Ídolo falso que el mortal adora y que insensato te erigió un altar, por quien el hombre su miseria llora, de quien recibe sólo un gran pesar. Jamas canté‚ tus triunfos, niño ciego; no herirme pudo tu temible arpón; de tus saetas, de tu ardiente fuego,
conservo ileso y libre el corazón. regando en ellas llanto de dolor, de engaños mil que tu deidad respira, con que penas sin fin causas traidor. Mi puro labio de tu copa impía jamas gustó la emponzoñada miel, que al brindar viertes con sagaz falsía muerte, veneno y amargura y hiel. Nunca mi oído se inclinó a tu acento; siempre tu halago lo creí falaz. Mi alma inocente no perdió un momento su dulce calma, su tranquila paz. Nunca cantar, tirano, tu victoria ni tributarte vil adoración es mi laurel, mi orgullo, dicha y gloria y el más grato placer del corazón. Si mi mejilla en llanto se humedece y si en el corazón hay amargor, si en la angustia, la dolencia crece, no es del acíbar de tu copa, amor. ¡No te conozco, y de esto me glorío! Tu nombre odioso escucho con horror, y al ver que causas males mil, impío, te dice el labio: Maldición, amor! Sé que interés te vence, abate, humilla; sé que los celos te dan gran temor; sé que el mortal te inclina la rodilla. ¡Yo te desprecio y te maldigo, amor! |
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Aquí reposa
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¡Todo es noche, noche oscura! |
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