PEDRO LEZCANO |
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La maleta |
Ya tengo la maleta, una maleta grande, de madera: la que mi abuelo se llevó a La Habana, mi padre a Venezuela. La tengo preparada: cuatro fotos, una escudilla blanca, una batea, un libro de Galdós y una camisa casi nueva. La tengo ya cerrada y rodeándola un hilo de pitera. Ha servido de todo. Como banco de viajar en cubierta, y como mesa y, si me apuran mucho, como ataúd me han de enterrar en ella. Yo no sé dónde voy a echar raíces. Ya las eché en la aldea. Dejé el arado y el cuchillo grande, las cuatro fanegadas de la vieja... _La hostelería es buena _me dijeron. Y cogí la bandeja. Sí señor, no señor, lo que usted mande, servida está la mesa... Yo por vivir entre los míos hago lo que sea. Vi a las mujeres pálidas del norte arrebatarse como hogueras y llevarse las caras como platos de mojo con morena, tanto que aquí no dejan ni rubor para tener vergüenza... Vi vender nuestras costas en negocios que no hay quién los entienda: vendía un alemán, compraba un sueco, ¡y lo que se vendía era mi tierra! Pero no importa, me quedé plantado. Aquí nací, de aquí nadie me echa. (Hasta que el otro día lo he sabido, y he hecho de nuevo la maleta.) He sabido que pronto van a venir de afuera técnicos de alambrar los horizontes, de encadenar la arena, de hacer nidos de muerte en nuestras fincas, de emponzoñar el aire y la marea, de cambiar nuestros timples por tambores, las isas por arengas, las palabras de amor por ultimátums, por tumbas las acequias... Si se instalan los técnicos del odio sobre nuestras laderas, los niños africanos, desvelados bajo la lona de sus tiendas, mirarán con horror las siete islas, no como siete estrellas, sino como las siete plagas bíblicas, las siete calaveras desde donde su muerte, y nuestra muerte, indefectiblemente se proyectan. Yo por mi parte cojo la maleta. La maleta que el viejo se llevó a las Américas en un barquillo de dos proas, ¡Qué valientes barquillas atuneras! Tienen dos proas, una a cada lado, para que nunca retrocedan. Vayan a donde vayan siempre avanzan. ¿Quién dijo popa? ¡Avante a toda vela! Y yo...voy a marcharme, reculando. Voy a dejar que crezca sobre esta tierra mía toda la mala hierba. Voy a volver la espalda al forastero que vendrá con sus máquinas de guerra para ensuciar de herrumbre las auroras, de miedo las conciencias... Pensándolo mejor, voy a sacar de la vieja maleta el libro, la escudilla, la camisa, la batea,voy a pintar y a barnizar de nuevo su gastada madera, voy a quitarle el hilo y a ponerle la cerradura nueva. Y con ella vacía me acercaré a la Isleta, y al primer forastero de la muerte que llegue a pisar tierra se la regalo, para siempre suya, y que la use y nunca la devuelva. ¡No quiero más maletas en la historia de la insular miseria! Ellos, ellos, que cojan ellos la maleta. Los invasores de la paz canaria que cojan la maleta. Los que venden la tierra que no es suya que cojan la maleta. Los que ponen la muerte en el futuro que cojan la maleta! ¡Que cojan la maleta, que cojan para siempre la maleta!
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Cándidos besos llueven con cuidado no se despierte el alma de repente. Besos, de desamor, besos de ausente, besos de corazón a cero grado. Besos de amor que nadie nos ha dado. Besos de adiós en amarilla frente. Soñados besos del adolescente, que envejecen el alma y el peinado. Besos de virgen o ángel a porfía visten la luz de novia o mariposa, tenaces y febriles y posesos... Besos del más allá que nos envía la legión de los muertos o las rosas. Besos de alma quizá o alma de besos.
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Ese lugar de ti donde, evadida, tu sangre moja el aire y se derrama; ese lugar de ti donde la llama está a la vez mojada y encendida; ese lugar en fruto que convida a escalar la cintura de tu rama; allí donde tu céfiro embalsama la palabra de amor recién nacida; ese lugar de ti, bebí sediento. (Besar es un ensayo de hacer viento respirable tus huesos y tus venas) Pero quedé absorbido en el intento. Ya me duele tu carne y soy apenas pez de tu sangre y ala de tu aliento.
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De altas aves rozando firmamento, yo era un cerebro en solitaria almena, fuste sin corazón de luna llena. Era dueño de mí, dueño del viento. Mas de pronto un letal descendimiento, una presencia mía en forma ajena, una muerte pisando sobre arena desposeyó mi carne sin tormento. Mi corazón, mis venas cada día más ajenas me habitan y me muero. He dado mi razón, mi fe, mi hombría. Todo te he dado, amor, nada soy, pero te siento aquí, te siento ya tan mía que sólo sé que soy porque te quiero.
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