5 SEPTIEMBRE 1492
El silencioso Teide descendía
a la espumosa costa, larga rueda
la orilla de la playa blandamente.
El palmeral en llamas: Torre, lengua.
La barraca da al mar, silente nave
levanta la ventana de la lejanía,
el viento calmo, a franjas, racheado
remonta la bahía, que florece
desmoronada cal quema la cumbre,
el humo que lentísimo voltea
en el patio, la puerca gruñe rosa,
la manzana labrada por el suelo,
las gallinas escarban la terraza,
vuelan alto, detrás la balaustrada.
Aguada que se cumple, cuánto sitia
el estrellado día proceloso,
tiene delante la llanura inmensa,
desalojadas todas las distancias
feraz habitación, la mula sube,
flotan los muebles, silla que se aleja.
El oleaje cuece, arrastraría
nocturna luz el cielo solamente
agrandada la casa, el otro lado,
por debajo, detrás, en el abismo
comienza a verse desde entonces
a quién pertenecía la luz mía.
La lámpara que rueda en mí, tan torpe,
también alumbra lo desconocido.
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