Augusto
Martínez
Olmedilla

 

 

 

 

 

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La panacea

Gloria por la gloria

 

 

 

 

 

     LA PANACEA

    Entre las dos enfermeras más forzudas la sacaron a la galería, inundada de sol, en un desbordamiento de exubrancia primaveral. Estaba muy débil, de resultas de a operación cruenta, que la tuvo en trance de morir, y que no puso término, al parecer, a la dolencia implacable. Por vez primera, después de tres semanas, abandonaba el lecho. Era como una resurrección su entrada en la galería, al través de cuyas vidrieras veíase el jardín, lleno de almendros en flor, oloroso a vida; donde piaban los verderones y tejían vuelos caprichosos las inquietas mariposas.

     Don Andrés, el médico, que salía de la sala de operacioes, se detuvo al pasar, diciendo con su rudeza cariñosa:

    _¿Qué tal vamos?

 Las mejillas de la enferma se colorearon tenuemente.

_Algo mejor; muchas gracias.

   _Claro está que mejor. Parece usted otra. No dábamos dos cuartos por su vida.

   _Es verdad, sí, señor: estuve muy mala.

   _Pues cuidarse, y nada de imprudencias. Y, sobre todo que no se salga de la úlcera la capsulita que colocamos en ella. Eso es la salvación. A eso le debe usted la vida. 

   _ , señor; no se saldrá, por la cuenta que me tiene.

 Alejóse don Andrés hacia la puerta, con sus grandes zancadas características. Una asilada, convaleciente ya de su padecimiento, se aproximó al sillón.

   _Es un santo don Andrés, ¿verdad? _dijo.

   _Sí, señora. Conmigo estuvo algo desacertado al principio; pero, gracias al interés que se tomó luego, he podido salir adelante. Como que si no es por este aparato que me puso, no lo cuento. Por instantes me siento renacer. Siguiendo así, dentro de tres o cuatro semanas, a la calle.

  _¿Supo usted ya de su familia?

  _No, señora; eso es lo malo. Mi familia es mi hijo, mi Julián; y no viene, ni me escribe, ni nada.

_ Ya vendrá; a lo mejor, los hombres están en sus cosas, en su trabajo ...

  _ Llevo aquí tres semanas; ha podido venir un jueves.

  _Como no es más que un día ... Si a mano viene, se le

habrá hecho tarde ...

_Me hubiera escrito. No, señora, no hay que hacerse ilusiones. Es que se ha olvidado de mí. No es que sea malo; pero los pocos años, los amigos ... Y luego, que los hijos no son para nosotras lo que nosotras para ellos. Con mi enfermedad estaba muy harto; ¿qué culpa tenía yo, pobre de mí? .. Ni se acuerda de que tal madre tiene .

  _Pero, señora, también es gana de mortificarse . .

  Hoy es jueves; acaso hoy mismo ...

  _¡Ay! No, señora. El corazón me dice que no.

  _Pues, a veces, el corazón se equivoca. Y si no, mire usted hacia la puerta ...

Al final de la galería la celadora hablaba con un jo­ven, señalándole la dirección de la enferma.

  _¡Ay, Dios mío! Si es Julián, mi Julián ...

  _ ¿Lo ve usted? ¿Se convence usted de que es una tonta?

Acercábase Julián, muy jaquetón, pisando fuerte; pelliza flamante, pantalón abotinado , botas charoladas, gorrilla de visera. Abrazó a la enferma, que se le colgó del cuello con más bríos de los que se hubieran esperado de su aparente debilidad.

   _Pero, madre, no es usted nadie apretando ...

   _¡Ay, Julián, tú no sabes que me da la vida el verte!. .. Llorando estaba porque no venías ...

  Hubo explicaciones: mucho trabajo; el maestro que e ponía tonto ...

   _ ¿ Y escribir? ¿Por qué no me has escrito?

   _¡Usté verá! Las ganas que va uno a tener cuando llega con el cansancio de todo el día. Era mejor venir; pero luego, en el momento preciso, alguna pejiguera ... Hasta que hoy me dije: así se hunda el mundo ...

  Hablaba en tono protector, escuchándose, convencido de la alta honra que dispensaba a su madre, cuyo rostro resplandecía de contento.

  _Pues, como te digo, ahora voy mejorando. Estuve muy malita, no te creas. Pero desde que don Andrés me puso esto, como mano de santo. ¡Chico! Dicen que vale 5.000 duros ...

   _¿El qué?

   _Esto que llevo en la úlcera.

   Sonrió Julián, incrédulo. _¡Cinco mil duros!

   _Lo que oyes. Una cosa de un nombre muy raro ... No sé qué de radios ... Julián se puso serio.

   _¿Radios? Será radium.

   _Eso es. ¿Tú sabes qué es eso?

   _ He leído algo en los periódicos ... ¿Y dice usted que  lo lleva en la llaga?

   _Sí. y desde entonces mejoro por momentos. Como que de aquí a diez o doce días ...

   Los ojos de Julián relampagueaban.

   _Oiga usté, madre, menuda ocasión ...

   _¿Para qué?

   _Si me diera usté eso ...

   _¿El qué?

   _Eso que lleva en la herida ... El radium ...

   _¿Para qué?

   _ ¡Torma! Para ser felices. ¿Quién nos tosía a nosotros con 5.000 duros? ..

 _¡Calla, Julián: Ni sé cómo piensas eso. Y menos, cómo lo dices.

   _Pues porque se me ocurre. Está usté muy anticuada, madre. Hay que vivir lo mejor que se pueda. Así como así nunca sale uno de azotes y galeras ...  _Además, si esto es mi salud, mi vida ...

   _ Esperábamos a que estuviese usté mejor. Por supuesto, que acaso pudiéramos ahora.

 Hubo una pausa. Julián miró en torno suyo. Nadie en la galería. A un extremo cruzaba la blanca toca de una hermana de la Caridad, como ave sagrada de un rito sublime.

   _A ver, enséñeme usté eso.

   _Pero, Julián ...

   _¡Ea! Venga ya ...

Obedeció la madre, y extrajo del pecho la panacea, incrustada en la úlcera maligna. Era una pequeña ampolla de platino, con un vástago del mismo metal, como asidero.

   _ Ya ves tú, qué cosa más pequeña ...

Julián observaba cuidadosamente el objeto, al parecer trivial, que valía una fortuna.

_ Esto es muy fácil... En el taller hacemos cosas por el estilo. Se abre, se saca lo de dentro y se cierra después con el soplete ...

  _Eso; y a mí que me parta un rayo.

  _No sea usté tonta. Verá usté. Yo me lo llevo ahora ...

  _ ¡Julián, por Dios!

  _Cállese usté. Esta noche tengo que ir al taller. Saco un poquito de radium, no todo, para que no lo noten, y para que usté se cure. Tardará unos días más, pero eso no importa. Y cuando salga usté del hospital tendremos nuestra casita, en los altos de Amaniel, con un corral lleno de gallinas y de palomas, para que usté las cuide. ¿Qué tal?

  _¿Por Dios, hijo, no sé qué decirte!

  _Que le parece todo muy requetebién. Mañana, a primera hora, le envío la cápsula con el señor Felipe, el practicante, que come en la taberna de al lado. Para que no se enteren vendrá dentro de un panecillo. Se la vuelve usté a colocar, y aquí no ha pasado nada. Y, sobre todo, ni una palabra a nadie. ¿Quedamos en ello?

 

    Muy de mañana, el señor Felipe trajo un envoltorio a la enferma, de parte de su hijo. Reintegróse la cápsula al pecho lacerado. Nadie había advertido nada. En cuanto se pusiese buena del todo ... Claro que "aquello" no estaba bien; pero Julián lo había querido, y además se trataba de la felicidad de los dos ... ¡Oh! Cuando estuviese ella en su casita, echando de comer a las palomas...

    Pasaron días sin que volviera el chico por el hospital. Esto era lógico, para rehuir posibles sospechas. Pero tampoco escribía, lo cual no encerraba peligro alguno ... Tornó a estar triste, pesimista. Además, la dolencia, lejos de mejorar, estacionose, para retroceder a poco visiblemente. Don Andrés fruncía el ceño al observarla.

    _Es extraño, muy extraño; tan bien como iba esto ... Un día la preguntó bruscamente:

    _ ¿No habrá usted hecho ningún disparate? ¿Ha sacado usted de su sitio la cápsula de platino?

    Tuvo energía suficiente para fingir sorpresa.

     _¿Yo? No, señor; ¿para qué?

    _ Vamos a verlo.

  Extrajo por sí mismo la cápsula, y la examinó detenidamente. No presentaba señales de fractura, ni de la menor violencia. Además, ¿cómo hubiese podido abrirla aquella mujer, sin herramientas a propósito?

   _Pues no lo entiendo.

 Quedó la enferma pensativa. Seguramente a Julián se le fue la mano y tomó más cantidad de la que habían convenido. ¿Y si lo hubiese tomado todo? Rechazó la suposición. Sabía él que esto era matarla. Y, sin embargo, al haber perdido la panacea su eficacia totalmente ...

    Le escribió. Todos los días aguardaba la respuesta. "Hoy tendré carta." Por miedo a despertar sospechas, no preguntaba al señor Felipe. Pero, al fin, se decidió. Y el interpelado fue explícito.

  _¿Que si veo a Julián? Casi todos los días. Este puro me dio anteanoche. ¡Cualquiera le conoce ahora, con el postín que se ha echado! Dicen si le tocó la lotería ....

  No quiso saber más. ¿Para qué? Robó todo el radium, y con su producto se divertía en grande. ¡Y en tanto, ella, muriéndose a chorros! Pensó confesárselo a don Andrés, para que la pusieran otra cápsula en sustitución de la inútil... Para ello tenía que denunciar al ladrón, perderlo para siempre ... No. Después de todo, sin su cariño, la vida carecía de objeto ...

 No volvió a proferir una queja. Abstúvose de salir más a la galería. Los enormes progresos del mal y el decaimiento de su ánimo la hicieron guardar cama. Se sentía morir por instantes. Avisó a Juliá

n, por conducto del señor Felipe: "Dígale usted que quiero despedirme de él; que venga un momento." El señor Felipe dio el recado, pero Julián no llegaba. "¿Por qué no querrá venir, si yo le perdono? Tal vez mañana ... "

 Hasta el día de su muerte le esperó. En vano. Y el terrible secreto se fue con ella a la tumba.

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     En la baraúnda del teatro por dentro Cecilia no ·sabía orientarse. Ella conservaba muy vagamente, como envuelto en una bruma, el recuerdo de sus tímidas andanzas por aquel antro diez años atrás. Los cuartos de las artistas estaban entonces... Pero ¿a qué cavilar en vano? Era mejor guntar a cualquiera.

    _¿Me hace el favor? ¿El cameríno de signora Marini?

     El tramoyista exclamó bruscamente:

     _Pregunte al conserje. Yo tengo bastancon lo mío.

     Dudó si desistir. Sentíase empequeñecída y acobardada en aquel ambiente, tan exótico ya para ella. Una figuranta, rezagada del grupo de sus compañeras, aproximábase. Repitió la pregunta con éxito:

     _¿La signora Marini?

     _La primera puerta de aquel pasillo. ¡Oh! No es fácil confundirse. El teatro está entrando a felicítarla. ..

     Era verdad. El triunfo de la Marini había sido colosal, unánime. Se la aplaudió frenécamente, no sólo por gran artista, sino también por compatriota. Los abonanados,  los críticos, los prohombres de la farándula social, desfilaban, por entre los trebejos de la farándula escénica, en dirección al camerino de Antonieta Marini (Antonia Marín en los libros del Registro civil correspondiente)      Cecilia, como todos, siguió el pasillo. A la puerta del cuarto se detuvo: ¡había allí tanta gente! Entre el zumbido de la colmena aduladora emergía la risa de Antonieta y su voz de plata contestando a las lisonjas:

      ¡Por Dios! Son ustedes exageradamente amables ... Hice lo que pude, lo que sé, que no es mucho ...

     Súbito. al mirar hacia la puerta, vio a Cecilia. Un rayo de alegría rafagueó en sus ojos. Salió en busca de la tímida visitante.

      _¡Cecilia!. .. ¿Eres tú? .. Entra por esa puerta inmediata y espérame. .. Soy contigo al momento.           .

      Luego, mundana, siempre sonriente, despidió a todos.

    _Señores, perdonadme: he de vestinme para el último acto...

   Les brindaba las manos enjoyadas, que ellos besaban, desfilando. Para cada cual tenía Antonieta una frase oportuna. Muchas veces intercalaba palabras italianas por la. fuerza de. la costumbre:

      _ ¡Caro amico!... A  rivederci...

     Libre ya de todos, hizo salir a Cecilia de la estancia inmediata. Conmovidas las dos, se abrazaron.

    _¿Tú por aquí? ¡Qué alegría me das víniendo a verme!

    _Pensaba dejar para mañana, en tu casa, la visita. No he tenido paciencia. Mi marido no quería acompañarme; le convencí para que me dejase venir sola. Deseaba cuanto antes verte, felicitarte. ¡Qué hermoso triunfo el tuyo! ¡Con qué brillantez has realizado nuestros sueños de gloria!

    _¡Bah! No hablemos de eso. He batallado mucho. y he vencido al fin. Lo mismo hubieras hecho tú. si insistes. Condiciones tenías para ello. Te faltó perseverancia.

    _Me faltó valor. Yo era pobre; la lucha por el arte exige una tenacidad que, en mi situación, tenía que estar rodeada de privaciones, de amarguras... Hubo un hombre que se cruzó en mi camino; me ofrecía una existencia tranquila. desahogada, sin exigirme, a cambio, más que el olvido de mis anhelos artísticos, la renuncia de mis ambiciones de gloria...Acepté el trueque... No sé si hice bien o hice mal.

     _Hiciste bien. Sobre todo si eres feliz.

     _Sí...lo soy... Claro que de una manera muy distinta de cómo había soñado serlo...Vivir obscurecida, entre cuatro paredes, quien imaginó recorrer el mundo entre aclamaciones. ¡Oh! Al principio me rebelalaba cntra lo  que yo creía injusticia y crueldad de mi marido... Luego me acostumbré . Hoy...mi casa y mis hijos constituyen mis preocupaciones. Si recuerdo todo esto es  porque te veo, y me parece que renace el pasado dormido, más bien muerto, desde hace diez años... ¡Diez años!...Pero hablemos de ti. No he de preguntarte si eres dichosa. ¿Quién no lo sería en tu caso?

     Hubo una pausa cruel. La faz de Antonieta Marini. sonriente momentos antes, se ensobreció.

     _¿Será posible? ¿No eres feliz, Antonia?

     _ No, no lo soy. Si la felicidad estribase sólo en el aplauso público, nadie más dichosa que yo, es cierto. Pero esto no constituye más que un aspecto de la vida... tienes un hogar; yo, no.

     _Pudieras tenerlo; no es incompatible con  el arte.

     _Para mí lo ha sido. Hace seis años, ya en pleno triunfo, me casé. Mi marido, un noble polaco, de tan alta prosapia como rastrera condición, me asqueó con su conducta desde el primer día. Era un tahur, un degradado... Pocos meses después de la boda nos separamos, tras un divorcio ruidosísimo. Me quedó una niña, consuelo de penas... El infame logró arrebatármela legalmente. Lejos de mí se cría, sin mi cariño, aprendiendo, tal vez, a odiarme... Ya ves si puedo ser feliz, a pesar de las apariencias...

   Una voz estridente resonó a través de la puerta:

    Preparada, signora Marini!

to     Antonia secó sus lágrimas y se puso en pie con sobresalto.

       _¡Dios mío! Me distraje, y aun no estoy vestida ... ¿Tú ves? El cetro del arte tiraniza con su pesadumbre. Vivimos esclavizados por el público, que nos aherroja con apariencías de todo lo contrario... Y luego, las mil zozobras del artista, siempre temeroso de perder la gracia de su amo y señor!... Hoy he gustado, y me aplauden; pero ¿gustaré mañana? ¿En qué momento comenzará la decadencia?... ¡Oh! Créelo: vida de inquietud perenne, en buen hora renunciaste a sus halagos engañosos. Y ahora, adiós, Cecilia; sé feliz; acuérdate de mí alguna vez, y no me envidies nunca...

***

    Junto a la mampara del escenario, Braulio la esperaba impaciente.

     _¡Vaya! Creí qua no salías. Vamos a perder el preludio del tercer acto.

     _Si vieras ... No me encuentro bien...

     _¿Quieres que nos vayamos a casa.

     _Sí...

     Braulio sonrió.

     _Como si lo viera... Has removido rescoldos; las añoranzas te han hecho sufrir.

     _No es eso... Ya te contaré...

     Caminaban a paso ligero.. Cecilia, envuelta en su abrigo, tiritaba.

     _Llevas frío. ¿Estarás enferma?

     _Estoy nerviosa; no me hagas caso. .

   Franqueado el portón de la calle, Cecilia corrió escaleras arriba. Braulio la seguía a distancia con el cerillo que le dió el sereno.

   _Espera, mujer; vas a tropezar subiendo a obscuras ...

   Ya estaba arriba. Llamó; soñolienta, la criada vino a abrir. Precipitose Cecilia en la alcoba donde sus hijos dormían, y los besó, frenética, sollozante. Braulio la reconvino, estupefacto.

   _Pero, mujer, ¿a qué viene eso? ¿No comprendes que los vas a despertar?

  Ella no le oía siquiera. Besaba a los niños sollozando y riendo. ¡Oh! Antonia no podía hacer lo mismo. Gloria por gloria, prefería la suya, humilde, obscura, junto a sus hijos, en un rincón del mundo.

  (TOMADO DEL Nº 34 DE  LA REVISTA LECTURAS DEL AÑO 1924)

 

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