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Fray Hortensio
Félix Paravicino

A unos ojos negros

A un rayo que entró en el aposento de un pintor

Al mismo Griego en un retrato que le hizo

 

A UNOS OJOS NEGROS

 

Hermosos negros ojos,

blanco de un hombre que os ofrece en suma

 a sí todo en despojos,

lenguas me quiere hacer con esta pluma,

y sea yo tan dichoso

que ojos se haga vuestro dueño hermoso.

Oh queridas estrellas,

que entre los velos de la noche negra,

 con turbadas centellas,

entretenéis la luz que al mundo alegra,

por tomar a porfía

de la noche el color, la luz del día.

Espejos relevados,

que guarneció el amor de ébano puro,

sosegad mis cuidados,

que apenas de las niñas me aseguro,

si el cielo los ha hecho

los ojos de cristal, de roca el pecho.

Mares de vidrio o hielo,

donde ojalá mi alma un siglo bogue,

 de negro os cubrió el cielo,

por hacer de lo negro, como azogue,

espaldas a los lejos

y mirarse en vosotros como espejos.

Cargue el indio un tesoro

de diamantes mayores unos que otros,

el chino cargue de oro,

de perlas, esmeraldas, mas vosotros,

como tan peregrinos,

de azabache os cargáis, ojos divinos.

¡Ay ojos!, que sois hojas,

aunque negras, de temple toledano,

que en sangre de almas rojas,

muerto dejáis el cuerpo, extraña mano,

 terrible golpe y fuerte,

que con espada negra dais la muerte.

Son vuestros filos tales,

que entre negras cautelas los admiro,

obráis sí, dulces males,

como enemigo al fin hacéis el tiro,

por encubrir la espada

tiráis con vaina y todo la estocada.

Ojos, el que no os ama,

quédese en blanco, pues lo negro deja,

que yo en mi ardiente llama

ni pido libertad, ni tengo queja;

 pues por tal hermosura

pido al amor me dé negra ventura.

 

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A UN RAYO QUE ENTRÓ EN EL APOSENTO DE UN PINTOR

Ya fuese, oh Griego, ofensa o ya cuidado,

que émulo tu pincel de mayor vida,

le diese a Iove, nieve vi encendida,

el taller de tus tintas ilustrado.

Ya sea que el laurel, honor sagrado,

guardó la lumbre, ya que, reprimida,

la saña fue de imagen parecida,

desvaneció el estruendo, venció el hado.

No por tus lienzos perdonó a Toledo

el triunfador del Asia, antes más dueño

gobernaste del cielo los enojos.

Envidia los mostró, templólos miedo,

y el triunfo tuyo su castigo o ceño

 hiciste insignias, cuando no despojos.

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AL MISMO GRIEGO EN UN RETRATO

QUE LE HIZO

 

Divino griego, de tu obrar no admira
que en imagen exceda al ser el arte,
sino que della el cielo, por templarte,
la vida, deuda a tu pincel, retira.
No el sol sus rayos por su esfera gira
como en tus lienzos, basta el empeñarte
en amagos de Dios, entre a la parte
naturaleza que vencerse mira.
Émulo de Prometeo en un retrato
no afectes lumbre, el hurto vital deja,
que hasta mi alma a tanto ser ayuda.
Y contra veintinueve años de trato,
entre tu mano, y la de Dios, perpleja,
cuál es el cuerpo en que ha de vivir duda.

 

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