Desde el
primer latido de mi pecho,
El mar
quedóse allá por su ribera;
Tú sola mi
beldad, sola mi amante,
Ora cubra
cargada, rubicunda
La he visto
¡ay, Dios! . . . Al sueño en que reposa
Tú lo
harás... que a los tristes acompañas,
Cargado a
veces de aplomadas nubes
Mas ¡ay! que
en vano en tu esplendor encantas;
Y en esta
tierra, de aflicción guarida,
¡Sí, tú mi
amor, mi admiración, mi encanto!
¡Ay! calló
ya... Mi celestial querida
¡Qué feliz,
qué encantado, si ignorante,
Ora trocada
en un planeta oscuro,
Astro de paz,
belleza de consuelo, |
Reclinada la frente entre beleño yace Endimión dormido en la montaña, mientras del cielo que su oriente empaña, leve Diana desarruga el ceño. Callada sigue su amoroso empeño, rebozada en la luz que al joven baña: No era para un mortal dicha tamaña; y él sigue hundido en su aplomado sueño. También así, Señora, en el olvido, so la quiebra más honda del Parnaso el que mi numen fue, yace rendido. Movéis de Oriente el rutilante paso, y él triste sigue, a su pesar, dormido: ¡su helada inspiración toca al ocaso!
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¡Salve, sombra del Cid... sombra gigante! Yo te acato en tu tumba abandonada; que a quien tanto por Dios vibró su espada, sólo el templo de Dios tumba es bastante. En vano el siglo intentará arrogante, después que ha profanado tu morada, erigir a tus restos tumba alzada, ¡columna que hasta el cielo se levante! El vandálico siglo que ha perdido cuanto del gran Gonzalo nos quedaba, de guarda fiel el galardón desdeña; y por sus propios hechos desmentido, verá buscar al héroe... ¡dónde estaba! ¡En su tumba, San Pedro de Cárdena! PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE El CID |
A la
muerte Ven
a mis manos de la tumba oscura,
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