Pedro Soto
de Rojas

 

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Envidia dulce

Ausentándose por no ofenderla

Al sueño

Piedad declarada por rigor

Ojos de Fénix...

 Envidia dulce
Tras el desdén de las que argenta escamas,
goza el amante del vellón que dora;
pasó el rigor del yelo y ya de Flora
es el campo galán en mil retamas.
El pajarillo entre las dulces ramas
corresponde a la voz que le enamora;
el tierno amante, aljófar del aurora,
blancas flores abraza y verdes gramas.
¡Oh, todos venturosos amadores,
a quien asignan los piadosos cielos,
para un rigor, sin número favores!
¿Cuándo saldrá mi sol de tantos yelos?
¿Cuándo se oirá esta voz? ¿Cuándo habrá flores?
¿Cuándo tendrán reposo mis desvelos? 

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Ausentándose por no ofenderla
Hermosa Fénix, si la luz serena
de vuestros claros ojos no abrasara,
su pureza devoto contemplara,
que al no encendido, al temerario enfrena;
mas si mi vista enciende y desordena,
cual suele el viento y fuego a polvo y vara,
si, aunque se oculta, sierpe ostenta clara
purpúrea rosa y cándida azucena,
¿cómo queréis que mire vuestros ojos
menos que con intento así advertido?
Ausente estoy mejor, si os causo enojos:
adiós, Fénix, adiós, que voy perdido;
huyendo voy de amor y sus antojos,
mas, ay, que viene a la memoria asido.

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AL SUEÑO

¿Por qué, di, de mis ojos sueño blando
los desvelados párpados no pegas?
¿Por qué a mis miembros tus licores niegas
si por el mundo los estás regando?
De mí, porque te invoco vas volando
y a quien menos te busca más te llegas;
bien claro el arte de tus obras ciegas
con castigo cruel me va mostrando.
Si oscuridad procuras, ¿qué tiniebla
como mis ojos? Si el silencio estrecho,
su imagen son, sin dedo, mis dos labios:
llega que alcázar te dará mi pecho,
gruta será mi herida, mi amor niebla,
mi llanto humor, ministros mis agravios.

 

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PIEDAD DECLARADA POR RIGOR

Puso en ti del autor la sabia mano
alma quieta en sangre generosa,
anciano fruto en niña flor hermosa,
divino ingenio en un sujeto humano.
Mas luego puso, ¡ay, triste!, amor tirano
entre blanco jazmín y fresca rosa
la Ceraste mordaz más venenosa
que humor vertió de racional insano.
Tú, piadoso, quizás por no acabarme,
huyes y escondes su veneno esquivo
como si esto bastara a remediarme;
pero es aumento que en mi mal recibo,
pues muero cuando dejas de matarme,
y sólo el tiempo que me matas vivo.

 

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Ojos de Fénix, si matadores, deseados
Indicios claros de la luz, espías
del luminoso general del cielo,
cuyo valor ardiente, cuyo celo
años le rinde y le conquista días;
apacibles tiranos, que alegrías
dais y quitáis al más cortés desvelo;
deidad tonante, que fulmina yelo
sobre el volcán de las entrañas mías;
volved a mí, volved, aunque de fiero
basilisco seáis: vuestra hermosura
más que la vida en vuestra ausencia quiero,
si ya no sube a tanto mi ventura
que os puedo _¡oh cuán difícil!_ ver primero,
y es cada cual difunto y sepultura.

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