El
Araúco domado
Canto XI
(FRAGMENTOS)
Combate entre los
araucanos y españoles. Los araucanos son vencidos.
[...]
Así volvió rabiando
nuestra gente
y ardiéndose en coraje de corrida
por verse de los bárbaros corrida
a vista de su ejército potente,
el cual, como el contrario ve de frente,
entrársele con furia desmedida,
movió su fuerza toda a recibillo
habiéndolo mandado su caudillo.
Mas el furor y estrépito
era tanto
con que el poder incrédulo venía
que, salvo en el valor de don García,
en otro cualesquier causara espanto.
Estuvo por los suyos puesto a canto
de peligrar su crédito aquel día,
por solo haber tenido tal desorden
a no le hallar los bárbaros en orden.
[...]
Como las ondas túmidas
que vienen
sus vientres más que hidrópicos alzando,
y el trono celestial amenazando
en dando con las peñas se detienen;
y como allí les hacen que se enfrenen
en su dureza el ímpetu quebrando
se ven así quebrar las Indas olas,
llaga da s a las peñas españolas.
Mas bien, como esas
ondas no pudiendo
romper por las barreras peñascosas,
revientan de coraje y espumosas
están, aún siendo fiigidas, hirviendo,
así los enemigos no rompiendo
las contrapuestas armas poderosas
comienzan a hervir con nueva rabia
subiendo ya su cólera a la gabia.
Revuélvense con los
campos en un punto
el poderoso Arauca y fuerte España,
cuya mezclada sangre al suelo baña,
nadando en ella el vivo y el difunto,
El humo, el fuego, el polvo todo junto
al sol, al cielo, al aire a la campaña
ofusca, ciega, turba y oscurece
y el mar de tanto golpe se ensordece,
[...]
Don Pedro, aquel Néstor
de luengos años,
habiendo ya llegado a la postrera,
como en la juvenil edad primera,
los golpes, que descarga son extraños,
Asómanse intestinos y redaños
por donde va la espada carnicera
del capitán Rengifo y la de Ulloa,
dignos de mucho mas que de esta loa,
No menos del ejército
araucano
se dan a conocer, en daño nuestro,
Lincoya y Millanturo, mozo diestro,
que nunca descargó la maza en vano,
el duro Galbarín de rabia insano,
la clava juega a diestro y a siniestro,
más fiero que la víbora pisada,
y que mujer, por celos enojada.
Haciendo
mil volcanes de la vista,
y tósigo mortal de cuerpo y cara,
se mete por los nuestros Tulcomara,
sin que, tan presto, alguno le resista:
no hay hombre, ni caballo que no embista,
ni cosa, que le opongan, lo repara;
por todo rompe y va desaforado
de morir o vencer detemúnado.
Mancón y Rengo siguen al
Sargento,
entrándose tras él por nuestro bando,
y parte de él hiriendo y maltratando,
con un furor indómito y violento,
caballo, que les pone impedimento,
ninguno se va de ellos alabando,
pues por armado y rápido que venga,
Mancón lo manca y Rengo lo derrenga,
El alto don Felipe, que
los mira
y vuelve a sus pasados la memoria,
ganoso de apoyar aquella gloria,
solo contra los dos derecho tira:
alzó Mancón la maza envuelta en ira,
contando ya por suya la victoria,
mas hizo errar la cuenta y golpe fiero
el español diestrísimo y ligero.
Un salto da al través el
suelto infante,
el ponderoso leño viene a tierra,
adonde más de el medio se sotierra,
embarazando al bárbaro arrogante;
mas antes que furioso lo levante
el español con el aguija y cierra
la pica en ambos puños apretada
y al enemigo vientre encaminada.
Rengo, que ve venir el
bote fiero,
le impide su camino con la maza,
que el duro fresno quiebra y despedaza,
sacando del peligro al compañero;
y luego más que un pájaro ligero
se arroja codicioso tras la caza,
enderezando un golpe temerario
a las herradas sienes del contrario.
Mas tuvo don Felipe tal
ventura
(por lo que tiene el fin de don García)
que, cuando Rengo el brazo descendía,
bajaba ya Mancón su mano dura;
y como cada cual por sí procura
hacer un mismo efecto y una vía,
por dar Mancón el golpe al enemigo,
le da sobre la clava del amigo.
Sobre la cual cruzado el
duro leño
hace probar su furia al verdellano,
y Iíbrase de entrambos el cristiano
que deshiciera un monte el más pequeño.
iOh, qué sañudo rostro y bravo ceño
volvió por esto Rengo el araucano,
diciendo qué se espera de nosotros
si ya nos impedimos unos a otros!
Pues, aunque pese al
cielo y a la tierra
y pese al ancho mar y al hondo abismo,
yo solo contra todo el cristianismo
sustentaré la maza en cruda guerra,
y a toda la infemal canalla pena
y al mismo Eponamón, si viene él mismo,
haré, si me lo estorba, entre estos brazos,
mil piezas, mil añicos, mil pedazos.
En tanto el español, su
espada fuera,
y de la tierra alzando un roto escudo,
contra Mancón levanta el filo agudo,
enviándolo derecho a la mollera.
Sobre la maza el bárbaro lo espera;
mas tanto el vigoroso brazo pudo
que el golpe, sin haber cortado el leño,
en tierra sin sentido puso al dueño.
Al estallido, Rengo se
rodea,
y viendo al compañero derribado,
envuelve a don Felipe de Hurtado
con término de darle a la pelea,
cogiéndole por bien que se ladea
con la crujiente clava el diestro lado
a cuyo son, por poco que le alcanza,
entrambos pies hicieron su mudanza.
Bajara el fiero golpe a
la cabeza,
si menos ella de él se desviara
y el casco con los hombros igualara,
echando por su parte cada pieza.
Sentido el caballero se endereza,
y del segundo golpe se repara,
metiéndose debajo del escudo
y cerca del contrario lo que pudo.
Guardole el aguardar con
tal postura,
a causa de que dió la dura maza
abajo del codollo media braza
que es casi con la misma empuñadura
con parte del escudo y la coraza,
dejándole del golpe estremecido,
cual roble por el viento sacudido.
Corvó erguido cuello y la rodilla
por merecer el golpe tal crianza,
mas presto se endereza a la venganza
vendiendo el cuerpo, el brazo y la cuchilla;
ya Rengo que esperaba rabatilla
le engaña su reparo y esperanza
porque con ademán de darle un tajo
le hiere de una punta más abajo.
Por el derecho lado
entró la espada,
sacando un grueso caño a la salida
de sangre más en cólera encendida
que del color nativo acompañada.
Mas fue tan al soslayo la estocada
que no sacó del bárbaro la vida,
el cual a la sazón esta de suelte
que tiene del temor la misma muerte.
Sobre las puntas últimas
se empina
la temerosa clava levantando
y viene con tal furia descargando
que el aire sólo a muchos desatina:
a la cabeza el indio la encamina,
mas don Felipe, el cuerpo desviando,
remite el duro golpe al suelo duro
cuya respuesta dio en el reino oscuro.
No pierde la ocasión el
bautizado,
mas viendo al fiero bárbaro impedido,
se tiende con el diestro pie metido
tirándole un revés desatinado;
llevárale con él sin duda un lado
si Rengo, con un salto desmedido,
de la corriente espada no huyera,
salvando quince pies de la ribera.
El español, hiriendo el
aire en vano,
volvió por ver el indio donde estaba,
que ya, tomado en áspide, tomaba
la maza y muerte en una y otra mano
cuando Mancón del verde y rojo llano
su derribado cuerpo levantaba,
no tanto en su bestial sentido vuelto
cuanto en furor y viva saña envuelto.
Levantaba su bastón nudoso en alto
y contra don Felipe salta presto,
que, como está con Rengo, no está en esto,
ni al enemigo ve, ni siente el salto,
por donde la pusiera el nuevo asalto
quizá do no quisiera verse puesto;
a no venir Bernal por esta parte
haciendo de la suya lo que Marte.
A punto pues, que el
bárbaro furioso
llegaba a ejecutar el golpe esquivo,
emparejó Bernal, trasunto al vivo,
de aquel Bernardo célebre y famoso;
y, visto el duro trance peligroso,
a su caballo arriba pie y estribo,
bajando el hasta y brazo fume al pecho,
al de Mancón incrédulo derecho.
Tan súbito el católico
arremete
y el indio va de cólera tan ciego,
con el armado lance de su juego,
que por la lanza él mismo se le mete.
Falsó la punta el duro coselete,
que no se le falsara el mismo fuego
y entrando por los pechos impelida
salió por las espaldas con la vida .
Quedó Mancón tan fiero y
espantable,
tan bravo, tan feroz y tan sañudo,
que con estar de espíritu desnudo
estaba al parecer incontrolable;
tras cuya negra faz abominable
el cuerpo laso, indómito y membrudo
cayó sin alma en tierra, del encuentro
y el ánima sin cuerpo más adentro.
Mas no se fue Bernal sin
pago de esto,
porque le dio tal golpe el brazo fuerte
con la vascosa rabia de la muerte,
que casi le dejó en sus manos puesto,
pues mal su grado, en éxtasis transpuesto,
por tres o cuatro partes sangre vierte,
dejando sin acuerdo, larga pieza,
torcida sobre el pecho la cabeza
[...]
Trabárase batalla tan
reñida
que fuera bien de ver a costa de ellos,
a causa de que son erguidos cuellos
y poco estimadores de la vida.
Mas fue la furia de ambos impedida,
llevándolos de allí por los cabellos
un bárbaro escuadrón sobresaliente
con otros diez o más de nuestra gente.
Quedó con tal vergüenza
y corrimiento
por la perdida lanza el fiero hispano,
que de cobrarla él mismo por su mano
hace, mirando al cielo, juramento.
No puede verse ahora el cumplimiento,
mas no es de presumir que jura en vano
quien tiene ya de atrás en mil contiendas
también aseguradas estas prendas.
En esto ya la cosa está
de modo
que en mar bermejo, el campo se convierte,
y tanto dan que hacer aquí a la muerte,
que dudo si podrá acudir a todo,
Arrolla cuerpos bárbaros a rodo,
sin reservar humilde, ni alta suerte,
y de cortar a prisa tanto hilo
tiene mellado ya su agudo filo.
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