Ramon de Garciasol

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Arenga a las rosas

Canción del silencio de Castilla

Madrid

Desafio de amor frente a las sombras

Tren de la frontera

ARENGA A LAS ROSAS

Rosas, creced, pujad, multiplicaos

hasta invadir las cajas de caudales, 

hasta impedir las ametralladoras, 

hasta sembrar la pólvora y el hierro

de luz y primavera, 

hasta ocupar el odio y las entrañas

de obuses, bombas, balas y morteros.

 ¡Creced, rosas, creced! ¡Pujad sin tregua!

Llenad los ojos de los tocineros,

floreced los cerebros belicosos, 

corroed de esperanza a los podridos,

iluminad la mente de las bestias, 

que se alimentan de oro, y sangre, y lágrimas; 

que son capaces de matar la vida

porque palpita y brilla en nuestras manos.

Árboles, aguas, pájaros, frutales,

mieses, vides, obreros, plantas, madres,

óleos, músicas, máquinas, ideas,

vamos a proclamar la resistencia

de amor contra la guerra.

 Están sembrando el aire de temores

para amargarnos la alegría,

para que nos matemos tú y yo, hermano,

ahora que ya maduran los dolores, y el sentido

va a revelarse al mundo.

Trabajad

de espaldas al temor. Abrid los ojos,

Rosas, hombres, al bien y a la belleza.

¡Creced! ¡Cantad! La vida es nuestra.

La tierra es nuestra, y nuestro es el futuro.

Trabajos, pensamientos, esperanzas, 

vuestros y nuestros, rosas, hombres.

Nosotros encendemos las estrellas

y traemos el día, 

y por nosotros se hará la paz.

Estamos en peligro, rosas, hombres, 

perfume, sol, materia, inteligencia, 

ciencia, fe, muerte, piedra, gracia, Dios.

 ¡Ahoguemos a los bárbaros en luces!

¡Avanzad, rosas, hombres! ¡Ocupad el mundo!

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CANCIÓN DEL SILENCIO DE CASTILLA

A cortar silencio, esposa.

Está Castilla crecida

de silencio y sonorosa

paz, oreo por la herida

 melancólica. Qué olores

tiene el campo que amanece.

Alamillos reidores

con el viento que les mece

 están cribando en sus hojas

sol y sombra por el suelo.

Coge silencio sin duelo,

que se viertan las congojas.

 Huele el campo que alimenta

de serenidad, y canta

un sabor en la garganta

que va de romero a menta.

 Disuelve el terrón reseco,

silencio, y dale a la tierra

arada. Rellena el hueco

de sombra con luz de sierra,

 y ponme a cantar a coro

con el color de la jara,

con el arbolillo de oro

_cuatro hojicas en la vara_,

 con el arroyo serrano

y el pájaro que gotea

uvas de armonía. Sea

grano de trigo en verano

 y buche de agua marcera,

y carmín en el poniente,

sagrada sombra de higuera

y diamante en el relente.

 Fúndeme a tu ritmo eterno,

silencio del campo mío.

El pensamiento hace invierno

y metafísico frío.

 Corta la invisible rosa.

Está crecida Castilla

de silencio para trilla

de corazones, esposa.

 

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 ( Madrid )

 ¡Dehesa de la villa!

Desde esa hora,

el azul se te espesa,

se te enamora.

 ¡Qué maravilla!

En tu hierba, Dehesa,

fue su mejilla.

 ¡Fue tu mejilla, esposa!

Cómo lucía

en el aire la rosa

de tu alegría.

 ¡Viva mi suerte!

Sobre la hierba un día,

volveré a verte.

 

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DESAFÍO DE AMOR FRENTE A LAS SOMBRAS

Otro doce de octubre, compañera,

con la serena flor de la alegría

y más luz en los ojos. Se diría,

coraje renaciente, que te espera

 nuevo «milagro de la primavera».

seria la hora, dura la sangría,

el aire temeroso, esposa mía,

atormentado el ceño, sementera

 de tiempo anubarrado. ¿Habrá mañana

con plazuelas y niños juguetones,

espigas candeales la besana,

 mozas de arracimado amor, parejas

como tú y como yo, los corazones

empavesados, dime? Sí: de tejas

 abajo está muy grave la esperanza,

y de tejas arriba silenciosos,

mudos los astros, tan majestuosos

como siempre en sus órbitas. alcanza

 el terror con la mano el hombre, avanza

entre fuerzas hostiles, tormentosos

los pulsos, con espanto los sabrosos

frutos sobre la mesa. la balanza

 no está en el fiel de la justicia, pesa

espanto y más espanto. ¿Qué nos trae

a la espalda el futuro? Niebla espesa,

 perdidiza y cobarde, sin agallas

el verbo imbécil. El vigor decae.

Y tú Dios, ¿por qué duermes, por qué callas?

 Mas frente al miedo, mientras viva, digo

que no a las sombras. Trae la mano, esposa,

y avancemos. ¡Atrás los monstruos! ¡Rosa,

florece contra el hielo! ¡Sube, trigo,

 más gallardo que nunca! ¡Ven, amigo,

a cantar con nosotros la gloriosa

salud trabajadora, la grandiosa

coral voz del Océano! ¡Conmigo

 los vientres y las tiernas labrantías,

la rabia y el honor de los talleres

forjadores de panes y de días!

 ¡Adelante, a la vida sin fracaso!

si todos desertores, sé que eres,

Mariuca, la bandera de mi paso.

 

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TREN DE LA FRONTERA

  Assis parten unos d'otros

                                                                como la uña de la carne.

                                                               Poema de Mio Cid, v. 375

 A medida que avanza a la frontera

el tren, hay más silencio dolorido.

Llega un instante en que parecen muertos

los viajeros, desterrados hijos

de España, que se van echados de hambre.

Esos rostros serenos, tan llovidos

de lágrimas, ¿qué buscan en la niebla,

en el azar, en lo desconocido?

¿Un pan sin alegría que les niega

una Patria madrastra? Y esos niños

que duermen mientras lloran esas madres,

¿dónde tendrán conciencia, qué destino

les aguarda, qué sábanas, banderas?

Debajo del buen ceño sin testigo

de ese trabajador, ¿qué pasa ahora,

qué cantares, qué días, qué designios

para desarraigarse del terruño

donde quedan sus muertos y sus vivos,

la infancia, aún cantando su moneda?

¿Qué verdades no dichas van consigo,

les barren, tal papeles de merienda,

tal polvo de un camino a otro camino,

mordidos por hombría con los dientes

enclavijados, porque uno mismo

se desintegraría si dijera?

¿Qué viejos lloran por el campesino

que cecea guitarras andaluzas?

¿En qué pueblo se rompen los martillos

artesanos, se callan los talleres,

se queda la aceituna en el olivo,

da miedo el campo tan abandonado,

da mal consejo un solitario vino

soñado para fiesta y compañía?

Me despueblan España, sin amigos,

desarbolan mis bosques para leña,

ponen ascuas de pena en mis escritos.

Enceniza pisadas y salivas

un calendario negro sin domingos.

Palidece la luz, duelen los ojos

de no ver lo que vio. Se empoza el río

que rumorea al fondo de esa frente

anubarrada de hombre pensativo.

Soy palabra en la noche. Nadie escucha,

aunque comparten el acedo mío

tantas gentes dispersas. De uno en uno,

mujeres y varones, pobres críos

que se me van, el verso de rodillas

va besando por caras y suspiros,

que se alejan mermándome el coraje,

enlutándome el aire que respiro.

Estoy en un anden llorando, solo.

Al lado, la maleta con los libros

que pensaba leer, por si valía,

y debiera tirar aquí; tan frío

se me ha quedado el corazón de pronto.

Huele en la sombra el mar. Se apaga el ruido

del tren que ya ha pasado la frontera.

Dicen manos adiós, en tanto sigo

lloroso por mi vida en esos hombres

donde la sangre se me va al exilio.

 

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