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Miguel Sánchez Gatell

Es difícil decirlo

Oficio de tinta

Y, al cabo, ¿que nos queda?

Es difícil decirlo

                                                               A Magdalena

Es difícil decirlo,
lo sé con la certeza de un puño que se rompe,
del gesto torrencial que une ciertas estrellas.
Quiero saber por qué a pesar de todo
hay ritmos que se agotan,
en qué consiste el agua,
la delgadez del mundo y el peso del plomo,
o por qué las palabras se han quedado colgando
sonámbulas, inútiles, aisladas y perfectas.
Es difícil decirlo sin morderse por dentro la sonrisa,
sin necesitar la absoluta densidad del cielo.
Sin pedir a gritos un horizonte de agua que nos transmita dulcemente.
A veces extenderse es tan sólo tocar un mundo que no arde,
o un conjunto de dioses que interpretan su música de vidrio
sonando eternamente a girasol ya piedra.
Tu explosión necesaria, tu pulso original
es un acantilado de ternura,
un punto de partida donde volver a hundirse
hacia tu brevedad de mujer de gato.
Porque es inevitable referirte una vez más al agua,
a la perfecta serenidad de tus manos abiertas,
al geométrico crepúsculo de tus dedos transparentes.
Mujer de arcilla yagua, planeta desnudísimo.
Lo demás sólo es cielo.
                                        Déjame hablar,
hundir las lanzas largas de la noche,
ser una arquitectura de ceniza.
Lo demás sólo es cielo, es inútil el mar contra las cosas,
la sal contra las cosas. En las tardes,
inevitablemente nos perdemos de tanto perseguir las longitudes,
de tanto juntar barro con el barro. No te rompas.
Defiende tus espacios, despedaza tu sangre por la tierra.
No hay más que cielo detrás de las batallas.
También la luz a veces se parte como un hueso.

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Oficio de tinta
Con las puertas abiertas
definitivamente
al dolor al dolor al dolor,
al crepúsculo humano, a los acontecimientos
resbaladizos, grises del corazón, de los ojos
cortados, bruscamente, a la plata verde,
a la plata blanda y verde del mundo,
ahora que todo está un poco más claro,
sólo un poco más claro,
con la luna y el agua y las conversaciones,
quiero buscar otros signos, otra pólvora
que repita la sangre por los pétalos.
Si no, ¿para qué el pulso?
si no, ¿para qué el cielo?
¿Para qué los esfuerzos minerales?
¿Y el mar? ¿Y los latidos? ¿Y los labios?
¿Para qué si la tinta no salta
como una antigua bestia enfurecida,
como un eterno cíclope de sangre,
como una ola loca y fecundada?
Que salte saltando, con un corazón caliente entre las manos.
Que salte, que salpique de muertos las mesas negras de los escritores.
Que salte, que haga huir a la rana ya la rata.

Que salte.
Que hunda.
Que duela.
Que salte.

La ciudad de sueño y exactos precipicios,
que salte.
La enredadera blanca del cielo del invierno,
que salte.
La mujer que pregunta a qué edad mueren los hombres,
que salte.
El niño que reune caracolas y peces asustados y diluvios,
que salte.
Como una mano negra que necesariamente mancha,
que necesariamente explica y tiembla y tiembla
y resucita los llantos de los gatos,
como un siglo llenísimo de tortugas errantes,
como un mar imposible de barcos degollados.
Que salte.
Que salte que salte que salte.
Que salte siempre.
Que siga saltando
Con las puertas abiertas y las manos hundidas para siempre
            en la tierra.

(De La soledad absoluta de la tierra)

 

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Y al cabo, ¿qué nos queda?

¿ Qué estamos haciendo tan heridos

encima de la tierra?

Sí, sí, esa pregunta de lagarto abandonado

tan vacía

queriendo sumergir todos los hombros,

muerta.

Muerta de amor y de manzanas.

Desesperado corazón de avispas

que rueda por los ríos, por las lenguas.

_Aquí no se salva nadie, hermanos.

 

Sólo un hombre afirmó ser sólo aire.

Y se quedó sin el mar,

sin la tierra,

ahogado en sus traiciones para siempre.

Una luna de furia y aguijones

le mató de un zarpazo en las montañas.

No lloró ningún hombre. Sólo el aire

movió todas las hojas de los árboles.

Todos los muertos del mundo

le mordieron los muslos sin descanso.

Una voz sin perdón se le metió en las venas

y repartió dorados coágulos de odio.

Aquí no se salva nadie. Ni muerto

ni vivo. Dios

se ha quedado dormido para siempre.

Él

que sólo fue aire.

Se perdió con su amor, con sus manzanas.

Huyó de todos los hombres, de todos

los cuerpos.

y no se manchó de barro.

Y no bajó a las ciudades.

ni a los puertos.

Sólo quiso perderse por el cielo.

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