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María Beneyto

La huida

El día que será

Nocturno de la cárcel de mujeres

Almendros y romero en flor

La huida

Ya tengo frío, se acabó. Hay que irse.

Los pies se me entumecen, la alegría

se acongoja, y hay pájaros pequeños

que desean crecer allá en mi bosque.

Adiós. No te preocupes, que me llevo

la manta a cuadros y esa alfombra roja

que permite volar a la tristeza.

Irse es fácil. (Lo cierto es que me alejo

porque llega el olor de los pantanos

hasta aquí. Y el frío, ese gris frío,

es hielo que me insulta a voces). Salgo

a la intemperie y ¿ves? no está tan fría

como el gesto cobarde de los muertos

que ignoran que lo son. Déjame, —suelta

las amarras, por Dios— déjame irme

a mis distancias, a mi aire. Juro

que me iré muy despacio y muy tranquila,

toda silencio, y sin pisada apenas

que pueda molestar a eso escondido

que se pudre y se queda congelado

en su propio terror. Me aleja el frío

y el hedor de la sangre que no cesa

de procrearse en lodazal. Te dejo

lo poco que me queda. Ata al perro,

y evita que me vea ir mañana,

que he de salir temprano. Cara al día.

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El día que será

Ya no importa saberlo. Será el día

del arco iris cómplice del agua

que llore demasiado por los muertos,

y habrá quizás en el ambiente estigmas

de señalada indecisión, palomas

que endulzarán la luz, gaviotas grises

salobres de renuncia y de recuerdo

y golondrinas, golondrinas blancas...

Hasta vendrán las olas más rebeldes

llenas de pez disuelto, a verte quieta

y a dejarte la brisa en vez del viento

sobre la piel, con terquedad amorosa.

Un día como tantos. De la huida

tan sólo quedará aquella palabra

que seguirá secreta, intraducible,

y, cada vez que vuelva el arco iris,

vendrás —roja, amarilla, azul y verde—

a pretender decirla.

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NOCTURNO DE LA CÁRCEL DE MUJERES

Sueñas con hijos. Pasan

los ríos caudalosos de la sangre

ahogando nonatas criaturas.

(Cada año más, les asesina un hijo)

Sueñan con las navajas,

con el veneno y el disparo cierto:

un lago de ternura intemperante,

un alarido de silencio en sombra.

Duermen la vida. Sueñan

al hombre de la herida en la garganta,

al de la turbia boca del pecado,

al que llega a la altura del olvido.

Fuego enjaulado. Fiebre.

Suspiran como fieras en lo oscuro,

fieras de amor bajo la noche libre

de repetidos sueños en oasis...

No, no hay ya pluma de ángel.

Ni hay siquiera plumón desteñido

de ave tibia, estrellándose rebelde

en vuelo inútil, loco, de aire ciego.

Está en la verja y grita

un monstruoso pájaro sin alas,

cuando la primavera acerca abrazos

a la alambrada yerma de rosales...

Y esta noche florida,

algunas cantan con lejanas voces

(voces de niña hondas), recobradas

para el camino amigo de la muerte.

Las hay que sólo mecen

una idiotez de risas procacísima,

un relincho fatídico y grotesco,

una mirada vívida de ofidio.

Otras llueven cansancios

en llamas que anticipan la ceniza,

destruyéndose ya, y aún soñando,

amando aún, y envejeciendo siglos...

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ALMENDROS Y ROMERO EN FLOR

I

La isla de los pinos se ve apenas

entre almendros. ¿Qué ensueño la visita?

Amantes espectrales se dan cita

entre ramos de aroma y luces plenas.

Allí, silentes fueron y serenas

nostalgias que la ausencia facilita

cuando el amor se niega, cuando quita

corazón a la voz, sangre a las venas.

Entre almendros se pierde. (Adiós, te quiero,

en la arboleda, en ti, mi nombre olvido,

que de alma y de nombre me aligero.)

Para el recuerdo, amor, sólo te pido

a aquella luz sin esperanza, el fiero

gritar de tus silencios en mi oído.

II

Hay una desnortada golondrina

que sale del verano, y en viciosa

y extraña curva elíptica, desposa

al cielo que recubre la colina.

Viene el calor gritando en la bocina

del hibiscus rojísimo, y le acosa

su perfección impúdica a la rosa,

cuando del lado erótico se inclina.

Otoñea el verano, y yo te pienso

lejano, en tus almendros, almendrado,

donde la paz se me quedó en suspenso.

Por lo que tú me diste y yo te he dado,

nos de el campo y la luz, todo su intenso

corazón, en almendra concentrado.

III

Porque no sé decir amor, espero

que tu perdón me alcance, me detenga,

y que de tus mejores nubes venga

la gota amiga, nunca el aguacero.

He ido al monte y encontré romero.

Que en él mi savia crezca, y que sostenga

el aria, el salmo, la canción, la arenga

de sol, cuando a la sombra me interfiero.

Si el amor verdadero está en el monte,

con todo romeral que exista, arrasa,

y que así el corazón la paz afronte.

Y si es el desamor eso que pasa

clavando su puñal al horizonte,

 

venga el romero para siempre a casa.

 

 

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