Saber que hemos de permanecer distantemente solos, como puentes cubiertos por el frío del invierno que amenaza, es truncar todo un afán de vivencias con mañana azul. Y que de nada nos sirven las lecciones aprendidas. Tú lo sabes. Que el vivir, en ocasiones, es tan breve como el espacio que nos separa en una calle repleta con autobuses de caja lacrada, con despedida spleen de nácar y besos enamorados. No borres de tu agenda la mirada muda y sola y breve, es escalera ante un abismo que distancia cielo e infierno mío. Como si de un fugaz encuentro pudiera tratarse.
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De aquella tarde he de nombrar lo que pudo liberarse de su olvido: Del agua un viaje interminable, del silencio un desván abierto, del patio un sol empedrado en llamas, de su mirada un vuelo plisado y verde. De lo vivido un sueño insatisfecho que recuerda placeres y regalos, sacrificios y renglones de pocas cartas. De la vejez una herencia en mi memoria. Nombro una aventura en cada noche. En cada baúl, donde duermen objetos, caricias y juguetes, el frío desdén nombro cuando nace y se acostumbra lo callado. De las huellas, que hoy me acechan, una sombra fiel que, acariciando la distancia infinita de la luz, revela la llaga itinerante de su ocaso. Mil veces .el misterio se repite. Y me nombro en la profunda sensación de verme repetido, más tarde, en su carne, en la propia historia de mi hijo, que fuera nuestra en años que pasaron. Se pierden unos versos tan distantes como la muerte del mismo espejo que los mira.
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Vuelve de una marcha nocturna, de saciar el hambre en los claros del bosque cuando las estrellas lo acechan y el búho en lo alto. Solitario e inseguro merodea arrastrando sus patas con la sinuosidad y armonía de la cobra maldita en los dominios que impone su centro y descansa. En lo más profundo de la selva duerme tranquilo a la sombra de un arbusto gigante que el sol insaciable respeta coronándose de un largo e inmenso camino de fuego. No rompe el rumor de la selva su equilibrio oriental, ni se acercan los ciervos al reino que defienden sus lanzas de cobre. Y las garras violentas son garfios de acero en combate que guarda en estuches de alfombra amarilla. ¿Qué nos acobarda del ocio del tigre? Es la mirada magnética que infunde pavor, lo que en Amur, Persia o en Java dice la gente. 0, acaso, la temible simetría que William Blake canta en un verso perpetuo y grandioso. La aventurera firmeza de Hugo, la oscilación tortuosa en Shere Khan, Kipling con las mariposas de un libro, o la infinita energía y fragante que Borges admira en el tigre, arquetipo en su esencia, enjaulado. (De Condición de una música inestable) |