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Juan Nicasio Gallego

A Lord Wellington en la toma de Badajoz

A Zaragoza, rendida por el hambre y por la peste más bien que por el valor francés

A la terminación de la guerra civil en los campos de Vergara

A Glicera

A Judas

Cargado de mortal melancolía

Los hoyuelos de Lesbia

A Lord Wellington en la toma de Badajoz

   A par del grito universal que llena

de gozo y gratitud la esfera hispana,

y del manso, y ya libre, Guadiana

al caudaloso Támesis resuena;

   tu gloria ¡oh Conde! a la región serena

de la inmortalidad sube, y ufana

se goza en ella la nación britana;

tiembla y se humilla el vándalo del Sena.

Sigue; y despierte el adormido polo

al golpe de su espada; en la pelea

te envidie Marte y te corone Apolo;

   y si al triple pendón que al aire ondea

osa Alecto amagar, tu nombre solo

prenda de unión, como de triunfo, sea. 

 

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A Zaragoza rendida por el hambre y la peste, más bien que por el valor francés .1809 

  Viendo el tirano que el valor ferviente

domar no puede del León de España,

ni al lazo odioso de coyunda extraña

dobla el fuerte Aragón la invicta frente,

juró cruel venganza, y de repente

se hundió en el Orco, y con horrible saña

del reino oscuro que Aqueronte baña

alzó en su ayuda la implacable gente.

De allí el desmayo y la miseria adusta,

de allí la ardiente sed, la destructora

fiebre salieron y el contagio inmundo.

 Ellos domaron la ciudad augusta;

no el hierro, no el poder. ¡Decanta ahora

 tu triunfo, oh Corso, y tu valor al mundo!

 

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A LA TERMINACIÓN DE LA GUERRA CIVIL
EN LOS CAMPOS DE VERGARA .1840

¿Que inusitada aclamación festiva
convierte en gozo de mi patria el duelo?
¿Por que de mar a mar con raudo vuelo
suena sin fin centuplicado el viva?

La Paz, si: ¿no la veis, de fresca oliva
la sien ordena, descender del cielo,
en su diestra agitar cándido velo,
y ahuyentar la Discordia vengativa?

¡Oh momento feliz! Su horrible tea
de la nación magnánima  española
maldita siempre y execrada sea;

y anuncie el blanco lino que hoy tremola
y en que la cifra de Isabel campea,
un grito, un pensamiento, un alma sola.

 

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A Glicera

   ¿Qué imposibles no allana la hermosura?

¿Quién no cede a su hechizo soberano?

A donde llega su poder tirano

la fábula, la historia lo asegura.

   Renuncia Adán la celestial ventura

su dulce halago resistiendo en vano:

por ella Paris el valor troyano

arma y conduce a perdición segura.

   De una manzana la belleza rara

causó de entrambos la desdicha fiera,

que de su amor los gustos acibara;

   mas si a verte llegasen, mi Glicera,

el uno de tu mano la tomara;

el otro a tus encantos la rindiera.

 

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A Judas

Cuando el horror de su traición impía

del falso Apóstol obcecó la mente,

y del árbol fatídico pendiente

con rudas contorsiones se mecía,

complacido en su mísera agonía

mirábale el demonio frente a frente,

hasta que al fin, del término impaciente,

de entrambos pies con ímpetu le asía.

Mas ya que vio cesar del descompuesto

rostro la agitación convulsa y fiera,

señal segura de su fin funesto,

con infernal sonrisa lisonjera

los labios puso en el deforme gesto,

y el beso le volvió que a Cristo diera.

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Cargado de mortal melancolía,

de angustia el pecho y de memorias lleno,

otra vez torno a vuestro dulce seno,

campos alegres de la patria mía.

¡Cuán otros, ay, os vio mi fantasía,

cuando de pena y de temor ajeno,

en mí fijaba su mirar sereno

la infiel hermosa que me amaba un día!

Tú, que en tiempo mejor fuiste testigo

de mi ventura al rayo de la aurora,

sélo de mi dolor, césped amigo;

pues si en mi corazón, que sangre llora,

esperanzas y amor llevé conmigo,

desengaños y amor te traigo ahora.

 

 

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LOS HOYUELOS DE LESBIA

Cruzaba el hijo de la cipria diosa

solo y sin venda la floresta umbría

cuando, al pie de un rosal, vio que dormía

al blando son del mar mi Lesbia hermosa;

y al ver pasmado que su faz graciosa

los reflejos del alba repetía,

tanto se deslumbró que no sabía

si aquello era mejilla o era rosa.

Alargó el dedo el niño entre las flores

y en ambos lados le aplicó a la bella,

formando dos hoyuelos seductores.

¡Ay, que al verla reír, la dulce huella

del dedo del amor mata de amores!

¡Feliz el que su boca estampe en ella!

 

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