índice

Rafael López Rivera

La libertad

El gran lobo

La libertad

Hospital Frenopático Regional

E

l doctor Sánchez estaba sentado en su despacho meditando, sobre las contradicciones y las situaciones absurdas que se presentan en la vida y en las que seve obligado a tomar parte. Ésta era una de ellas. Encima de su mesa tenía el expediente de Daniel Aguirre, un paciente joven de unos veintiocho años afectado de esquizofrenia con alucinaciones visuales y agravado por una manía persecutoria que le producía episodios de agresividad y ansiedad. La circunstancia que causó su estado era un fenómeno que comenzaba a ser común enlos últimos tiempos. Daniel era un joven alocado, un tanto inconsciente, tal y comocorrespondía a su edad y, según el informe de ingreso, en una noche de fiesta hasta el amanecer, cometió la tremenda temeridad de ingerir una alta cantidad de alcohol tras haber tomado un par de pastillas de una droga sintética de diseño. De los testimonios aportados por sus amigos, se desprende que tomó la famosa “popeye”, una anfetamina que proporciona mecha hasta que el cuerpo se quema.

Como consecuencia del cóctel festivo tuvo que ser ingresado de urgencia en el hospital comarcal. Llegó en un estado comatoso que duró tres días. El equilibrio químico de su cerebro se vio descompensado y una de las secuelas permanentes, producto de ello, fue la esquizofrenia. Según parece, por parte de la familia de su madre, existió algún caso lejano consíntomas de demencia y que tal vez fuese esquizofrenia. Esto para Daniel, en cualquier caso, sólo podía indicar una cierta predisposición a padecer trastornos mentales pero no se puede considerar como un dato relevante a tener en cuenta en su historial médico ni era un indicador que le identificara como un sujeto de riesgo. Tras ser dado de alta y mientras se recuperaba de sus problemas físicos, hicieron acto de presencia los primeros síntomas de la enfermedad: el aislamiento, la parquedad depalabras, los estados de ansiedad y agresividad, las voces, etc. Los padres de Daniel eran gente sencilla, de campo, con poco nivel cultural, con una visión muy simple del mundo y la vida. Al comienzo del problema pensaron que se trataba de una rebeldía juvenil acarreada por la dependencia de los padres, los medicamentos, su estado físico y moral. La familia aprendió a convivir con ello pero cuando Daniel se negó a seguir la disciplina de la medicación fue empeorando paulatinamente, la convivencia se fue degradando hasta el punto en que ésta se hizo insoportable.Entonces, por vergüenza, ocultaron el problema a la vista de los demás. Cuando quisieron reaccionar, ya era demasiado tarde, ellos habían perdido el control y no manejaban las riendas de sus vidas.A partir de este momento, los maltratos y agresiones de Daniel hacia sus padres eran continuados, los veía como a extraños, como a enemigos. Les echaba la culpa de las cosas más absurdas y la emprendía a golpes con ellos sin justificación alguna. Lo único que podían hacer sus padres era protegerse y evitar que él mismo se lesionase. A veces, después de uno de estos episodios violentos, volvía arrepentido llorando pidiendo perdón alegando que no sabía lo que hacía, que la próxima vez no iba a hacer caso de las voces. Otras veces, reaccionaba como si no hubiese ocurrido nada, como si se realizara un vacío en su memoria y este acontecimiento hubiese sido arrancado de su vida cayendo en el olvido.Debido a la corpulencia del muchacho, éste se convertía en un sujeto muy peligroso y difícil de controlar durante sus estados de agresividad. Este hecho y la escalada de violencia de los episodios de crisis fueron los que motivaron a sus padres a solicitar el internamiento en el hospital para que recibiese el tratamiento psiquiátrico adecuado. En el pueblo, en las montañas donde ellos viven, no existen instituciones ni profesionales que se puedan hacer cargo de casos como el de su hijo. Daniel durante su reclusión, en sus momentos de lucidez, entró en contacto con la asociación de voluntarios que acudían al centro a ayudar en las labores de asistencia y atención a los enfermos. Esto le dio la oportunidad de exponer su caso y dar a conocer la injusticia que se había cometido encerrándolo. A través de ellos formuló una denuncia contra sus padres por recluirlo ilegalmente y privarle de libertad. Como consecuencia de esta denuncia, se produjo una revisión de su caso y de la orden por la cual fue llevado al centro.El informe y la evaluación médica fueron positivas y favorables hacia Daniel, debido a que cuando tomaba la medicación con regularidad, las crisis eran espaciadas y su agresividad desaparecía, pasando a ser una persona más o menos normal. Por otro lado, aún cuando las agresiones y las palizas fueron continuas, sus padres nunca interpusieron una denuncia de maltratos contra su hijo por miedo a que lo ingresaran en una cárcel. La inexistencia de hechos denunciados con anterioridad, desde el punto de vista legal, decantó el dictamen a favor del muchacho.Ahora el problema moral se lo encontraba el doctor Sánchez. Él sabía positivamente que el muchacho no continuaría tomando su medicación con regularidad y, tarde o temprano, todo volvería a ser como al principio, un individuo peligroso, impredecible y sin control de sí mismo durante las crisis. Sobre la mesa estaba la orden judicial por la cual, el juez ordenaba la inmediata liberación de Daniel y su baja del centro. Por muy contraria que fuera la opinión del doctor hacia la resolución, éste no tenía potestad para contravenir el mandato judicial. En días pasados, cuando tuvo conocimiento de la resolución, informó a la familia de los peligros y el riesgo que existía. Daniel estaba resentido con ellos, no los había perdonado y podían ser el foco al que fuera dirigida su agresividad. Esto era algo que había quedado patente en las sesiones de terapia y seguimiento del muchacho. Por ello el doctor aconsejó encarecidamente a los padres, que se mantuviesen a distancia de él. No quería cargar sobre su conciencia con ninguna tragedia familiar protagonizaba por elenfermo. Esa era su forma de lavarse las manos y desentenderse de este escabroso asunto.

_¡Pom!. ¡Pom! _sonaron unos golpes en la puerta del despacho._¿Se puede?.

_Adelante Daniel, pasa por favor.

_Hola doctor. ¿A qué se debe el cambio de escenario?. ¿Ahora atiende a los pacientes en su despacho en lugar de la consulta?.

_Supongo que te imaginas por qué te he mandado llamar.

_Hoy no es día de visita, me ha llamado a su despacho y no a la consulta, por lo quededuzco que no se trata de una entrevista rutinaria, en ese caso sólo puede tratarse de la resolución sobre mi reclusión ilegal –razonó con aplomo Daniel.

_Efectivamente se trata de eso. El juez después de examinar los informes ha dictaminado que debes ser puesto en libertad inmediatamente. No obstante, con independencia de lo que digan estos informes, yo tengo una serie de recomendaciones que hacerte.

_Y… ¿Cuáles son esas, doctor?. Que lleve una vida sana, que no haga excesos con el alcohol, nada de drogas, dormir mucho y descansar –dijo el muchacho con cierto aire de ironía.

_Todo eso y una más, que te tomes la medicación a rajatabla. Si abandonas lamedicación empeoraras, volverán las crisis y será necesario recluirte de nuevo.

_Para eso doctor, sería necesario que demostrasen que estoy loco.

_Daniel, loco del todo no estás pero digamos que te encuentras en una situación deequilibrio inestable. Al más mínimo abandono o alteración de tu régimen de fármacos puedes perder la cordura.

_Eso no es lo que dicen los informes sobre mí.

_A los burócratas y a sus “médicos expertos” los habrás podido engañar pero a mí no. Yo estoy todos los días aquí contigo y sé que es lo que llevas dentro. Te dejan salir porque ahora estás estable y no posees antecedentes, eso se lo tienes que agradecer a tus padres que te aguantaron con resignación y jamás te denunciaron. Pero no nos engañemos, tú y yo sabemos qué es de lo que estamos hablando.

_Perdón doctor, ¿a qué viene ahora hablar de todo esto?. ¿No estará usted grabando la conversación?.

_No seas chiquillo. ¿Qué piensas tú que es esto? ¡Un parque de atracciones! Tengo los archivadores llenos de casos más interesantes que el tuyo. Casos de gente que necesitan ayuda y que no tienen una oportunidad como tú de intentar controlar su enfermedad y reconducir su vida. ¿Qué te hace pensar que eres más importante que ellos?. Veo que estoy perdiendo el tiempo y saliva tratando de hablar contigo.

_Bueno, tanto si está grabando la conversación como si no, yo lo que quiero dejar bien claro es que eso de la agresividad y todo lo que se dice de mí lo sabrá usted porque yo, como bien sabe, tras una crisis no recuerdo nada y durante las mismas, no soy dueño de mis actos.

_Déjate de pamplinadas, dime que no eres consciente de los maltratos que has proporcionado a tu familia, de su sufrimiento, de su desgracia.

_No.

_¡Qué cínico llegas a ser! Si por mí fuera, todavía te quedarías durante una buena temporada en el pabellón.

_Bueno…, por suerte para mí, el juez opina lo contrario que usted.

_Tengo otra cosa más que decirte. Después de hablar con tus padres sobre tul ibertad y de ser bastante franco en lo relativo a lo que pienso sobre ti, como es lógico,ellos tienen miedo. No es aconsejable que vivan bajo el mismo techo que tú y por ahora debéis mantener las distancias. Para evitar los problemas del reencuentro, me han dado las llaves de la casa de las afueras del pueblo para que te las entregue y vivas en ella. No quieren verte ni saber nada de ti. Cada final de mes, te ingresarán una cantidadde dinero en tu cuenta corriente para que puedas vivir sin trabajar y para tus medicamentos.

_¡Vaya!. ¡Las ratas abandonan el barco que se hunde y lo dejan a la deriva!

_No tienes derecho a emitir ese juicio sobre tus padres. Ellos han hecho todo lo que podían hacer por ti. Ahora eres tú quién debe comenzar a cuidarse. Por otro lado, yo les aconsejé que se mantuvieran a distancia. En mi opinión no estás todavía estable y acarrearás alguna desgracia.

_Gracias doctor por sus palabras de aliento –ironizó Daniel.

_Lo último que pienso hacer es mentirte, no tengo ninguna necesidad de ello. Si no tomas la medicación, recaerás de nuevo. Las voces y las alucinaciones volverán y con ellas todos los demás problemas.

_Y… ¿Qué espera usted de mí?. ¡Yo quiero vivir, quiero sentir!. No estoy dispuesto a vagar sedado por la vida.

_No tiene caso que continuemos con esta conversación. Eres lo suficientemente mayorcito como para considerar y asumir las consecuencias de tus actos. Aquí tienes la baja en el centro, ya puedes recoger tus cosas y marcharte cuando quieras. Ojalá no vuelva a verte entrando por la puerta del hospital.

_No sé si tomarme eso como un cumplido –dijo el muchacho levantándose de la silla.

_Espera, toma este frasco, es tu medicación para una semana. Este es un papel para tu medico, en él se detalla tu diagnostico y la medicación a seguir. Lo que hagas apartir de aquí es asunto tuyo, si quieres ir al médico vas y si no es tu decisión. _El doctor sacó un sobre cerrado del cajón de su escritorio y se lo entregó a Daniel._Este dinero me lo dieron tus padres para que te costeases el viaje de vuelta y tuvieses algo hasta que fueras al banco.

_¿Supongo que tengo que darle las gracias doctor?

_No, es mi obligación.

_Hasta pronto doctor Sánchez.

_Hasta nunca._El doctor tomó la orden judicial, firmó los papeles y los añadió al expediente. Sus responsabilidades en ese momento finalizaban, él no podía hacer nada más en estecaso. Daniel Aguirre era un caso más, como los otros muchos que tenía todavía que atender en aquel centro de desquiciados. Daniel se dirigió a su celda en el pabellón dos del ala Este. Mientras caminaba a paso cansino iba pensado en lo que dejaba atrás. En sus desplazamientos por las instalaciones, los internos siempre iban escoltados a distancia por un celador dispuesto a machacarlos a golpes a la más mínima provocación. La disciplina y obediencia en el centro era algo que no permitían a nadie saltárselas por muy loco o chiflado que estuviese el individuo.El lenguaje de los golpes es universal y casi todos los internos son capaces de  entenderlo. En el caso que no fuese así, para facilitar las labores de integración del enfermo, existían medios alternativos tales como: los sedantes, el electroshock, las mangueras de agua fría y las cámaras acolchadas de aislamiento. Todo un despliegue de medios a disposición de los celadores y enfermeros. Durante su estancia en el hospital, había pasado por diferentes estados emocionales en lo referente a sus padres. Al comienzo de su internamiento, no entendía por qué era recluido y los odiaba por lo que le estaban haciendo. Poco a poco, este odio fue dando paso a una indiferencia hacia ellos y ahora, después de todos estos meses de reclusión y tras haber obtenido la libertad, sólo sentía desprecio por haber intentado deshacerse de él de una forma tan vil y traicionera. Si a él le hubiesen hecho entender la situación, posiblemente y de una forma voluntaria se habría sometido a terapias individuales y de grupo que, con toda seguridad le habrían ayudado y hubiese evitado su internamiento.En estos momentos se encontraba desarraigado, solo y sin familia. En los últimos cinco meses el centro fue su hogar y los locos su familia. Bueno, más bien era su circo particular que actuaba para él en una monótona y rutinaria función diaria. Daniel sólo tenía que levantarse por la mañana, tomar las pastillas y observar,sobre todo observar. Algunos de estos chiflados podían llegar a ser peligrosos y a veces hasta divertidos aunque la repetición hastiaba. Día tras día, daba comienzo la función circense. Pedro con su historia de declaración de cordura: …”¡Yo no estoy loco! Todo es una maniobra de mi cuñada que es una bruja y una manipuladora. Por eso, cuando le quise prender fuego gritaba desesperada. ¿Sabes que las brujas no resucitan si son quemadas? Ésta era la verdadera razón de sus gritos. ¡Esa vez casi lo consigo! ¿Tú? …¿Tú sabes de hechizos y brujería?. ¡Eh! ¿Sabes?”..…Luis “el corremillas”, con sus ojos inexpresivos, babeando todo el tiempo, medio catatónico, deambulando por la sala arrastrando los pies en su marcha interminable. Un pie detrás del otro, una única dirección, un mismo recorrido describiendo círculos en el centro de la sala. Un solo propósito, andar, andar, sin ningún tipo de interrupción, ni siquiera para hacer sus necesidades fisiológicas. Asenjo con su manía de poner las sillas orientadas en las esquinas de las mesas. Qué nadie las cambiara de posición porque le sobrevenía una crisis de histeria. Ramírez “el vegetal”, con sus pantalones eternamente mojados, los pañales no sirven de nada si no se cambian periódicamente, cosa que no ocurría aquí. A Ramírez los suyos terminaban por llenarse de orina hasta que la humedad rebosaba y se extendía paulatinamente. Lo peor era el desagradable tufo que desprendía, olor a viejo, olor a dejadez.El otro Pedro, que emprendía a correr alrededor de las salas y por los pasillos, asomándose a las ventanas persiguiendo al sol en el atardecer en un infructuoso intento por verlo siempre brillar y que éste no se ocultara definitivamente. Decía que la noche era el reino de las sombras malignas, que como no había sol, no existía nada que atase a las sombras con los cuerpos y entonces estas quedaban liberadas parasembrar el terror por doquier. Éste era el espectáculo diario con el que se encontraba Daniel. Fue interesante la primera semana pero después acababa aburriendo. A veces era necesario introducir algún elemento perturbador para que ocurriese algo. Él de vez en cuando lo hacía para entretenerse un poco, así pues, en alguna ocasión; Daniel subió las sillas encima de la mesa para ver a Asenjo en su delirio, o provocó a Pedro, bajándole las persianas o lo encerraba a oscuras en una habitación, o entorpecía la marcha de Luis para ver cómo se desorientaba y se ponía histérico hasta que quedaba el camino libre y podía continuar con su avance. Todo esto daba pequeños alicientes a la función. Con el que no se podía jugar era con el otro Pedro ”el inquisidor”. Éste no era de fiar, acabaría quemando a alguien. Sólo necesitaba el convencimiento que ese alguien practicaba brujería y, tarde o temprano, aparecería algún idiota que le diría que sí .

PULSA AQUÍ PARA LEER RELATOS SOBRE LOCOS

ir al índice

EL GRAN LOBO

E

l cielo encapotado proporciona un toque triste al día. El ambiente se prepara para recibir una gran nevada.
Desde un inicio, este viaje de aprovisionamiento estaba gafado. Durante la ida, mi compañero cayó enfermo con fiebre. Convaleciente, lo he dejado en el pueblo recuperándose a base de reposo y de buen comer hasta que sea capaz de emprender, por sí mismo, el viaje de regreso. Él no se encontraba bien cuando partimos de la estación y hubiese sido conveniente que no se hubiese aventurado a realizar el trayecto de ida.
¡Nunca me gustaron los imprevistos!.
         Por culpa de su testarudez, he tenido que adelantar dinero para sufragar las atenciones que recibirán tanto él, como los perros de su tiro. Las cuentas no terminan de salir. ¡Demasiados pagos!.
       El gasto extra que ocasiona la manutención y los cuidados médicos, supone adquirir menos víveres de los esperados, no habrá suficiente para los próximos tres meses, será necesario establecer un plan austero de racionamiento.
       La inesperada indisposición de mi compañero, me obliga a realizar el largo y, ahora, solitario trayecto hasta llegar a la estación meteorológica, la más septentrional del país, a unos ciento cuarenta kilómetros de ningún sitio. No es aconsejable llevar a cabo esta clase de recorrido sin compañía, son zonas muy aisladas y alejadas de cualquier presencia humana.
       Cargo una parte de las provisiones en mi trineo, el resto, las dejo encargadas y pagadas para que las transporte mi compañero cuando finalice su periodo de convalecencia. No hace falta que intente transportarlas yo sólo, tampoco podría hacerlo.
       Después de ver cargado el trineo, creo que me he equivocado en mi estimación. No es suficiente el volumen que he tomado, el tiro de seis perros va a ir muy sobrado de fuerzas durante el camino. Mi compañero se encontrará en la misma situación; las provisiones son muy exiguas.

       Llevo un par de horas de viaje y está transcurriendo tranquilo, sin novedades. Los perros marchan frescos y descansados. Avanzo sobre el inmaculado manto de nieve, emborronando su lisa superficie con las huellas producidas por los animales y las líneas paralelas grabadas por los esquís.
       Aprovecho para disfrutar del paisaje que, en su blancura omnipresente, se ve interrumpido por alguna que otra agrupación dispersa de coníferas, las cuales, no llegan a la categoría de bosque, pero con el color oscuro de sus troncos, rompen gratamente la blanca monotonía del entorno.
       Con el rostro completamente cubierto para evitar que el aire helado corte la piel, grito con energía al tiro de perros para animarles en su tarea y llegar lo antes posible a mi destino, de hecho, perdí demasiado tiempo en el viaje de ida y en mi estancia en el poblado.
       Prosigo toda la jornada avanzando a buen ritmo y, la poca carga ayuda a que el trineo se deslice por el terreno como si flotase sobre una balsa de aceite, veloz como el velero en un día de mar en calma impulsado por viento en popa.
       Debo tener mucha precaución en los virajes por culpa de las condiciones y el estado del terreno. Los caminos y senderos están cubiertos de nieve blanda y es muy engañosa. A esta velocidad, si pillo durante un giro una pequeña hondonada o desnivel, podría sufrir un accidente volcándose el trineo y desparramándose toda la carga.
       Comienza a nevar copiosamente, una densa cortina de copos blancos caen a mi alrededor interponiéndose en mi camino.
       ¡Esto va a dificultar la marcha!
       Sería aconsejable llegar hasta la falda de la montaña para improvisar un buen lugar de abrigo donde guarecerme. Unas nubes espesas cubren, más aún, el cielo, presagiando una fuerte tormenta. La nevada arrecia, tiene pinta que va a ser intensa y, para hacerle compañía, una ligera ventisca adquiere, poco a poco, más ímpetu.
       Las cosas van de mal a peor. He de darme prisa y hallar un buen cobijo donde descansar hasta que amaine el tiempo. La visibilidad ha quedado muy reducida y, para completar mi mala estrella, todavía me encuentro en un tramo difícil del trayecto.
       Extremo las precauciones, mi visión es prácticamente nula. Centro mi atención exclusivamente en la zona nevada que va apareciendo frente a mis ojos, quiero evitar despistarme y chocar contra algún árbol. No puedo proseguir durante mucho más tiempo sin prácticamente visibilidad, he de tomar una decisión…
Me introduciré entre los árboles y acamparé improvisadamente en medio de ellos. Será más fácil para montar algo y pasar la noche protegido al amparo del calor que despiden los perros.
       El aire está ionizado por la tormenta, esto afecta al estado de ánimo de los perros, los irrita especialmente haciéndoles correr inquietos y nerviosos; a ellos tampoco les hace gracia estar a la intemperie, con condiciones atmosféricas tan adversas. Corren deprisa y un poco alocados en un intento inconsciente por huir de allí.
       Grito a los perros para que aflojen la marcha y se detengan, pero la ventisca se lleva mis palabras y no llegan a sus oídos.
       Tiran demasiado fuerte, a causa de la carga, el trineo se está yendo de lado, casi no puedo enderezarlo. ¡Voy a volcar!.
       Lucho desesperadamente por mantener la estabilidad y no salirme. Arqueo mi cuerpo inclinándolo hacia el lado contrario para equilibrar la inercia del giro. Hago fuerzas con las muñecas intentando compensar la deriva. Lo estoy consiguiendo, casi lo he corregido …
       ¡Tlock!. Un golpe seco sonó. No sé ni cómo, ni por qué, pero soy despedido y catapultado fuera de los apoyos. Tras el fuerte impacto, quedo tirado sobre la nieve. Permanezco inmóvil e inconsciente.
       El trineo impulsado por el tiro de los perros y libre del peso del conductor, continúan avanzando sin detenerse. Los animales no necesitan la voz de su amo azuzándoles para proseguir su camino; simplemente continúan su marcha.

       Vuelvo en mí, tengo la cara completamente acartonada por culpa del frío. Abro lentamente los ojos, poco a poco, me pregunto con extrañeza, qué hago aquí en el suelo.
       ¡No recuerdo qué ha pasado!. Iba guiando mi trineo, marchaba demasiado deprisa, los perros corrían nerviosos, se me estaba yendo de lado y…, de repente, me encuentro tirado en el suelo, sin rastro de los perros ni del trineo.
       Una sensación de aturdimiento y confusión me envuelve. ¡Uhhh!. Me duele mucho la cabeza. El resto del cuerpo está completamente entumecido. No sé cuánto rato he permanecido en el suelo, pero ha permitido que el frío me calase hasta los huesos. ¡He de moverme pronto para entrar en calor!.
       Estoy cubierto por una fina capa de helada nieve. Ésta no ha dejado de caer durante todo este tiempo.
Mi cuerpo está dolorido, no sé si me habré fracturado algo. Temeroso, de lo peor, doy órdenes de movimiento a mis miembros: primero, un brazo, después, el otro, a continuación, una pierna y, finalmente, la otra, no parece que me haya roto nada en la caída. ¡Oooh!… ¡La cabeza!…, me mareo un poco, se me va cuando intento incorporarme.
       Me duele el lado derecho de la frente, la toco y descubro una brecha abierta encima de la ceja. Miro al suelo y distingo, claramente, una mancha rosada; es mi propia sangre mezclada con la nieve. El golpe debe haber sido mayúsculo, absorto como estaba por no volcar, ni siquiera vi venir la rama. Fue una imprudencia no percatarme que me estaba aproximando demasiado a los árboles.
       Finalmente consigo incorporarme con evidente torpeza. En un intento por orientarme, miro a mi alrededor, todo es muy confuso. No distingo nada, sigue nevando.
       Como consecuencia del golpe en el lado derecho, por ese ojo veo algo borroso, hecho que no contribuye a darme ánimos. En cualquier caso y, aplicando el sentido común, yo venía procedente de campo abierto, sólo tengo que seguir las huellas del trineo en la dirección opuesta, adentrándome en la espesura de los árboles. He de apresurarme antes que la intensa nevada consiga disimular, completamente, las marcas de los esquís y no pueda seguir su pista.
       Confío en que los perros se hayan detenido pronto, no estaba en condiciones de caminar por mucho tiempo. No tenía ni idea de la forma en que habrían reaccionado los animales; en alguna ocasión me había dormido atado sobre los soportes del trineo y ellos continuaron corriendo solos durante kilómetros, sin necesidad que yo les condujese. Bien es verdad que siempre que había ocurrido esto, iba siguiendo a otro trineo y su propio instinto les había hecho continuar corriendo. ¿Qué habrá ocurrido hoy?. ¿Se habrán parado o no?…, no lo sé. La respuesta a esta pregunta era una gran incógnita, pero aún y así, su resultado era crucial para mi supervivencia.
       No dejaré que el pesimismo me invada, sé que es mi peor enemigo junto con el decaimiento físico y la pérdida de la esperanza; ninguno te ayuda y, en el peor de los casos, cualquiera de ellos puede acabar contigo.
Inicio mi marcha algo vacilante y tambaleándome todavía. Camino paso tras paso, un pie delante del otro, lentamente, mirando siempre alrededor para descubrir mi trineo, aunque sin poder ver realmente hacia dónde me dirijo.
       Mi única meta era no perder de vista los surcos todavía tenuemente dibujados en el terreno. Estas líneas serían las que me conducirían hasta mis perros y estos hacia mi destino. Debía concentrarme en ello y no permitir que el frío me derrotase.
       A pesar de estar sin descanso y en continuo movimiento, sigo estando helado y entumecido, no consigo hacer reaccionar mi cuerpo, no entro en calor. Siento escalofríos que me recorren la espalda. Mis pies están helados y mis manos también, aunque por suerte, todavía conservo las manoplas. Debo marchar más deprisa para generar calor, pero me faltan las fuerzas necesarias para incrementar el ritmo. Camino sin voluntad, de una forma automática, ingenuamente persiguiendo la, cada vez más lejana, esperanza de que los perros se hubiesen detenido y me estuviesen esperando. ¡Absurda idea!.
       En la vida, sólo existe una cosa más decepcionante que no intentar algo, ésta es, intentarlo y no conseguirlo.
       Llevo rato caminando, tal vez, horas, pero no tengo la certeza de que sea así. Se ha hecho casi de noche y, hasta este momento, realmente no lo había notado. Camino en la penumbra, desvalido por la ceguera que proporciona la escasez de luz.
       Ha dejado de nevar aunque la ventisca continúa, ahora aparecerá el frío que genera la helada. Es demasiado tarde para intentar buscar un lugar donde guarecerme, lo tenía que haber hecho antes. Soy un estúpido, he estado vagando hasta agotar la luz y casi todas mis fuerzas.
       El hombre es un ser dotado de raciocinio, pero en las situaciones adversas, cuando cae presa de su propia desesperación, es capaz de aferrarse a las ideas más absurdas como únicas tablas de salvación, autoconvenciéndose de imposibles que carecen de toda lógica contradiciendo los propios dictados de la razón. Ése creo que ha sido mi caso, caminando y caminando sin obtener resultado, pero no tengo nada más al alcance de mi mano.

       Llego cerca de unas rocas, aquí estaré al resguardo del viento helado. La temperatura debe estar descendiendo por debajo de los cero grados. Prepararé un nicho en la nieve, para pasar la noche. El hielo se mantiene cerca de los cero grados, por eso los esquimales se encuentran confortables dentro de sus iglúes. La temperatura ambiente en el exterior puede llegar a alcanzar bastantes grados bajo cero, éste es el verdadero enemigo.
        Solo, en mitad de aquella oscuridad únicamente interrumpida por la blancura dominante, comienzo a cavar el agujero con las manos protegidas por las manoplas. Me doy prisa antes que sea más tarde. Son mis últimas fuerzas y no las debo desperdiciar.
       Llevo un rato excavando y parece que hace una eternidad que comencé. Creo que hay suficiente profundidad y con la nieve que he sacado, he construido un ribete a modo de pequeño muro alrededor del agujero, así no tengo que ahondar tanto.
       Las piernas se me han quedado entumecidas por estar tanto rato de rodillas. Hay partes de mi cuerpo que hace rato que no las siento. He intentado en vano mover los dedos de los pies y, éstos, no han obedecido y, si lo han hecho, no los he sentido. Esto no va a solucionarse en el hoyo, será peor una vez me meta allí. Sin embargo, y a pesar de ello, estoy convencido de estar vivo porque la herida de la frente me duele, me duele muchísimo, enviando punzantes rayos de dolor hacia mi cerebro en cada bombeo de mi corazón.
       Me introduzco ansioso en el agujero con la seguridad que aquello me ayudará a conseguir pasar la noche al abrigo.

       Hace rato que estoy embutido en este maldito hoyo. Agotado, me apretujo más aún en un fugaz intento por conservar el poco calor que queda en mi cuerpo.
       El tiempo transcurre lentamente, al menos, ésa es la impresión que me invade, la del moribundo que observa el avance de su agonía.
       Entro en tiritera; los temblores vienen acompañados de bruscos escalofríos que, a modo de espasmos involuntarios, me recorren todo el cuerpo.
       Han cesado los tembleques, bien podría pensar que es un buen síntoma, pero conozco la evolución de la hipotermia, sé que es todo lo contrario. Tiritar es un mecanismo reflejo del cuerpo que se dispara, automáticamente, en un intento por generar calor haciendo trabajar involuntariamente a los músculos; esto ocurre cuando la temperatura corporal interna desciende por debajo de los treinta y cinco grados centígrados. Soy consciente que éste es sólo el primer indicio que avisa que la pérdida de calor en el cuerpo es excesiva. Cuando el temblor cesa sin haber entrado en calor, significa que el organismo no es capaz de recuperarse por sí mismo, en ese momento, la temperatura interna está por debajo de los treinta y dos grados. Los siguientes pasos en la degradación física son: la pérdida de la lucidez, el desvarío y el fallecimiento del individuo. Así pues, reconforta dejar de temblar, pero mortifica tener la certeza que me precipito a una muerte segura.
Estoy preocupado. Hace tiempo que me duelen las orejas. No me las puedo frotar para calentarlas porque el dolor es mayor aún. Creo que ya no razono con agilidad, hasta el cerebro se me está helando. Me vienen a la mente ideas e imágenes inconexas, sin lógica alguna, como cuando se está en entrevelas en una noche de mal dormir. El agotamiento quiere dar paso al sueño, no es prudente en mi estado de fuerzas dejarme llevar por el cansancio.
       Levanto la mirada hacia el cielo, sólo acierto a distinguir algunas estrellas en el firmamento. Las contemplo allí, estáticas, titilando, observándome por encima de mi realidad. Quisiera estar lejos de aquel agujero, en una de ellas para contemplarme desde arriba. Me pregunto…, cómo sería verme morir desde fuera de mi propio cuerpo, al igual que si fuese un extraño el que estuviese exhalando su último aliento. Me pregunto de nuevo, se puede ver uno a sí mismo expirando el último suspiro de vida como si tu cuerpo fuese el de otro y, a la vez, continuar sintiéndote vivo. ¡Difícil pregunta! ¡Quién tuviese la respuesta!.
       Una sensación de frío glacial, se ha apoderado de mí y me va calando, poco a poco, como la llovizna fina y suave que cae en un atardecer otoñal.
       Cada vez me siento más torpe, no me sorprendo, es predecible, no siento los dedos de los pies y pronto también ocurrirá lo mismo con los de las manos, mas no tengo fuerzas para luchar contra tan incorpóreo enemigo. Me noto caer en un profundo abismo deslizándome suavemente por una pendiente de flojera que va siendo, más y más, pronunciada y cuando miro hacia arriba, el borde de la salvación, se encuentra más distante de mí.
       Morfeo me envuelve con sus dulces y suaves brazos. La somnolencia es espesa y pesada. Lentamente y sin pausa, se apodera de mí, casi no puedo mantener los párpados abiertos.
       Me cuesta horrores pensar. Sé que debo hacerlo, he de hacer trabajar mi cabeza para seguir manteniéndome vivo. El sueño me conducirá inevitablemente al precipicio de la muerte. ¡No debo abandonarme! He de seguir aferrado a la vida. Ni siquiera tengo a mano una mísera fotografía de mi familia para poder contemplarla e infundirme ánimos imponiéndome la obligación de volver algún día a casa y seguir siendo el sustento de mi mujer y de mis hijos. No quiero morir como un perro abandonado, sin nadie querido al lado haciéndome compañía. ¡No he vivido esta asquerosa vida para terminar así!
       Mi esfuerzo por mantenerme despierto y alerta, obtiene pobres resultados. Mi mente funciona a marcha lenta como un radiocasete que se queda sin pilas, empeñándose en que la cinta siga girando, reproduciendo la voz de los cantantes con un lento y grotesco tono grave.

       Un terrible aullido me sobresalta haciéndome pegar un respingo y retornándome de golpe a la vida. ¡Dios!. ¡Qué está pasando!
       Tenía conocimiento que en estos parajes deambulaban lobos solitarios o en pequeñas manadas y este sonido parece confirmarlo. Siempre había pensado que eran sólo habladurías.
       De nuevo, otro aullido procedente de la misma dirección, desgarra el monótono silencio de la noche. Suena muy cercano, casi diría que está al lado mío. ¡Demasiado cerca!
       Tengo miedo. Me refriego nervioso la frente, la herida duele; la palma de la mano se mancha de sangre, instintivamente la huelo.
       ¡Maldita sea! ¡Huele a sangre! ¡Mi sangre!.
       Me imagino a aquel lobo con su negro y húmedo hocico, alzado hacia el cielo, percibiendo y analizando los matices del aire, husmeando mi rastro, en un intento por detectar el paradero de una víctima herida, presa fácil que no le iba a ocasionar problemas ni esfuerzos para abatirla. Dibujo en mi mente la imagen de aquella bestia poniendo en marcha sus instintos de depredador para localizar el premio a su pertinaz búsqueda de comida, ya casi paladeando el festín. Lo veo expectante, ofreciendo la misma estampa que el cazador que aguarda vigilante un fatídico movimiento de su presa. Caminando sin prisas, aproximándose con su amenazante y tenebrosa silueta recortada en el oscuro horizonte. Las mandíbulas entreabiertas, la lengua sobresaliendo y colgando ligeramente en un lado de la boca, restos de babas rebosantes goteando sobre la fría nieve, bocanadas de aliento cálido lanzadas al aire con fuerza, formando tenues y momentáneas nubes de vapor que envuelven, por unos instantes, los poderosos y mortíferos dientes afilados cual cuchillos, listos para desgarrar a su víctima. Su víctima…, ¡Qué impersonal suena! ¡Su víctima soy yo!.
       Con total seguridad, aquel lobo había sido capaz de olerme desde muy lejos y ahora, viene en mi busca.
       El terror se une al frío, al cansancio y al sueño, no tengo cabida para más sensaciones, entre todas me están sumergiendo en un submundo de confusión. Me oculto hundiéndome todo lo que puedo en el agujero, acurrucado, encogido, realizando un máximo esfuerzo en un mísero intento por pasar lo más desapercibido posible para aquella bestia.
       Sé que no sirve de mucho ocultarse, los sentidos de los lobos están demasiado desarrollados como para pretender engañarles con tan ridículo intento. Siento más frío y más miedo.
       El pánico no me da libertad para pensar. Si me quedase un ápice de energía, podría intentar encaramarme a un árbol, pero el pavor que agarrota mis músculos no me lo permitiría; además, después de tanto rato metido en el hoyo, no podría moverme con la suficiente agilidad. ¡Perfecta excusa para justificar mi cobardía y permanecer quieto!
       No sé cuanto tiempo he permanecido en esta tensa espera. Las luces del amanecer iluminan las copas de los árboles arrancándoles tenues destellos. Un silencio sepulcral ha presidido estos últimos momentos de lenta agonía. El animal todavía no ha asomado sus fauces por mi agujero. Puede que haya pasado de largo y que, al fin, no me hubiese localizado.
       Por minutos, me voy envalentonando y adquiriendo confianza en la esperanza de sobrevivir. Al mover mis miembros, me duelen los tendones rígidos por la inmovilidad, los dedos de las manos y de los pies están inertes, el frío hace rato que me obligó a sentir su dolor.
       Lentamente y con notable esfuerzo, me incorporo lo justo y suficiente como para asomar la cabeza e intentar ver las inmediaciones del agujero.
       ¡Maldito espectro!
       Enfrente de mí, a menos de diez metros, se hallaba un gran lobo, acechando entre la vegetación, mirando fijamente con sus ojos salvajes clavados sobre mí. Gruñe, arrugando el morro en clara actitud agresiva, mostrándome sus incisivos encajados, amenazantes, brillantes y rebosantes de saliva generada ante la expectativa de haber hallado comida y saciar pronto su voraz apetito.
       Inmediatamente me agacho de nuevo, aunque no sé muy bien para qué, me había visto y ahora se abalanzaría sobre mí. Me cubro la cabeza con las manos en espera de recibir el envite de aquel monstruo. Cierro los ojos y aprovecho estos últimos momentos para encomendarme a Dios en una susurrada plegaria. Escucho tenues ruidos próximos al filo de mi agujero; en cualquier instante dará comienzo su ataque. No tengo ninguna posibilidad de salir victorioso, no me quedan fuerzas para pelear, sólo puedo aguardar al fatal desenlace con resignación, no existe en mí la valentía y el coraje suficiente como para ponerme en pie y luchar, únicamente puedo resistir agazapado y esperar a que se marche sin conseguir su objetivo.
       Siento calor en mi rostro, un calor húmedo, primero en una mejilla, después, en la otra.
       ¡No tiene sentido aquello!. ¿Me está atacando un lobo?.
       Abro los ojos con estupor. Veo el cielo azul, es de día y, a mi lado, el tiro de perros del trineo.
       ¡Rusky!. ¡Qué alegría ver el rostro de Rusky!. ¡Mi fiel guía!.
       El animal contento por hallarme con vida, menea el rabo de un lado a otro con energía. Acerca su rostro al mío y vuelve a lamerme la cara.
       Observo que estoy tumbado en la fría superficie de la nieve, la sangre en el suelo me recuerda la herida en la frente.
       Por un fugaz momento pienso en el lobo, asustado, miro a mi alrededor en busca suya.
       ¡No está!. ¡No entiendo nada!
       Puede que mi mente y el frío me hayan jugado una mala pasada. No quiero entender, sólo deseo marchar de aquí cuanto antes.
       Me incorporo lenta y pesadamente enfundándome en el trineo cubriéndome con pieles. Reúno las tenues fuerzas que me quedan para apenas gritar: ¡Aahock!. ¡Aahock!.
Rusky me mira con ojos inteligentes y comprendiendo la orden dada, tira de sus correajes con fuerza. El trineo se pone en marcha; cierro los ojos sin querer recordar la angustia vivida, sólo deseo dormir y que mi cuerpo entre en calor. Sé que esto es imposible sin la ayuda de otros.
       El trineo avanza, me siento desvanecer y, mientras tanto, pienso en el lobo que se presentó frente a mí. Me viene a la memoria, como un recuerdo lejano. Las leyendas de las gentes de estas tierras que cuentan que, antes de que el alma abandone este mundo y parta hacia el más allá, al moribundo le visita el espíritu del "Gran Lobo" para que le rinda cuentas de su paso por esta vida. ¡Noñerías de viejos!. Pero…, puede que esto fuese lo que me ocurrió, en ese caso, todavía desconozco su veredicto final. Aunque bien es cierto, que no creo que tarde mucho en saberlo, ya no distingo si estoy medio vivo o medio muerto.
       Rezaré para que alguien se cruce en mi camino y me socorra, antes que vuelva a escuchar el próximo y definitivo aullido del lobo portando su sentencia final.

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL