Manuel Mantero

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Es una confesión...

Condenación del poema

A Mallarmé

Ultimatum

En lo alto

Es una confesión

y un propósito. Digo

que hay una intención nueva

en cada verso mío.

Hierro, Leopoldo, Otero,

Celaya, Crémer, hinco

mi lanza en vuestra sombra,

bebo coraje y tiro

por la calle de en medio

dando vivas y brincos.

Os sonríe la patria,

eterna, y yo os sonrío

por valientes, por libres

y por hijos legítimos.

Con vuestras marchas fúnebres

preparasteis los himnos.

Ya los muertos, sembrados

a la fuerza, han salido

de la tierra, en trigales

y flores convertidos.

Con vosotros estamos

en deuda. Pero digo

que mi generación

tiene un signo distinto

CONDENACIÓN DEL POEMA

El poema mataba a la poesía

con su opresión,

Su límite,

Su forja.

Dentro del verso el aire se volvió

irrespirable como un cuervo muerto

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A MALLARMÉ

En el jarrón de porcelana, lloran

su prematura senectud las rosas.

El papel, blanco está.

Todo es ausencia,

Impotencia del ser.

Mira el poeta

por la ventana.

Nada le concierne,

Ni luz de sol ni lejanía verde.

¡Oh anulado, extinguido!

Nada.

Lloran

su mutilada juventud las rosas.

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ULTIMATUM

Aquella tarde supo la fatal noticia.
El médico,
con la mano solidaria, lo retuvo
del brazo unos segundos en la puerta.
Ya en su casa,
explicó lo irremediable de su mal,
el justo plazo que le quedaba de vivir.
Dijo adiós a los suyos
y fue a cumplir el caro débito,
fugaz caudillo de su tiempo único.
Fue a la playa
donde una noche caminó sin rumbo
loco de paz y música
hasta encontrar su verso y su futuro,
y depositó en la arena el viejo lápiz
con el que quiso desvelar el mundo.
Ante aquel portal de aquella casa,
allí besó por ve primera y pudo
abrir en brillos una ardida carne,
sonrió, e introdujo
su libro más amado (de Bécquer)
en el interior del portal.
Luego,
escribió sobre el muro
de un antro
dos nombres juntos,
el suyo y el de aquella prostituta
que hizo cielo del suelo, amor del uso.
Con esto,
regresó a los suyos,
y esperó el último acto
con el débito cumplido.

Oye latir la sangre general de la calle,
abandona la mesa donde comes,
trepa por las columnas al tejado,
aráñate, hazte niño como entonces,
mira a lo lejos cuando estés arriba,
asume el horizonte.
Con el aire de todos
llénate los pulmones.
Alguien, que vive dentro
de la muerte del hombre,
quedará abajo. Inútil, mudo, pálido,
dentro de su refugio.

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EN LO ALTO

 La ninfa ha despertado.
Desnuda, no me teme.
Cansada está de tanto andar en sueños.
La hierba la sostiene como a cáliz tendido.
Vierte la fuente un agua confiada
en donde beben los que duran.
Ciervos rondan, perdices sobrevuelan.

Digo en voz baja mi deseo
y ella: “No. Volverás a mí
cuando aprendas los gestos y palabras
de los dioses.

Vuelve
cuando hayas aprendido a contemplarme.
Ver es humano y contemplar, divino”.

 

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