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Manuel Martínez
de Navarrete

A unos ojos

La  separación de Clorila

Duda amorosa

A unos ojos

 Cuando mis ojos miraron
de tu cielo los dos soles,
vieron tales arreboles
que sin vista se quedaron.
Mas por ciegos no dejaron
de seguir por sus destellos,
por lo que duélete de ellos,
que aunque te causen enojos,
son girasoles mis ojos
de tus ojos soles bellos.

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La separación de Clorila

 Luego que de la noche el negro velo
por la espaciosa selva se ha extendido,
parece que de luto se han vestido
las bellas flores del ameno suelo.

Callan las aves, y con tardo vuelo
cada cual se retira al dulce nido.
¡Qué silencio en el valle se ha esparcido!
Todo suscita un triste desconsuelo.

Sólo del buho se oye el ronco acento;
de la lechuza el eco quebrantado,
y el medroso ladrar del can hambriento.

Queda el mundo en tristeza sepultado,
como mi corazón en el momento
que se aparta Clorila de mi lado.

 

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Duda amorosa

Si por una cosa rara
dos corazones tuviera,
en uno Filis entrara,
en otro a Doris pusiera,
y allí a las dos contentara.
Pero si uno solo tengo
no podré darlo a ninguna,
porque luego me detengo
en que si le doy a una
al rigor de la otra vengo.
Darlo a las dos es buscar,
si se examina despacio,
guerra en que siempre han de estar;
porque en un solo palacio
dos no pueden gobernar.
Qué hacer en tal confusión
no alcanzó; mas si supiera,
que no había de haber cuestión,
sin duda a cada una diera
la mitad del corazón.
Así una vez discurría,
y amor, que en mi pecho estaba,
en lo interior me decía
que si a dos darlo pensaba,
a ninguna lo daría.
Que es la ley la más oportuna,
aunque de un tan ciego dios,
que se quiera sólo a una;
porque aquel que quiere a dos
no quiere bien a ninguna.
Luego el corazón lo di
a Doris; y mal pagado,
al punto me arrepentí,
de que no lo hubiera dado
a Filis. ¡Triste de mí!

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