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Manuel Gahete Jurado

El sueño de Ícaro

Epílogo de amor

Regreso a los geranios

Arcano

El sueño de Ícaro

Yo vine al mar, al sur, a la intemperie,

a los aires alciónicos y al vino.

Yo vine, carro o astro de mil leguas,

con este roto amor como equipaje.

Yo vine hasta el lugar del sortilegio

desde un fuliginoso mar de alambres

con los labios salobres

y las alas

en rudos desgarrones de coral y vinieblas.

Yo vine al mar, al sur, a la intemperie

_la simpasión de asfalto y nicotina_

eternamente solo,

eterno y solo anclado en el camino.

Yo sólo un cuerpo soy, ésta es mi carne,

haced de mí alimento de los pájaros.

 

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Epílogo de amor

Sobre tu piel renazco. Mi debelada fuerza

ergógena, insistente se vuelve a reclamarte.

Tañes en mis oídos la cántiga más triste.

Mi cuerpo es a tu imagen, átomo de tu cuerpo.

Te reconozco apenas. El beso de tus labios

parece remozarse como una fruta joven

sobre mi piel de invierno. Apenas me conozco,

me reconozco apenas espasmo de tu beso.

Por de volverte intacta tu prístina alegría

yo tronzaría mi vida, la rompería en añicos,

haría de mis ojos sarta para tu cuello.

Y negaría mi nombre si con ello olvidaras

la cicatriz o lágrima que agraz ajó tu vida.

¡Te cambiaría ahora mi vida por tu sueño!

 

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Regreso a los geranios

No concibo tristeza más azul que tu herida

o más rojo un ocaso que tus pechos en sangre.

Tú vendrás algún día para amarme sin prisa

a devolverme el gozo que cuaja los geranios.

Llegarás una tarde, con cardítico acento,

y tal vez ni los pájaros proclamen tu venida,

mas yo sabré enseguida que ha acabado la ausencia

en ese húmedo beso de tu boca que calla.

Tú vendrás. No soy hombre que acepte las derrotas.

Ofrendo el grial o cáliz de esta indócil cruzada

y me bebo la vida y el agua de la vida.

Tú vendrás, _lo presiento_ como agujas de lluvia,

sin himnos ni palabras, clavada, anclada, undosa,

a esta segunda muerte que parece tan bella.

 

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Arcano

¿Por qué huyes, muchacha, desangrada en la arena,

carne algente, viragua herida y perseguida?

¿Qué temes, quién profana tus pájaros si sueñas,

quién clava en tu cintura doce espinas de plata?

¿Por qué dudas, muchacha, amadora del tiempo,

malévola libélula, perdido y recobrado?

¿Cuál es la causa _dime_ de esos iris en agua

por qué te agitas trémula, cada vez que te nombro?

¡Si no sé porque bulle el bando de picazas

sobre tus labios siempre silentes y ateridos,

por qué tus ojos crecen en lluvia y en libélulas,

no sabré tu tristeza ni el ala de tu angustia

ni la dura sorpresa del negro de tu noche!

Nunca sabré el arcano del miedo que te incendia.

 

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