Nunca se atrevía a dar un paso sin ellas. Aquellas flores blancas apañuscadas _como los peluches de cuando era niña_ de tanto apretarlas. En el mismo estuche de plástico _con los vitrales empañados_ con que Joe Barker las encargara en la floristería de Luxury hace ya tantos años. Juntos fueron a la fiesta de graduación. Tras las gradas del campo de fútbol recibió el primer beso sin olor a chicle. Después, en los lavabos, con muchachas de relamidos peinados y zapatos con tacón de corcho aprendió a fumar sacando el humo por la nariz. -“Mira cómo me he ajado.” Arrodillados ante las ventanas del comedor atisbando a través de los visillos de gasa, los vecinos de Goldenville la observan. Pasea sus enormes ojeras bajo los tilos y el olor de la pena inunda el resto de la noche. Las damas en traje sastre que frecuentan la iglesia eluden su presencia. Cuando la ven acercarse con un agujero en el calcetín y el fuelle para aventar las hojas muertas del camino aceleran el paso. “Las adolescentes buscan el amor donde lo encuentran” _dijeron entonces_ cuando transtornada por el fallido amor se ofrecía a los viandantes abriendo su bata de franela para que los faroles de gas mostraran voraces su sexo rasgado. El reseco ramillete se apiña tembloroso en su ataúd artificial sin poder aliviar la pena de su dueña. -“Soy un árbol muerto. Es inútil seguir en este viaje.” Los techadores que trabajaban en el tejado de su casa son los últimos en verla viva. Con el cabello enmarañado, sus labios de cupido rojos y pequeños y una foto granulosa del joven Joe se precipita sobre el sendero de la entrada. El vuelo fue corto pero suficiente. Sobre la hierba recién abonada parece contemplar las nubes. |
LA BOCA MI BACIÓ TUTTO TREMANTE… “la boca me besó, todo tembloroso...” Francesca de Rímini al hablar de sus amores con Paolo Malatesta en el “Infierno” de DANTE Sus manos olían a sexo de oveja, fermentada nostalgia de los prados sustantivos que recorriera en la niñez. Tenía el flequillo en cursiva barriéndole la frente, y entre las greñas parecían asomar aún briznas de heno de cuando se tumbaba entre las bestias en el establo. Los ribetes de la camiseta, bajo el jersey, apuntaban una tirilla de rizos magros y espesos que de seguro poblarían el pecho entero. - “Me veo en tus ojos y no me entiendo. Dime tu nombre...” Bajo el cielo raso, el contorno de su voz se derramaba, gruñona y lluviosa. Y de repente, como cuando giramos el dial de la radio y el volumen más fuerte de una emisora nos sobresalta, ella se estremeció. Adolfo, los niños, el cesto de la ropa sucia, los garbanzos en remojo... batieron las alas a su alrededor como murciélagos acechantes. Pero el borrascoso roce de aquellos muslos que cada vez tenía más cerca, la atrapaban sin dudar. Y no fue sólo un embiste de la pasión. El que atiesó sus senos en el umbroso portalón de un almacén en desuso, con un beso de rapaz en celo, fue el cómplice carnal de una empresa presentida. Un divino amor necesitaba y en yerbas reclinado le fue ofrecido. Peregrinos, tras tanta lucha nunca sabemos cuando a gustar convida el amor y su deseo. |
Cuando la humedad del río transita las penumbras la gorgona desdentada que sonríe como un buda coloca sobre un cajón astillado - como quien prepara un altar - sus cachivaches para dejarse ir hacia la noche. Un despertador, dos gorros de lana, un salero desconchado, peinecillos de carey... mientras un reguerillo de vino recorre la cornisa de su abrigo sin talle. -“Mi casa no tiene ventanas, pero me gusta la luz del jardín.” De una maleta funámbula asoma un revoltijo de pañuelos erizados por la mugre. Entre ellos, un retrato al que la gusanera del tiempo desdibujó sus perfiles. En íntima tertulia con el ausente le apunta con voz seca en fritura aturullada el recuento inventariado de su deriva por las calles. Cuando el siseo de las hojas y el sonámbulo mar de papeles que recorre las aceras afluye en tolvanera a sus oídos, sin más compañía que el trajín alimenticio de los noctámbulos roedores, acopla su figurín remendado al nudoso regazo de un sillón con polillas, remanso quedo tras tanto errar cansino. En náufragas bolsas de plástico, una orquesta de bultos informes amuebla la estancia. Cuánto paso fugitivo, cuánto errante trasiego... “Omnia mea mecum porto.” Todo lo mío lo llevo conmigo |