Cantiga La canción de Vilinch La guerra civil |
CÁNTIGA (5 de xuño de 1869) No xardín unha noite sentada ó refrexo do branco luar, unha nena choraba sin trégolas os desdés dun ingrato galán. I a coitada entre queixas decía: "Xa no mundo non teño ninguén, vou morrer e non ven os meus ollos os olliños do meu doce ben". Os seus ecos de malenconía camiñaban nas alas do vento, i o lamento repetía: "¡Vou morrer e non ven ó meu ben!" Lonxe dela, de pé sobre a popa dun aleve negreiro vapor, emigrado, camiño de América vai o probe, infelís amador. I ó mirar as xentís anduriñas cara a terra que deixa cruzar: "Quen pudera dar volta -pensaba-, quen pudera convosco voar!..." Mais as aves i o buque fuxían sin ouír seus amargos lamentos; sólo os ventos repetían: "¡Quen pudera convosco voar!" Noites craras, de aromas e lúa, desde entón ¡que tristeza en vós hai prós que viron chorar unha nena, prós que viron un barco marchar! ... Dun amor celestial, verdadeiro, quedou sólo, de bágoas a proba, unha cova nun outeiro i on cadavre no fondo do mar. |
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CÁNTIGAEn el jardín una noche sentada al reflejo de la blanca luz de la luna, una nena lloraba sin tregua los desdenes de un ingrato galán. Y la desgraciada entre quejas decía:. “Ya en el mundo no tengo a nadie, voy a morir y no ven mis ojos, los ojitos de mi dulce bien”. Sus ecos de melancolía caminaban en las alas del viento y el lamento repetía: “¡Voy a morir y no viene mi bien!” Lejos de ella, de pie sobre la popa de un leve negrero vapor, emigrado, camino de América va el pobre, infeliz amador. Y al mirar las gentiles golondrinas hacia la tierra que deja cruzar: “Quien pudiera dar vuelta –pensaba-, quien pudiera con vosotras volar!…” Pero las aves y el buque huían, sin oír sus amargos lamentes solo los vientos repetían: “Quien pudiera con vosotras volar!” Noches claras, de aromas y luna, desde entonces ¡que tristeza en vosotras hay para los que vieron llorar una niña, para los que vieron un barco marchar! … De un amor celestial, verdadero, quedó solo, de lágrimas la prueba, una cueva, en un peñasco y un cadáver en el fondo del mar. |
Cuando de nuestra patria por los confines vibraba el son guerrero de los clarines y de sus nobles hijos la sangre brava estéril en los campos se derramaba, porque del fácil triunfo tras los horrores, al contemplar en ella tintas sus manos notaban con vergüenza que eran hermanos del lidiador vencido los vencedores; como el canto de un ave triste y doliente sofocado entre el ruido que alza el torrente; como de hoja que rueda queja exhalada, del viento desoída y al viento dada, del campo de la lucha sobre la arena, que ensangrientan los genios de la discordia, mientras la bala silba y el bronce truena, se alza una voz que clama: ¡Misericordia! En la sombría falda del alto cerro, monstruo que una corona ciñe de hierro, al pie de Mendizorrot, en cuyo lomo se abre un volcán que arroja candente plomo, hay una pobre choza, sencilla y blanca, nido de golondrina rústico y breve, cuya puerta, al herido soldado, franca, jamás para cerrarse sus goznes mueve. Campestres florecillas son el adorno de la casita blanca de aquel contorno; nadie de sus linderos cerca transita que no bendiga el nombre del que la habita. y es que, desde que al viento se izó en España el estandarte negro de la discordia, de la florida choza de la montaña sale la voz que dice: ¡Misericordia! Pronto la paz ansiada llegar debía, y el triunfo era esperado que la traería. ¡Ya se acerca la hora! Ya el bronce estalla, ya comienza la ruda final batalla; ya en guerrilla despliegan los batallones al clamor estridente de la cometa, y marchan al galope los escuadrones del monte por la abrupta pendiente escueta. ¡Ay, de las pobres madres que en las montañas tienen los pedacitos de sus entrañas!. .. ¡Ay, de la dulce novia que amante espera unirse al que su mano le prometiera!. .. ¡No volverán!... De rabia su seno henchido, ebrios con los vapores de la discordia, van a morir, sin que antes llegue a su oído ese acento que clama: ¡Misericordia! En la chocita blanca del monte inculto, dónde a la patria rinde, sagrado culto, del amor de sus hijos puesto al amparo, vive VILINCH, el tierno poeta euskaro. Allí fue donde, alegre, cantó otros días del hogar las venturas y los amores, de los campestres bailes las armonías, de Conchesi los ojos fascinadores. Allí donde abrasarse sintió en la llama destello de los cielos, que al poeta inflama; allí donde su numen fluyó sonoro torrentes de poesía de ritmo de oro. Muerta, empero, la calma porque suspira, sepultado en la hoguera de la discordia, ya no tiene más cantos su blanda lira que esta plegaria eterna: ¡Misericordia! Cataratas de sangre precipitadas ruedan de los oteros a las cañadas, y desde las cañadas a los oteros densos vapores rojos trepan ligeros. ¡Como un antro la tierra se abre sombría, como una forja el cielo rayos desata, hiere como una espada la luz del día, el aire como fuego calcina y mata!.. «¡Otra vez a la puerta de mi vivienda »ruge la maldecida civil contienda! »venid y orad conmigo, mis pobres niños; »¡Dios acepta y comprende vuestros cariños! »Ved, comienza de nuevo la horrible lucha; »suena otra vez el grito de la discordia ... »¡Orad por los que quedan! ¡Dios, que os escucha, »tendrá de los que mueren misericordia!» Dijo VILINCH; y ronco, del negro fuerte cantando por los aires himnos de muerte, un proyectil avanza que hunde la choza y al mísero poeta hiere y destroza. Aquella bala el triunfo por fin decide; el sol de la victoria refulge santo, y el vencedor, tranquilo, los lauros pide que el vencido, insepulto, regó con llanto. ¡Guerra civil funesta! ¡Deidad impía, a cuyo espectro aún tiembla la patria mía! ¡Castigo de los hombres y las ideas, pues no respetas nada, maldita seas! Tú de VILINCH las quejas has desoído en que de ti imploraba paz y concordia; ¡ya que del pobre vate no la has tenido, nadie te tenga nunca misericordia! 1875. |
Oda Pueblos, oíd; en nombre de la sublime caridad cristiana, oíd; que no del hombre en la conciencia, vana ni estéril esta voz, dulce y piadosa, fue a resonar jamás. ¡No, nunca! Pudo del bárbaro del Norte el brazo airado sobre Europa caer, de encono ciego; alzar pudo, entre fuego, con sangre y con cenizas amasado, sobre la tierra atónita su solio; mas el furor de su opresora planta, la tiránica ley de su hacha impía, todo cesó cuando, _¡Piedad!_ clamaron las vírgenes ocultas bajo el amplio dosel del Capitolio ... Y ¿quién, sino este acento contuvo en su carrera asoladora al infausto Alarico y al sangriento Odoacro feroz? ¿Quién la en mal hora comenzada pelea, sostenida por dos pueblos indómitos del Rhino en la margen florida, maldijo y condenó _bárbara guerra_, escándalo del siglo y de la tierra? ¡La caridad tan sólo! Ella, que mora en átomos y mundos; ella, aliento de la inmensa creación, alma que vela, como eterno, inmutable centinela de cuanto Dios a su mirilda fía, por el orden del mundo y la armonía. ¡España! Hermanos míos, los que españoles sois, los que en la Historia tantos timbres tenéis de inmarcesible no profanada gloria; ¡oh, sí! Escuchad el cántico vehemente de mi entusiasta lira: por nuestra paz ha muerto el que la inspira, ¡y paz ha de llevar de gente en gente! ¡Ay! De la orilla plácida del Duero a las feraces crestas de Barcino, oigo el monstruo bramar... Del monte al llano corre la sedición, y a la pelea concitando los hombres, doquier miro allí el pendón guerrero al viento ondea. El alma apresa por angustia extraña, en vano tiendo con afán mis ojos del llano a la montaña, y en vano clamo y digo: «¿Dónde está el extranjero, el enemigo de mi querida España?» ¡Que nadie me responde más que mis propios ecos, que se pierden vibrando «¡dónde ... dónde!...» ¿Será que de Cartago las errantes legiones aguerridas vuelven a sorprender nuestras moradas, desolación y estrago sembrando por doquier, mientras dormidas en paz y descuidadas yacen nuestras mujeres adoradas? ¿Será que en nuestro suelo se oye otra vez rodar el ominoso carro triunfal del César, codicioso de engarzar a su férrida guirnalda la fúlgida esmeralda que del jardín de Hesperia ostenta el cielo? ¿O es, acaso, que el águila de Jena quiere, torpe, burlar de la bravura del león español, cuya melena al erizarse ayer le dio pavura, burlando así su imbécil arrogancia? ¡Oh, no! Sagunto fue ... , pasó Numancia, y el águila orgullosa, de muerte herida en nuestro suelo, llena de amargura cruel, plegó sus alas y rodó moribunda y temblorosa sobre el pardo peñón de Santa Elena. ¡Ya no es del extranjero, oh, españoles, la sangre generosa que hoy mancha vuestro acero! Los que ayer con vosotros pelearon y en vuestras propias filas confundidos ¡Independencia y libertad! gritaron triunfantes o vencidos; los que ayer con benéfica ternura vendaron vuestra herida, cuando tras la batalla, en noche obscura, quedabais en el campo a la ventura, apenas con un hálito de vida; los que ayer con vosotros, trasmontando del mar inmenso las hinchadas olas, fueron la estrecha tierra dilatando, con vosotros partiendo y conquistando cien magníficas glorias españolas, esos (¡ay, cuánta mengua!) son los que sacrifica vuestra mano. ¿Con qué derecho, ni por qué? ¿Qué insano, qué mezquino interés el brazo guía que discordia sembró en el suelo hispano? ¿Qué ley creyó cumplir?... ¡Vana porfia! ¡No hay derecho ni ley contra el hermano! ¿ Y acaso no lo son? ¿No son amigos esos que así se matan y arruinan, esos que, como genios implacables, que eternamente se odian y abominan, se retan con furor y se persiguen, se acechan, se amenazan, y en su lucha tenaz se despedazan, se destrozan, se aventan y exterminan?... ¡Cuán torpe, cuán horrible, cuán despiadado encono! ¿Y es posible que esas manos que se alzan, empuñando el arma fratricida; esos puñales que caen, desgarrando corazones valientes y leales, no vacilen un punto, contemplando la aflicción de la patria y la memoria que de este crimen va a guardar la Historia? ¿Será posible, cuando ya del hombre cesó la esclavitud, y conquistados sus derechos están y consagrados; cuando la libertad tiene las puertas del templo de la patria a la cultura ya lajusticia abiertas, será posible, ¡oh Dios!, guerra tan dura? Sacerdotes del bueno, del paciente, del humilde Jesús crucificado: venid a unir vuestra oración ferviente al clamor de mi pecho desolado; que vuestra lengua dulce y elocuente como el laúd armónico e inspirado del profeta de Sión, dará a la mía raudales de potente poesía. Acudid a mi ruego, ministros del Señor, acudid luego, ¡ah! [Que las llamas del incendio cunden, que arde el santuario y sus altares se hunden en candescentes piélagos de fuego!... Mas ... ¡loco afán! El sacerdote impío no atiende al ruego mío, y aleve, y parricida, hirviendo el negro corazón en saña, él es quizá el primero que hunde el puñal artero en el seno amantísimo de España. Él, quien el exterminio preconiza; él, quien las ascuas de ese incendio atiza; él quien huella la urna donde mora la Hostia Sacrosanta, y él, quien, allí donde el Señor se adora, gritos de muerte y destrucción levanta. Y en tanto ... , en tanto, ¿dónde está esa juventud, cuya pupila desentrañar pudiera el hondo arcano de la inmortalidad; esa esperanza perpetua de los siglos, que produjo a Franklin y Lincoln, ese lozano plantel de gayas flores, cuyas hojas llámanse Herrera, Meyerbeer, Tizziano? ¡Como rosa en capullo marchitada, como rayo de luz, que el torbellino mató, sin que llegara a su destino, así rueda, así muere malograda! ............................................... ¡Guerra civil, maldita mil veces, insaciable matadora, y contigo, maldito el que a tus aras lleva el haz y la tea destructora, el que al monstruo aplastado resucita y ve llorar la patria y ¡ay! no llora! Héroes, que en inhumano combate, confundidos como fieras, sois el oprobio del linaje humano, la enseña de la paz llevo en mi mano: ¡ Yo os mando abandonar esas trincheras! ¡Ah! La sangre del Santo generosa que dejó del Calvario reteñida la cúspide escabrosa, no correrá jamás infructuosa por las áridas cuestas de la vida... ¿Buscáis la libertad? Pues de ella en nombre dejad el hierro que fulmina muerte. ¿La opresión pretendéis? [Qué otra más fuerte que los lazos de amor que atan al hombre! ¡Asesinos, atrás! No más vergüenza deis a la Europa, que enojada os mira. ¡Ay del Caín que de su hermano venza! ¡Ay del Abel que en esa lucha expira! Madrid, 1874. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE HECHOS HISTÓRICOS |