La bahía era suya. En el bote de goma, las huellas del bikini. Rellenad los espacios en blanco. El delfín trajo amigos. Tú te cubriste: eran sus ojos demasiado humanos. |
Para L. P. Las mariposas, decididamente, cuando vuelan no marcan el paso con el ala; son sencillas como nalgas playeras; inútiles y sueltas como tus mamas al correr. Te quiero, piel de gritos. Los arácnidos se burlan cruelmente de las tiesas libélulas; al reír las patas se les tornan nudo místico, igual que el pelo de tu pubis, enmarañado y defensor, tupido, zarza ardiente. Tarántula, te quiero: tarantela. Los rumiantes se van comiendo estómagos con el ayuno de carnestolendas; así tú te devoras los muslos sucesivos según te sube el hambre por los dedos que le invento a la sábana carnosa. Te quiero, dientes, ojos, venternera. (Tánger: agosto 1964)
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Si todas estas manos tan picudas se cerraran un día en puños, este país perdería en loores lo que ganase en ruidos. Pero hay pocas esperanzas de que llegue ese día en que el terso cerebro poroso, impermeable, de nuestras santas matronas y nuestros claros prohombres relaje la terrible dictadura que padecen las manos en la plaza (banderas). En que dejen que canten las manos, que aúllen las manos, que recojan. (5 de enero 1971) |
Mis manos por tu cuerpo (tu cuerpo irreprimible por mis manos busca encaje en mi cuerpo, busca impulso, busca roce caliente, busca fuerza). Mis manos por tu cuerpo se persiguen perplejas, incapaces de explicar tus respuestas adelantadas. Mis manos por un cuerpo tan sencillo como el tuyo se hacen sabias y hábiles, fecundas en ardides placenteros. Mis manos por tu cuerpo de pequeñas sonrisas. Mis manos veteranas por tu piel venidera. Mis manos rutinarias: inventoras de pronto, a fuerza de entreabrirte purísimas sorpresas. Mis manos por tu vientre, mis manos por el peso inesperado de tu pecho. Mis manos descubriendo qué sabían tocar en un cuerpo afinado. Mis manos y tus manos alevosas en mi cuerpo indefenso (25 de marzo de 1976) PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS A LAS MANOS |
Lleva colgadas en la piel las miradas de todos los hombres: las miradas de todos los hombres: trofeos de lujurias ajenas, exvotos de milagros concedidos. ¿Bastaría afirmar que exhibe la belleza sin poseerla, sin adueñársela? Está bailando mientras engullo el alcuzcuz, mi vientre en sus tareas, el suyo cimbreándose. La orquestina moruna se va apelmazando en sus monodias hashishinas. El violín, la darbogha, las cuerdas, los crótalos. Son lecciones de historia, sus caderas. Qué estrecha mi mirada. Mi compañero de cena, bajito, regordete, me obsequia con sus gestos zalameros. Aceite mediterráneo. Dice que su familia procede de Granada, que vino a Túnez con los desterrados del Reino, que es español por todos los costados genealógicos. No lo creo. Es levantino, fenicio, aborigen cartaginés. Cela vous dirait quelque chose, d’inviter la danseuse à s’asseoir avec nous? —me pregunta. No. Uno no paga por acostarse con portadoras de la tradición. Son para rezarles a distancia de altar, para la unción y el culto. Los machos no debemos sobajar las estatuas de la Diosa. |
POR
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