Lorenzo Gomis

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Lo humano no es el hombre...

Empresa de lavado

El horror es un momento

Un cardenal llega al cielo

Lo humano no es el hombre, es lo que deja:
es la muñeca que olvidó la niña,
la vasija de aceite con que aliña
la mujer la comida, es la madeja

en la sillita baja de la vieja;
lo humano no es el gesto, no es la riña,
el jadeo en la torpe arrebatiña
o la sombra que agranda candileja.

Lo humano es el objeto, la casita,
el menudo instrumento, lo que emplee
el tipo en su trabajo. Más humano

que el hombre _lo que afirma, lo que grita_
es el objeto _toma, mira, lee_
que un día él mismo hizo con la mano

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EMPRESA DE LAVADO

Aquí se lava todo, todo queda borrado,
la mancha y el zurcido, el crimen y el pecado.
Aquí se lava todo. Empresa de lavado
abierta el año 30 por un ajusticiado.

Era un hombre de pueblo, carpintero de oficio.
No llevaba corona, ni espada, ni cilicio.
A los hombres piadosos les sacaba de quicio.
Comía con los malos. No tenía otro vicio..

Predicó por los pueblos algo más de dos años.
Hablaba de la siembra, de pesca y de rebaños.
Curaba al paralítico, veía sus engaños.

Era Dios en persona y murió como un hombre.
Se levantó de nuevo _que ninguno se asombre_
y a uno de sus amigos, Pedro de sobrenombre,
le encargó que lavara, que lavara en su nombre.

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EL HORROR ES UN MOMENTO

El horror es un momento
Ya no siento lo que siento

El horror visto por dentro
Va de la nada al encuentro

Cuando estalla el explosivo
Queda muerto el que era vivo

Pon horror en la memoria
Y pasarás a la historia

El horror es el vacío
Que traga lo que era mío

Es la boca de la muerte
Que te sorbe sin morderte

Oh Rorr oh Rorr Cuánta erre
Ya no cierra ningún cierre

El horror es ese grito
Que traspasa el infinito

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UN CARDENAL LLEGA AL CIELO

El señor cardenal, de púrpura encendida,
subía del abismo buscando mejor vida.

Traigo cánones nuevos en perfecto latín,
confiaba jovial a un monseñor pillín.

Pero había en el cielo cola de costureras,
de peones, maestros y chicas casaderas.

En el cielo es domingo ¡cuánta gente, Señor!
San Pedro está ocupado, atiende a un pescador.

Tendrá usted que esperar. Tome asiento, Eminencia.
Es el cielo. Es domingo. Hay que tener paciencia.

Y pasaban las horas y venía la noche.
El cardenal dudaba si reclamar el coche.

El señor cardenal decía para sí:
¿Y ahora dónde iré? ¿Qué haré, pobre de mí?

Y entonces vio una cola que avanzaba de prisa.
No pedían siquiera que hubieran ido a misa.

Los pequeños mostraban la señal en la frente
y entraban en seguida por la puerta adyacente.

Y el cardenal probó, rebuscó en la memoria.
Poco a poco llegó al fondo de su historia.

No siempre he sido anciano. Hace tiempo fui niño.
Yo tenía una abuela. Yo tenía cariño.

Muchos años atrás yo fui niño pequeño.
Rezaba de rodillas. Me caía de sueño.

Ahora que recuerdo, veo luz en mi infancia.
Prefiero ser pequeño que cardenal de Francia.

Beatísimo Padre Pedrito, por favor,
búscame algún rincón en casa del Señor.

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