índice

Ramón Buenaventura

El delfín nos miró

Control perdido

Manos

Marzoveinte

Cadera

Por ejemplo

El delfín nos miró.

La bahía era suya.

En el bote de goma, las huellas del bikini.

Rellenad los espacios en blanco.

El delfín trajo amigos.

Tú te cubriste: eran

sus ojos demasiado humanos.

ir al índice

 

CONTROL PERDIDO

                                                           Para L. P.

 Las mariposas, decididamente,

 cuando vuelan no marcan

 el paso con el ala;

 son sencillas

 como nalgas playeras;

 inútiles y sueltas

 como tus mamas al correr.

 Te quiero, piel de gritos.

 Los arácnidos

 se burlan cruelmente de las tiesas libélulas;

 al reír

 las patas se les tornan nudo místico,

 igual que el pelo de tu pubis,

 enmarañado y defensor,

 tupido, zarza ardiente.

 Tarántula, te quiero: tarantela.

 Los rumiantes se van comiendo estómagos

 con el ayuno de carnestolendas;

 así tú te devoras

 los muslos sucesivos

 según te sube el hambre por los dedos

 que le invento a la sábana

 carnosa.

  Te quiero, dientes, ojos, venternera.

 (Tánger: agosto 1964)

 

ir al índice

  MANOS

 Si todas

 estas manos

 tan picudas

 se cerraran

 un día

 en puños,

 este país perdería en loores

 lo que ganase en ruidos.

 Pero

 hay pocas esperanzas de que llegue ese día en que el terso cerebro

 poroso, impermeable, de nuestras santas matronas y

nuestros claros prohombres

 relaje la terrible dictadura que padecen las manos

 en la plaza

 (banderas).

En que dejen que canten las manos,

 que aúllen las manos,

que recojan.

 (5 de enero 1971)

ir al índice

MARZOVEINTE

 Mis manos por tu cuerpo

 (tu cuerpo irreprimible por mis manos

 busca encaje en mi cuerpo,

 busca impulso,

 busca roce caliente, busca fuerza).

 Mis manos por tu cuerpo

 se persiguen perplejas, incapaces

 de explicar tus respuestas

 adelantadas.

 Mis manos por un cuerpo tan sencillo

 como el tuyo

 se hacen sabias y hábiles, fecundas

 en ardides

 placenteros.

 Mis manos por tu cuerpo de pequeñas sonrisas.

 Mis manos veteranas por tu piel venidera.

 Mis manos

 rutinarias:

 inventoras

 de pronto,

 a fuerza de entreabrirte purísimas sorpresas.

 Mis manos por tu vientre,

 mis manos por el peso inesperado

 de tu pecho.

 Mis manos descubriendo qué sabían tocar

 en un cuerpo afinado.

 Mis manos y tus manos alevosas

 en mi cuerpo indefenso

 (25 de marzo de 1976)

PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS A LAS MANOS

ir al índice

CADERA

Lleva colgadas

en la piel

las miradas de todos los hombres:

las miradas de todos los hombres: trofeos

de lujurias ajenas, exvotos de milagros concedidos.

¿Bastaría afirmar que exhibe la belleza

sin poseerla, sin adueñársela?

Está bailando mientras engullo el alcuzcuz,

mi vientre en sus tareas, el suyo cimbreándose.

La orquestina moruna se va apelmazando en sus monodias hashishinas.

El violín, la darbogha, las cuerdas, los crótalos.

Son lecciones de historia, sus caderas.

Qué estrecha mi mirada.

Mi compañero de cena, bajito, regordete, me obsequia con sus

gestos zalameros.

Aceite mediterráneo.

Dice que su familia procede de Granada, que vino a Túnez con

los desterrados del Reino, que es español por todos los costados

genealógicos.

No lo creo.

Es levantino, fenicio, aborigen

cartaginés.

Cela vous dirait quelque chose, d’inviter la danseuse à s’asseoir

avec nous?

—me pregunta.

No.

Uno no paga por acostarse con portadoras de la tradición.

Son para rezarles a distancia de altar, para la unción y el culto.

Los machos no debemos

sobajar las estatuas de la Diosa.

ir al índice

POR EJEMPLO
Añoro los tiempos ácidos en que solía verme desde fuera, abandonado
el cuerpo en cualquier parte.
Tiene que ser hermosa esta cama contigo, en la luz granulada del
dormitorio alto.
Te has encofrado en mí, desmayando los músculos,
horizontal,
moviendo solamente los labios robustos de la vagina,
para ceñir y desceñir la tierna altivez que me queda.
Deslizamientos mínimos que valen enormes extensiones de tacto
minucioso e intenso.
Se me van descolgando los testículos, doloridos al gozo.
Somos dos células apareándose,
somos barro cargándose de vida,
somos el principio y la razón de todas las sensaciones.
Levantas la cara y me miras de cerca.
No alcanzo a enfocarte, con esta luz, a menos de un palmo.
El verde aguacate de tus ojos, las cejas tupidas y claras, los grandes
incisivos.
El aro de plata de la oreja derecha.
Luego me tomas la boca entera con los labios y me vas adentrando
la lengua, gruesa, deslizante, turbulentamente viva.
Ambos ritmos se alternan en pleno centro de mis sensaciones.
La lengua penetra, la vagina cimbrea.
Un peso va creciendo.
Alargas el recorrido, llegas casi a extraerme de tu cuerpo, hábilmente
me devuelves a la presión tan honda,
mientras la lengua rastra la pulpa interior de mis labios.
¿Esta réplica es mía? En la frutal musculatura que me tiene prendido
se yergue de nuevo la forma recuperada.
Tú te la ahondas, te la guardas, te la sumes; en la base percibo la
presión acaparadora de los labios; en la cúpula el choque, el
aplastamiento contra el hondón de la carne profunda.
También las bocas adensan el baile.
Ya.
Sin pausa. Has ido irguiendo el busto, el tronco, cambiando las
piernas, hasta quedar a horcajadas sobre mí, zarandeando violentísimamente
mi presencia.
Me asustas un poco.
Aprietas la mandíbula, con los ojos cerrados, se te señalan los
tendones desde las clavículas al cuello.
Te freno los pechos, los agarro con alguna parte de todas mis
fuerzas, te los sujeto ligeramente por los pezones.
Brincan como bestezuelas queriendo liberarse.
Más.
Admiro la desvergüenza de tu belleza, los descabellados límites
de tu física.
Más.
Me sigo asustando, pero replico con toda la resistencia posible,
arqueando el cuerpo contra el que vas aplastándote.
Cuántos minutos llevarás en grito.
Me suben punzadas desde la cara interior de los muslos, desde el
centro de la bolsa escrotal.
Sientes las sacudidas, se te reduce la vagina, casi me quieres expulsar
con tus contracciones, y al mismo tiempo me vas apresando.
Tres, cuatro, cinco, seis embestidas perfectas en la coincidencia.
Te muero y me mueres.
Caes para siempre sobre mí.
Ya no estoy asustado.
Tiene que ser hermosa esta cama contigo, en la luz granulada del
dormitorio alto.
Te has encofrado en mí, desmayando los músculos,
horizontal,
moviendo solamente los labios robustos de la vagina.
Deslizamientos mínimos que valen enormes extensiones de tacto
minucioso e intenso.
Añoro los tiempos ácidos en que solía verme desde fuera,
abandonado el cuerpo en cualquier parte.

PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS ERÓTICOS

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL