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Melchor de Palau

Geografía amorosa

En clase

Las plantas insectívoras

A la locomotora

 

 

 

 

 

Geografía amorosa

Dos partes tiene el mundo, según cuento,
dos partes nada más;
una donde estás tú, mi dulce aliento,
otra donde no estás
.

 

 

 

 

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En clase

 Dando vueltas al globo de los mundos,
asombrado un
alumno así exclamaba
«en torno a tan pequeños continentes:
¡cuánta agua!»;
mientras yo, por las penas abrumado,
murmuraba inconsciente estas palabras
en torno a escasas dichas de la tierra:
«¡cuánta lágrima!»

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Las plantas insectívoras
Aun cuando es gigantesca la Natura,
a paso de gigante no camina;
desde la sombra oscura
al sol, que los espacios ilumina;
desde la ingente mole de granito,
al aire, que en su falda juguetea; 
desde el cristal de roca al aerolito;
del caos a la idea;
desde la esponja al ruiseñor alado;
¡cuántas imperceptibles transiciones,
cuántos y cuán variados eslabones
la cadena sin fin de lo creado!
¡Quién a marcar se atreve
la línea divisoria
entre el ser y el no ser, si el polvo leve
recibe, en la mortuoria
morada, nueva forma transitoria,
y así la tumba aleve,
que a mentido reposo nos convida,
es semillero de fecunda vida!
¡Quién dirá con fijeza,
al contemplar el iris franjeado,
donde un color acaba y otro empieza!
¡a qué mortal es dado
señalar el momento
cuando, transformación maravillosa,
la crisálida pasa a mariposa!
¡De qué se ufana la moderna Ciencia
si precisar no sabe
la grande o la pequeña diferencia
entre el bruto y el ave!
Desde el son al silencio hay el murmullo;
entre la yema y el abierto broche,
el virginal capullo;
entre el día y la noche,
la lumbre del crepúsculo indecisa;
entre el gozo y el llanto la sonrisa,
y, de mi tesis en potente ayuda,
entre la fe, que arroba y extasía,
y la temosa negación impía
existe la penumbra de la duda.
Estas cavilaciones y otras tantas
a mi mente acudieron,
el primer día que mis ojos vieron
insectívoras plantas.
Era una tarde de apacible Mayo;
atmósfera de amor se respiraba,
y un espléndido sol amamantaba
la hermosa tierra con fecundo rayo.
Después de larga libación de flores,
y de admirar su gama de colores,
una infeliz abeja,
cuando el sol trasponía los alcores,
en la planta voraz caer se deja.
Como pequeñas trompas de elefante,
como de un pulpo los mucosos brazos,
se alzaron sus tentáculos dormidos,
y al insecto apresaron en ceñidos
inextricables lazos.
¡Quién te dijera, zumbadora abeja,
encanto del vergel,
que, cerca de tu fábrica de miel,
habías de tener tras dura reja,
en cárcel natural muerte cruel.
Quizá buscabas cariñoso amante,
que te ofreciera sus nectáreos dones;
y hallaste, ¡pobre insecto agonizante!
un vegetal estómago anhelante,
que ejercitó sus gástricas funciones.
Natura, de tres moldes poseedora,
en que fundir el átomo errabundo;
que ceba, al despuntar la clara aurora,
de de rosa el gusanillo inmundo;
que ha convertido en piedra
los saurios colosales;
que nutre de aire la lasciva yedra;
te ha destinado a pasto de una planta,
donde quizá halle jugo sustentoso
el pajarillo que en la selva canta.
La fábula de Dafne me recuerdas,
en lauro convertida;
hoy es forzoso que tu vida pierdas
y otro ser tome el ser que en ti se anida.
Tú, que del seno de las gayas flores
extraes con afán la blanda cera,
que, en el ara sagrada,
foco de luz, de incienso perfumada,
evoca la plegaria que redime;
o extendida en fonógrafo inconsciente,
donde la voz se imprime,
los sones remedando,
las flores en palabras vas cambiando;
hoy tu existencia exhalas
para alimento de una planta ignota,
la trama de tu vida ha sido rota,
hojas serán tus palpitantes alas.
¿Volverás a nacer? ¿Lucirá un día
en que surques de nuevo el firmamento,
águila real de esbelta gallardía,
o ruiseñor de melodioso acento?
¿Serás un grano de la espiga de oro?
¿Pez de escamas de plata
que desaova en el raudal sonoro?
¿Libélula gentil que el lago besa,
en donde su hermosura se retrata?
¿Molécula de nube caprichosa?
¿Célula, en el cerebro de los sabios?
¿Chispa de luz en matutina estrella;
o esperarás en labios de doncella
el amoroso beso de otros labios?
¡Quién cree en el no ser! La mente humana
no resiste a tamaña desventura;
y en esta baja cárcel ya se afana
en conquistar la vida que perdura.
Si tiene la materia su mañana;
si eternamente flota
y al través de los tiempos se transmuda,
será del alma la existencia ignota
de condición más miserable y ruda?
¡Verdad por cierto rara
do la mente se abisma;
que lacten pechos yertos lo que nace
y que los seres por fatal enlace
tengan la muerte misma,
que tan sensiblemente los separa!
Vendrá mañana el balador cordero
y, con diente aguzado,
para un día vivir, tronchará fiero
la planta que a morir te ha condenado.
Que en la larga cadena de los seres
cuya íntima estructura
es y será al mortal desconocida,
alterna sabiamente la Natura
un eslabón de muerte, otro de vida.

 

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A la locomotora
Watt, Stéphenson, Crámpton, yo os conjuro;
enpremio a vuestro infatigable anhelo,
dejad un punto el inmortal seguro,
pisad de nuevo la región del suelo;
y, al contemplar con ávida mirada,
de metálicas venas
su faz rugosa, por doquier surcada,
gozaréis mayor dicha que en el cielo.
La que sembrasteis válida semilla
no se aventó cual parva de las eras,
en hoya vino a germinar profunda;
hoy es árbol que brota a maravilla,
y que, como las líbicas palmeras,
al través de los aires se fecunda.
Esa serpiente férrea y anillosa,
que en la cabeza el corazón ostenta;
que, inquieta y animosa,
en su carrera al huracán afrenta,
impávida como él, como él ruidosa,
de vuestra mente es singular hechura:
hipógrifo sin alas,
viene a mostraros sus crecientes galas,
su espléndido poder y su bravura.
¡Quién os dijera en los aciagos años
de sórdida miseria,
cuando bebíais hiel de desengaños,
vuestro genio al luchar con vil materia,
que aquel rudo naciente mecanismo,
objeto de irrisión y de sarcasmo,
ya en vuestro siglo mismo,
en que hasta hay luces que proyectan sombra,
despertara en el vulgo intenso pasmo
y del hombre de ciencia el entusiasmo!
al como el padre que en la cuna deja
el vástago infeliz, y a extraño clima,
para labrar su porvenir se aleja,
al regresar, con gozo
por haber dado a su proyecto cima,
contempla al niño convertido en mozo,
y duda breve instante,
al ver las sombras del negruzco bozo,
si es aquel hombre el que dejara infante;
así miráis con lógica extrañeza
a la que os debe fulgurante vida;
su, en apariencia, indómita fiereza,
la efusión grata del amor no impida;
vuestra es la savia que en su seno anida
y son vuestras su gloria y su grandeza.
Miradla con placer, con noble orgullo,
ved cual su pecho jubiloso late,
ved cual relincha en gárrulo murmullo,
como corcel ganoso de combate.
No la atajan altísimas fronteras,
que, a contracurso remontando el río,
el silboso Pirene, el Alpe frío,
atraviesa en urdidas madrigueras.
Pasa sobre los polders de la Holanda,
como sobre las aguas del diluvio;
se enfría de la nieve en los cristales;
se caldea en los rojos arenales;
por entre abismos pedregosos anda,
y a las bocas se asoma del Vesubio.
Recorre audaz la cordillera enhiesta;
esquiva la corriente submarina,
bajo el piélago abriendo
impermeable mina;
elude la vorágine funesta
sobre tornátil puente que rechina;
se solaza en la plácida floresta,
y en la falda del monte se reclina.
Vedla el túnel dejar de corvo techo,
oculta en vaporosas espirales,
cual virgen negra que, al salir del lecho,
se envuelve en sus blanquísimos cendales;
con profusión abona
los campos en la plétora esquilmados:
transporta en peso desde zona a zona
los pueblos mal hallados,
y las fuentes vitales eslabona.
Imagen de la bíblica serpiente
que, de dulces promesas al hechizo,
gustar la fruta a nuestros padres hizo,
que pendía del árbol omnisciente;
nos ofrece afanosa,
de Gutenberg por hábil artificio
en el blanco papel reproducida,
la fruta provechosa
del saber, en los campos recogida.
Cual paloma del Arca
es anuncio de paz; su hogar ardiente
do la tea incendiaria se consume,
las razas va fundiendo lentamente;
hace, de polo a polo,
del orbe entero una ciudad tan sólo;
entierra con cariño
el cadáver del mísero expatriado,
so el árbol do jugara cuando niño;
uniforma el color del rostro humano;
arrulla al mismo son del indio el sueño
y del rudo africano
que, dormidos, arrastra juntamente;
el filo embota de sangrienta Parca;
del libre esclavo con los hierros viles
fabrica sus carriles;
y en todo cuanto su poder abarca,
germen de amor desarrollar se siente.
Si, subyugada por la fuerza bruta,
cual caballo de Troya, en sus entrañas
transporta a veces invasora hueste,
vedla, por otra ruta,
hendiendo sigilosa las montañas,
conducir anhelante,
para hacer frente al enemigo artero,
con el carro el caballo y caballero.
Atrás dejando blanquecina estela,
cual nave de los mares del espacio
que al fuego echó la perezosa vela,
por doquiera que va vierte los dones
con que nos brinda próvida natura;
ya llevando a las cálidas regiones
las frutas que requieren la frescura,
ya, a las tierras heladas,
las del sol por los rayos sazonadas.
Es del Comercio mensajera activa,
de acopio signo, de riqueza augurio;
con perpetuo vaivén de lanzadera,
en este siglo de la fuerza viva,
sustituye al alípede Mercurio.
Del Egipto fue símbolo la Muerte,
gastó en su culto la existencia entera;
hoy con tenaz aliento,
norma tomando de la térrea esfera,
el hombre la consagra al movimiento.
Por eso admira y entusiasta adora,
realización de su ideal quimera,
la audaz Locomotora
que, en rápida carrera,
los espacios famélica devora,
y va, con sus silbidos,
despertando los pueblos adormidos.
Por eso os rinde sin igual tributo,
¡oh seres! que en la tierra
días pasasteis de amargoso luto,
de insólito desvelo,
con lo arraigado, en trabajosa guerra,
y que, al dejar el miserable suelo,
tan sólo visteis verdear el fruto.
Miradlo ya en sazón; pueblos viriles
se nutren de su pródigo sustento:
los yermos torna mágicos pensiles;
Ceres moderna, va sembrando a miles
los prolíficos granos del fomento.
¡Cuán brava a Tite los ojos se aparece!
Férrea coraza la recubre entera,
cual paladín que, con ardiente llama,
por su patria luchara y por su dama;
el más leve reposo la enardece;
chispazos de la lumbre en que se inflama
despide, resoplando como fiera,
y el viento vago, con orgullo,
mece el vaporoso airón de su cimera.
¿Oís? La hora sonó de la partida,
ved cual se lanza con febril exceso;
¡gloria a los Genios que te dieron vida!
¡plaza, plaza al Caballo del progreso!

 

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