Juan Meléndez Valdés
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España a su rey don José Napoleón I LOS BESOS DEL AMOR
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LA PALOMA |
A
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La esquivez vencida.
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Los besos regalados que en medio de las lides dulcísimas de Venus mil veces recibiste, los que a tus dulces labios, besándome apacibles más dulces que las mieles, robé también felice, en números sonoros mi musa los repite, y mi amor, Galatea, te los consagra humilde. Óyelos, pues, y afable, porque su ardor alivie, a dármelos de nuevo, querida, te apercibe, que ya de mil millares mis labios, ¡ay!, se oprimen, pues con los que te he dado mi sed no satisfice.
Cuando la vez primera di a Nise un dulce beso, florido amomo y casia respiraba su aliento, y de su dulce boca mis labios recogieron tan dulce miel cual nunca la dio el collado hibleo; así, por apurarla, con hidrópico anhelo, mil, y mil, y mil veces cada día la beso; y el número acabado, torno a darla de nuevo más besos que a su Adonis dar pudo la alma Venus.
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Cuando mi blanda Nise
cuando a mi ardiente
boca
y yo por alentarla
y ella entre dulces ayes
ora hijito me
llama,
entonces, ¡ay!, si
alguno
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Juguemos, Nisa mía, y cuando el sol dorado forme el rosado día o lo esconda inclinado en las hesperias olas, hállenos siempre a solas en retozos y en juegos. Yo, enamorado y ciego, te diré: «¡Ay, palomita!». Y tú con voz blandita me dirás: «Pichón mío». Y cuando en el exceso de mi furor te diga: «Dame, paloma, un beso», tú, a mi cuello enredados los dos brazos, amiga, mil y mil delicados y otros mil has de darme, y vibrando de prisa la lengüita al besarme, me herirás de un muerdito, diciéndome: «¡Ay!, ¿no es Nisa tu palomita, hijito, tu miel y tu dulzura? Tuya soy, ¡qué ventura! Más, más bésame, y mira cuál bullen descubiertos mis pechos tan cargados por ti que ya retiran la holanda en que guardados estaban. ¡Ay!, ¿dó vas? ¿Dónde tu dedo, ¡ay, ay!, se esconde lascivo? ¿Qué hacemos...?» Así, Nisa, juguemos así, mientras floridos ambos gozar podemos de Venus la dulzura. Ni en vano huyan perdidos nuestros tiempos mejores, que ya con mil dolores la vejez se apresura; y en llegando, mi vida, la fuerza ya perdida, ¡ay me!, la tos oscura vendrá en desquite luego del retozo y del juego.
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Cuando con tiernos brazos me enlazas y rodeas, y el cuello reclinado, el pecho y faz risueña, tus labios a mis labios, oh blanda Nisa, llegas, y atrevida me muerdes y mordida te quejas, y aquí y allí vibrando la balbuciente lengua, ya chupas, ya respiras la dulcísima y tierna aura de tu süave ánima que alimenta mi vida miserable cuando blanda me besas, y agotando esta mía caduca y con la fuerza del ardor encendida, del ardor que alimenta el impotente pecho, le burlas y le templas de un soplo, ¡ay, aura dulce que mi calor recreas!, perdido exclamo entonces que dios de dioses sea Amor, y que ninguno ser mayor que Amor pueda. Empero si algún otro aun le excede en alteza, tú sola mayor eres que el Amor, Nisa bella.
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¡Oh noche deliciosa!, ¡oh afortunado lecho!, ¡oh gloria mía!, ¡oh Amarílida hermosa!, mi amor en ti confía la dulcísima gloria de este día. Pensando en mi amor ciego, los venideros ratos concertados, y aquel lascivo juego con tus pechos nevados y mil sabrosos besos a hurto dados, cuando en tiernos abrazos a tu cándido cuello asido estaba cual la vid con mil lazos y tu boca sonaba con los ardientes besos que me daba, quedeme ayer dormido. ¡Oh, nunca despertara a más dolores! ¡Ay!, yo soñé el cumplido premio de mis amores, gozándote, mi bien, entre las flores. ¡Cuán dulces cosas vía! ¡Qué brazos y qué pechos! ¡Qué cintura! Mi vista discurría con ardiente presura, ansiosa de gozar tanta hermosura; y al ceñir a tu cuello mis amorosos brazos en cadena, ora tu labio bello con dulces voces suena, y ora al quejarse mi furor refrena. Mas yo, de amor perdido, ya tus ayes, donosa, me aplacaban; ya de tu ardor movido, las ropas te quitaba y toda de mis besos te anegaba. ¡Qué de luchas trabamos, quitada ya la luz, y a cuántos juegos de nuevo, ay me, tornamos! Ora humilde a mis ruegos, ora pugnando entrambos de amor ciegos, ya las tetas mostrabas redonduelas y cándidas cual nieve, y ya las ocultabas porque de nuevo pruebe mi mano a hallarlas, y en su ardor se cebe. Mas cuando amor instiga al dulce ayuntamiento apetecido, y en sabrosa fatiga me falta ya el sentido, de un éxtasis dulcísimo impedido, tú, con lasciva mano tocándome proterva, a nueva vida del sueño soberano me tornas atrevida, y un besito a otro sueño me convida. Así se dobla el fuego, y los halagos crecen al sonido del alternado ruego respondiendo a un quejido, el muerdito en el beso confundido; y entre el murmullo lento, el ánima parece en suspirando salirse entre el aliento, o que nos va faltando, para tantos deleites no bastando. Engáñase el que intenta poner término a Amor y sus furores, porque él sabe sin cuenta mil deleites ã ardores y mil modos de abrazos y favores. ¿Qué aprovecha a lo oscuro envolver el amor? A la luz clara gócelo yo seguro, sin que me niegue avara la divina Amarílida su cara. Vea de sus ojuelos el lascivo mirar, y oiga el sonido de sus blandos anhelos cuando, a compás movido, mi muslo suene, a su muslo unido; y la vista derrame por su nevado vientre y por sus lados, y tanto Amor me inflame que en lazos duplicados mil veces nos gocemos ayuntados, saciándose mis ojos en cuanto el hado crudo así lo ordena, pues los fieros cerrojos la muerte al lado suena del Orco, do tan presto nos condena. Por esto, gloria mía, la verdad de mi sueño no tardemos, y en ardiente porfía, ahora que podemos, los dulces gustos del amor gocemos. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DE CONTENIDO ERÓTICO |
España a su rey don José Napoleón I, en su feliz vuelta de Francia Hic dies vere mihi festus atras eximet curas Horacio, Lib. 3, Oda 14 La excelsa umbrosa cumbre del Pirene doblaba ya con planta presurosa el buen rey, que del lado del grande hermano, cuya gloria tiene atónita a la Europa y respetosa, vuelve a su pueblo amado, de mil guerreros fuertes rodeado. En vivas repetidos un pueblo inmenso sin cesar le aclama, que en su amparo le llama y hoy de su amor los votos ve cumplidos. Él, con su rostro de bondad que afable feliz contento y confianza inspira, grato los aceptaba; cual tierno padre que a sus hijos mira, su amor les muestra en su sonrisa amable, y el placer que gozaba, al verse amado el júbilo doblaba. Sublima aplauso tanto voluble el eco al estrellado asiento, de la Patria contento, del pérfido bretón miedo y espanto, cuando, improviso, en forma sobrehumana, regio boato y majestad sublime, si aspecto dolorido, se ofreció ante sus ojos soberana matrona augusta que su acción reprime, lacerado el tendido manto, de mil castillos guarnecido, apagados del lloro sus ojos y anublaba la alta frente, ajando un león rugiente sus ricas fimbrias recamadas de oro. Alza la diestra en ademán grandioso, y un cetro de oro y perlas firme extiende. Con aire de señora «Tente», le dice, «oh rey; no presuroso me huelles, y mi voz plácido atiende. Tu España soy, que hasta ahora en suerte incierta sus destinos llora. Ya dilato el fiel seno a la dulce esperanza; mi ventura disfrutaré segura, y un grato porvenir de gloria lleno. ¡Ay, cuánto, cuánto de zozobra y susto, cuánto cuidado punzador sufriera hasta este claro día! ¡Cuánto he temblado que el hermano augusto y su brillante corte entretuviera tu vuelta y mi alegría! Fausto, el cielo ha escuchado la voz mía. Llega, estrecha, hijo amado, entre mis brazos nuestro eterno nudo. Sé a mi flaqueza escudo, y conhorte a este suelo desgraciado. Dominé un tiempo, y con excelso vuelo crucé desde la aurora hasta el ocaso. Mis ínclitos pendones llevé y mi nombre al contrapuesto suelo, de un nuevo mundo a Europa abriendo el paso. Respeto mis leones fueron y miedo a indómitas naciones; y con saber profundo mis hijos a los cielos se encumbraron, o leyes me dictaron que Temis celebró y admiró el mundo. No fui por tanto más feliz: llevarme de estéril gloria a peregrinas gentes me dejé, do sin fruto vi la espada y la muerte devorarme. El error, con mil formas diferentes, cubrió de negro luto la luz de mi saber; un vil tributo a cien fantasmas vanos ofrecí ilusa, que aun mirar no osaba; y de señora esclava, labré mis grillos con mis propias manos. Hoy atizando el fanatismo impío su antorcha funeral mi seno enciende. Mis hijos, fascinados, corren a hundirse en el sepulcro umbrío; de su madre el gemir ninguno atiende. Mis campos asolados, en sangre ajena y propia veo inundados; la pestilente llama crece, y la rabia que a morir condena; Guerra el leopardo suena, Guerra, y los pueblos su bramido inflama. Ven, hijo, amparo y esperanza mía; corre a salvar los lacerados restos de mi antigua grandeza. Ven, que a ti solo el cielo los confía; y en ti, como en un dios, los ojos puestos, ya calmo en mi tristeza de mis inmensos males la aspereza. Tú, con potente mano, próvido apoya mi vejez ruinosa; mi juventud hermosa por ti me torne, y mi verdor lozano. ¡Ay, cuánto por lidiar! ¡Cuánta fatiga! ¡Qué de cuidados y de amargas velas! ¡Cuánto escollo ominoso vas a afrontar, y con nefaria liga el bien contrastarán que heroico anhelas! El combate glorioso con esfuerzo acomete generoso, que en ti los ojos tiene fijos la Europa, y silenciosa espera que fausto en la carrera el premio alcances que a tu sien previene. ¿Y cómo no, cuando el excelso hermano, que a par rige la espada y caduceo, es tu escudo potente, y el remedio a tu esfuerzo soberano libró del mal en que acabar me veo? Ya brilla en tu alta frente de mi bien y mi gloria el ansia ardiente. Tiende la vista afable, tiéndela en torno, y a mis pueblos mira en su sangrienta ira y en su delirio indómito y culpable. Ellos son hoy lo que por siempre han sido, del áspero trabajo llevadores, arrostrando la muerte sin una queja, un mísero gemido, de inviolable lealtad con sus señores, de pecho osado y fuerte, jamás domable en ominosa suerte, por llano, fiel y honrado, claro siempre del mundo en la memoria. ¡Ay, cuánto tanta gloria, virtud tanta, su brillo han mancillado! Que arda viva en los pechos españoles por ti otra vez, pues a regirlos vienes con cetro justo y pío. Al hondo abismo do los ves lanzoles un ciego pundonor; de alzarlos tienes tú el dulce poderío: Ve en cada alucinado un hijo mío. Halágalos humano, rasga al error su tenebroso velo, y en obsequioso anhelo, rendidos, fieles, besarán tu mano. Bien lo vieras, oh rey, cuando la orilla del ancho Betis, del Genil famoso, victorioso pisaste. ¿Qué cultos no te dio mi gran Sevilla con pura fe, con celo generoso? ¿Qué pecho no encantaste cuando a la rica Málaga llegaste? ¿Qué mi real Granada no te ostentó de amor? ¿Qué aclamaciones, qué ardientes bendiciones doquier no oíste en tu feliz pasada? Fausto, has gozado del placer más puro, de la gloria mayor que humano seno llenó: la verdadera de conquistar sin lágrimas; seguro sigue esta senda y de esperanzas lleno. La misma soy doquiera; mi paciente Castilla fiel te espera. Ya su bondad conoces; ya aquí suenan sus júbilos festivos, y entre himnos mil votivos, de la gran corte las alegres voces. Gózate afable en el común contento; mas tiende a par la vista observadora, y caerá tu alegría. ¡Cuál con mis ansias congojarte siento! De mis campos la rabia asoladora taló la lozanía. La reja se forjó en espada impía. Mis letras ve apagadas, quemados mis talleres y desiertos, y en mis seguros puertos, mis fuertes naves del bretón robadas. A ti, próvido, el cielo a daño tanto concede el ocurrir con afanosa constancia y alta mente. Ven, llega, enjuga mi apenado llanto; rompe, arranca la flecha ponzoñosa que tan profundamente lleva enclavada el corazón doliente. Mi paz en tu desvelo, de tus sudores mi abundancia fío; mi gloria y poderío obra serán de tu sublime celo. Tú poblarás mis campos asolados, que rompa el buey con la luciente reja, labrando mi sustento; triscando en tanto en los herbosos prados la suelta cabra con la mansa oveja, al colono avariento reirá abundancia en plácido contento; y el genio nueva vida dará a la industria, el vuelo desplegando, al trabajo alentando la edad caduca a la niñez florida, mientras las ciencias con afán glorioso sublimes corren por la inmensa esfera, las distancias midiendo del helado Saturno al Can fogoso y del flamante sol la eterna hoguera, o en blanda paz rigiendo mis hijos van, al suelo descendiendo; mis hijos, que rendidos adorarán la diestra protectora que bien tanto atesora, en gratitud y en júbilo perdidos. Mas hoy te piden, con ardiente ruego, al joven que la guerra ha devorado la madre dolorida; la niñez, guarda; la vejez, sosiego; la honesta virgen, a su amor robado; el huérfano, acogida; la religión, el ara destruida. Por doquiera triunfante se alza el genio del mal, si tú no corres y a todos nos socorres, en tanta tempestad iris radiante. Helos, helos, si no, los ojos fijos y alzados hasta ti, las manos yertas extenderte llorando, desfalleciendo en males tan prolijos, dudar, temer, ansiar, siempre en inciertas borrascas zozobrando, de ti solo su término esperando, cual un dios implorarte, buscar su vida en tu benigna frente, y en su esperanza ardiente rey, padre, amigo, salvador llamarte. ¡Qué perspectiva tan grandiosa y bella de una gloria sin fin! Las santas leyes, letras, instituciones, creador te esperan; tu sublime huella sea por doquier modelo a grandes reyes, y envidia a las naciones. Con el águila unidos los leones en eterna lazada, dormida en paz descansará la tierra, bramando la impía guerra entre hórridas cadenas aherrojada. Así será, hijo amado, y yo lo veo hasta un remoto porvenir; tú tiende por el inmenso océano la vista en tanto a más sublime empleo, y a todo en tu hondo seno igual atiende. El indio más lejano es de mis hijos venturoso hermano, como padre le llama; sol benéfico, ahuyenta sus errores, y verasle de flores ornar la madre a quien respeta y ama. Mas, ¡ay!, no emules la funesta gloria del indómito Marte, ni así al templo de la Fama camina. Lleve unida a sus pasos la victoria el grande hermano, de héroes claro ejemplo. Tú en paz feliz domina, y, justo, al cielo en mi ventura inclina, que él tu seno indulgente, sencillo, humano, y bondadoso hiciera porque a los siglos fuera dechado ilustre tu mandar clemente. ¡Florezca años sin fin el suelo mío bajo tal mando, y de tu estirpe clara mil reyes tras ti vea! Mi ruego el cielo favorezca pío; y deme luego a la princesa cara que un iris nuevo sea, pues su virtud al mundo orna y recrea; démela, y las hermosas prendas de un mutuo amor: goce este día, gócelo el ansia mía, que ya son nuestras joyas tan preciosas. Y tú ven, llega, corre». Así clamaba la triste España; y a los pies lanzarse tentó en su angustia dura de José, que en sus brazos la elevaba y en su seno otra vez tornó a estrecharse, y suyo ser le jura y para ella vivir. Tanta ventura en júbilo su duelo convierte, y pasa el rey, su fausto mando un lucero afirmando que brilló hermoso en el alegre cielo.
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