Mercedes de la Velilla

índice

A la Giralda

Cantares

Nació una flor...

La vida

A la Giralda

A tu sombra nací, Giralda mía,
y con el aire que te besa aliento;
de su arte soñador te hizo portento
la árabe raza triunfadora un día.
De la reina gentil de Andalucía
eres la maravilla y ornamento,
y te elevas gallarda al firmamento,
y esplendes a la luz que el sol te envía.
Yérguete siempre en mi nativo suelo,
y, al mágico vibrar de tus campanas,
olvide mi ciudad tristeza o duelo.
De alzarte entre los ángeles te ufanas;
que a tu vértice tienes los del cielo,
y al pie las hechiceras sevillanas.

ir al índice

Cantares

La soledad voy buscando,
y yo no puedo encontrarla:
en mi soledad más grande
siempre el dolor me acompaña.
Con la risa de mis labios
voy ocultando mis penas;
porque he visto que en el mundo
nadie al que sufre se acerca.
Mi nombre escribí en la arena,
y lo borraron las olas:
¿serán de arena las almas
donde el cariño se borra?
Voy andando, voy andando,
y atrás los ojos volviendo;
que no he de volver a hallarme
lo que en el camino dejo.
Dicen que la vida es sueño,
y todos quieren soñar:
sueño yo cosas tan tristes,
que quisiera despertar.
Mis pensamientos son nubes,
y mi corazón es hielo;
mis penas son tempestades,
por que es mi vida el invierno.
Yo no quisiera cantar,
y llorar tampoco quiero,
y el que no canta ni llora
es que vive como muerto.
¡Aquí escribió juramentos
y promesas escribió!
¡Lo que conserva un papel
se borra de un corazón!
Por no perder la costumbre
voy a escribir una copla;
que una copla es la compaña
del alma que vive sola.
En el mar de la esperanza
eché la red del cariño,
y la saqué cargadita
de desengaños y olvido.
Ya no cantaré más coplas,
si no las quieres oír;
que es razón que mis penitas
queden sólo para mí.

ir al índice

          

     Nació una flor al pie de unas ruinas

donde no la vio nadie:

el sol no más, desde su eterna altura,

supo que aquella flor vivió una tarde.

    Así fue mi destino; vegetando

en la aridez de amargas soledades,

oculta en su dolor, vive mi alma.

               ¡Dios sólo de ella sabe!

ir al índice

La vida

Primero la niñez dulce y serena,

 sin inquietud ni pena,

resbalando entre juegos y sonrisas:

¡puro y naciente albor, fresco capullo,

  indescifrable arrullo

de hojas y ramas, pájaros y brisas!

Feliz después, la juventud despierta,

 como la flor abierta,

y perfuma el amor los corazones:

¡ardiente claridad, fijo deseo;

               misterioso aleteo

de sueños, de esperanzas, de ilusiones!

Luego, la ancianidad, triste y sombría,

               como nublado día,

entre recuerdos al sepulcro marcha;

¡sombra crepuscular, seco ramaje,

               tristísimo paraje

de olvido y muerte, lobreguez y escarcha.

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL