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POEMAS RELATOS |
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Existió un tiempo en el que te busqué intentando llenar el vacío de una vida sin ti
y aunque ya conocí aquella
oscuridad,
la antigua disciplina y su caminar de la mano, despacio, no entendia las voces, no entendía las risas, no entendía las promesas por cumplir de otros tiempos. Inmóvil como piedra de río. Un minuto después dejé de buscar el reflejo en el roto cristal de tu recuerdo y ese sabor de boca final, como de fracasar y el aturdimiento del miedo a la soledad me lleva al sueño, a un sueño. Es tan cerrada la noche, solo con el pensamiento, sentado, crucificado, en la última mesa. Inmóvil como piedra de río. Canciones que no conozco, personas que no recuerdo. Recuerdo ... dentro mi pulmón el humo de tu ausencia. Inmóvil como piedra de río. |
Después, una noche, sonó el teléfono, con la oscuridad, su timbre trajo la muerte. Una condena al silencio que acercó a mi cabeza la memoria de aquellos días. Su timbre trajo la muerte. El desgarro de la emoción, la conversión a piedra, las explosiones de llanto, el hijo de Dios en la cruz, la caricia del miedo. Desde aquel día la muerte se quedó a vivir cerca de mi. (desde aquel día, la muerte) Algunas noches cierro los ojos (desde aquel día, la muerte) y siento cerca su presencia (desde aquel día, la muerte) pero el amor me salva. (De Variaciones de la piedra) |
«Esto es dislexia», dijo la voz. El papel, cubierto por la tinta, ponía árblo en vez de árbol. El mundo retumbó alrededor del chaval. «Eso es dislexia», la frase se repetía como una canción rayada, pero de una manera más molesta en la cabeza. La frase funcionó rápidamente como fotografía del pasa Terrible.
La
escuela estaba fría, no había calefacción, aunque los
días de calor eran peores porque el sofoco
acercaba a los niños el olor de las
meadas y las cagadas que, cuando apretaban, tenían
que depositar en un caldero sucio de color verde puesto en
la puerta. En el verano no había ni
mariposas en la pequeña
mancha verde que anticipaba el horror.
Madre e hija
ejercían de profesoras, ganándose el
respeto, transformado en pánico con
la ayuda de una gran regla de madera, con los números
colorados, que colgaba del encerado, a la derecha de la
bandera
de España, el crucifijo y las fotos de Franco y José Antonio.
Eran finales de los setenta.
«Eso es dislexia», la frase como Polaroid de aquellos días. Una fotografía instantánea de calidad, porque los colores de la realidad, la cara del terror, no perdiera ni uno sólo de sus matices. El chaval recuerda cuando un día, al sentarse después de recibir unos reglazos en la mano por no haber acertado todos los resultados de la tabla de multiplicar _aquella melodía estúpida_y todavía con las manos enrojecidas, sintió cómo su cuerpo se despegaba de la silla estirado de una de las rapadas patillas, cortadas por encima de las orejas. Silencio. La escuela virtió en un grito mudo, en caras de susto y las primeras risas maliciosas de los compañeros insensibles al dolor ajeno, cuando la cara del chaval cruzó de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda ayudada por un fuerte impulso del exterior y el interior de la mano de una maestra, la hija.«No se escribe con la mano izquierda.» Después de las palabras, otra vez el silencio, y la cara volvió a cruzar de derecha a izquierda. «Eso es dislexia.» El chaval también se recordó de la hora de comer en casa. Allí todo era más amable, pero también, de vez en cuando, oía: «Ramón, no se come con la mano izquierda. Haz el favor de coger el cubierto con la derecha».
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El poder de las fotografías es terrible, las fotografías de algunos eventos sociales son las peores. Cuando te ves _días después, pasada la resaca_, tienes un sentimiento contradictorio: por un lado, la apacible sensación que da reconocerte en un entorno escogido, a gusto; de otro, comprobar en lo que te vas convirtiendo: esa figura siempre odiada del adulto.
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Es
tiempo
de
manifestaciones, de intentar recuperar en cierta manera,
y en el sentido
más amplio de (De Habitaciones vacías) |