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Algo muy
parecido a la luz sale de nuestras bocas cuando hablamos. Una
autopista amarilla, que es patria y sol embellecido, incendia
nuestras pieles cada mañana. Su calor inminente nos arropa los
dedos, que son meteoritos, que son misiles, que son pulsiones
eléctricas. Desde el rincón de nuestra guarida
, observamos como los
pájaros celestiales del tiempo hacen sus nidos y migran hacia el
futuro danzando en círculos. Colibríes electromagnéticos danzan al
ritmo de cada orgasmo. Libélulas incandescentes mitigan el azar de
un teorema cuántico hasta desvanecerlo. Luciérnagas textuales se
hipnotizan unas a otras al ritmo de nuestro abrazo. Las miradas se
encuentran en un microsegundo, microcosmos, micrófono abierto de
saliva que explota en un caleidoscopio de risas y tactos. Mil
hormigas ciegas se derriten sobre la desnudez de nuestros veranos.
Arde el horizonte. Arde arde.
Te hundes espasmódica en mi pecho. Me hundo erosionado en tu colmena
ácida de nubes vertiginosas. Hay una explosión de salivia y
alquimia, una fricción de lunares se agitan tibiamente. Llega el
frío. Llega una multitud de silencios. Llega la anhelada calma y nos
hacemos uno hasta congelar en fotografías nuestros más rosados
maremotos. |