índice

Rafael Ballesteros

En fa menor

En re menor

En sí menor

Poemas de asonancias y muerte

Exilio

I. En fa menor.

Oh, como si no inventamos no vemos
nada, estamos vendos, yo allí, azulejos
verdes-paja hasta arriba, arriba, y yo
me puse arriba, sobre el hombro, viva,
viva, viva lo nuestro, pusimos.
Y el juez me dijo: ¿ustedes? Sí. No.
Somos aquellos.
Pasó la noche. Legaños, sucios _diciembre
era, era_ ¡venga tu brazo!, pero qué muñecas,
oye, chicas, chicas y sentí más frío
todavía.
Y el juez, otro: Usted, Usted. Y yo: Si. No.
Falso. Si. Soy yo. Ay, eso no puedo negarlo.
Me miraba a los ojos.

Venga, Venga. Con Luis y aquel y el otro,
otro más, otro, me llevaban y pasé rozando
el balcón de mi casa, adivinaba, las cunas
miraba y no los veía. ¿Quién ve cuando está
solo?
En este reino sólo se entra desnudo. Yo
mostré sólo mi culo. Político. Político. Uf, dios
de ellos: el hatillo. Y entré.
Qué frío. Frío. Pero eso sí. Eso es verdad:
Era mejor que el de la muerte.

ir al índice

II. En re menor.

Me recibieron los ramos anarcos. Tú eres ¡no?.
Mira: una celda entera de cecinas y quesos.
Toma, toma es de-para todos. Del mundo. Dicen
que no nos olvidan. Y yo dije: pero si no te ven
¿cómo te recuerdan?
Se empieza así. Por un periodo como el de ellas.
Enteros. Sólo para comer te abren. ¡Aquellas
naranjas contra la pared, horas y horas de cuatro
días!
Pon la espalda. Y ¿duele, duele? Ay. Ay. Peor
que robar de noche y en escalo y reían. Reían.
Pero quién, ¿quién enferma así?. Y ¿esa barba?
Eh. Prepara billetes en papel de calle. Así, sí.
Suave, suave, con agua caliente. Se acercaban.
Miraban. Sí. Soy de los que están allí, pero aquí
me trajeron.
Ah, no. Para el vino todos, todos en fila en aquella
galería. Pero ¡no tragaban!. Guardaban. Tu boca, la
tuya, también tú, todas las bocas _un día y otro_
juntos para llenar una botella. ¿Y tu?- _Yo no. Yo no.
Yo tragaba cada día como el que bebe su poquita
de luz.
Y ¿traigo a los niños? No. No. ¿Y si recuerdan?
¿Y si les queda ahí en la mirada? ¿Así para siempre
las rejas?.Y tú dijiste: quizá, quizá fuera mejor para
que no olvidaran.

ir al índice

III. En sí menor.

Yo miraba los zapatos, así, las camisas,
sus cosas en general, el conjunto de los
pelos, ¡sí son todos, todos nuestros!
Unos muros tan altos. Y allí unos
con otros, pegaditos a la piedra, Jou,
Valentín, el Trigi , Camilo, Fuertes, todos
con el Vinagre. Ya sé, ya sé que no estaban
pero sé que me miraban.
Y el rancho, gracias, no más, no más,
a la puerta, y decían, que sí, que sí, que
le ponen eso para las mujeres. Y Edo:
sólo el primer año es un calvario.
Oh, el silencio de la noche. Yo, arriba,
arriba. De esa litera el bajo es otra celda.
¿Quién sabe lo que un hombre solo piensa
así?
Yo sí. Yo cada día escribiré el recuerdo.
Mi silencio dentro de aquel silencio. Y lo
enseñaba en secreto. Aquí pongo todo lo
que veo. Ay, ya sabía yo que sólo vemos
bien lo que siempre vemos.
Y una noche. Venga, venga. Vístete. que
te vas. Y yo: pero yo quiero: adiós, adiós,
tocarlos. Pero es sí. Si haces. Si no haces.
Si presentas. Todo en condicional. Y yo
mirando atrás, al aire: adió, adiós.
Los que amaba detrás de aquel portón. Salí.
Atravesé la calle, despacio. Despacio. Ay, un
modelo de verdad aquel perfil de nata entre
el amanecer de las tinieblas.

Estos poemas inéditos
para el magnífico
amigo y compañero Victor Arrogante
Rafael Ballesteros

PULSA AQUÍ  PARA LEER POEMAS SOBRE CÁRCELES-PRESOS

ir al índice

Poema de asonancias y muerte

Para Pablo García Baena

Yo me iba al taller, arriba, donde componía
mi caja de alabastro. En ella ponía la poca
volun
tad que me quedaba. Cuando aquella sombra
importunaba mi sosiego, tan frágil y tan inestable,
yo hacía con la mano vete, vete, y, al principio,
desaparecía.
Yo le daba al cincelillo y al martillo
pilón su cadencia y su gracia salvaje, aullante.
A veces, entre golpe y golpe, de mis ojos las lágrimas
caían hasta la taza de té. Era toda la paz que mi
vida alcanzaba y la soledad que era capaz de
resistir.

Pero un día tras otro, desde el mismo rincón oscuro
de siempre, la sombra se acercaba cada vez más.
Yo ya fingía no verla. Miraba las fotos de mi
juventud, aquel disco ponía que me trasladaba
debajo de los ríos deslizándome, deslizándome,
o simplemente sentaba mi cuerpo sobre el rayo
de luz, apacible como una pomada de aceite
y de láudano.

Pero ¿quién podía no advertirla?
A veces, más de las razonables, se acercaba tanto
que notaba su vaho cerca de mis cabellos. Y otras,
levemente pero con insistencia me tiraba del filo
del pantalón: aquí, aquí, me decía con su voz
de antes de cualquier voz.

Aquella mañana tomé por fin la decisión.
Me senté y tomé la taza de té entre mis manos.
Nadie puede decirme que tuve una vacilación,
el más leve temblor.

Con elegancia,
tras el último sorbo, ya templado, ofrecí
a sus colmillos mi garganta. Y antes
de que mi sangre esmaltara de rojo
el alabastro, oí nítidamente de sus
dientes de plata, escaparse su risa.

(De Los dominios de la emoción).

 

ir al índice

Exilio

Para Juan Campos Reina

Tengo una manzana de piel fina
y tersa _pondal_ que guarda temblor
y ansia. Esas que Fernando las tomaba
en el jardín y le decía toma tú también,
Melibea, mientras esperas del amor.

Otra tengo también que es sólo nada,
como una bola tosca y gaseosa, que llevan
en cerón los labriegos, mula allí, mula acá,
pregonando por entre los valles y oliveras.
Esas que a las mozas Rubén daba
para ofrecerles el amor.

Y otra también, plena, rotunda pero
vanal, verde y juga, una parte placer,
la otra, un vacío infinito. Son ésas que
Carriedo comía, siempre dejando la
mitad, así que amaba su amor.

Y están allí las tres, sobre el frutero
azul de Talavera, en el salón de los
pecados. Y le digo, sí. Toma y bebe
el vino tenso y firme de las viñas últimas,
y a mi amante le ofrezco, del frutero
cualquiera y tú me dices, tú sí que eres
mi manzana, amor mío, la boca mía,
mis dientes míos, ven, ven, pulpa de mí,
ven; y, mientras, una coge, ay, siempre
aquélla, la del paraíso. ¡Siempre, siempre
ésa y nunca otra!
Esa que nos condena a nuestro exilio
y a la perseverancia de una sombra
que sí acompaña, pero que nos delata.

(De Los dominios de la emoción)

 

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL