duerme soñando con mi tercera muerte y mi corazón divide el oro de la sangre un pequeño temblor me habita por la boca.
Pulsar útiles arpas entonces, templar cálido hierro, cerrar sobre algún sexo las manos aún gritando sólo puedo morir, sólo puedo morir, quizás signifique estar cerca de mi soledad con un nudo. Quizás signifique verter fotografías en una zona a menudo extranjera golpeando una arena cimentada.
de un vivero de mejillones en lata. Detrás de la fábrica, donde se pudren las conchas y las cajas de pescado. Un olor imposible, un azul que no vale. De allí vienes.
¡Ah!, dije yo, entonces soy la hija del mar.
No.
Eres la hija de un día de descanso. ¡Ah!, dije yo, soy la hija de la hora del bocadillo.
Sí, detrás, entre las cosas que no valen. |
Las montañas cristalizan en mil años y el mar gasta un centímetro a la tierra cada dos milenios, horada el viento la roca en cuatro siglos y la lluvia, también la lluvia se toma su tiempo para caer. Se paciente con mi corazón que suspira por una obra duradera. Como el viento, como la lluvia, también mi corazón se toma su tiempo para caer. |
A tiempo estás, todavía eres joven para hacer de tus días algo puro y hermoso que remanse el corazón y a ti misma te agrade como agua de una fuente que limpia la garganta pero aquello que dejó su marca para siempre en la más tierna edad, lo que fue delineando las rayas de tu frente, el daño que agrietó tu integridad y la volvió contra ti y te hizo la peor de tus enemigas, que con saña y con rabia anegó la tierra verdadera donde pisabas firme hasta alcanzar el fondo sin tener felicidad; aquello que maldijiste y rechazaste de palabra y de hecho, que tiempo te llevó odiar y combatir y que te llevó fuerzas y no te dio descanso, con hierro y con harina olvídalo. Porque la lucha es trabajo que debe terminar allí donde comienza y ya el cuerpo se ocupa, pero que no ocupe la mente pues soldados hay que nunca están pagados de ver bullir la sangre y de esto hacen oficio y de esto comen y de esto dan de comer, y otros hay que combatiendo la infamia desde la mañana a la noche sin otra cosa no viven y no con otra se acuestan. Peligros tiene la guerra y ese es uno: aprender la estrategia del enemigo, empuñar sus armas, acabar por vestir su chaleco. Y otro aún más grande que es perder la vida. Y aún el peor de todos que es la avaricia de sangre y de los tristes himnos de la victoria que sólo a los cobardes infunden valor y hacen llorar a los niños, avergonzarse a las mujeres y a los viejos desear la muerte. II Un corazón de harina debieras ser. Toda de harina por dentro y por fuera de hierro. Que la lluvia y el viento y todo lo que va hendiendo cada capa de piel lo sepulte un blando corazón de harina, lo guarde un cajón secreto. Nada pase hacia dentro que no atraviese la dura armazón de hierro. Quede en la corteza lo que el corazón no ama, no pase hacia dentro lo que rompe el corazón. |