Reprocho a las
cosas que le entretienen
( ¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis! )
Altas de talle y, bien plantadas.
y cien veces aborrecidas
cuando se espera de esta forma
desesperada y decidida.
¿Con qué hebras tejéis los hilos
que me lo ensartan y desvían,
urdidoras de mi coraje
y robadoras en porfía?
¿Por qué caminos o qué atajos,
agazapadas, repentinas,
le dais el alto, santo y seña,
paso le dáis para que os siga?
¡Si yo no puedo en la distancia
ganar batallas ni partidas,
enfrentarme con vuestros aires,
regatearos con mi risa,
reclamaros con mi presencia
su necesaria compañía!
( ¡Ay, qué blancas debéis ser
que así me lo entretenéis! )
Cuando llegue, no habrá palabras,
razón que valga y que me asista,
vendrá cansado y solitario
con la frente desvanecida
y
_a tres cuartas el corazón,
achicada y medio escondida_
yo iré quitándole de en medio
toda la carga de este día,
porque no note mi cansancio
ni se le acerque mi ceniza:
los desperdicios de mi sueño,
los retales de mi alegría,
las cortezas de aburrimiento
y el agua muda que se agria.
A nadie le dolerá el aire,
a nadie pasará este día...
¡Y he de llevar el plomo oscuro
de su cuerpo mientras viva,
la memoria de aquellas horas
en las que todo enmudecía,
en las que todo fue silencio,
latir de alas oprimidas,
metal de espera por las manos,
por las sienes y las rodillas!
Nadie sabrá. Nadie. Ni él mismo.
Una de tantos... Sólo un día...
Todo perdió su sal, su vez...
( ¡Ay, qué grandes debéis ser
que así me lo entretenéis! )
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