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Olga Orozco

Rapsodia en la lluvia

Mujer en la ventana

Esfinges suelen ser

Mi fósil

RAPSODIA EN LA LLUVIA

Ahora

desde tu ahora estarás viendo

bajo esta misma lluvia las lluvias del diluvio

y aquellas que lavaron las rosas avergonzadas de Caldea

o las que se escurrieron desde el altar del druida hasta el cadalso

y fueron a susurrar sobre una tumba hostil en la espinosa Patagonia,

y también las azules, las prodigiosas narradoras,

las que te prometían un milagro cuando aún eras visible.

¡Qué inventario de lluvias en los archivos embalsamados dela Historia!

Mas ¿qué importan las lluvias?

Sería igual que vieras dinastías de ocasos, medallas o fogatas.

Sólo quiero decir que eres testigo desde todas partes,

huésped del tiempo frente al repertorio de la memoria y del oráculo,

y que cada lugar es un lugar de encuentro como el final de una alameda.

Pero estos pasos tuyos, vacilantes, bajo los pies menudos de la lluvia

me conmueven aún más que tus lamentaciones en el interminable corredor

o tu viejo mensaje para hoy, hallado entre dos libros.

Apostaría estas palabras rotas a cambio de tu nombre tembloroso en los vidrios,

toda la sal del mundo apostaría

a que vienes a combatir por mí contra los legionarios de las sombras

o a que tratas de hallar el moscardón azul que zumba con la muerte,

o a que pagas un altisimo precio por abrazar los narcisos y las amapolas

_la vibración más íntima de cualquier estacion,

siempre bordeando los despeñaderos y hasta el confín del mundo,

siempre a punto de caer en la hoguera,

sin remision y sin aliento.

Y sin embargo has visto el miserable revés de cada trama,

conoces como nadie la urdimbre del error con que fue tapizada mi orgullosa,

mi mezquina morada.

Querrías escamotear la inocultable imperfección con el brillo de un tajo,

dar vuelta mis pisadas encaminándolas hacia el aplauso y el acierto,

corregir el alcance de mis ojos, el temple de mi especie.

¿No te oigo girar y girar entre las ráfagas del agua lavando cada culpa?

¿Y no intentas acaso revelarme con tu melodía los cielos que ya sabes?

Conseguirás de nuevo doblegar esta noche hasta el amanecer

insistiendo en quedarte, como antes en escurrirte más allá de los muros,

acá, donde solo compartimos la efímera ganancia y la infinita pérdida,

vueltos sobre el costado que nos oculta la visión,

aunque caiga la lluvia.

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MUJER EN LA VENTANA

Ella está sumergida en su ventana contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.

Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora como el mar en un cuadro, sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.

Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste; allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada, alguien en cualquier parte levantará su casa sobre el polvo y el humo de otra casa.

Inhóspito este mundo.

Aspero este lugar de nunca más.

Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche _¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?_, pero nadie lo ha visto, nadie sabe, ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas, los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura, aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.

Ella oyó en cada paso la condena. ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana, la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel, como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós, hubieran sido el verdadero límite, el abismo final entre una mujer y un hombre.

(De Con esta boca, en este mundo, 1994)

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ESFINGES SUELEN SER

Una mano, dos manos Nada más.

Todavía me duelen las manos que me faltan,

esas que se quedaron adheridas a la barca fantasma que me trajo

y sacuden la costa con golpes de tambor,

con puñados de arena contra el agua de migraciones y nostalgias.

Son manos transparentes que deslizan el mundo debajo de mis pies,

que vienen y se van.

Pero estas que prolongan mi espesa anatomía

más allá de cualquier posible hoguera,

un poco más acá de cualquier imposible paraíso,

no son manos que sirvan para entreabrir las sombras,

para quitar los velos y volver a cerrar.

Yo no entiendo estas manos

Sí, demasiado próximas,

demasiado distantes,

ajenas como mi propio vuelo acorralado adentro de otra piel,

como el insomnio de alguien que huye inalcanzable por mis dedos.

A veces las encuentro casi a punto de ocultarme de mí

o de apostar el resto en favor de otro cuerpo,

de otro falso plumaje que conspira con la noche y el sol.

Me inquietan estas manos que juegan al misterio y al azar.

Cambian mis alimentos por regueros de hormigas,

buscan una sortija en el desierto,

transforman la inocencia en un cuchillo,

perseveran absortas como valvas en la malicia y el error.

Cuando las miro pliegan y despliegan abanicos furtivos,

una visión errante que se pierde entre plumas, entre alas de saqueo,

mientras ellas se siguen, se persiguen,

crecen hasta cubrir la inmensidad o reducen a polvo el cuenco de mis días.

Son como dos esfinges que tejen mi condena con la mitad del crimen,

con la mitad de la misericordia.

¡Y esa expresión de peces atrapados,

de pájaros ansiosos,

de impasibles arpías con que asisten a su propio ritual !

Esta es la ceremonia del contagio y la peste hasta la idolatría.

Una caricia basta para multiplicar esas semillas negras que propagan la lepra,

esas fosforecencias que propagan la seda y el ardor,

esos hilos errantes que propagan el naufragio y la sed.

¡Y esa brasa incesante que deslizan de la una a la otra

como un secreto al rojo,

como una llama que quema demasiado!

Me pregunto, me digo

qué trampa están urdiendo desde mi porvenir estas dos manos.

Y sin embargo son las mismas manos.

Nada más que dos manos extrañamente iguales a dos manos en su oficio de manos,

desde el principio hasta el final.

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MI FÓSIL

Guárdame, duro armazón tallado por la muerte en el polvo

de Adán.

Pliégame a la obediencia,

incrústame otra vez en lo visible con esas nervaduras de terror

que delatan mi número incompleto, mi especie miserable.

Apenas me retienes por un lazo de sombra debajo de los pies,

apenas por un jirón de luz helada entre los dientes,

y no obstante persevero contigo en el desierto contra la voz que clama,

me aferro como a un mástil contra el ciclón de plumas que me aspira,

me adhiero como un náufrago al tablón que corre hacia el abismo.

Porque eres aún la encrucijada,

las gradas hasta el fin y la escalera rota,

ese extraño lugar donde se hallan la maldición y el exorcismo.

Te han arrojado aquí

para que me enseñaras con tu duro evangelio la salida.

Te han encerrado a oscuras

para que me acecharas con mi propio fantasma sin remedio.

Te han jugado a perderme.

Te han prometido el sol de mi destierro,

mi feroz horizonte replegado debajo de la hierba,

la sábana de espumas en alguna intemperie en que no estoy.

Y tú en paz con tus huesos,

como momia de perro en el museo donde empieza mi infierno.

Sí, tú, mi Acrópolis de sal,

mi pregunta de nube sepultada,

mi respuesta de cera,

mi patíbulo errante lavado por las olas de una misma sentencia.

 

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