo, con una cazuela de comida para su mujer, que está en la cárcel. Este Mendrugo es bastante simple, y no nos será difícil, sin que él se dé cuenta, comernos lo que lleva en la cazuela.
PANARIZO: ¿Y cómo nos arreglaremos para ello?
HONZIGERA: ¿Cómo? Aguzando el ingenio, amigo Panarizo. Le contaremos aquel cuento de Jauja, ya sabes; y como él estará embobado escuchándonos, nos embaularemos bonitamente algunos bocados, por lo menos. (Escuchando.) Espera... Parece que se oyen pasos. Voy a ver. (Se levanta y se asoma al lateral opuesto.) ¡Sí, es él! Levántate y estate preparado, que ahí llega nuestro hombre. (Aparece Mendrugo con una cazuela en la mano, atada con un pañuelo.)
MENDRUGO: ¡Diablos, esta mujer va a acabar conmigo! Le da por empinar el codo más de la cuenta, luego arma una trifulca y a la cárcel. Y después, ¡hala!, Mendrugo que sude y que se afane para darle de comer.
HONZIGERA: (Acercándose.) ¿Adónde vas, buen hombre?
MENDRUGO: ¿Adónde voy a ir? A la cárcel, a llevarle el pienso a la Tomasa.
HONZIGERA: ¿Y quién es la Tomasa?
MENDRUGO: La Tomasa, señor, es la esposa de Mendrugo. Y Mendrugo soy yo, para servirle.
HONZIGERA: ¡Vaya, vaya! ¿Y qué llevas en ese recipiente?
MENDRUGO: Ah, ¿esto? No es ningún recipiente; es una cazuela. Llevo unas albóndigas para la Tomasa, que se pirra por ellas. Las he hecho yo mismo, con carne de la mejor, huevos y especias, todo bien rebozado con harina blanca.
HONZIGERA: Estarán buenas.
MENDRUGO: Como para chuparse los dedos.
HONZIGERA: ¿Y le llevas todos los días la comida a la cárcel?
MENDRUGO: Todos, sin faltar ni uno solo. ¡Y menudos trabajos me paso para poderla mantener! Trabajo como un burro desde la mañana hasta la noche, y encima esta caminata, cuando ya apenas puedo tenerme en pie.
HONZIGERA: ¡Qué pena! ¡Pensar que te ahorrarías todos esos trabajos si vivieras en la tierra de Jauja!
MENDRUGO: Y eso ¿con qué se come?
HONZIGERA: ¡Cómo! ¿No sabes lo que es la tierra de Jauja? Ven, siéntate un momento con nosotros y te describiremos todas sus maravillas con pelos y señales.
MENDRUGO: Bueno, pensándolo bien, un ratito de descanso no me vendrá mal. (Se sienta entre Honzigera y Panarizo y se dispone a escuchar, luego de poner la cazuela sobre las rodillas.) A ver, ¿qué tierra es ésa? (Durante el diálogo que sigue, Honzigera y Panarizo se las arreglarán, de la manera más cómica posible, para irse engullendo las albóndigas de la cazuela, procurando cada uno distraer a su víctima para dar tiempo a que el otro coma.)
HONZIGERA: Verás... Es un lugar en donde pagan a los hombres por dormir.
MENDRUGO: ¿Es verdad eso?
HONZIGERA: La verdad pura.
PANARIZO: Una tierra en donde azotan a los hombres que se empeñan en trabajar
MENDRUGO: (Con la boca abierta.) ¡Qué me dice!
PANARIZO: Como lo oyes.
MENDRUGO: ¡Oh, qué buena tierra! Cuénteme las maravillas de ese 1ugar por su vida.
HONZIGERA: (Volviendo, con un rápido movimiento de mano, la cara de Mendrugo hacia él.) Escucha.
MENDRUGO: Ya escucho, señor.
HONZIGERA: Mira: en la tierra de Jauja hay un río de miel y otro de leche, y entre río y río hay una fuente de mantequilla y requesones, y caen en el río de la miel, que no parece sino que están diciendo: «cómeme, cómeme».
MENDRUGO: ¡Pardiez!, no hacía falta que me lo dijeran a mí dos veces.
PANARIZO: (Repitiendo el ademán de Honzigera.) Oye, amigo.
MENDRUGO: Ya oigo, ya.
PANARIZO: Mira: en la tierra de Jauja hay unos árboles que son de tocino.
MENDRUGO: ¡Oh, benditos árboles! Dios los bendiga, amén.
PANARIZO: Y las hojas son de pan fino, y los frutos de estos árboles son de buñuelos, y caen en el río de la miel, y ellos mismos están diciendo: «máscame, máscame». (Mendrugo se pone a mascar, como si los tuviera en la boca.)
HONZIGERA: Vuélvete acá.
MENDRUGO: Ya me vuelvo.
HONZIGERA: Mira: en la tierra de Jauja las calles están empedradas con yemas de huevo, y entre yema y yema, un pastel con lonjas de tocino.
MENDRUGO: ¿Asadas?
HONZIGERA: Asadas, fritas y de todo, de modo que ellas mismas están diciendo: «trágame, trágame».
MENDRUGO: Ya parece que las trago.
PANARIZO: Escucha, bobazo.
MENDRUGO: Diga, diga.
PANARIZO: Mira: en la tierra de Jauja hay unos asadores de trescientos pasos de largo, con muchas gallinas, capones, perdices...
MENDRUGO: (Relamiéndose.) ¡Huuum! ¡Con lo que a mí me gustan!
PANARIZO: Y junto a cada ave un cuchillo, de modo que no es necesario más que cortar, pues ellos mismo lo dicen: «engúlleme, engúlleme».
MENDRUGO: (Pasmado.) ¡Cómo! ¿Las aves hablan?
HONZIGERA: Óyeme.
MENDRUGO: Ya le oigo, señor. Me estaría todo el día oyendo cosas de comer.
HONZIGERA: Mira: en la tierra de Jauja hay muchas cajas de confituras mazapanes, merengues, arroz con leche, natillas...
MENDRUGO: Por favor, señor, más despacio, que así no puedo gustarlo como quisiera.
HONZIGERA: Y hay unos barriles de vino dulce junto a las confituras, y unas y otras están diciendo: «cómeme, bébeme, cómeme, bébeme.. .»
MENDRUGO: ¡Ay, ya parece que las como y las bebo!
PANARIZO: Mira: en la tierra de Jauja hay muchas cazuelas con huevos y queso.
MENDRUGO: ¿ Cómo ésta que yo traigo? (Mira la cazuela) ¡ Anda, si está vacía! (Honziguera y Panarizo hacen mutis corriendo. Mendrugo, dando voces tras ellos) ¡Ladrones! ¡Ladrones! (Se detiene de pronto y mira la cazuela tristemente) Me han dejado sin un buñuelo. ¡Pobre de mí! ¿ Y qué hago yo ahora? (Pausa) Pobrecillos, a lo mejor es que tenían hambre...¡ Que Dios les perdone el daño que me han hecho! La culpa la he tenido yo, por creer que hay tierras en donde se puede vivir sin trabajar. Esto me servirá de lección (Vase tristemente por donde vino).
 

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LOS CRIADOS

PERSONAJES

LUQUITAS, paje.

ALAMEDA, simple.

SALCEDO, amo.

 

LUQUITAS.- iAnda, anda, hermano Alameda!

ALAMEDA.- iQue ya voy! iPardiez, que me la he colado!

LUQUITAS.- iQue en viendo una taberna te has de quedar aislado!

ALAMEDA.- Si me hace del ojo el ramo, ¿quieres tú que use con él de mala crianza?

LUQUITAS.- Acaba, anda, caminemos presto, que no es mucho que señor de malsufrido, que no piense que nos habemos ido de casa con el dinero.

ALAMEDA.- ¿Qué, tanto te parece que hemos tardado?

LUQUITAS.- iMira si no ... ! A tardamos un poquito más, podría ser que el señor nos recibiera con lo que suele ...

ALAMEDA.- Pardiez, si tú no te detuvieras tanto en casa de aquella, que buen siglo haya el ánima que tan buen oficio le enseñó, allí me tuvieras de mi propia voluntad, con una cuerda de lana más amarrado que si estuviera por fuerza en el cepo de la Casa Fosca de Valencia.

LUQUITAS.- En casa de la buñolera querrás decir.

ALAMEDA.- ¿Buñolera se llama aquella? iOh, qué autorizado nombre, bendito Dios!

LUQUITAS.- Pues, ¿ tú no lo viste?

ALAMEDA.- Pardiez hermano Lucas, no me curé de saber cómo se llamaba. Basta que si Dios o mi buena dicha me llevara otra vez a la villa, que no le marre la casa, aunque vaya a gatas y con los ojos puestos tras el colodrillo.

LUQUITAS.- ¿Comiste mejor cosa después que tu madre te parió?

ALAMEDA.- ¡Pardiez, ni aun antes de que me pariera! Yo, como los vi tan autorizados y en aquel platel con aquella sobrehusa encima, no sabía qué cortesía les hiciese, que en cada uno de ellos me quisiera estar larguísima hora y media. Mas, ¡cómo debían ser tus amigos y los debías de conocer de antes, que así menudeabas sobre ellos como venda de gallinas sobre puñado de trigo!

LUQUITAS.- Sí, sí, que a ti te faltaba aliento ...

ALAMEDA.- Eso fue, mal punto, cuando yo vi el pleito que se sentenciaba contra mí, que, de antes, a fe que me hacías engullir sin mascar.

LUQUITAS.- Aquellos pasteles estaban mal cocidos y el suelo áspero. Debía ser puro afrecho.

ALAMEDA.- ¿Qué, suelos tenían?

LUQUITAS.- Sí, ¿pues no los viste?

ALAMEDA.- Yo juro a los huesos de mi bisagüela la tuerta, que ni miré si tenían suelos, ni suelas, ni han tejados. Mas no digo yo que fuera de puro afrecho, como tú dices, mas de serraduras de corcho me lo comiera, que ni dejara alto ni bajo, pequeño ni grande ... Holgueme, hermano Lucas, cuando te vi dar tras ellos tan a sabor, y como te vi que de rato en rato te ibas mejorando en jugar de colmillo, y como quedé escarmentado de aquellos redondillos, el pastel tomele a tajo abierto, de modo que hice que se desayunase mi estómago de cosa que jamás hombre de mi linaje había comido.

LUQUITAS.- Habías de comer primero el hojaldrado y después la carne, y así te supiera mejor.

ALAMEDA.- ¿Y qué era hojaldrado?

LUQUITAS.- Aquello de encima.

ALAMEDA.- La tapa querrás decir.

LUQUITAS.- Sí, hermano, la tapa y aquello de los lados. 

ALAMEDA.- ¡Válame Dios, y qué de nombres que sabes en cosas de comer!

LUQUITAS.- En fin ¿hate sabido bien el almuerzo?

ALAMEDA.- Mira que tanto, que aunque nunca hubiéramos acabado, no me diera nada, según el almuerzo ha sido de autorizado. Mas por tu vida, hermano Lucas, ¿dirasme una verdad?

LUQUITAS.- Sí, sí, la sé.

ALAMEDA.- ¿Por el ánima de tus difuntos?

LUQUITAS.- Ea, que sí diré.

ALAMEDA.- ¿Por vida de tu madre?

LUQUITAS.- iAcabemos!

ALAMEDA.- ¿A cuánto llegó el gaudeamus de hoy?

LUQUITAS.- A más de veintidós maravedís.

ALAMEDA.- ¡Qué bien te das a ello! ¡Bendita sea la madre que te parió, que tan bien te apañas a la sisa! Todo muchacho que sisa no puede dejar de ser muy honrado. Honrados días vivas, que honrado día me has dado.

LUQUITAS.- ¡Oh, cata el señor do viene! Si te preguntare en qué nos hemos detenido, dirás que había mucha prisa en las cebollas y el queso.

ALAMEDA.- ¿Cuáles cebollas o queso? Yo no vi tal.

LUQUITAS.- ¡Que ya lo sé! Sino, porque no nos riña, echarás tú esa mentira.

ALAMEDA.- ¿Quiés que mienta? En eso, mis manos por candil, no tienes necesidad de avisarme, que yo haré de manera que tú quedes condenado y señor con queja.

LUQUITAS.- Que no dices bien, sino que yo quede disculpado y señor sin queja.

ALAMEDA.- Así iba yo a decir, sino como quemaba tanto aquella pimienta de los pasteles, háseme turbado la lengua.

LUQUITAS.- Pues, hermano Alameda, por tu vida, que mires por la honra de entrambos, pues te va tanto a ti como a mí.

ALAMEDA.- Calla, calla, que no es menester avisarme, que los hombres de bien y amigos de amigos tienen la cara con dos haces, que toda mi vida lo tuve: "no por sí, sí por no".

 

SALCEDO.- ¡Oh, qué buena gentileza!

ALAMEDA.- Garrote trae, riendo se viene, de buen temple llega ... ¡Ja, ja!

SALCEDO.- ¿De qué te ríes?

ALAMEDA.- ¿No quiere vuestra merced que me ría? ¡Ja, ja!

SALCEDO.- Pues, señor, cuando haya acabado, merced recibiré que me avise.

ALAMEDA.- Ya, ya empiezo de acabar. ¡Ja, ja!

SALCEDO.- ¿Habéis acabado, señor?

ALAMEDA.- Ya puede vuestra merced hablar.

SALCEDO.- iOh, bendito sea Dios!

ALAMEDA.- Espere, espere, que me ha quedado un poco.¡Ja, ja!

SALCEDO.- ¿Quédate más?

ALAMEDA.- No, señor.

SALCEDO.- ¡Alabado sea Aquel que os ha dejado aportar acá! ¿Y en qué ha sido la tardanza, galanes?

ALAMEDA.- ¿Qué hora es, señor?

SALCEDO.- ¡Ya me parece que pasa de hora de haber comido!

ALAMEDA.- ¿Que ya han comido en casa?

SALCEDO.- ¿Ya no os he dicho que sí?

ALAMEDA.- ¡Reventado muera yo de ese arte! ¿Parécete bien, hermano Lucas, hacerme trocar una comida por un almuerzo?

¿Cuándo lo podré yo alcanzar, aunque viva más que de aquí al día de los merecientes?

SALCEDO.- ¿No me decís en que ha sido la tardanza? ¿Vos, Lucas, de qué huis? ¡Tomad, tomad, don rapaz! Tened cuenta de venir presto del mandado.

LUQUITAS.- iAy, ay, señor! Que había gran prisa en las cebollas y el queso ... Si no, dígalo Alameda.

SALCEDO.- ¿Es verdad esto que dice Luquillas?

ALAMEDA.- Vuestra merced ha de saber que cuando ... al tiempo que vuestra merced ... y yo estaba ...

SALCEDO.- ¿Qué dices, villano? ¡Toma tú también!

ALAMEDA.- ¡Luquitas, en medio, en medio! Yo juro a San ... , que no ha sido hecho de hombre de pro: ¡Al muchacho con la mano y a mí con el garrote! ¡No se sufre entre hombres de buena crianza!

SALCEDO.- Ora dejaos de eso y decidme la verdad: ¿en qué habéis tardado?

ALAMEDA.- (¿mo me dijiste antes, Luquillas?).

LUQUITAS.- (Que había gran prisa en las cebollas y el queso).

ALAMEDA.- (¿Cuáles cebollas ni queso? Yo no vi tal).

LUQUITAS.- (Dilo tú así, porque no nos riña más).

ALAMEDA.- (¡Ah! ¿Por eso? Pues tú ten en cuenta que, si me errare, de tirarme de la halda).

SALCEDO.- ¿Qué conciertos son estos? Acabad, contádmelo vos.

ALAMEDA.- Ya lo empiezo de contar.

SALCEDO.- Pues acaba ya.

ALAMEDA.- Vuestra merced ha de saber. .. ¿Cómo empieza, Luquillas?

LUQUITAS.- Lo de las cebollas.

ALAMEDA.- Sí, señor, que como llegamos a la villa y fuimos a la plaza y entró Luquillas y sentose, y como había tantos platos por allí, y había tantas cebollas en la prisa, como digo, señor, tantas cebollas en el queso ...

SALCEDO.- ¿Qué dices?

ALAMEDA.- Digo, señor, tantos quesos en las cebollas ... Parece ser que no nos pudo despachar más presto la buñolera ... No, no, la pastelera quise decir.

LUQUITAS.- ¡Mirá el asno! Por decir la vendedora dijo la buñolera. iComo todo acaba en a ... !

ALAMEDA.- Sí, , señor: ¡Como todo acaba en a ... ! Eso debe de ser. Dígame vuestra merced: ¿cómo se llama aquello que echan como arrope encima de unos redondillos?

SALCEDO.- La miel querrá decir.

ALAMEDA.- ¿Qué, miel se llama aquella? Pues en despegarla del plato se ha detenido más Luquillas que en todo.

LUQUITAS.- En verdad, señor, que miente.

ALAMEDA.- ¿Que miento? ¡Juro a diez que habéis pecado! ¡Llevaos ese pecadillo a cuestas! ¿Mentís a un hombre huérfano como yo?

LUQUITAS.- Mire vuestra merced: yo llegué a casa de la que vendía el queso y, de un real que le di, negábame la vuelta, hasta que vino, el alguacil de la villa e hizo que me lo volviese.

ALAMEDA.- ¿Alguacil era aquel que estaba a la boca del horno en la pala larga?

LUQUITAS.- A la boca de la calle, querrás decir.

ALAMEDA.- ¿Aquella era boca de calle? iJuro a San ... que era boca de horno y tabla de pasteles!

SALCEDO.- Agora este negocio veo muy mal marañado ... y no puedo juzgar cuál de los dos tenga la culpa. Mas tú que lo viste y tú que lo hiciste, tanta pena merece el uno como el otro.

LUQUITAS.- Sepa, señor, que Alameda entró delante.

ALAMEDA.- Es verdad, señor, que yo entré delante, mas ya llevaba el señor Luquillas la sisa repartida, dónde había de cuadrar lo uno y esquinar lo otro.

SALCEDO.- Baste, que entrambos me lo pagaréis.

LUQUITAS.- (¡Ce, Alameda, ce! Oye acá).

ALAMEDA.- (¿A ce?).

LUQUITAS.- (A ti. Ya sabes que tú entraste delante en casa de la buñolera y comiste tanto como yo).

ALAMEDA.- (Ya, ya, no me digas nada).

LUQUITAS.- (Mira que somos amigos y, por tanto, discúlpame con el señor y di que lo dijiste por burla).

ALAMEDA.- (Pierde cuidado, que yo te disculparé). Sepa, señor, que Luquillas es uno de los mayores sisones del mundo, y que de un real sisa el medio.

SALCEDO.- Decidme como pasó.

ALAMEDA.- Sepa vuestra merced que, cuando él entró, yo ya estaba alli. Y púsose entre los platos y tomó, al tiempo que yo dije...

SALCEDO.- ¿Qué miras, villano? ¿Por qué me diste?

ALAMEDA.- ¡San Jorge, San Jorge!

SALCEDO.- ¿Qué es eso? ¿Araña? iMátala, mátala!

ALAMEDA.- Espere, señor, que allí se quedó.

SALCEDO.- ¡Eh, mírala!

ALAMEDA.- No, no, señor, que no es nada. La sombra de la oreja era, perdone vuestra merced.

SALCEDO.- Ora entrad acá adentro, que todo me lo pagaréis junto, como el perro los palos.

ALAMEDA.- iOfrezco al diablo pescuezo tan duro, amén, amén, que me ha lastimado la mano!

SALCEDO.- ¿Pues habíase de tomar así, señor?

ALAMEDA.- Con un ladrillo se matara mejor. ..

SALCEDO.- Así pues, entrad.

ALAMEDA.- Vaya vuestra merced ... SALCEDO.- iPasad delante!

ALAMEDA.- ¡Ande de ahí, que me hará reír! Mejor beba yo que tal haga.

 

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