Mauricio Bacarisse

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Psique

El Madrid de las rondas

La tortuga del Catolicismo

¡Qué sabroso sería estar ahora contigo...

Junio

PSIQUE

 ¡Dentro de unas noches te quedarás muerta!
Como las umbelas de los heliotropos
se ajarán tus senos de hermosura yerta,
y no tendré rimas, ni ritmos, ni tropos

 para retratarte dormida en los copos
de tu albo reposo. Huirá tu alma incierta
libre por las crueles tijeras de Átropos.
Aullarán los canes rondando la puerta...

 (La ojera morada cual flor de cantueso
y el nematelminto que nos monda el hueso
después de los besos de la última cita...)

 Y luego un sollozo que oprime mi glotis
y una mariposa color de myosotis
ahogada en la concha del agua bendita

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EL MADRID DE LAS RONDAS

 Hay un Madrid que no tiene ni flores, ni fuentes, ni frondas.
 Un Madrid paria y viudo. Sus acacias orondas
 y sus olmos son muy pobre limosna para sus vías mondas.
 ¡Oh, Madrid de las rondas!

  Madrid de los gasómetros redondos, cual grandes tambores.
 Madrid de las esbeltas humeantes chimeneas.
 Madrid de los obreros denegridos y trabajadores
 y de las hembras feas.

  Madrid de los alegres lavaderos. La carnal materia
 se hacina en vergonzosos absurdos falansterios.
 Madrid compendio de desdicha y hambre. Haz de la miseria
 y de los cementerios.

  ¡Oh, Manzanares, al que motejaba de arroyo aprendiz
 el buen Francisco Gómez de Quevedo y Villegas!
 ¡Ruin y estéril complemento del grato goyesco tapiz
 que ni bañas ni riegas!

  Dehesa de la Arganzuela. Primavera. Luz de esmeraldinas
 praderas como aquellas de Patinir, divinas;
 un manzano en flor contempla en las aguas azules, hialinas,
 sus guedejas albinas.

  Granja del Atanor toda de oro. Otoño dehiscente.
 El follaje desgrana su ambarino abalorio.
 Lleno de hojas-monedas parece el tazón de la fuente
 plato de petitorio.

  Suciedad, senectud. Fragmentos de mil ruinas herrumbrosas
 tiradas en el polvo: la Ronda de Toledo.
 Bajo el sol, juega al cané la canalla con cartas pringosas
 sin zozobra ni miedo.

  Bajo un convento y un Palacio Real la Ronda de Segovia
 se arrodilla sumisa como una pobre novia.
 Allí hay hambre. El hombre como un can aúlla en su hidrofobia.
 La sed social agobia.

  Allí se tuestan bajo el sol las chozas del pobre suburbio.
 Allí están virtualmente la huelga y el disturbio.
 Hierve en el pecho de sus habitantes un odio intenso y turbio.
 ¡Oh, rencor del suburbio!

  Rudos brazos transforman la energía en útil trabajo.
 Negras locomotoras jadean arrastrando
 su gusano de acero y de madera. ¡Hombre del andrajo,
 te redimes sudando!

  Estación de las Pulgas, manufacturas, fábricas rojizas.
 Las arterias fabriles laten con feroz pulso.
 Los enigmas se rompen con volantes, hullas y cenizas,
 con ciencia y con impulso.

  Igual que flautas las máquinas silban. Como contrabajos
 zumban roncas dínamos un sinfónico scherzo.
 Es la gran orquesta de los armoniosos pujantes trabajos.
 ¡Sonata del esfuerzo!

  Tras el tapial de un viejo camposanto se alzan con dolor,
 negros, aciculares, con perfil neto y fuerte,
 los siniestros cipreses que recuerdan al hombre en su labor
 la Miseria y la Muerte.

 Por la siena turbia de los mondos llanos,
sin gritos metálicos, sin voz de tambores,
van las cabalgatas de los soberanos
     Estados Mayores.

Los grises capotes, los cascos bruñidos,
las caras de vieja de los mariscales
gotosos o hepáticos que lanzan gruñidos
     breves y fatales...

Las gafas de oro de los comandantes
cercan los ojuelos verdosos y agudos;
brillan los monóculos de los ayudantes
     que meditan mudos.

Fingen las espuelas luceros de oro
en la noche oscura de las medias botas;
los sables pronuncian un himno sonoro
     de punzantes notas.

Se habla en un idioma de argucias complejas.
Lleva el polinomio el triunfo del fuerte.
Son las ecuaciones como las madejas
     que urdirán la Muerte.

Del rito estratégico las palabras técnicas
-ataques en cuña, marchas envolventes-,
dichas con recuerdos de las Politécnicas
     por los subtenientes...

Europa está herida. Hay sangre y destellos.
Por su inmensa llaga de rojos colores,
como unos gusanos ondulan los bellos
     Estados Mayores.

Son tristes y trágicos. Dicen que son buenos
para dar victorias, tierras y cautivos.
No serán amables, pero por lo menos
     son decorativos.

¿Qué importa el Decálogo ni la razón práctica
si pueden servir de tema a un artista?
Son rosas de luz los sabios en táctica
     para un colorista.

En napoleónicas visiones antiguas
vuelve la epopeya que hace un siglo fue...
¿Por qué reaparecen esas estantiguas
que con una lupa pintó Meissonier?

 

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LA TORTUGA DEL CATOLICISMO

 La cúpula del Escorial, bajo el bautismo
del agresivo sol que irrita, ciega y daña,
es el caparazón de hipocondría y saña
de la inmensa tortuga del catolicismo.

 Tartamudea el esquilón en la espadaña...
Guarda el macizo templo que se agobia a sí mismo
el detestable gusto del jesuitismo
sobre el triste panteón de los reyes de España.

 ... Un inquisitorial esfuerzo de pigricia
de Felipe y de Herrera. La fe que ajusticia
le ha dado al Monasterio color de ictericia.
 ¡Siniestro galápago, grave, ocre y moroso,
simbolizas la fuerza estéril del coloso
que al encontrarse feo se torna bilioso

 

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JUNIO

Bajo el cangrejo de estrellas se extasiarán las llanuras!
Hacen fecundas promesas a las campiñas los soles;
en los sidéreos trigales lucen espigas maduras
y en el agro hay una roja constelación de ababoles.

  El guadañil que hace siega en matemáticas puras,
como Copérnico o Newton igual que dos girasoles
dirigirá sus pupilas hacia algebraicas lecturas
en los cielos recamados que giran cual facistoles.

  Todo el misterio de Eleusis ondula en los amarillos
campos humildes al son de albogues y caramillos;
modulaciones gozosas de un hierofante jocundo.

  Una oración balbucean los tartamudos cuclillos
y anaxagóricamente la glosan múltiples grillos...
¡Pasa un deleite de ciencia por la vagina del mundo!

 

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¡Qué sabroso sería estar ahora contigo,

disfrutar tu cariño o recibir tus cartas

en una ausencia leal!... Sentada ante el postigo

del recuerdo, contando las cuentas de las sartas

de aquellas gargantillas que el buhonero amigo,

ciego, niño, inmortal, de mejillas carihartas,

regaló a un galán bobo y a una tonta del higo.

¡Cuida de las pulseras, nenita, no las partas,

por que es lo que nos une aún en este momento

en que, - ya desgranado o interrumpido el cuento

que sin contar con nadie, casi sin darnos cuenta

vivimos -¡oh, la vida, toda prestigios y timbres¡)

lamentamos no haber trazado con los mimbres

del río una cunita inquieta, leve, lenta.

 

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