Marcelino Menéndez Pelayo

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Himno a Dionisos

La eterna luz del pensamiento mío

Soneto

A una doncella

HIMNO A DIONISOS

 

¡Salve, alegre, genial Primavera,  
 que esperanzas derramas doquiera  
 y coronas los prados en
flor!  
  
 Ved cuál bulle y fermenta la vida,  
 y al deleite natura convida  
 con su oculta, tiránica voz.  
  
 Ya resuena la mística orgía,  
 que otro tiempo las cumbres hería  
 del heleno, feraz Citerón.  
  
 La Bacante su peplo desciñe  
 que dos veces en púrpura tiñe  
 la fenicia opulenta Sidón.
   
Tibia noche sus sombras extiende,  
 a la cumbre la virgen asciende,  
 y ya el báquico tirso empuñó.  
   
Cubre piel de pantera su espalda,  
 y el ardor de sus venas rescalda  
 la resina que el pino sudó.
   
Aquel dios que domaba a Penteo  
 y a Licurgo, sacrílego reo,  
 en su pecho domina feroz.  
   
¡Ay de aquél que perturbe la fiesta,  
 o penetre con planta inhonesta  
 el recinto sagrado del dios!  
   
Él entrega los miembros humanos  
 de la Ménade loca a las manos,  
 cuando hierve el sagrado furor.  
   
Escuchad esos trinos suaves;  
 es el ave que cuenta a las aves  
 los sagrados misterios de amor.  
  
 Y la fuente los dice a la fuente,  
 y la linfa fugaz del torrente  
 precipita su manso rumor.  
   
Con su trémula luz las estrellas  
 por el cielo persiguen las huellas  
 del triunfante y fugaz Hyperión.  
  
 En su hoguera otros soles se inflaman,  
 y a otros mundos su lumbre derraman  
 en abrazo insaciable de amor.  
   
¡Eros, salve! En los cielos imperas,
 obligando a rodar las esferas  
 en eterno y armónico son.  
  
 Coronemos de rosas la frente,  
 que mañana la aurora riente  
 deshojadas verá y sin olor.  
  
 En las copas el vino de Samos,  
 y el escolio inmortal repitamos  
 que las fiestas de Jonia alegró.

 

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LA ETERNA LUZ DEL PENSAMIENTO MIO

Con larga mano te otorgó, señora,

virtud, gracia y nobleza el alto cielo;

es tu casta hermosura rico velo,

digno del alma regia que atesora.

Tú del místico fuego guardadora,

del desvalido perenal consuelo,

pasas haciendo bien por este suelo:

la santa caridad tu techo mora.

Prez y decoro de tu estirpe clara,

luz de tu esposo, gloria de tus lares

más que por timbres cien, por ti soberbios.

El sabio Salomón te comparara

a la amante mujer de los Cantares,

a la fuerte mujer de los Proverbios.

 

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SONETO

Volaste, alma inocente, alma querida,

fuiste a ver otro sol de luz más pura;

falsos bienes de vida que no dura

truecas por bienes de la eterna vida.

Por Dios llamada, para Dios nacida,

ya de vana ilusión vives segura;

feliz te creo, pero mi ternura

con puñal de tristeza queda herida.

¡Desdichado mortal, insano, insano,

en llorar por los hados de quien mora

en palacio de eterno soberano!

Perdona, Anarda, al triste que te adora;

tal es la condición del pecho humano;

si la razón se ríe, Amor te llora.

 

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A UNA DONCELLA

Cual trocose de Frigio en la marina

la Tantálida antigua en piedra dura;

cual de Tereo la consorte impura

un tiempo convirtiose en golondrina.

Convirtiérame yo, virgen divina,,

en espejo do vieras tu hermosura;

trocárame en la rica vestidura

que ciñe tu alba forma peregrina.

Agua quisiera ser para lavarte,

aroma para ungir tu blanco lecho,

collar que circundase tu garganta,

o cinta que ajustases a tu pecho;

sandalia quiero ser para calzarte,

porque me huelle así tu leve planta.

 

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