Miguel Casado

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La rama en el ojo...

Ahora que la cabeza está llena...

La madre urge a la niña, le dice...

Ocurre a veces este retorno...

 

La rama en el ojo,
como en el árbol, desnuda,
que el viento bambolea.
Sube y baja con el viento,
azota, misteriosamente
se la ve desde un sótano,
al pie de una escalera.
 

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Ahora que la cabeza está llena
de una pasta esponjosa
y continua, en que nada
toma luz, se mira las manos
y encuentra el extraño callo de escritor:
hendido y rojo un momento
por la presión de la pluma. Y lee
sin entender la grafía negra,
esa forma plana del deseo,
plana y estéril.

 

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La madre  urge a la niña, le dice

que su hermano, al que lleva en brazos
_con más de treinta meses le cuelga doblada
la cabeza_, pesa como un muerto.
Y las palabras resbalan por el cuerpo dormido
y caen al suelo entra las dos;
la niña mira, con cuidado de no pisarlas.

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Ocurre a veces este retorno
de los jóvenes fascistas, esas pintadas,
los símbolos. Algunos
bromean, es posible
que otros estén asustados,
circulan en coche, no les importa
dejar manchas en los asientos.
La pared distribuye, alrededor
de sus letras
negras y torcidas, anuncios
de pocos colores. Bromean, sí,
se divierten. Con pasquines
pequeños tapan escaparates
de comercios en quiebra.

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