Rogelio Buendía

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La poesía de lo desconocido

Soledad

Serenata

Tapiz marroquí

 

La poesía de lo desconocido

Oh, la dulce delicia de lo incógnito

que se esfuma en las calles y en los campos

¡Oh, el anhelar saber quién es la dama

que cerca de nosotros ha pasado,

oliendo a violetas o a caléndulas

o al perfume fragante de los nardos!

Delicia del anónimo inocente

que sin querer firmarse está firmado,

al hablar de unos celos y un amor,

por una temblorosa y blanca mano.

Curiosidad ingenua que tenemos

por unos ojos y un perfil románticos...

Pensamiento infantil de nuestra mente

al escuchar de noche ciertos pasos,

que nos hacen rezar estremecidos,

creyéndolos de brujas o de trasgos

 Música que se queda en la memoria,

sin que se sepa quién la habrá engendrado...

Versos que yerran por nuestro cerebro

y que locos acuden a los labios,

sin que jamás se sepa quién los hizo

sonar a río y trascender a prado...

Carreta que se oculta en la vereda

de rosas y de lirios del ocaso,

sin dejar más que surcos paralelos

que acabarán no se sabe dónde y cuándo.

¡Poesía sagrada de lo incógnito,

tienes tú para mí todo el encanto

de lo que se ha tenido y que se va,

y de lo que se espera y no ha llegado!

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Soledad

Uno.

Por todas partes que miro sólo veo

el número uno.

El número uno fatídico:

      1 árbol

      1 pájaro

      1 hombre

El sol, solo en su soledad,

la luna, una en su unidad,

y yo, como un miembro amputado

me desangro sobre la mesa del café

como en un kirófano.

Y mis ojos llenos de luz lejana,

y mis manos extendidas

miran instintivamente hacia el Sur.

       _¡Oh, aquella canción!,

      1 árbol

      1 pájaro,

      1 flor

Pero entre los ojos vivos de los

  dos          dos.

 

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Serenata

Árbol de sol colgando en la noche,

tu pelo caía,

escala de oro

por la ventana abierta.

La luna helaba, fría,

con su gumía

el cielo plafonado.

Nieve azul en la estrella

mayor, ojo de oro

sobre el negro absoluto.

La escala caía

de la ventana honda.

Decoración de noche,

de campanario y de estrellas.

Y la canción decía:

Sobre tus ojos se ha caído mi alma;

en el fondo, en el fondo

la veo, guija perdida en la laguna.

¿Qué vas a hacer de mí

si dentro

no tengo más que la penumbra,

como esta noche

metida está en la tierra?

¿Qué vas a hacer de mí, que vivo loco,

vacío de mí mismo?

Bosque de oro

que cuelgas en la noche,

luna aturdida en árboles de otoño,

mía sin serlo, sol de la noche.

Mi alma se cayó

en el fondo sombrío

de tus ojos de espejo.

Déjame que suba,

déjame que suba

por la rampa de oro

de tu pelo.

En el jardín, la risa de una estrella.

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Tapiz marroquí

 El oro y el moro, y el fuego

que, detrás, pone el viento que quema.

El oro y el moro que teje

tapices de lanas y sedas.

Con aires de fuego están hechos

los rojos, los verdes y azules;

la lana trenzada y tejida

con brasas, de abril hasta octubre.

La brisa del Sur en invierno,

y el oro fraguado en la roca,

telares de ensueño refrescan,

y el dátil, surcando la boca.

El oro y el moro y el fuego

_la vieja y vivaz fantasía_

y como en las mil y una noches,

volando en la alfombra la vida

 

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