| A mademoiselle Teresita Guillén 
      
      El lagarto está llorando. 
      
      El lagarto y la lagarta 
      
      Han perdido sin querer 
      
      ¡Ay, su anillito de plomo., 
      
      Un cielo grande y sin gente 
      
      El sol, capitán redondo, 
      
      ¡Miradlos qué viejos son! 
      
      ¡Ay cómo lloran y lloran. PULSA AQUÍ PARA ESCUCHAR ESTE POEMA RECITADO POR RAFAEL ALBERTI | 
| La tarde equivocada se vistió de frío. Detrás de los cristales, turbios, todos los niños, ven convertirse en pájaros un árbol amarillo. La tarde está tendida a lo largo del río. y un rubor de manzana tiembla en los tejadillos. | 
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| MAESTRO ¿Qué doncella se casa con el viento? NIÑO La doncella de todos los deseos. MAESTRO ¿Qué le regala el viento? NIÑO Remolinos de oro y mapas superpuestos. MAESTRO Ella ¿le ofrece algo? NIÑO Su corazón abierto. MAESTRO Decid cómo se llama. NIÑO Su nombre es un secreto. La ventana del colegio tiene una cortina de luceros. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS RELACIONADOS CON NIÑOS/ESCUELA | 
| SONETO SENSUAL 
      
		 son perfumadas nubes que matan de dulzura. Mi cuerpo es como un ánfora hecha de noche oscura que derrama su esencia en ti ¡divina loca! Tus miradas se pierden en los dulces senderos. Por ti la Noche y Érebo se vuelven a la nada. Febe se apaga, lánguida ante ti, humillada y se escarcha de flores la cabeza de Eros. En una noche azul en el jardín silente que tú estés soñando con regiones brumosas y el piano marchite la Canción del Olvido. La estrella de mi beso se posará en tu frente, la fuente de mi alma te inundará de rosas y cantará el piano vibrante de sonido. (Enero de 1918) | 
| MADRIGAL DE VERANOAgosto de 1920 | 
| ANCIÓN PRIMAVERAL Salen los niños alegres de la escuela. poniendo en el aire tibio de abril canciones tiernas. ¡Qué alegría tiene el hondo
      
       silencio de la calleja! Un silencio hecho pedazos por risas de plata nueva. Voy camino de la tarde, entre flores de la huerta, dejando sobre el camino el agua de mi tristeza. En el monte solitario, un cementerio de aldea parece un campo sembrado con granos de calaveras. Y han florecido cipreses como gigantes cabezas que, con órbitas vacías y verdosas cabelleras, pensativos y dolientes, el horizonte contemplan. ¡Abril divino, que vienes cargado de sol y esencias, llena con nidos de oro las floridas calaveras! (28 DE MARZO DE 1919) PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS RELACIONADOS CON LAS ESTACIONES DEL AÑO 
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| divinanza de la guitarra.   En la redonda encrucijada, seis doncellas bailan. Tres de carne y tres de plata. Los sueños de ayer las buscan, pero las tiene abrazadas un Polifemo de Oro. ¡La guitarra! (Poema del Cante Jondo, 1921) 
 
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      Baladilla de los tres ríos PULSA AQUÍ PARA ESCUCHAR ESTE POEMA RECITADO POR MARÍA TERESA LEÓN Y AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS A RÍOS | 
| A Margarita Manso 
      ¿Qué es 
      aquello que reluce  * * * 
      Ajo de 
      agónica plata  * * * 
      Brisas de 
      caña mojada  PULSA AQUÍ PARA ESCUCHAR ESTE POEMA RECITADO POR NATI MISTRAL | 
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    Y 
    que 
    yo me la llevé al río 
    
    Ni nardos ni caracolas PULSA AQUÍ PARA ESCUCHAR A MIGUEL HERRERO RECITANDO ESTE ROMANCE 
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| La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira mira. El niño la está mirando En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. Huye, luna, luna, luna, si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye, luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado.El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados. Por el olivar veían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumarra, ¡ay cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos los gitanos. El aire la vela vela. El aire la está velando. (Romancero Gitano, 1924-27) PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS A LA LUNA Y AQUÍ PARA ESCUCHAR A MARÍA TERESA LEÓN RECITAR ESTE ROMANCE | 
| La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras, buscando entre aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. (Poeta en Nueva York, 1930) PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS AL AMANECER | 
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			Asesinado por el cielo, PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS AL CIELO 
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       Gacela 
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      Gacela del amor imprevisto
       
      
      
      Nadie 
      comprenderá  el perfume 
        
      
      PULSA EN CADA TÍTULO 
      
      
      
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| Paisaje con dos tumbas y un perro asirio 
	Amigo,
	 PULSA AQUI PARA LEER POEMAS SOBRE PERROS | 
| No te lleves tu recuerdo. 
    
    Déjalo solo en mi pecho, temblor de blanco cerezo en el martirio de enero. Me separa de los muertos un muro de malos sueños. Doy pena de lirio fresco para un corazón de yeso. Toda la noche en el huerto mis ojos, como dos perros. Toda la noche, comiendo los membrillos de veneno. Algunas veces el viento es un tulipán de miedo, es un tulipán enfermo, la madrugada de invierno. Un muro de malos sueños me separa de los muertos. La niebla cubre en silencio el valle gris de tu cuerpo. Por el arco del encuentro la cicuta está creciendo. Pero deja tu recuerdo déjalo sólo en mi pecho. | 
| Verte desnuda es recordar la tierra. La tierra lisa, limpia de caballos. La tierra sin un junco, forma pura 
    cerrada al 
    porvenir: confín de plata. 
 Verte desnuda es comprender el ansia de la lluvia que busca débil talle, o la fiebre del mar de inmenso rostro sin encontrar la luz de su mejilla. 
 La sangre sonará por las alcobas y vendrá con espada fulgurante, pero tú no sabrás dónde se ocultan el corazón de sapo o la violeta. 
 Tu vientre es una lucha de raíces, tus labios son un alba sin contorno, bajo las rosas tibias de la cama los muertos gimen esperando turno. 
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| La rosa no buscaba la aurora: casi eterna en su ramo, buscaba otra cosa. La rosa, no buscaba ni ciencia ni sombra: confín de carne y sueño, buscaba otra cosa. La rosa, no buscaba la rosa. Inmóvil por el cielo buscaba otra cosa. Pulsa aquí para leer poemas dedicados a la rosa | 
| Por las ramas del laurel van dos palomas oscuras. La una era el sol, la otra la luna. "Vecinitas", les dije, "¿dónde está mi sepultura?" "En mi cola", dijo el sol. "En mi garganta", dijo la luna. Y yo que estaba caminando con la tierra por la cintura vi dos águilas de nieve y una muchacha desnuda. La una era la otra y la muchacha era ninguna. "Aguilitas", les dije, "¿dónde está mi sepultura?" "En mi cola", dijo el sol. "En mi garganta", dijo la luna. Por las ramas del laurel vi dos palomas desnudas. La una era la otra y las dos eran ninguna. | 
| La casa de Bernarda Alba.
      Drama de mujeres en 
      los pueblos de España  | 
| Bernarda, 60 años. | María Josefa, madre de Bernarda, 80 años. | |
| Angustias, (hija), 39 años. | La Poncia, 60 años. | Mujer 1 Mujer 2 Mujer 3 Mujer 4 
 | 
| Magdalena, (hija), 30 años. | Criada, 50 años. | |
| Amelia, (hija), 27 años. | Mendiga, con niña. | |
| Martirio, (hija), 24 años. | Mujeres de luto. | |
| Adela, (hija), 20 años. | Muchacha | 
El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.
      
      
      Acto primero
Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas.
      
      (Sale la Criada) 
      
      Criada: Ya tengo el doble de 
      esas campanas metido entre las sienes. 
      La Poncia: (Sale comiendo 
      chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido 
      curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso 
      se desmayó la Magdalena. 
      Criada: Es la que se queda 
      más sola. 
      La Poncia: Era la única que 
      quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que estamos solas un poquito! Yo he 
      venido a comer. 
      Criada: ¡Si te viera 
      Bernarda...! 
      La Poncia: ¡Quisiera que ahora, 
      que no come ella, que todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! 
      ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos. 
      Criada: (Con tristeza, 
      ansiosa) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia? 
      La Poncia: Entra y llévate 
      también un puñado de garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta! 
      Voz 
      (Dentro): ¡Bernarda! 
      La Poncia: La vieja. ¿Está bien 
      cerrada? 
      Criada: Con dos vueltas de 
      llave. 
      La Poncia: Pero debes poner 
      también la tranca. Tiene unos dedos como cinco ganzúas. 
      Voz: 
      ¡Bernarda! 
      La Poncia: (A voces) ¡Ya 
      viene! (A la Criada) Limpia bien todo. Si Bernarda no ve 
      relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan. 
      Criada: 
      
      ¡Qué mujer! 
      La Poncia: Tirana de todos los 
      que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te 
      mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en 
      su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese vidriado! 
      Criada: 
      
      Sangre en las manos tengo de 
      fregarlo todo. 
      La Poncia: Ella, la más aseada; 
      ella, la más decente; ella, la más alta. Buen descanso ganó su pobre 
      marido. 
                                                 
      (Cesan las campanas.) 
      
      Criada: ¿Han venido todos 
      sus parientes? 
      La Poncia: Los de ella. La 
      gente de él la odia. Vinieron a verlo muerto, y le hicieron la cruz. 
      Criada: ¿Hay bastantes 
      sillas? 
      La Poncia: Sobran. Que se 
      sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a 
      entrar las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su 
      dominio. ¡Maldita sea! 
      Criada: Contigo se portó 
      bien. 
      La Poncia: Treinta años lavando 
      sus sábanas; treinta años comiendo sus sobras; noches en vela cuando tose; 
      días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle 
      el cuento; vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea! 
      ¡Mal dolor de clavo le pinche en los ojos! 
      Criada: ¡Mujer! 
      La Poncia: Pero yo soy buena 
      perra; ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden 
      limosna cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están 
      los dos casados, pero un día me hartaré. 
      Criada: Y ese día... 
      La Poncia: Ese día me encerraré 
      con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. "Bernarda, por 
      esto, por aquello, por lo otro", hasta ponerla como un lagarto machacado 
      por los niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no 
      le envidio la vida. La quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que 
      quitando a Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido y tiene 
      dineros, las demás mucha puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero 
      pan y uvas por toda herencia. 
      Criada: ¡Ya quisiera tener 
      yo lo que ellas! 
      La Poncia: Nosotras tenemos 
      nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad. 
      Criada: Ésa es la única 
      tierra que nos dejan a las que no tenemos nada. 
      La Poncia: (En la alacena) 
      Este cristal tiene unas motas. 
      Criada: Ni con el jabón ni 
      con bayeta se le quitan. 
      
                                                      
      (Suenan las campanas) 
      
      La Poncia: El último responso. 
      Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el "Pater 
      noster" subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de 
      agua poco a poco. ¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria 
      oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán, Tronchapinos. En la misa 
      de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y cuando 
      decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia. 
      (Imitándolo) ¡Ameeeén! (Se echa a toser) 
      Criada: Te vas a hacer el 
      gaznate polvo. 
      La Poncia: ¡Otra cosa hacía 
      polvo yo! (Sale riendo) 
      
                                              (La Criada limpia. Suenan las campanas) 
      
      Criada: (Llevando el 
      canto) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado! 
      Mendiga: (Con una niña) 
      ¡Alabado sea Dios! 
      Criada: Tin, tin, tan. ¡Que 
      nos espere muchos años'. Tin, tin, tan. 
      Mendiga: (Fuerte con 
      cierta irritación) ¡Alabado sea Dios! 
      Criada: (Irritada) 
      ¡Por siempre! 
      Mendiga: 
      Vengo por las sobras. 
                                                          
      (Cesan las campanas) 
      
      Criada: Por la puerta se va 
      a la calle. Las sobras de hoy son para mí. 
      Mendiga: Mujer, tú tienes 
      quien te gane. ¡Mi niña y yo estamos solas! 
      Criada: 
      
      También están solos los perros 
      y viven. 
      Mendiga: Siempre me las dan.
      
      Criada: Fuera de aquí. 
      ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies señalados. 
      (Se van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, 
      camas de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de 
      tierra con un plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno 
      para contarlo! (Vuelven a sonar las campanas) Sí, sí, ¡vengan 
      clamores! ¡venga caja con filos dorados y toallas de seda para llevarla!; 
      ¡que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María 
      Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! 
      ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral! 
      (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto con 
      pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar 
      la escena) (Rompiendo a gritar) ¡Ay Antonio María Benavides, que ya no 
      verás estas paredes, ni comerás el pan de esta casa! Yo fui la que más te 
      quiso de las que te sirvieron. (Tirándose del cabello) ¿Y he de 
      vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir? 
      
      (Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece Bernarda y sus 
      cinco hijas) 
      
      Bernarda: (A la Criada) 
      ¡Silencio! 
      Criada: (Llorando) 
      ¡Bernarda! 
      Bernarda: Menos gritos y más 
      obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para 
      recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va 
      sollozando) Los pobres son como los animales. Parece como si 
      estuvieran hechos de otras sustancias. 
      Mujer 1: Los pobres sienten 
      también sus penas. 
      Bernarda: Pero las olvidan 
      delante de un plato de garbanzos. 
       Muchacha 
      1:
      (Con timidez) Comer es necesario para vivir.
Muchacha 
      1:
      (Con timidez) Comer es necesario para vivir. 
      Bernarda: A tu edad no se 
      habla delante de las personas mayores. 
      Mujer 1: Niña, cállate. 
      Bernarda: No he dejado que 
      nadie me dé lecciones. Sentarse. (Se sientan. Pausa) (Fuerte) 
      Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me 
      has oído? 
      Mujer 2:
      (A Bernarda) ¿Habéis empezado los trabajos en la era? 
      Bernarda: Ayer. 
      Mujer 3: Cae el sol como 
      plomo. 
      Mujer 1: Hace años no he 
      conocido calor igual. 
      
                                   
      (Pausa. Se abanican todas) 
      
      Bernarda: ¿Está hecha la 
      limonada? 
      La Poncia: (Sale con una 
      gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.) Sí, Bernarda.
      
      Bernarda: Dale a los hombres.
      
      La Poncia:
      Ya están tomando en 
      el patio. 
      Bernarda: Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen por 
      aquí. 
      Muchacha: (A Angustias) Pepe el Romano estaba con los 
      hombres del duelo. 
      Angustias: Allí estaba. 
      Bernarda: Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A Pepe no lo 
      ha visto ni ella ni yo. 
      Muchacha: Me pareció... 
      Bernarda: Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy cerca de tu 
      tía. A ése lo vimos todas. 
      Mujer 2: (Aparte y en baja voz) ¡Mala, más que mala! 
      Mujer 3: (Aparte y en baja voz) ¡Lengua de cuchillo! 
      Bernarda: Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que 
      al oficiante, y a ése porque tiene faldas. Volver la cabeza es buscar el 
      calor de la pana. 
      Mujer 1: (En voz baja) ¡Vieja lagarta recocida! 
      La Poncia: (Entre dientes) ¡Sarmentosa por calentura de 
      varón! 
      Bernarda: (Dando un golpe de bastón en el suelo) ¡Alabado 
      sea Dios! 
      Todas: (Santiguándose) Sea por siempre bendito y alabado.
      
      Bernarda: 
      
      ¡Descansa en paz con la santa
      compaña de cabecera!
Todas: ¡Descansa en paz!
Bernarda: Con el ángel San Miguel y su espada justiciera
Todas: ¡Descansa en paz!
Bernarda: Con la llave que todo lo abre y la mano que todo lo cierra.
Todas: ¡Descansa en paz!
Bernarda: Con los bienaventurados y las lucecitas del campo.
Todas: ¡Descansa en paz!
Bernarda: Con nuestra santa caridad y las almas de tierra y mar.
Todas: ¡Descansa en paz!
      Bernarda:
       
      Concede el reposo a tu siervo 
      Antonio María Benavides y dale la corona de tu santa gloria.
      
      Todas: 
      Amén.
Bernarda: (Se pone de pie y canta) "Réquiem aeternam dona eis, Domine".
Todas: (De pie y cantando al modo gregoriano) "Et lux perpetua luceat eis".
                                (Se santiguan) 
      Mujer 1: Salud para rogar por su alma. 
                               
      (Van desfilando) 
      Mujer 3: No te faltará la hogaza de pan caliente. 
      Mujer 2: Ni el techo para tus hijas. 
      (Van desfilando todas por delante de Bernarda y saliendo. Sale 
      Angustias por otra puerta, la que da al patio) 
      Mujer 4: El mismo trigo de tu casamiento lo sigas disfrutando. 
      
      La Poncia: (Entrando con una bolsa) De parte de los hombres 
      esta bolsa de dineros para responsos. 
      Bernarda: Dales las gracias y échales una copa de aguardiente. 
      Muchacha: (A Magdalena) Magdalena... 
      Bernarda: (A Magdalena, que inicia el llanto) Chist. 
      (Golpea con el bastón.) (Salen todas.) (A las que se han ido) ¡Andar a 
      vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos 
      años en pasar el arco de mi puerta. 
      La Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo. 
      Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el 
      veneno de sus lenguas. 
      Amelia: ¡Madre, no hable usted así! 
      Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo 
      sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de 
      que esté envenenada. 
      La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería! 
      Bernarda: Igual que si hubiera pasado por ella una manada de 
      cabras. (La Poncia limpia el suelo) Niña, dame un abanico. 
      Amelia: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y 
      verdes.) 
      Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el 
      abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto 
      de tu padre. 
      Martirio: Tome usted el mío. 
      Bernarda: ¿Y tú? 
      Martirio: Yo no tengo calor. 
      Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure 
      el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta 
      que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi 
      padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el 
      ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar 
      sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas. 
      Magdalena: Lo mismo me da. 
      Adela: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. 
      Así las tuyas lucirán más. 
      Magdalena: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a 
      casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y 
      días dentro de esta sala oscura. 
      Bernarda: Eso tiene ser mujer 
      Magdalena: Malditas sean las mujeres. 
      Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el 
      cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el 
      varón. Eso tiene la gente que nace con posibles. 
       
      
                               
      (Sale Adela.) 
      Voz: ¡Bernarda!, 
      ¡déjame salir! 
      Bernarda: (En 
      voz alta) ¡Dejadla ya! (Sale la Criada.)
      
      Criada: Me ha 
      costado mucho trabajo sujetarla. A pesar de sus ochenta años tu madre es 
      fuerte como un roble. 
      Bernarda: Tiene 
      a quien parecérsele. Mi abuelo fue igual. 
      Criada: Tuve 
      durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío 
      porque quería llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera, para 
      beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú le das. 
      Martirio: ¡Tiene mala intención! 
      Bernarda: (A 
      la Criada.) Déjala que se desahogue en el patio. 
      Criada: Ha 
      sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha 
      puesto y me ha dicho que se quiere casar. 
                             
      (Las hijas ríen.) 
      Bernarda: Ve con 
      ella y ten cuidado que no se acerque al pozo. 
      Criada: No 
      tengas miedo que se tire. 
      Bernarda: No es 
      por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su 
      ventana. 
                            
      (Sale la Criada.) 
      Martirio: Nos 
      vamos a cambiar la ropa. 
      Bernarda: Sí, 
      pero no el pañuelo de la cabeza. ( Entra Adela.) ¿Y Angustias? 
      Adela: (Con 
      retintín.) La he visto asomada a la rendija del portón. Los hombres se 
      acababan de ir. 
      Bernarda: ¿Y tú 
      a qué fuiste también al portón? 
      Adela: Me llegué 
      a ver si habían puesto las gallinas. 
      Bernarda: ¡Pero 
      el duelo de los hombres habría salido ya! 
      Adela: (Con 
      intención) Todavía estaba un grupo parado por fuera. 
      Bernarda: 
      (Furiosa) ¡Angustias! ¡Angustias! 
      Angustias: 
      (Entrando.) ¿Qué manda usted? 
      Bernarda: ¿Qué 
      mirabas y a quién? 
      Angustias: A 
      nadie. 
      Bernarda: ¿Es 
      decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre 
      el día de la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A quién mirabas? 
                                
      (Pausa.) 
      Angustias: Yo... 
      Bernarda: ¡Tú! 
      Angustias: ¡A 
      nadie! 
      Bernarda: 
      (Avanzando con el bastón) ¡Suave! ¡dulzarrona! 
      (Le da) 
      La Poncia: 
      (Corriendo) ¡Bernarda, cálmate! (La sujeta) (Angustias llora.) 
      Bernarda: ¡Fuera 
      de aquí todas! (Salen) 
      La Poncia: Ella 
      lo ha hecho sin dar alcance a lo que hacía, que está francamente mal. ¡Ya 
      me chocó a mí verla escabullirse hacia el patio! Luego estuvo detrás de 
      una ventana oyendo la conversación que traían los hombres, que, como 
      siempre, no se puede oír. 
      Bernarda: ¡A eso 
      vienen a los duelos! (Con curiosidad) ¿De qué hablaban? 
      La Poncia: 
      Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su marido a un pesebre y a 
      ella se la llevaron a la grupa del caballo hasta lo alto del olivar. 
      Bernarda: ¿Y 
      ella? 
      La Poncia: Ella, 
      tan conforme. Dicen que iba con los pechos fuera y Maximiliano la llevaba 
      cogida como si tocara la guitarra. ¡Un horror! 
      Bernarda: ¿Y qué 
      pasó? 
      La Poncia: Lo 
      que tenía que pasar. Volvieron casi de día. Paca la Roseta traía el pelo 
      suelto y una corona de flores en la cabeza. 
      Bernarda: Es la 
      única mujer mala que tenemos en el pueblo. 
      La Poncia: 
      Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los que fueron con ella son 
      también hijos de forasteros. Los hombres de aquí no son capaces de eso. 
      Bernarda: No, 
      pero les gusta verlo y comentarlo, y se chupan los dedos de que esto 
      ocurra. 
      La Poncia: 
      Contaban muchas cosas más. 
      Bernarda: 
      (Mirando a un lado y a otro con cierto temor) ¿Cuáles? 
      La Poncia: Me da 
      vergüenza referirlas. 
      Bernarda: Y mi 
      hija las oyó. 
      La Poncia: 
      ¡Claro! 
      Bernarda: Ésa 
      sale a sus tías; blancas y untosas que ponían ojos de carnero al piropo de 
      cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar para hacer que las 
      personas sean decentes y no tiren al monte demasiado!
      
      La Poncia: ¡Es 
      que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiada poca guerra te dan. 
      Angustias ya debe tener mucho más de los treinta. 
      Bernarda: 
      Treinta y nueve justos. 
      La Poncia: 
      Figúrate. Y no ha tenido nunca novio... 
      Bernarda: 
      (Furiosa) ¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta! Pueden 
      pasarse muy bien. 
      La Poncia: No he 
      querido ofenderte. 
      Bernarda: No hay 
      en cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de 
      aquí no son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier 
      gañán? 
      La Poncia: 
      Debías haberte ido a otro pueblo. 
      Bernarda: Eso, 
      ¡a venderlas! 
      La Poncia: No, 
      Bernarda, a cambiar... ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las 
      pobres! 
      Bernarda: ¡Calla 
      esa lengua atormentadora! 
      La Poncia: 
      Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza? 
      Bernarda: No 
      tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más! 
      Criada: 
      (Entrando.) Ahí está don Arturo, que viene a arreglar las particiones. 
      Bernarda: Vamos. 
      (A la Criada.) Tú empieza a blanquear el patio. (A la Poncia.) 
      Y tú ve guardando en el arca grande toda la ropa del muerto. 
      La Poncia: 
      Algunas cosas las podríamos dar... 
      Bernarda: Nada. 
      ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara! (Sale 
      lentamente apoyada en el bastón y al salir vuelve la cabeza y mira a sus 
      criadas. Las criadas salen después.)  
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