Rosas, creced, pujad, multiplicaos hasta invadir las cajas de caudales, hasta impedir las ametralladoras, hasta sembrar la pólvora y el hierro de luz y primavera, hasta ocupar el odio y las entrañas de obuses, bombas, balas y morteros. ¡Creced, rosas, creced! ¡Pujad sin tregua! Llenad los ojos de los tocineros, floreced los cerebros belicosos, corroed de esperanza a los podridos, iluminad la mente de las bestias, que se alimentan de oro, y sangre, y lágrimas; que son capaces de matar la vida porque palpita y brilla en nuestras manos. Árboles, aguas, pájaros, frutales, mieses, vides, obreros, plantas, madres, óleos, músicas, máquinas, ideas, vamos a proclamar la resistencia de amor contra la guerra. Están sembrando el aire de temores para amargarnos la alegría, para que nos matemos tú y yo, hermano, ahora que ya maduran los dolores, y el sentido va a revelarse al mundo. Trabajad de espaldas al temor. Abrid los ojos, Rosas, hombres, al bien y a la belleza. ¡Creced! ¡Cantad! La vida es nuestra. La tierra es nuestra, y nuestro es el futuro. Trabajos, pensamientos, esperanzas, vuestros y nuestros, rosas, hombres. Nosotros encendemos las estrellas y traemos el día, y por nosotros se hará la paz. Estamos en peligro, rosas, hombres, perfume, sol, materia, inteligencia, ciencia, fe, muerte, piedra, gracia, Dios. ¡Ahoguemos a los bárbaros en luces! ¡Avanzad, rosas, hombres! ¡Ocupad el mundo! PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS A LA ROSA |
CANCIÓN DEL SILENCIO DE CASTILLA A cortar silencio, esposa. Está Castilla crecida de silencio y sonorosa paz, oreo por la herida melancólica. Qué olores tiene el campo que amanece. Alamillos reidores con el viento que les mece están cribando en sus hojas sol y sombra por el suelo. Coge silencio sin duelo, que se viertan las congojas. Huele el campo que alimenta de serenidad, y canta un sabor en la garganta que va de romero a menta. Disuelve el terrón reseco, silencio, y dale a la tierra arada. Rellena el hueco de sombra con luz de sierra, y ponme a cantar a coro con el color de la jara, con el arbolillo de oro _cuatro hojicas en la vara_, con el arroyo serrano y el pájaro que gotea uvas de armonía. Sea grano de trigo en verano y buche de agua marcera, y carmín en el poniente, sagrada sombra de higuera y diamante en el relente. Fúndeme a tu ritmo eterno, silencio del campo mío. El pensamiento hace invierno y metafísico frío. Corta la invisible rosa. Está crecida Castilla de silencio para trilla de corazones, esposa. |
¡Dehesa de la villa! Desde esa hora, el azul se te espesa, se te enamora. ¡Qué maravilla! En tu hierba, Dehesa, fue su mejilla. ¡Fue tu mejilla, esposa! Cómo lucía en el aire la rosa de tu alegría. ¡Viva mi suerte! Sobre la hierba un día, volveré a verte. |
DESAFÍO DE AMOR FRENTE A LAS SOMBRAS Otro doce de octubre, compañera, con la serena flor de la alegría y más luz en los ojos. Se diría, coraje renaciente, que te espera nuevo «milagro de la primavera». seria la hora, dura la sangría, el aire temeroso, esposa mía, atormentado el ceño, sementera de tiempo anubarrado. ¿Habrá mañana con plazuelas y niños juguetones, espigas candeales la besana, mozas de arracimado amor, parejas como tú y como yo, los corazones empavesados, dime? Sí: de tejas abajo está muy grave la esperanza, y de tejas arriba silenciosos, mudos los astros, tan majestuosos como siempre en sus órbitas. alcanza el terror con la mano el hombre, avanza entre fuerzas hostiles, tormentosos los pulsos, con espanto los sabrosos frutos sobre la mesa. la balanza no está en el fiel de la justicia, pesa espanto y más espanto. ¿Qué nos trae a la espalda el futuro? Niebla espesa, perdidiza y cobarde, sin agallas el verbo imbécil. El vigor decae. Y tú Dios, ¿por qué duermes, por qué callas? Mas frente al miedo, mientras viva, digo que no a las sombras. Trae la mano, esposa, y avancemos. ¡Atrás los monstruos! ¡Rosa, florece contra el hielo! ¡Sube, trigo, más gallardo que nunca! ¡Ven, amigo, a cantar con nosotros la gloriosa salud trabajadora, la grandiosa coral voz del Océano! ¡Conmigo los vientres y las tiernas labrantías, la rabia y el honor de los talleres forjadores de panes y de días! ¡Adelante, a la vida sin fracaso! si todos desertores, sé que eres, Mariuca, la bandera de mi paso. |
Assis parten unos d'otros como la uña de la carne. Poema de Mio Cid, v. 375 A medida que avanza a la frontera el tren, hay más silencio dolorido. Llega un instante en que parecen muertos los viajeros, desterrados hijos de España, que se van echados de hambre. Esos rostros serenos, tan llovidos de lágrimas, ¿qué buscan en la niebla, en el azar, en lo desconocido? ¿Un pan sin alegría que les niega una Patria madrastra? Y esos niños que duermen mientras lloran esas madres, ¿dónde tendrán conciencia, qué destino les aguarda, qué sábanas, banderas? Debajo del buen ceño sin testigo de ese trabajador, ¿qué pasa ahora, qué cantares, qué días, qué designios para desarraigarse del terruño donde quedan sus muertos y sus vivos, la infancia, aún cantando su moneda? ¿Qué verdades no dichas van consigo, les barren, tal papeles de merienda, tal polvo de un camino a otro camino, mordidos por hombría con los dientes enclavijados, porque uno mismo se desintegraría si dijera? ¿Qué viejos lloran por el campesino que cecea guitarras andaluzas? ¿En qué pueblo se rompen los martillos artesanos, se callan los talleres, se queda la aceituna en el olivo, da miedo el campo tan abandonado, da mal consejo un solitario vino soñado para fiesta y compañía? Me despueblan España, sin amigos, desarbolan mis bosques para leña, ponen ascuas de pena en mis escritos. Enceniza pisadas y salivas un calendario negro sin domingos. Palidece la luz, duelen los ojos de no ver lo que vio. Se empoza el río que rumorea al fondo de esa frente anubarrada de hombre pensativo. Soy palabra en la noche. Nadie escucha, aunque comparten el acedo mío tantas gentes dispersas. De uno en uno, mujeres y varones, pobres críos que se me van, el verso de rodillas va besando por caras y suspiros, que se alejan mermándome el coraje, enlutándome el aire que respiro. Estoy en un anden llorando, solo. Al lado, la maleta con los libros que pensaba leer, por si valía, y debiera tirar aquí; tan frío se me ha quedado el corazón de pronto. Huele en la sombra el mar. Se apaga el ruido del tren que ya ha pasado la frontera. Dicen manos adiós, en tanto sigo lloroso por mi vida en esos hombres donde la sangre se me va al exilio. |