Francisco de Rojas Zorrilla

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Romance

Octavas

Entre bobos anda el juego

ROMANCE

Un romance que declare cuál estómago es más para invidiado, el que digiere grandes pesadumbres o grandes cenas

Aunque para hablar mejor

de digestos la materia

era necesario ser

más letrado que poeta.

Hoy que esta dificultad

me está llamando a la vena,

par Dios, quítome de dudas

y aténgome al de las cenas.

Ninguno como yo puede

hablar con tanta experiencia,

pues de Tréveris, glotón,

he saltado a la dieta.

Para cocer pesadumbres

y cenas con diferencia,

uno ha de ser con blandura

y esotro ha de ser con fuerza.

Luego en estos dos estremos

hace menos por mi cuenta,

el que digiere blanduras

que el que digiere durezas.

Item más, señores míos,

yo más invidia tuviera

al que una cena digiere

que al que digiere una pena.

Que cocer la cena bien

cuesta mucha diligencia,

mas digerir pesadumbres

se hace a un cerrar de orejas.

Item más, aquel ingenio

hace mejores comedias

que en la mesa del teatro

digiere mejor las cenas.

Más item, el deshincharse

es tener mucha modestia,

y el digerir pesadumbres

es tener porca vergüenza.

Calorazo natural

me fecit, que este dispensa,

Papa de uno y otro plato,

ocho grados de merienda.

Mas este asunto es de ricos,

prosiga otro que lo sea,

que los pobres no sabemos

de pesadumbres ni cenas.

Mas si hubiera de escoger

un estómago, eligiera

no a prueba de pesadumbres

sino a prueba de terneras.

 

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OCTAVAS

Llora lágrimas negras, pluma mía,

y corra igual el llanto con el vuelo:

de un prolijo accidente la porfía

nos turbó la esperanza y el consuelo.

Suspenso está, no ha muerto, en urna fría

el que para templar el desconsuelo

del fácil desengaño de la suerte

está viviendo con la misma muerte.

Su memoria dejó, subió a la gloria,

mártir ya de su mismo entendimiento,

¡oh quién no le heredara la memoria

para no vincular el sentimiento!

¡Oh cuánto bronce la futura historia

tiene de ocupar líneas ciento a ciento,

que dirán por que no quede al olvido:

«este murió de no ser merecido»!

La codicia le dio la muerte fiera,

que nunca le dejó la pluma ociosa,

y esta vez fue no más la vez primera

que sirvió la codicia virtuosa.

Quiso ser más que él mismo y, como él era

todo lo más, la cuerda artificiosa

que concierta el reloj de nuestra vida

quebró, de no gastada, de oprimida.

Pues si ves, caminante, los engaños

de nuestra torpe vida, que te advierte

que los méritos solos son los años,

lastímete su falta y no su suerte:

enséñale a tu idea desengaños,

que siempre escoge lo mejor la muerte,

que este a quien la piedad procura en vano.

 

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            ENTRE BOBOS ANDA EL JUEGO

Personajes que hablan en ella:
Don PEDRO
CABELLERA, gracioso
Don ANTONIO, viejo
Don LUIS
CARRANZA, criado
Don LUCAS
Doña ISABEL de Peralta
ANDREA, criada
Doña ALFONSA
MESONERO

     ACTO PRIMERO
                        Salen doña ISABEL con bohemio, y ANDREA, criada
ISABEL: Llegó el coche, es evidente.
ANDREA: Y la litera también.
ISABEL: ¡Qué perezoso es el bien,
y el mal, oh, qué diligente!
¡Que mi padre, inadvertido,
darme tal marido intente!
ANDREA: Marido tan de repente
no puede ser buen marido.
Jueves tu padre escribió
 a Toledo, ¿no es así?
Pues viernes dijo que sí,
y el domingo por ti envió.
Cierta esta boda será,
según anda el novio listo;
que parece que te ha visto
en la priesa que se da.
ISABEL: A obedecer me condeno
a mi padre, amiga Andrea.
ANDREA: Puede ser que éste lo sea,
 pero no hay marido bueno.
Ver cómo se hacen temer
a los enojos menores,
y aquel hacerse señores
de su perpetua mujer;
 aquella templanza rara
y aquella vida tan fría,
donde no hay un ¡alma mía!
por un ojo de la cara;
aquella vida también
 sin cuidados ni desvelos,
aquel amor tan sin celos,
los celos tan sin desdén,
la seguridad prolija
y las tibiezas tan grandes,
 que pone un requiebro en Flandes
quien llama a su mujer hija.
¡Ah! Bien haya un amador
de estos que se usan agora,
que está diciendo que adora
 aunque nunca tenga amor.
Bien haya un galán, en fin,
que culto a todo vocablo,
aunque una mujer sea diablo,
dice que es un serafín.
 Luego que es mejor se infiera,
haya embuste o ademán,
aunque más finja un galán
que un marido, aunque más quiera.
ISABEL: Lo contrario he de creer
 de lo que arguyendo estás
y de mi atención verás
que el marido y la mujer,
que se han de tener, no ignoro,
en tálamo repetido,
 respeto ella a su marido
y él a su mujer decoro;
y este callado querer
mayor voluntad se nombre;
que no ha de tratar un hombre
 como a dama su mujer.
Y ansí mi opinión verás
de mi argumento evidente;
menos habla quien más siente,
más quiere quien calla más.
 No esa llama solicito,
todo lenguas al arder,
porque un amor bachiller
tiene indicios de apetito;
y ansí, tu opinión sentencio
 a mi enojo a mi rigor;
que antes es seña de amor
la cautela del silencio.
Dígalo el discurso sabio
si más tu opinión me apura;
 que no es grande calentura
la que se permite el labio;
la oculta es la que es mayor;
su dolor, el más molesto,
y aquel amor que es honesto
es el que es perfeto amor;
no aquel amor siempre ingrato,
todo sombra, todo antojos;
que éste nació de los ojos,
y aquél se engendra del trato;
 luego más se ha de estimar,
porque mi fe se asegure,
amor que es fuerza que dure
que amor que se ha de acabar.
ANDREA: Y di, ¿un marido es mejor
 que en casa la vida pasa?
ISABEL: Pues, ¿qué importa que esté en casa,
como yo le tenga amor?
ANDREA: Y que es por fuera, ¿no es fiera
pensión?
ISABEL: Tampoco me enfada.
 ANDREA: Naciste para casada,
como yo para soltera.
ISABEL: Pues déjame.
ANDREA: Ya te dejo;
pero este chisgarabís,
éste tu fino don Luis,
galán de tapa de espejo,
ése que habla a borbotones
de su prosa satisfecho,
que en una horma le han hecho
vocablos, talle y acciones,
¿qué es lo que de ti ha intentado?
ISABEL: Ese hombre me ha de matar;
ha dado en no me dejar
en casa, calle ni Prado
con una asistencia rara.
Si a la iglesia voy, allí
oye misa junto a mí;
si para el coche, él se para;
si voy a andar, yo no sé
cómo allí se me aparece;
 si voy en silla, parece
mi gentil hombre de a pie;
y, en efeto, el tal señor,
que mi libertad apura,
visto es muy mala figura,
 pero escuchado es peor.
ANDREA: ¿Habla culto?
ISABEL: Nunca entabla
lenguaje disparatado;
antes, por hablar cortado,
corta todo lo que habla;
 vocablos de estrado son
con lo que a obligarme empieza;
dice crédito, fineza,
recato, halago, atención;
y de esto hace mezcla tal,
 que aun con amor no pudiera
digerirlo, aunque tuviera
mejor calor natural.
ANDREA: ¡Ay, señor mía, malo!
No le vuelvas a escuchar,
 que este hombre te ha de matar
con los requiebros de palo.
ISABEL: Yo admitiré tu consejo,
Andrea, de aquí adelante.
ANDREA: Señora, el que es fino amante
 habla castellano viejo;
el atento y el pulido
que éste pretende, creerás,
ser escuchado no más,
mas no quiere ser querido.
 ISABEL: Andrea amiga, sabrás
que tengo amor, ¡ay de mí!,
a un hombre que una vez vi.
ANDREA: Dime, ¿y no le has visto más?
ISABEL: No, y a llorar me provoco
 de un dolor enternecida.
ANDREA: ¿Y qué le debes?
ISABEL: La vida.
ANDREA: ¿No sabes quién es?
ISABEL: Tampoco.
ANDREA: Para que esa enigma crea,
¿cómo, te pregunto yo,
 de la muerte te libró?
ISABEL: Oye, y lo sabrás, Andrea.
ANDREA: Para remediarlo, falta
saber tu mal.
ISABEL: Oye.
ANDREA: Di.
Dentro
CABELLERA: ¡Ah de casa! ¿Posa aquí
 doña Isabel de Peralta?
ANDREA: Por ti preguntas; ¿quién es?
ISABEL: ¿Si vienen por mí?
ANDREA: Eso infiero.
¿Quién es?
Sale CABELLERA
CABELLERA: Éntrome primero,
que yo lo diré después.
 ISABEL: ¿Qué queréis?
CABELLERA: Si hablaros puedo,
si no os habéis indignado,
¿podré daros un recado
de don Pedro de Toledo?
ISABEL: Hablad, no estéis temeroso.
CABELLERA: (¡Buen talle!) Aparte
ISABEL: Hablad.
CABELLERA: (Yo me animo). Aparte
ISABEL: ¿Quién es don Pedro?
CABELLERA: Es un primo
del que ha de ser vuestro esposo,
que viene por vos.
ISABEL: Sepamos
qué es lo que envía a decir.
Dale una carta
 CABELLERA: Que es hora ya de partir
si estáis prevenida.
ISABEL: ¡Vamos!
(Si esto que miro no es sueño, Aparte
no sé lo que puede ser).
¿Cómo no me viene a ver
ese primo de mi dueño?
ANDREA: ¡Oh, marido apretador!
ISABEL: ¿Yo he de irme con tanta priesa?
CABELLERA: Señora, es orden expresa
de don Lucas, mi señor,
 y para él delito fuera
no llegarle a obedecer;
manda que aun no os venga a ver
cuando entréis en la litera.
ISABEL: ¿Quién ese don Lucas es?
 CABELLERA: Quien ser tu esposo previene.
ISABEL: Excelente nombre tiene
para galán de entremés.
¿Vos le servís?
CABELLERA: No quisiera,
mas sírvole.
ANDREA: ¡Buen humor!
 CABELLERA: Nunca le tengo peor.
ISABEL: ¿Cómo os llamáis?
CABELLERA: Cabellera.
ISABEL: ¡Qué mal nombre!
CABELLERA: Pues yo sé
que a todo calvo aficiona.
ISABEL: ¿No me diréis qué persona
 es don Lucas?
CABELLERA: Sí, diré.
ISABEL: ¿Hay mucho que decir?
CABELLERA: ¡Mucho!
Y más espacio quisiera.
ANDREA: Tiempo hay harto, Cabellera.
CABELLERA: Pues atended.
ISABEL: Ya os escucho.
 CABELLERA: Don Lucas del Cigarral,
cuyo apellido moderno
no es por su casa, que es
por un cigarral que ha hecho,
es un caballero flaco,
 desvaído, macilento
muy cortísimo de talle,
y larguísimo de cuerpo;
las manos, de hombre ordinarios;
los pies, un poquillo luengos,
muy bajos de empeine y anchos,
con sus Juanes y sus Pedros;
zambo un poco, calvo un poco,
dos pocos verdimoreno,
tres pocos desaliñado
y cuarenta muchos puerco;
si canta por la mañana,
como dice aquel proverbio,
no sólo espanta sus males,
pero espanta los ajenos;
 si acaso duerme la siesta,
da un ronquido tan horrendo,
que duerme en su cigarral
y le escuchan en Toledo;
come como un estudiante
 y bebe como un tudesco,
pregunta como un señor
y habla como un heredero;
a cada palabra que habla,
aplica dos o tres cuentos,
 verdad es que son muy largos,
mas para eso no son buenos;
no hay lugar donde no diga
que ha estado, ninguno ha hecho
cosa que le cuente a él
 que él no la hiciese primero;
si uno va corriendo postas
a Sevilla, dice luego;
yo las corrí hasta el Perú,
con estar el mar en medio;
si hablan de espadas, él solo
es quien más entiende de esto,
y a toda espada sin marca
la aplica luego en maestro;
tiene escritas cien comedias,
 y cerradas con su sello,
para, si tuviere hija,
dárselas en dote luego;
pero ya que no es galán,
mal poeta, peor ingenio,
 mal músico, mentiroso,
preguntador sobre necio,
tiene una gracia, no más,
que con ésta le podremos
perdonar esotras faltas;
 que es tan mísero y estrecho,
que no dará lo que ya
me entenderán los atentos,
que come tan poco el tal
don Lucas, que yo sospecho
 que ni aun esto podrá dar,
porque no tiene excrementos.
Éstas, dama, son sus partes,
contadas de verbo ad verbum;
ésta es la carta que os traigo
 y éste el informe que he hecho;
quererle es tan cargo de alma
como lo será de cuerpo;
partiros, no haréis muy bien;
casaros, no os lo aconsejo;
meteros monja es cordura;
apartaros de él, acierto;
hermosa sois, ya lo admiro;
discreta sois, no lo niego,
y así, estimaos como hermosa,
 y pues sois discreta, os ruego
que antes que os vais a casar
miréis lo que hacéis primero.
ISABEL: ¡Buen informe!
ANDREA: Razonable.
ISABEL: Pero dime: ¿cómo siendo
 su crïado habláis tan mal
de las partes de tu dueño?
ANDREA: ¡Como quien come su pan!
CABELLERA: ¿Yo le como? Ni aun le almuerzo;
sirvo por mi devoción;
 que hice un voto muy estrecho
de servir a un miserable,
y estoyle agora cumpliendo.
ISABEL: Pues, ¿os pasáis sin comer?
CABELLERA: Si no fuera por don Pedro,
su primo, fuera crïado
de vigilia.
ISABEL: Y dinos esto:
don Pedro, ¿quién es?
CABELLERA: ¿Quién es?
Es el mejor caballero,
más bizarro y más galán
 que alabar puede el exceso;
y a no ser pobre, pudiera
competir con los primeros;
juega la espada y la daga
poco menos que el Pacheco
 Narváez, que tiene ajustada
la punta con el objeto;
si torea, es Cantillana;
es un Lope si hacer versos;
es agradable, cortés,
 es entendido, es atento,
es galán sin presunción,
valiente sin querer serlo,
queriendo serlo bienquisto,
liberal tan sin estruendo
 que da y no dice que ha dado,
que hay muy pocos que hagan esto.
ANDREA: ¿Es posible que tu padre
eligiese aquel sujeto
pudiéndote dar esotro?
 CABELLERA: No me espanto, que en efeto,
éste no tiene un ochavo
y esotro tiene dinero.
ANDREA: Pues, ¿qué importa que lo tenga
si lo guarda?
ISABEL: Yo no quiero
 sin el gusto la riqueza.
Decidme, y ese don Pedro,
¿tiene amor?
CABELLERA: Yo no lo sé,
mas trátanle casamiento
con la hermana de don Lucas,
doña Alfonsa de Toledo,
que puede ser melindrosa
entre monjas, y os prometo
que se espanta de una araña
aunque esté cerca del techo.
 Vio un ratón el otro día
entrarse en un agujero,
y la dio de corazón
un mal, con tan grave aprieto,
que entre siete no pudimos
 abrirle siquiera un dedo;
pero son ellos fingidos
como yo crïado vuestro.
Él viene ya a recibiros.
ISABEL: No vendrá, que ¡vive el cielo!,
 que hoy ha de saber mi padre...
Sale don ANTONIO, viejo
ANTONIO: Doña Isabel, ¿qué es aquesto?
ISABEL: Es que yo no he de casarme,
mándenlo o no tus preceptos,
con don Lucas.
ANTONIO: ¿Por qué, hija?
 ISABEL: Porque es miserable.
ANTONIO: Eso
no te puede a ti estar mal
siendo su mujer, supuesto
que vendrás a ser más rica
cuando él fuere más atento.
 ISABEL: Es porfiado.
ANTONIO: No porfiar
con él, y te importa menos.
ISABEL: Es necio.
ANTONIO: Él te querrá bien,
y el amor hace discretos.
ISABEL: Es feo.
ANTONIO: Isabel, los hombres
 no importa que sean muy feos.
ANDREA: Señor, es puerco.
ANTONIO: Limpiarle.
Sea lo que fuere, en efecto,
yo os he de casar con él.
¿Será mejor un mozuelo
 que gaste el dote en tres días
y que os dé a comer requiebros?
¡Noramala para vos!
Cásoos con un caballero
que tiene seis mil ducados
 de renta, ¿y hacéis pucheros?
¿Qué carta es ésa?
ISABEL: Una carta
de mi esposo.
ANTONIO: ¿Y yo no tengo
carta alguna?
CABELLERA: No, señor.
Voy a llamar a don Pedro,
 porque, hasta daros la carta,
no tuve orden para hacerlo.
Guárdeos el cielo.
Vase CABELLERA
ANTONIO: Él os guarde.
ISABEL: (¡Quitadme la vida, cielos!) Aparte
ANTONIO: Veamos qué dice la carta.
 ISABEL: Dice así.
ANTONIO: Ya estoy atento.
Lee
ISABEL: Hermana: Yo tengo seis mil cuarenta y dos
ducados de renta de mayorazgo, y me hereda mi
primo si no tengo hijos; hanme dicho que vos y yo
podremos tener los que quisiéremos; veníos esta
noche a tratar del uno, que tiempo nos queda para
los otros. Mi primo va por vos; poneos una
mascarilla para que no os vea, y no le habléis,
que mientras yo viviere no habéis de ser vista ni
oída. En las ventas de Torrejoncillo os espero;
veníos luego, que no están los tiempos para
esperar en Ventas. Dios os guarde y os dé más
hijos que a mí.
ANDREA: ¿Hay tal bestia?
ISABEL: Dime agora
bien de aqueste majadero.
ANTONIO: Sí haré, que no es disparate
el que viene dicho a tiempo.
 Don Lucas es hoy marido,
y para empezar a serlo,
ha dicho su necesidad
como tal, porque, en efecto,
no es marido quien no dice
 un disparate primero.
Dale una mascarilla
La mascarilla está aquí.
ANDREA: Y está en el zaguán don Pedro.
ANTONIO: Pues póntela antes que sube.
ISABEL: Si esto ha de ser, obedezco.
Pónese la mascarilla
 ANDREA: Llamaron.
ISABEL: (¡Llegó mi muerte!) Aparte
ANTONIO: Abre la puerta.
ANDREA: (Esto es hecho). Aparte
Salen don PEDRO y CABELLERA
Sea usted muy bien venido.
ANTONIO: Don Pedro, guárdeos el cielo.
PEDRO: Seáis, señor don Antonio,
 bien hallado.
ANTONIO: ¿Venís bueno?
PEDRO: Salud traigo, ¿y vos?
ANTONIO: Sentáis.
PEDRO: Perdonadme, que no puedo;
que me ha ordenado don Lucas
que llegue y no tome asiento,
 que os pida su esposa a vos
y que se la lleve luego.
ISABEL: (¡Cielo! ¿Qué es esto que miro? Aparte
¿Éste no es el caballero
a quien le debí la vida?)
 ¡Andrea!
ANDREA: ¿Qué hay? )Qué tenemos?
ISABEL: Éste es el que te contaba
que tengo amor.
ANDREA: Yo te entiendo.
¿éste es quien te dio la vida,
como me dijiste?
ISABEL: El mesmo.
ANDREA: ¿Y éste a quien quieres?
ISABEL: También.
ANDREA: Si éste es primo de tu dueño,
¿qué has de hacer?
ISABEL: Morir, Andrea.
PEDRO: Aunque no merezca veros,
si las conjeturas ven,
 divina Isabel, ya os veo;
más sois vos que vuestra fama;
mal haya el que lisonjero,
yendo a pintaros perfecta,
aún no os retrató en bosquejo.
 Hermosa enigma de nieve,
que el rostro habéis encubierto
para que no os adivinen
ni los ojos ni el ingenio;
jeroglífico difícil,
 pues cuando voy a entenderos,
cuanto solicito en voces,
tanto acobardo en silencios;
permitid vuestra hermosura...
mas no hagas tal, que más quiero
 ver esa pintura en sombras
que haber de envidiarla en lejos;
claro cielo, sol y rayo
que está esa nube tejiendo,
venid a Toledo a ser
 el más adorado objeto
que supo lograr Cupido
en los brazos de Himeneo;
la voz de don Lucas habla
en mi voz; yo soy quien, ciego,
 a ser intérprete vine
de aquel amor extranjero;
y pues sois rayo, alumbrad
entre sombras y reflejos;
pues sois cielo y sol, usad
 de vuestros claros efectos;
jeroglífico, explicaos;
enigma, dad a entenderos,
pues descubriéndoos seréis
con una causa, y a un tiempo,
el jeroglífico, el rayo,
el sol, la enigma y el cielo.
ANDREA: Discreto parece el primo.
ISABEL: Advertid, señor don Pedro,
que se ha ido vuestra voz
 hacia vuestro sentimiento;
doña Isabel es mi nombre,
no doña Alfonsa, y no quiero
que allá le representéis
y ensayéis en mí el requiebro,
 y aunque el favor me digáis
por el que ha de ser mi dueño,
no os estimo la alabanza
que me hacéis; vedme primero
y creeré vuestras lisonjas
 creyendo que las merezco;
pero sin verme, alabarme,
es darme a entender con eso,
o que yo soy presumida,
tanto, que pueda creerlo,
 o que don Lucas y vos
tenéis un entendimiento.
PEDRO: Pues el sol, aunque se encubra
entre nubes, no por eso
deja de mostrar sus rayos
tan claros, si no serenos;
el iris, ceja del sol,
más hermoso está y más bello
cuando entre negros celajes
es círculo de los cielos;
 más sobresale una estrella
con la sombra; los luceros,
porque esté oscura la nube,
no por eso alumbran menos;
perfume el clavel del prado,
 en verde cárcel cubierto,
por las quiebras del capillo
da a leer sus hojas luego.
Pues, ¿qué importa que esa nube
agora no deje veros,
 si habéis de ser como el iris,
clavel, estrella y lucero?
ANTONIO: Doña Isabel, ¿qué esperamos?
A la litera.
PEDRO: Teneos,
que vos no habéís de salir
 de Madrid.
ANTONIO: ¿Por qué, don Pedro?
PEDRO: Porque no quiere mi primo.
ANTONIO: Pues decidme: ¿Cómo puedo
dejar de ir a acompañar
a mi hija? Demás de eso,
 que si yo no se la doy,
y lo que ordena obedezco,
¿cómo me podrá dar cuenta
de lo que yo no le entrego?
PEDRO: Todo eso está prevenido;
 ves ese papel que os dejo,
con que no necesitáis
de partiros.
ANTONIO: Ya le leo.
¿Qué es esto? ¿Papel sellado?
Abre un pliego de papel sellado
ANDREA: (¿Qué será?) Aparte
CABELLERA: (Yo no lo entiendo). Aparte
Lee don ANTONIO
ANTONIO: Recibí de don Antonio de Salazar una mujer,
para que lo sea mía, con sus tachas buenas o
malas, alta de cuerpo, pelimorena y doncella de
facciones, y la entregaré tal y tan entera,
siempre que me fuere pedida por nulidad o
divorcio. En Toledo, a [7] de septiembre de
[1625] años. Don Lucas del Cigarral, Toledo
ISABEL: ¿Para mí carta de pago?
ANTONIO: Don Pedro, este caballero,
¿piensa que le doy mujer
o piensa que se la vendo?
CABELLERA: Pues yo sé que va vendida
 doña Isabel.
ANDREA: Yo lo creo.
ANTONIO: Yo quiero ver a don Lucas
en las ventas; vamos luego.
Ven, Isabel.
ISABEL: (¡A morir! Aparte
¡Valedme piadosos cielos!)
 PEDRO: Aunque esté vuestra pintura
en borrón, tiene unos lejos
dentro, que el alma retrata,
que casi son unos mesmos.
ISABEL: (¡Quién pudiera descubrirse!) Aparte
 PEDRO: (¡Quién viera su rostro!) Aparte
ISABEL: (¡Cielos, Aparte
que nave halló la tormenta
en las bonanzas del puerto!)
ANTONIO: Ea, Isabel, a la litera.
ANDREA: Ve adelante.
CABELLERA: Allá te espero.
ANTONIO: (Yo lo erré). Aparte
¡Vamos!
ISABEL: Ya voy.
ANTONIO: ¿Qué esperáis?
PEDRO: Ya os obedezco.
ISABEL: (¡Si fuese yo la que quiere!) Aparte
PEDRO: (¡Si éste es mi perdido dueño!) Aparte
ANTONIO: Mas si don Lucas es rico,
¿qué importa que sea necio?
Vanse. Salen don LUIS y CARRANZA, criado
CARRANZA: ¿No me dirás, don Luis, adónde vamos?
Ya en las ventas estamos
del muy noble señor Torrejoncillo,
o del otro segundo, Peralvillo,
 pues aquí la hermandad mesonitante
asaetea a todo caminante.
Don Luis, habla, conmigo te aconseja.
¿No me dirás qué tienes?
LUIS: Una queja.
CARRANZA: ¿A qué efecto has salido de la corte?
En estas ventas, di, ¿qué habrá que importe
para tu sentimiento?
Di, ¿qué tienes señor?
LUIS: Desvalimiento.
CARRANZA: Deja hablar afeitado,
y dime: ¿a qué propósito has llegado
 a estas ventas? Refiéreme, en efecto:
¿qué vienes a buscar?
LUIS: Busco mi objeto.
CARRANZA: ¿Qué objeto? Habladme claro, señor mío.
LUIS: Solicito mi llama a mi albedrío.
CARRANZA: ¿No acabaremos y dirás qué tienes?
 LUIS: ¿Quieres que te procure mis desdenes?
CARRANZA: A oírlos en tu prosa me sentencio.
LUIS: Y en fin, han de salir de mi silencio.
CARRANZA: Dilos, señor.
LUIS: Pues a mi voz te pido
que hagas un agasajo con tu oído.
 Carranza amigo, yo me hallé inclinado,
costóme una deidad casi un cuidado;
mentalmente la dije mi deseo;
aspiraba a los lazos de Himeneo,
y ella, viendo mi amor enternecido,
se dejó tratar mal del dios Cupido.
Su padre, que colige mi deseo,
en Toledo la llama a nuevo empleo,
y hoy sale de la corte
para lograr, indigno, otro consorte;
 por aquí ha de venir, y aquí la espero;
convalecer a mi esperanza quiero,
dando al labio mis ímpetus veloces,
a ver qué hacen sus ojos con mis voces,
Isabel es el dueño,
 verdad del alma y alma de este empeño,
la que con tanto olvido
a un amante ferió por un marido.
Suspiraré, Carranza, ¡vive el cielo!,
aunque me cueste todo un desconsuelo;
 intimaréla todo mi cuidado,
aunque muera de haberle declarado;
culparé aquel desdén que el pecho indicia,
aunque destemple airada la caricia;
mas si los brazos del consorte enlaza,
 indignaréme con el amenaza;
mis ansias, irritado, airado y fiero,
trasladaré a las iras del acero,
que es descrédito hallarme yo corrido,
quedándose mi amor tan desvalido.
 Ésta es la causa porque de esta suerte
yo mismo vengo a agasajar mi muerte;
de suerte que, corrido, amante y necio,
vengo a entrar por las puertas del desprecio;
con vuelo que la luz penetrar osa,
 galanteo mi muerte, mariposa;
porque en este desdén, que amante extraño,
me suelte mi albedrío el desengaño,
y en este sentimiento,
mi elección deje libre mi tormento,
 y para que Isabel desconocida,
logre mi muerte, pues logró su vida.
CARRANZA: Oí tu relación, y maravilla
que con cuatro vocablos de cartilla,
todos impertinentes,
 me digas tantas cosas diferentes.
LUIS: Gente cursa el camino. ¿Si ha llegado?
CARRANZA: ¿Qué es cursa? ¿Este camino está purgado?
Voces dentro
VOZ 1ª: ¡Ah de la venta!
VOZ 2ª: ¡Ala!
VOZ 1ª: ¡Ah, seor ventero!
¿Hay qué comer?
VOZ 2ª: No faltará carnero.
VOZ 1ª: ¿Es casado usted?
VOZ 2ª: Más ha de treinta.
VOZ 1ª: Según eso,  ¿carnero hay en la venta?
VOZ 3ª: Huésped, así su nombre se celebre,
véndame un gato que parezca liebre.
VOZ 2ª: ¡Ala!
VOZ 1ª: ¿Qué hay?
VOZ 2ª: Mentecato,
compra al huésped, que es liebre y tira a gato.
CARRANZA: Una dama y un hombre miro.
LUIS: Quedo,
espérate, que vienen de Toledo.
CARRANZA: Nada, pues, te alborote.
VOZ 1ª: ¿Dónde van Dulcinea y don Quijote?
 VOZ 2ª: ¿Dónde han de ir? Al Toboso, por la cuenta.
LUCAS: ¡Voy al infierno!
VOZ 1ª: Eso es la venta.
LUIS: ¡Raro sujeto es éste que ha llegado!
CARRANZA: Aquéste es un don Lucas, un menguado,
de Toledo.
VOZ 1ª: ¡Ah, seor huésped! Si le agrada,
 écheme ese fiambre en ensalada.
VOZ 2ª: Si va a Madrid la ninfa a estar de asiento,
en la Calle del Lobo hay aposento.
VOZ 3ª: Pues a fe que es mujer de gran trabajo.
LUCAS: ¡Pues voto a Jesucristo, si me bajo,
 que han de entrar en la venta por la posta!
VOZ 2ª: ¡Gua, gua!
VOZ 1ª: ¿Que la ha tenido don Langosta!
LUCAS: ¡Mentís, canalla!
CARRANZA: Agora ha echado el resto.
LUCAS: Apeaos, doña Alfonsa; acabad presto,
porque quiero reñir.
ALFONSA: Detente, espera;
 que me dará un desmayo que me muera.
VOZ 1ª: Doña Melindre, déjele.
LUCAS: ¿Qué espero?
Matarélos, a fe de caballero.
ALFONSA: Detente, hermano.
LUCAS: Vínome la gana.
Salen don LUCAS y doña ALFONSA
Téngame cuenta usted con esta hermana.
LUIS: ¿No ve usted que es vaya?
CARRANZA: Uced se tenga.
LUCAS: ¡Conmigo no ha de haber vaya ni venga!
¡Gentecilla!
VOZ 2ª: ¡Gua, gua!
LUIS: Tened templanza.
VOZ 1ª: ¡Envaine vuesarced, señor Carranza!
LUCAS: ¿A mí, Carranza, villanchón malvado?
 CARRANZA: Yo soy Carranza, y soy muy hombre honrado;
Empuña la espada CARRANZA
que yo también me atufo y me abochorno.
LUCAS: ¡Mientes tú y cinco leguas en contorno!
CARRANZA: ¡Sáquela!
LUIS: Téngase, que ya me enfada.
LUCAS: Déjeme darle sólo esta estocada.
 LUIS: Tened.
LUCAS: Yo he de tirarle este altibajo.
LUIS: No me desperdiciéis este agasajo.
LUCAS: No os entiendo.
ALFONSA: ¡Señor, mira...!
LUIS: Repara
que es mi sirviente.
LUCAS: ¡Fuera!
Dentro
PEDRO: ¡Para!
TODOS: ¡Para!
LUIS: Una litera entró y podéis templaros.
LUCAS: Aunque entre un coche, tengo de mataros.
Salen don PEDRO, don ANTONIO, CABELLERA, ANDREA y doña ISABEL con mascarilla
PEDRO: ¿Qué es esto?
ALFONSA: Tente, hermano;
detente.
LUCAS: No me vayan a la mano.
ANTONIO: ¿Con quién riñe?
LUIS: Con éste, mi crïado.
ANTONIO: ¡Con un pobre crïado así indignado!
 Don Lucas, débaos yo aquesta templanza.
LUCAS: Yo pensé que reñía con Carranza.
LUIS: Envainad, pues os logro tan templado.
LUCAS: Primero ha de envainar vuestro crïado.
CARRANZA: La espada desempuño
y obedezco.
Envainen
LUCAS: Envaino la de Ortuño.
ISABEL: Andrea, ¡qué mal hombre!
ANDREA: ¡Qué hosco y negro!
LUCAS: Por mi cuenta, señor, vos sois mi suegro.
ANTONIO: Vuestro padre seré.
PEDRO: (¡Muero abrasado!) Aparte
ALFONSA: (¡Don Pedro! ¿Qué ser que no me ha hablado? Aparte
 Mas también puede ser que no me vea).
ISABEL: Doña Alfonsa es aquélla, amiga Andrea.
LUIS: Ésta es doña Isabel.
CARRANZA: Callar intenta.
ANDREA: ¡Don Luisillo también en la venta!
LUIS: No puedo resistirme.
 ISABEL: ¡Que hasta aquí haya venido a perseguirme!
LUCAS: ¿Y hala visto mi primo?
ANTONIO: Ni la ha hablado.
LUCAS: ¿Vino siempre cubierta?
ANTONIO: Así ha llegado.
LUCAS: Y en fin, ¿me quiere bien?
ANTONIO: Por vos se muere.
LUCAS: ¿Y la puedo decir lo que quisiere?
 ANTONIO: Sí, podéis.
LUCAS: ¿Puedo?
PEDRO: Sí; obligarla intenta.
LUCAS: Pues, así os guarde Dios, que tengáis cuenta.
Un amor que apenas osa
a hablaros, dice fïel,
que, una de dos, Isabel:
 o sois fea o sois hermosa.
Si sois hermosa, se acierta
en cubrir cara tan rara,
que no ha de andar vuestra cara
con la cara descubierta.
 Si fea, el taparos sea
diligencia bien lograda,
puesto que, estando tapada,
nadie sabrá si sois fea.
Que todos se han de holgar, digo,
 con vos si hoy hermosa os ven;
mas si os ven fea, también
todos se holgarán conmigo.
Pues estaos así, por Dios,
aunque os parezca importuno;
 que no se ha de holgar ninguno
ni conmigo ni con vos.
ISABEL: ¿Qué hombre es éste, Andrea?
ANDREA: El peor
que he visto, señora mía.
ANTONIO: ¡Qué necedad!
LUIS: ¡Grosería!
 LUCAS: ¿No me habláis?
ISABEL: Digo, señor,
que debo agradecimiento
a ansias y pasiones tales
pues en vos admiro iguales
el talle y entendimiento.
 La fama que vos tenéis,
por ser quien sois, os aclama;
pero no dijo la fama
tanto como merecéis.
Y así, la muerte resisto
 tarde, pues quiero decir
que, en viéndoos, pensé morir,
y ya muero habiéndoos visto.
LUCAS: ¡Lindo ingenio!
ANTONIO: Así lo crea
vuestra pasión prevenida.
 LUCAS: ¿Qué decís?
PEDRO: Que es entendida,
y debe de ser muy fea.
ALFONSA: Haz que el rostro se descubra,
hermano, si verla intentas.
LUCAS: Dejádmela brujulear,
 que pinta bien.
ALFONSA: ¿A qué esperas?
LUCAS: Isabel, hacedme gusto
de descubriros, y sea
la máscara el primer velo
que cortáis a la modestia;
 que están aquí debatiendo
si sois fea o no sois fea,
y si acaso sois hermosa,
no es justicia que yo tenga
mancilla en el corazón,
 porque no tengáis vergüenza.
ISABEL: Lo que son en vos preceptos,
han de ser en mí obediencia.
Yo me descubro.
Quítase la mascarilla ISABEL
LUCAS: ¡Llenóme!
Don Antonio, a fe, de veras
 que hacéis excelentes caras.
ANTONIO: Era su madre muy bella.
PEDRO: (¡Vive Dios!, que es Isabel Aparte
a quien en la rubia arena
de Manzanares un día
 libré de la muerte fiera).
LUCAS: ¿Qué os parece la fachada,
primo mío? Hablad.
PEDRO: Que es buena.
ISABEL: (Ya me conoció don Pedro, Aparte
porque son los ojos lenguas).
 PEDRO: Y a ti, ¿qué te ha parecido,
doña Alfonsa?
ALFONSA: Que es muy fea.
PEDRO: (Eres mujer, y no quieres Aparte
que alaben otra belleza).
LUCAS: Pensando estoy qué deciros
después que os vi descubierta,
que no sé lo que me diga.
¡Pedro!
PEDRO: ¿Señor?
LUCAS: Oyes, llega
y di por la boca verbos,
o lo que a ti te parezca.
Háblala del mismo modo
como si yo mismo fuera.
Dila aquello que tú sabes
de luceros y de estrellas,
tierno como el mismo yo,
 hasta dejarla muy tierna,
que, cubierto, yo me atrevo
a hablar como una manteca,
pero en mi vida he sabido
hablar tierno a descubiertas.
PEDRO: ¿Yo he de llegar?
LUCAS: Sí, primillo,
con mi propio poder llegas.
PEDRO: ¿Con qué alma la he de decir
los requiebros y ternezas,
si es fuerza que haya de hablar
 con la tuya?
LUCAS: Con la vuestra.
Señora, allá va un Perico.
No hay sino teneos en buenas,
y advertid que los requiebros
que os dijere, los requiebra
 con mi poder; respondedle
como si a mi propio fuera.
Empezad.
PEDRO: Ya te obedezco.
ISABEL: (¡Déme mi dolor paciencia!) Aparte
ANDREA: (¡Lindo empleo hizo Isabel!) Aparte
 PEDRO: Amor alas tiene, vuela,
surgió la nave en el puerto,
halló el piloto la estrella,
dio el arroyo con la rosa,
salió el arco en la tormenta,
 gozó el arado la lluvia,
hallaron al sol las nieblas,
rompió el capillo la flor,
encontró el olmo la hiedra,
tórtola halló su consorte,
 el nido el ave ligera,
que esto y haberos hallado,
todo es una cosa mesma.
Bien haya ese velo o nube,
que piadosamente densa,
 porque no ofendiese al sol,
detuvo a la luz perpleja.
Yo he visto nacer el día
con clara luz y serena
para castigar el prado,
 o ya en sombras o ya en nieblas;
yo he visto influir al sol
serenidades diversas
para engañar al mar cano
con una y otra tormenta;
 pero engañarme con sombras
y herir con luz, es destreza
que ha inventado la hermosura
que es de las almas maestra;
vos sois más que aquello, más
 que cupo en toda mi idea,
y aún más que aquello que miro,
si hay más en vos que más sea;
que tan iguales se añudan
en vos ingenio y belleza,
 vuestro donaire tan uno
se ha unido con la modestia,
que si rendirme no más
que a la hermosura quisiera,
el ingenio me ha de hacer
 que del ingenio me venza;
si del donaire el recato,
es quien igual me sujeta,
porque, como estas virtudes
están unidas, es fuerza
 que o no os quiera por ninguna,
o que por todas os quiera.
LUCAS: Aprieta la mano, Pedro,
que eso es poco.
PEDRO: Hermosa hiena,
que halagaste con voz blanda
 para herir con muerte fiera,
¿cómo, decidme, de ingrata,
soberbiamente se precia,
quien me ha pagado una vida
con una muerte sangrienta?
 Desde el instante que os vi
se rindieron mis potencias
de suerte...
ISABEL: Mirad, señor,
que es grosería muy necia
que me vendáis un desprecio
 a la luz de una fineza.
No entra Amor tan de repente
por la vista; Amor se engendra
del trato, y no he de creer
que Amor que entra con violencia
 deje de ser como el rayo:
luz luego, y después pavesa.
PEDRO: No engendra el Amor el trato,
Isabel, que si eso fuera,
fuera querida también,
 siendo discreta, una fea.
ISABEL: El trato engendra el Amor,
y para que la experiencia
lo enseñe, si no hay agrado,
es cierto que no hay belleza;
 el agrado es hermosura;
para el agrado es de esencia
que haya trato, luego el trato
es el que el Amor engendra.
PEDRO: Con trato Amor, yo confieso
 que es perfecto; mas se entienda
que Amor puede haber sin trato.
ISABEL: Pero, en fin, Amor se acendra
en el trato.
PEDRO: Decís bien.
ISABEL: Pues si es ansí, luego es fuerza
 que os quede más que quererme,
si más que tratarme os queda.
LUCAS: (No me agradan estos tratos). Aparte
PEDRO: Concedo esa consecuencia,
mas ya os trata Amor, si os oye,
 ya os quiere Amor.
LUCAS: (Mucho aprieta). Aparte
ISABEL: )Y me queréis?
PEDRO: Os adoro;
sólo falta que yo vea
vuestro amor.
ISABEL: Dirále el tiempo.
PEDRO: No le deis al tiempo treguas,
 teniendo vos vuestro amor.
ISABEL: Pues como a mi esposo es fuerza
quereros.
PEDRO: Seré dichoso.
ISABEL: Esta mano, que lo es vuestra,
lo dirá.
LUCAS: No es sino mía,
Tómala la mano don LUCAS
 Y es muy grande desvergüenza
que os toméis la mano vos
sin dármela a mí la Iglesia.
Primillo, fondo en cuñado,
idos un poco a la lengua.
 PEDRO: ¡Si yo hablaba aquí por vos!
LUCAS: Sois un hablador, y ella
es también otra habladora.
ISABEL: ¡Si vos me disteis licencia!
LUCAS: Sí, pero sois licenciosa.
PEDRO: Como tú dijiste que era
poco lo que la decía...
LUCAS: Poco era, ¿quién lo niega?
Mas ni tanto ni tan poco.
ALFONSA: (¡Que ella le hablase tan tierna Aparte
 y que él la adore tan fino!)
LUCAS: ¡Doña Alfonsa!
ALFONSA: ¿Qué me ordenas?
LUCAS: Llevaos con vos esta mano.
Dale la mano de doña ISABEL
ALFONSA: Sí haré, y pido que me tengas
por tu amiga y servidora.
 (...y tu enemiga). Aparte
LUCAS: En Illescas
me he de casar esta noche.
ALFONSA: Hasta ir a Toledo espera,
para que don Pedro y yo
nos casemos, y allí sean
 tu boda y la mía juntas.
ISABEL: (Antes quiera Amor que muera). Aparte
LUCAS: Señora mía, no estoy
para esperaros seis leguas.
LUIS: (Muerto estoy). Aparte
A acompañaros
 iré, con vuestra licencia,
y celebrar vuestra boda.
Yo soy don Luis de Contreras,
vuestro servidor antiguo.
LUCAS: No os conozco en mi conciencia.
LUIS: Y amigo de vuestro padre.
LUCAS: Sed su amigo norabuena,
pero no habéis de ir conmigo.
CABELLERA: Llega el coche.
ANDREA: La litera.
LUIS: Yo he de ir con vos.
LUCAS: ¡Voto a Dios
que me quede en esta venta!
LUIS: Ya me quedo.
LUCAS: ¡Gran favor!
ISABEL: (Muerta voy). Aparte
CABELLERA: ((Linda bestia!) Aparte
ALFONSA: (Muriendo de celos parto). Aparte
PEDRO: (¡Que esto mi dolor consienta!) Aparte
ANTONIO: (¡Que esto mi prudencia sufra!) Aparte
ISABEL: (¡Que esto influyese mi estrella!) Aparte
LUCAS: Alfonsa, ¿guardas las manos?
ALFONSA: Sí, señor.
LUCAS: Pues tened cuenta:
¡Entre bobos anda el juego!
 Pedro, entrad.
PEDRO: ¡Cielos, paciencia!
LUCAS: Guárdeos Dios, señor don Luis.
Vanse. Queda don LUIS
LUIS: Allá he de ir aunque no quiera.
Vase
 

ACTO SEGUNDO
Salen don PEDRO, en jubón con sombrero, capa y espada, y CABELLERA, medio desnudo, por el patio del mesón
CABELLERA: ¿Adónde vas, señor de esta manera,
medio desnudo?
PEDRO: Calla, Cabellera,
CABELLERA: A las dos de la noche, que ya han dado,
de mi media con limpio me has sacado,
y discurrir no puedo
dónde agora me llevas.
PEDRO: Habla quedo.
CABELLERA: Si hemos de ir fuera, aquí miro cerrada
 la puerta principal de la posada.
PEDRO: No ha sido ése mi intento.
CABELLERA: Pues ¿adónde hemos de ir?
PEDRO: A este aposento.
CABELLERA: Don Lucas aquí duerme recogido,
que se oye en todo Illescas el ronquido;
doña Alfonsa, su hermana
duerme en otra alcobilla a él cercana.
PEDRO: ¿Y el padre de Isabel?
CABELLERA: Duerme a aquel lado
en aquel aposento.
PEDRO: ¿Está cerrado?
CABELLERA: Cerrado está; di lo que quieres, ea.
 PEDRO: ¿Y dónde está doña Isabel? ¿Y Andrea?
CABELLERA: En esta sala están.
PEDRO: Ven poco a poco.
que la tengo de hablar.
CABELLERA: Si no estás loco,
que has de perder el seso he imaginado.
¿Qué es esto? ¿Tú, señor, enamorado
 de una mujer que serlo presto espera
de don Lucas?
PEDRO: Sí, amigo Cabellera.
CABELLERA: Ten, señor, más templanza.
¿Tú faltar de tu primo a la confianza?
¿Cómo, tú enamorado de repente?
 PEDRO: Más anciano es el mal de mi accidente;
siglos ha que padezco un mal eterno.
CABELLERA: Yo tuve tu accidente por moderno;
pero, si tiene tanta edad, más sabio;
quiero saber tu pena de tu labio;
 dime tu amor, que ya quiero escucharle.
PEDRO: ¿Qué intentes con oírle?
CABELLERA: Disculparle.
PEDRO: ¿Me ayudarás después?
CABELLERA: Soy tu crïado.
PEDRO: ¿Óyenos alguién?
CABELLERA: Todo está cerrado.
PEDRO: ¿Tendrás secreto?
CABELLERA: Ser leal intento.
 PEDRO: Pues escucha mi amor.
CABELLERA: Ya estoy atento.
PEDRO: Era del claro julio ardiente día,
Manzanares al soto presidía,
y en clase que la arena ha fabricado,
lecciones de cristal dictaba al prado,
 cuando, al morir la luz del sol ardiente,
solicito bañarme en su corriente;
en un caballo sendas examino,
y a la Casa del Campo me destino.
Llego a su verde falda,
 elijo fértil sitio de esmeralda,
del caballo me apeo,
creo la amenidad, el cristal creo,
y apenas con pereza diligente
la templanza averiguo a la corriente,
 cuando, alegres también como veloces,
a un lado escucho femeniles voces.
Guío a la voz los ojos, prevenido,
y sólo la logré con el oído;
piso por las orillas, y tan quedo,
 que pensé que pisaba con el miedo,
más la voz me encamina y más me llama;
voy apartando la una y otra rama,
y en el tibio cristal de la ribera,
a una deidad hallé de esta manera;
todo el cuerpo en el agua, hermoso y bello,
fuera el rostro, y en roscas el cabello;
deshonesto el cristal que la gozaba,
de vanidad al soto la enseñaba;
mas si de amante el soto la quería,
 por gozársela él todo, la cubría;
quisieron mis deseos diligentes
verla por los cristales transparentes,
y al dedicar mis ojos a mi pena,
estaba, al movimiento de la arena,
 ciego o turbio el cristal, y dije luego:
¡Quién con esta deidad ha de estar ciego!
Turbio el cristal estaba,
y cuanto más la arena le enturbiaba,
mejor la vi; que al no ver la corriente,
sola era su deidad lo transparente,
no el río, que al gozar tanta hermosura,
él es quien se bañaba en su blancura.
Cubría, para ser segundo velo,
túnica de cambray todo su cielo,
 y sólo un pie movía el cristal blando;
sin duda imaginó que iba pisando;
pero cuando, sin verse, se mostraba,
un plumaje del agua levantaba
del curso propio con que se movía.
 Veíale entre el cristal y no le veía,
que distinguir no supo mi albedrío
ni cuándo era su pie ni cuándo el río.
Procuraban, ladrones, mis enojos
robar sus perfecciones con los ojos
 cuando en pie se levanta, todo hielo,
cubre el cristal lo que descubre el velo;
recatóme en las ramas dilatadas;
prevenidas la esperan sus crïadas,
dícenla todas que a la orilla pase,
y nada se dejó que yo robase,
y en fin, al recogerla,
tiritando salió perla por perla,
y yo dije abrasado;
¡Oh, qué bien me parece el fuego helado!
 Sale a la orilla, donde verla creo;
pónenseme delante, y no la veo;
enjúgala el halago prevenido
la nieve que ella había derretido,
cuando un toro, con ira y osadía,
que era día de fiestas este día,
desciende de Madrid al río, y luego,
más irritado, sí, que no más ciego,
quiere crüel, impío,
de coraje beberse todo el río;
 bebe la blanca nieve,
bebe más, y su misma sangre bebe.
El pecho, pues, herido, el cuello roto,
parte a vengar su injuria por el soto,
las cortinas de ramas desabrocha.
 Sacude con la coz a la garrocha,
y a mi hermosa deidad vencer procura;
que se quiso estrenar con la hermosura.
Huyen, pues, sus crïadas con recelo,
y ella se honesta con segundo velo;
 que, aunque el temor la halló desprevenida,
quiso más el recato que la vida.
Yo, que miro irritarse al toro airado,
de amor y de piedad a un tiempo armado,
indigno la pasión, librarla espero,
 y dándole advertencias al acero,
osadía y pasión a un tiempo junta;
el corazón le paso con la punta,
que ni un bramido le costó la muerte.
Conoce que a mi amor debe la vida,
 honestamente la hallo agradecida;
entra dentro del coche y yo la sigo;
cierra luego la noche,
entre otros, con lo oscuro, pierdo el coche,
búscala y no la encuentra mi cuidado;
 voyme a Toledo, donde, enamorado,
le dije mis finezas con enojos
a aquel retrato que copié en los ojos.
Quéjome sólo al viento;
procúrame mi primo un casamiento,
 la ejecución de sus preceptos huyo;
voy a Madrid a efectuar el suyo,
vuelvo con Isabel, ¡nunca volviera!,
cubre el rostro Isabel, ¡nunca le viera!,
pues dice mi esperanza, hoy más perdida
 que es Isabel a la que di la vida,
por valor o por suerte,
que es Isabel la que me da la muerte;
y en fin, amante sí, y no satisfecho,
de la sombra esta noche me aprovecho,
 a vengar con mis voces este agravio;
salga esta calentura por el labio,
sepa Isabel de mí mi crüel tormento,
asusten mis suspiros todo el viento,
sean agora, que Isabel me deja,
 intérpretes mis voces de mi queja;
suceda todo un mal a todo un daño,
válgame un riesgo todo un desengaño;
agora la he de hablar, verla porfío;
déjame que use bien de mi albedrío
 deja que a hablarla llegue,
para que esta tormenta se sosiegue;
déjame que la obligue,
para que este cuidado se mitigue,
y porque, al referir pena tan fiera,
 mi gloria dure y mi tormento muera.
CABELLERA: Tu relación he escuchado,
y, por Dios que me lastimo
que se enamore quien tiene
tan lindos cinco sentidos.
¿Tú, señor, enamorado?
PEDRO: Es el sujeto divino.
CABELLERA: Y tú, muy lindo sujeto;
pero puesto que has venido
a hablar con doña Isabel,
 llega falso y habla fino,
pero no andarás muy falso
con don Lucas, que es tu primo,
pues tú la amabas primero
y él hasta ayer no la ha visto,
 y en llegando a enamorarse
un hombre a todo albedrío,
no hay hermano para hermano,
ni hay amigo para amigo.
Pues si un hermano no vale,
¿cómo ha de valer un primo,
que es parentesco de negros?
Todos están recogidos
los huéspedes del mesón.
¿Llamaré?
PEDRO: Llama quedito.
CABELLERA: No sea que el huésped no sienta,
que es el huésped más cocido
que hay en Illescas, y siente
dentro en su casa un mosquito.
PEDRO: Oyes, ¿viste anoche entrar
 a un don Luis, que se hizo amigo
de don Lucas?
CABELLERA: Embozado
tras la litera se vino,
y anoche tomó posada
en el mesón.
PEDRO: ¿Y has sabido
 a qué viene?
CABELLERA: Galantea
a Isabel; que así lo dijo
su crïado a otro crïado,
y aqueste crïado mismo
a otro crïado después,
 como crïado fidedigno,
se lo contó, y él a mí;
yo agora a ti te lo aviso,
que no sirve quien no cuenta
lo que ha visto y que no ha visto.
 PEDRO: Pues, con amor y con celos,
a un tiempo me determino
a hablar a Isabel.
CABELLERA: Pues manos
al Amor, amo y amigo
llego.
PEDRO: No llegues, espera;
que están abriendo el postigo
por de dentro.
CABELLERA: Dices bien.
PEDRO: ¿Qué será?
CABELLERA: No lo he entendido.
Salen doña ISABEL, medio desnuda, y ANDREA, por otro aposento
ISABEL: No me detengas, Andrea.
ANDREA: ¿Dónde vas?
ISABEL: A dar suspiros
 a los cielos de mis quejas.
ANDREA: Témplate.
ISABEL: No espero alivio.
ANDREA: ¿Qué intentas?
ISABEL: Buscar mi padre.
ANDREA: Está agora recogido.
ISABEL: Ven a despertarle, Andrea;
 que no ha de ser dueño mío
don Lucas.
ANDREA: ¿Resuelta estás?
PEDRO: Arrímate.
CABELLERA: Yo me arrimo.
ANDREA: ¿Y si no quiere tu padre?
ISABEL: No es dueño de mi albedrío.
ANDREA: Pues, ¿quién ha de ser tu esposo?
ISABEL: Don Pedro ha de serlo mío,
o ninguno lo ha de ser;
si no es que, desconocido,
a Alfonsa quiere.
PEDRO: (¡Pedidme Aparte
albricias, alma y sentidos!)
ANDREA: Vuélvete a dormir.
ISABEL: No puedo.
CABELLERA: (Cenó poco. No me admiro). Aparte
ISABEL: ¿En qué aposento hallaré
a mi padre?
ANDREA: No le he visto
 recoger; yo no lo sé;
en habiendo amanecido
podrás hablarle.
ISABEL: No alargues
plazos a un dolor prolijo;
don Pedro ha de ser...
Tópela cara a cara
PEDRO: Don Pedro,
 infelice dueño mío,
ha de ser quien os adore
tan amante y tan rendido,
que han de ser alma y potencias
lo menos que un serafín...
ISABEL: ¿Quién es?
PEDRO: Quien no os ha ganado
cuando ya os hubo perdido;
el que os ha granjeado a penas,
el que os mereció a suspiros,
el que os solicita a riesgos,
 el que os procura a cariños.
ISABEL: Hablad quedo y ved que estamos...
PEDRO: Templar la voz no resisto,
que ésta es la voz de mi amor,
y está mi amor encendido.
ISABEL: Señor, don Pedro, si oísteis
la verdad del dolor mío,
si aun no os ha costado un ruego
la compasión de un cariño,
no os llaméis tan infeliz
como decís, pues yo he dicho
acaso que tengo amor,
y ya vos lo habéis sabido.
Dejad para el desdeñado
la queja; llámese el digno
 feliz, e infeliz se llame
el que nunca ha merecido.
Yo sí que soy desdichada,
pues os quiero y lo repito,
y estando vivo el amor,
tengo a los celos más vivos.
Ya habréis templado, con verme,
el mal de no haberme visto;
éste si es mal, pues que tiene,
viéndoos más, menos alivio.
Doña Alfonsa ha de ser vuestra;
con que viene a ser preciso
que no lo pueda yo ser,
ni pueda llamaros mío.
Ella es quien dice que os quiere;
 con que yo naturalizo
a mis bastardos temores,
que son de mis celos hijos.
Mirad, pues, cuál de los dos
el más infeliz ha sido,
 pues vos lográis un amor
y yo unos celos concibo.
PEDRO: ¿Yo, Isabel, no tengo celos?
¿Yo, decís vos, que mi libro
de una verdad que la cubro
con la sombra de un indicio?
¿No es la flor Clicie don Luis
que, constante a los peligros,
está acechando los rayos
de vuestro oriente vecino?
¿No viene a amaros, señora?
¿No viene tras vos? ¿No he visto
que os quiere?
ISABEL: ¿Y quién es el sol?
No con falsos silogismos
me arguyáis, cuando estáis vos
respondiéndoos a vos mismo.
Si es la Clicie flor don Luis,
¿cuándo el sol la Clicie quiso?
¿Cuándo, para desdeñarla,
no es cada rayo un aviso?
 Si soy, sol, como decís,
¿cuándo mis rayos no han sido
para desdenarle ardientes
y para abrasarle tibios?
¿Qué os daña a vos que él me quiera,
pues veis que yo no le estimo?
Mucho más florece el premio
de la competencia al viso.
Al clavel quiere la rosa,
y él está desvanecido
 de ver que le hayan premiado
con competencias de lirio;
olmo que abrazó la hiedra
está más agradecido
de ver que, siendo él distante,
 se olvidase del vecino.
Ansí, ¿qué importa que amante,
constante, atento y activo,
me quiera don Luis a mí,
si con ver un amor mismo
 en los dos, con ser a un tiempo
tan constantes como finos,
sois el preferido vos
y es él el aborrecido?
PEDRO: Luego, aunque me quiera a mí
 doña Alfonsa, no hay indicio
para celos.
ISABEL: Sí le hay,
porque vos no me habéis dicho
que no la queréis, y yo
que aborrezco a don Luis digo.
 PEDRO: Pues yo sólo quiero a vos.
ISABEL: Que no me alarguéis os pido,
con el amor, si después
me matáis con el olvido;
que mucho peor será
 si no le tenéis fingirlo,
que si le tenéis, callarle;
pues por más decente elijo
que me ocultéis vuestra llama
y os halle después más fino,
 que no hallarme aborrecida,
pensando que me han querido.
PEDRO: Pulid el bruto diamante
de mi amor, en cuyos visos
haréis clara experiencias
 del fondo del dolor mío.
ISABEL: Pues elíjase un remedio
para evitar los designios
de mi padre.
ANDREA: ¡Ce, señores!
PEDRO: ¿Qué es lo que dices?
ANDREA: Que miro
 abrir aquel aposento.
PEDRO: ¿Cúyo es?
ANDREA: El de don Luisillo.
PEDRO: ¿Dónde irá?
ANDREA: Habrá madrugado
[para tomar el camino]
antes que amanezca.
CABELLERA: Es cierto.
 ISABEL: Pues, señor, yo me retiro;
no me va.
PEDRO: Bien eliges.
ISABEL: Quédate adiós, dueño mío.
PEDRO: En fin, ¿me querrás?
ISABEL: Soy tuya.
PEDRO: ¿Y don Luis?
ISABEL: Es mi enemigo.
¿Y Alfonsa?
PEDRO: Mátela Amor.
CABELLERA: Acabad, ¡cuerpo de Cristo!,
que está don Luis en el patio.
ISABEL: Pues yo me voy, ven conmigo.
CABELLERA: Señor, entra tú también,
porque don Luis ha salido,
y puede verte al pasar
a tu aposento, y colijo
que no puede juzgar bien
de verte a esta hora vestido.
ISABEL: Mira, don Pedro...
PEDRO: ¿Qué importa
que esté un instante contigo
en tanto que este don Luis
sale fuera?
ANDREA: Bien ha dicho.
Luz tienes y eres honrada;
que él te quiere bien he oído,
y los que son más amantes
son los menos atrevidos.
ISABEL: Pues cierra.
ANDREA: La puerta cierro.
PEDRO: Tú, quédate aquí escondido,
 pues no importa que te vea.
CABELLERA: Obedecerte es preciso.
ANDREA: Lo dicho, dicho, lacayo.
CABELLERA: Fregona, los dicho, dicho.
Éntranse en el aposento de doña ISABEL los tres, queda CABELLERA fuera, y salen don LUIS y CARRANZA
CARRANZA: A media noche, señor,
¿dónde vas?
 LUIS: Nada te espante.
Voy a intimar a mi amante
la justicia de mi amor.
CARRANZA: No alcanzo tu pensamiento.
LUIS: Huella quedo.
CARRANZA: ¿No dirás
 dónde a estas horas vas?
LUIS: Solicito su aposento.
CARRANZA: Ten cordura, ten templanza.
¡Que esto un hombre cuerdo intente!
¿Y si don Lucas te siente?
 LUIS: No me aconsejes, Carranza.
CARRANZA: Durmiendo todos agora,
con un mismo sueño igualo;
no seas Arias Gonzalo
si está hecho el mesón Zamora.
 De verla no es ocasión,
y ésta en que la vas a hablar
sólo es hora de buscar
a la moza del mesón.
LUIS: A dedicar almas mil
 vengo, a la luz pro quien veo,
porque nunca yo flaqueo
de ese accidente civil.
CARRANZA: Si ello ha de ser, vamos, pues,
mitiga tu sentimiento.
 LUIS: ¿Sabes cuál es su aposento,
Carranza amigo?
CARRANZA: Éste es.
Anoche se recogió
en este aposento.
LUIS: Y di,
¿estás cierto en esto?
CARRANZA: Sí.
 LUIS: Pues llama.
Llame CARRANZA a otro aposento que esté enfrente del de ISABEL
¿Responde?
CARRANZA: No.
LUIS: Otra vez puedes volver
a llamar, por si despierta.
CARRANZA: Llamo.
Dentro
ALFONSA: ¿Quién anda en la puerta?
LUIS: ¿Ésta no es voz de mujer?
¿Quién será?
CARRANZA: Isabel sería.
LUIS: )Si es Andrea?
CARRANZA: No, señor,
que yo conozco mejor
su voz que la propia mía.
LUIS: Dudoso en la voz estoy.
 CARRANZA: No es Andrea, señor.
LUIS: Pues,
si no es Andrea, ella es.
Sale doña ALFONSA medio desnuda
ALFONSA: ¿Quién llamaba aquí?
LUIS: Yo soy.
ALFONSA: ¿Quién sois?
CABELLERA: (Abrieron la puerta). Aparte
LUIS: Dueño hermoso de mi vida,
 quien os procuró dormida
y os ha logrado despierta.
soy quien con fuego veloz...
ALFONSA: (Que es don Pedro he imaginado; Aparte
como habla disimulado,
 no le conozco en la voz).
LUIS: ...trocar procura en caricias
halagos de un ciego dios;
soy el que viene tras vos.
ALFONSA: (Don Pedro es; ¡Amor, albricias!) Aparte
LUIS: Soy quien os quiere tan fiel...
ALFONSA: ¿Pues cómo si eso es así,
no me hablasteis cuando os vi?
LUIS: (Tiene razón, Isabel). Aparte
No hagáis, desatenta, enojos
 las que obré finezas sabio,
pues lo que dictaba el labio
representaban los ojos.
ALFONSA: Perdonad, que recelé,
que es desconfiada quien ama,
 que mirabais a otra dama.
LUIS: Es verdad que la miré;
pero puesto su arrebol
de esa luz en la presencia,
conocí la diferencia
 que hay de la tiniebla al sol.
ALFONSA: Por lisonja tan dichosa
premios mi verdad ofrezca;
mas como yo os lo parezca,
no quiero ser más hermosa.
 Creer quiero lo que decís
y valerme del consuelo.
CABELLERA: (Doña Alfonsa, ¡vive el cielo!, Aparte
es la que habla con don Luis.
Buena es la conversación;
 que es éste don Luis ignora.
¡Cosa que le diese agora
algún mal de corazón!)
LUIS: Sola una ocasión deseo
en que yo pueda mostrar...
 ALFONSA: Don Lucas ha de estorbar
nuestro amor.
LUIS: Así lo creo;
pero podéis estar cierta
que no ha de lograr su intento,
pues cuando este casamiento...
Dentro
LUCAS: ¡Hola! ¿Quién anda en la puerta?
LUIS: ¿Quién es?
ALFONSA: ¡Don Lucas! ¿Qué haré?
CABELLERA: (¡Sentido los ha, por Dios!) Aparte
LUIS: ¿Don Lucas está con vos?
ALFONSA: ¿Pues, dónde queréis que esté?
 LUIS: ¡Daré quejas a los cielos!
¿Así premiasteis mi amor?
¿Cómo...?
ALFONSA: ¿Qué es esto, señor?
¿De don Lucas tenéis celos?
LUIS: Yo he de ver...
ALFONSA: Tened templanza.
CARRANZA: No es tiempo de hacer extremos.
Vente.
ALFONSA: Adiós, luego hablaremos.
Vase doña ALFONSA
LUIS: ¿Qué es esto, amigo Carranza?
CARRANZA: En la ceniza hemos dado
con el amor.
LUIS: Ven tras mí.
 CARRANZA: ¿Sale ya don Lucas?
LUIS: Sí.
CARRANZA: ¡Por Dios, que se ha levantado!
LUIS: Perdí famosa ocasión.
Vanse don LUIS y CARRANZA
CABELLERA: Pulgas lleva el don Luisillo;
pero no me maravillo,
 que hay muchas en el mesón.
A dormir de buena gana
me fuera. Señor, no hay gente.
Llama a la puerta por donde entró don PEDRO
Sal presto; pero, detente...
Sale don LUCAS, medio vestido, ridículamente, con espada y una luz, por el aposento de ALFONSA
LUCAS: ¡El diablo está en Cantillana!
¿Quién está aquí?
Ve a CABELLERA y él vuelve la cara
CABELLERA: (Ya me vio; Aparte
a mi fortuna maldigo).
LUCAS: ¡Hombre ordinario! ¿Qué digo?
¿Quién sois, hombrecillo?
CABELLERA: Yo.
Vuelve la cara CABELLERA y quiere irse
LUCAS: ¿Qué es yo? Con eso no salva
 una cuchillada. ¡Fuera!
¡Diga quién es!
CABELLERA: Cabellera,
al servicio de tu calva.
LUCAS: ¿Qué haces aquí?
CABELLERA: (¿Qué diré?) Aparte
Digo... Estaba..., Porque yo...
LUCAS: ¿Llamaste a mi puerta?
CABELLERA: No.
LUCAS: Pues, ¿quién llamó?
CABELLERA: No lo sé.
LUCAS: ¿Viste abrir la puerta?
CABELLERA: Sí.
LUCAS: ¿Y quién era conociste?
CABELLERA: No, señor.
LUCAS: ¿Y a qué saliste?
 CABELLERA: Señor, a tu voz salí.
LUCAS: ¿Era hombre el que llamaba?
CABELLERA: Sí, señor.
LUCAS: ¿Vístele?
CABELLERA: No.
LUCAS: ¿Adónde entró?
CABELLERA: ¿Qué sé yo?
LUCAS: (Esto está peor que estaba?
 Discurro: ¿no puede ser
que quien fue, con mal intento,
por llamar a mi aposento,
llamase al de mi mujer?
¿Y que el que a llamar se atreve,
 luego que abriesen la puerta,
dijese, en viéndola abierta:
Acójome acá, que llueve?
Pero si puede ser, yo intento,
con gallardas osadías,
 entrar a hacer de las mías
y visitar su aposento,
y darle presumo un ¡zas!
de buen modo, si le encuentro.
Va a la puerta don LUCAS, por donde entró don PEDRO
CABELLERA: (¡Por Cristo, que va allá adentro!) Aparte
 ¡Ah, señor! ¿Adónde vas?
LUCAS: A visitar mi mujer.
CABELLERA: (¿Cómo lo podré impedir?) Aparte
Mira que nos hemos de ir
y que quiere amanecer.
LUCAS: ¿Qué importa eso?
Va a la puerta
CABELLERA: (Allá se arroja; Aparte
así le he de divertir).
Señor, ¿quiéresme decir
de qué maestro es mi hoja?
Que no hay desde aquí a Sevilla
 quien la sepa conocer.
Saca la espada
LUIS: ¿Ahora?
CABELLERA: Ahora la has de ver.
LUCAS: De Francisco Ruiz Patilla.
CABELLERA: (¡Que ahora no salga el aznazo Aparte
de don Pedro!) Es un espejo
la espada; diz que es del viejo.
LUCAS: Del mozo es este recazo.
Quédate aquí.
Dale la espada y va a la puerta
CABELLERA: (No remedia Aparte
nada, y su intento no evito).
Ansí, de las que has escrito,
¿quieres leerme una comedia?
LUCAS: ¿A media noche?
CABELLERA: Es verano.
LUCAS: Pues, ¿adónde la oirás?
CABELLERA: En aquel pozo, y serás
poeta samaritano.
¿La que se ha de hacer cien días,
según dices?
LUCAS: Hela aquí.
Saque una comedia.
Oye un paso que escribí
entre Herodes y Herodías.
CABELLERA: Será famoso.
LUCAS: Sí, a fe.
 Pero ver primero intento
quién llamaba a mi aposento.
Hace que se va al aposento
CABELLERA: Señor, yo fui el que llamé.
LUCAS: Si eras tú, yo me concluyo.
¿Y a qué llamaste, si eras?
 CABELLERA: Llamaba a que me leyeras
algún trabajillo tuyo,
si no dormías acaso.
(Don Pedro, así, me ha de oír). Aparte
¡Ahora es tiempo de salir!
Dice recio este verso
 LUCAS: ¿Quién ha de salir?
CABELLERA: El paso.
Di los versos.
LUCAS: Son valientes;
Lope es conmigo novel.
Sale Herodes, y con él,
cuatrocientos inocentes.
Asómanse ANDREA y don PEDRO a la puerta
 PEDRO: Agora a salir me obligo,
aunque allí está.
ANDREA: ¿Sales?
PEDRO: Sí.
CABELLERA: ¡Vaya, señor!
LUCAS: Dice ansí...
¿Quién anda en aquel postigo?
Velos don LUCAS y cierran la puerta
PEDRO: ¡Él me vio! ¡Cierra la puerta!
¡Cierra!
Cierran y tórnanse a entrar
ANDREA: ¡Nací desdichada!
LUCAS: ¿Conmigo la hacen cerrada?
¡Pues yo la he de hacer abierta!
CABELLERA: (¡Vive Dios!, que no salió). Aparte
LUCAS: ¡Cabellera!
CABELLERA: (Él ha de hallarle). Aparte
¿Quieres entrar a matarle?
Responde.
LUCAS: No, sino no.
Llama a la puerta.
Llama CABELLERA
ANDREA: ¿Quién llama?
LUCAS: ¿Ésta es la crïada?
CABELLERA: Sí.
LUCAS: ¡Hola, crïada! Abre aquí
 al marido de tu ama.
ANDREA: Entrad.
Abre
LUCAS: Entra tú primero;
morirá, a fe de cristiano.
CABELLERA: Pon la daga en la otra mano
y dame ese candelero;
 que yo he de morir contigo.
Dale don LUCAS la luz a CABELLERA
LUCAS: Esa luz puedes llevar.
CABELLERA: (Ansí lo he de remediar). Aparte
¿No me sigues?
LUCAS: Ya te sigo.
CABELLERA: Voy enojado.
LUCAS: Voy ciego.
 CABELLERA: (Adelante, industria mía). Aparte
LUCAS: ¿Adulterio el primer día?
¡Entre bobos anda el juego!
Éntranse. Salen don PEDRO y doña ISABEL, turbados
ISABEL: ¿Entró don Lucas?
PEDRO: Entró,
desnudo el airado acero.
ISABEL: Detrás de aquella cortina
te esconde.
PEDRO: No me resuelvo.
Diré que tu esposo soy.
ISABEL: Échasme a perder con eso;
escóndete, dueño mío.
PEDRO: Advierte...
ISABEL: Escóndete presto,
que llegan.
PEDRO: No me porfíes.
ISABEL: Mira, señor...
PEDRO: Estoy ciego.
ISABEL: Haz esto por mí, [señor].
PEDRO: Isabel, ya te obedezco.
Escóndese detrás de una cortina. Salen don LUCAS y CABELLERA con el candelero
 LUCAS: Alumbra, mozo.
CABELLERA: Ya alumbro.
LUCAS: ¿Quién está en este aposento?
ISABEL: ¿Qué es esto, señor don Lucas?
¿Cómo vos, tan descompuesto,
alteráis de mi quietud
 el recatado silencio?
LUCAS: ¿Qué hacéis, Isabel, vestida,
a estas horas?
ISABEL: En el lecho
desvelada, y no desnuda,
estaba esperando el tiempo
 de partir; y vos, airado
y ciego... ¿Cómo resuelto
os entráis de esta manera?
LUCAS: ¿Y qué hombre estaba aquí dentro?
ISABEL: ¿Estáis en vos?
LUCAS: Sí, señora,
 y estoy en vuestro aposento,
y le he de ver de pe a pa.
Alumbra, hermano; miremos
detrás de aquesta cortina.
CABELLERA: Has dicho muy bien, yo llego.
Cae en el suelo CABELLERA, fingiendo que tropezó, y mata la luz
¡Jesús!
LUCAS: ¿Qué ha sido?
CABELLERA: Caer
y matar la luz a un tiempo.
LUCAS: Trae otra.
CABELLERA: Tengo quebrado
un pie.
Aparte a don PEDRO
Sal, señor.
Sale don PEDRO detrás de la cortina, con la mano delante
PEDRO: (Yo pruebo Aparte
a salir, puesto que agora
 no hay luces).
LUCAS: ¡Ah, señor Nieto!
Pues es huésped, traiga luces.
Ponerme a la puerta quiero;
no sea que estando a escuras
se salga el que está acá dentro.
Vase a la puerta y pónese en ella, y al salir don PEDRO tope con él, y sale don LUCAS
 ISABEL: (¡Válgame Dios! ¿Qué he de hacer?) Aparte
LUCAS: ¿Quién anda aquí?
PEDRO: (¡Vive el cielo, Aparte
que he topado con don Lucas!
LUCAS: Topé un hombre.
CABELLERA: (Peor es esto, Aparte
porque al salir, es sin duda
que ha topado con don Pedro;
quiero decir que soy yo
y llegarme).
Llégase cara con cara con su amo
LUCAS: Diga luego,
quién es.
CABELLERA: Yo, que voy por luces.
LUCAS: Mentís, que es de mejor pelo
 a quien yo tengo.
CABELLERA: Señor,
yo soy.
LUCAS: Ahora lo veremos.
¡Luces!
Dentro
MESONERO: ¿Andan los demonios
en el mesón?
Hace fuerza don PEDRO para soltarse
LUCAS: ¡Estaos quedo!
Salen don LUIS y doña ALFONSA con luces
ALFONSA: Luz hay aquí.
LUIS: Y aquí hay luz.
 ISABEL: (¿Qué miro? ¡Válgame el cielo!) Aparte
LUCAS: Verbum caro factum est.
Pues, ¿qué hacéis aquí, don Pedro?
PEDRO: Señor, mirar por tu honor,
y mirar por lo que debo
 mirar, que tú eres mi sangre.
LUCAS: Dejas esos miramientos
y decid qué hacéis aquí.
LUIS: ¡Ea, responded, don Pedro!
LUCAS: ¿Quién os mete en eso a vos?
¿Sois mi sombra, caballero?
LUIS: Soy vuestra luz, pues la traigo,.
LUCAS: Pues llevaos la luz, os ruego,
que yo no la he menester.
¿Adónde vais?
LUIS: A Toledo.
 LUCAS: Pues yo me vuelvo a Madrid,
solamente por no veros.
LUIS: Sois ingrato, ¡vive Dios!
Yo me voy.
Vase don LUIS
LUCAS: No soy más de esto.
¡Válgate el diablo el don Luis!
 ALFONSA: Don Lucas, decid: ¿qué es esto?
LUCAS: Don Pedro está aquí encerrado.
ALFONSA: ¿Vos lo encontrasteis?
LUCAS: Yo mesmo.
ALFONSA: Pues ¿a qué entró?
LUCAS: ¿Qué sé yo?
ALFONSA: ¿Quiere a Isabel?
LUCAS: Lo sospecho,
 pues yo le he hallado escondido
agora.
ALFONSA: ¡Válgame el cielo!
Finge que la da el mal de corazón y cae sobre un taburete
CABELLERA: Dióle el mal.
LUCAS: Tenla esa mano
y tírale bien del dedo
del corazón. ¿No hay quién traiga
 manteca?
ISABEL: Sí, yo la tengo.
LUCAS: Pues, id por ella.
ISABEL: Yo voy.
(Llamaré de allí a don Pedro). Aparte
Vase doña ISABEL
CABELLERA: (Qué gran mal! ¡Pobre señora!
LUIS: ¿Veis, primo, lo que habéis hecho?
 Tenedla esta mano vos,
porque voy a mi aposento
por la uña de la gran bestia.
Vase don LUCAS y don PEDRO tómala la mano
CABELLERA: Ponga su uña, que es lo mesmo.
PEDRO: ¿Fuése?
CABELLERA: Sí.
PEDRO: ¿Qué hemos de hacer?
 CABELLERA: Luego trataremos de eso;
requiebra a la desmayada,
si entra don Lucas, más tierno,
porque crea que la quieres,
que esto importa.
PEDRO: Y eso intento.
CABELLERA: Él viene ya.
PEDRO: Doña Alfonsa,
mi luz, mi divino cielo,
no le disfracéis turbado
si he de gozarle sereno.
A vos os quiero, señora.
Sale doña ISABEL
 ISABEL: (¿Qué es lo que escucho?) Aparte
PEDRO: Creed esto,
que sólo a vuestra hermosura
se consagran mis deseos;
el alma sois por quien vivo,
vos sois la luz que quien veo.
 ISABEL: Pues, traidor, falso, atrevido,
¡viven mis ardientes celos!,
dioses que hoy, en mi coraje,
tienen la corona y cetro,
que he de pagarte en venganzas
 cuanto cobro en escarmientos.
Don Luis ha de ser mi esposo,
porque, aunque yo le aborrezco,
por vengarme de ti sólo,
vengarme en mí misma apruebo.
¡Quédate!
PEDRO: Espera, señora,
Deja a la desmayada
y advierte que estos requiebros
los pronuncio con el labio
y los finjo con el pecho.
Díjelos porque don Lucas
 entendiese que la quiero,
no porque a ti no te adore.
¡Escúchame!
ISABEL: No te creo,
que, no estando aquí, no vienen
esas disculpas a tiempo.
 CABELLERA: (¡Si aqueste desmayo fuera Aparte
fingido, estábamos buenos!)
PEDRO: Señora, sólo eres tú
el alma por quien aliento,
la muerte por quien yo vivo
 y la vida por quien muero.
¡Escucha!
ISABEL: No tengo oídos.
PEDRO: Repara bien...
ISABEL: Ya te dejo.
PEDRO: Que sólo te quiero a ti,
que a doña Alfonsa aborrezco.
Levántese doña ALFONSA del desmayo fingido
 ALFONSA: Pues, ¡vive el cielo!, crüel,
falso, ingrato, lisonjero,
que has de decir, de las dos,
a cuál adoras, supuesto
que a ella le mientes finezas
y a mí me finges requiebros.
CABELLERA: (El desmayo era fingido. Aparte
¡Todo el infierno anda suelto!)
ALFONSA: ¡Di a quién quieres!
ISABEL: ¡Eso aguardo!
PEDRO: Mirad...
ALFONSA: ¿En qué estás suspenso?
 ISABEL: ¿Me quieres?
PEDRO: (¿Qué la diré?) Aparte
ALFONSA: ¿Me aborreces?
PEDRO: (¿Qué haré, cielos?) Aparte
ISABEL: ¿Qué te elevas?
ALFONSA: ¿Qué te turbas?
ISABEL: ¿Quién merece tu desprecio?
ALFONSA: ¿Quién es dueño de tu amor?
 PEDRO: Yo digo...
CABELLERA: (¡Buena la ha hecho!) Aparte
PEDRO: ...que quiero...(A la una agravio Aparte
si a la otra favorezco).
ALFONSA: ¿Éstas eran las finezas
con que anoche en mi aposento
 dijiste que me adorabas?
PEDRO: ¿Yo en tu aposento? ¿Qué es esto?
ISABEL: ¡A Alfonsa quieres, traidor!
ALFONSA: ¡Doña Isabel es tu dueño!
ISABEL: ¡Hoy has de probar mis iras!
ALFONSA: ¡Hoy has de ver mi escarmiento!
PEDRO: Doña Alfonsa...
ALFONSA: No te escucho.
PEDRO: Doña Isabel...
ISABEL: Soy de fuego.
PEDRO: Mirad...
Sale don LUCAS
LUCAS: Ya está aquí la uña.
CABELLERA: (La bestia ha llegado a tiempo). Aparte
 LUCAS: ¿Estás sosegada?
ALFONSA: No.
LUCAS: Pues, ¿qué sientes?
ALFONSA: Un desprecio.
LUCAS: ¿Qué es esto, Isabel?
ISABEL: No sé.
LUCAS: Tú, di tu mal.
ALFONSA: Soy de hielo.
LUCAS: Tú, dime tu pena.
ISABEL: Es grande.
 LUCAS: ¿No hay remedio?
ISABEL: Es sin remedio.
LUCAS: Don Pedro, dime: ¿qué sientes?
PEDRO: No tiene voz mi tormento.
LUCAS: ¿No lo he de saber?
ALFONSA: Sabrásle.
LUCAS: ¿No me le dirás?
ISABEL: No puedo.
 LUCAS: Isabel, a la litera;
Alfonsa, el coche está puesto;
Pedro, el rucio está ensillado;
en Cabañas nos veremos.
ALFONSA: (¡Quejas, que muero de amor!) Aparte
 ISABEL: (¡Iras, que rabio de celos!) Aparte
LUCAS: (Honra, ¿qué andáis titubeando?) Aparte
PEDRO: (Dudas, )qué andáis discurriendo?) Aparte
LUCAS: (¡Pero yo lo sabré todo Aparte
que entre bobos anda el juego!)
 

Vanse TODOS
ACTO TERCERO
Salen don ANTONIO y don LUCAS
 LUCAS: Ten ese macho, mulero,
que es un poquillo mohino.
ANTONIO: ¿Dónde fuera del camino
me sacáis?
LUCAS: Hablaros quiero.
ANTONIO: Pues, ¿a qué nos apartamos
 del camino? ¿Qué queréis?
LUCAS: Suegro, agora lo veréis.
ANTONIO: Ya estamos solos.
LUCAS: Sí, estamos.
¡Viene el coche?
ANTONIO: Se quedó
más de una legua de aquí.
LUCAS: ¿Queréis escucharme?
ANTONIO: Sí.
LUCAS: ¡Habéis de enojaros?
ANTONIO: No.
LUCAS: ¡Oís bien?
ANTONIO: ¿No lo sabéis?
LUCAS: Quiero hablar quedo.
ANTONIO: Hablad quedo.
LUCAS: Ultimadamente, ¿puedo
hablar a bulto?
ANTONIO: Podéis.
¿Tenéis que hablar mucho?
LUCAS: Mucho.
¿Replicaréis cuando yo
estuviere hablando?
ANTONIO: No.
LUCAS: Pues, escuchad.
ANTONIO: Ya os escucho.
 LUCAS: Yo soy, señor don Antonio
de Contreras, un hidalgo
bien entendido, así, así,
y bienquisto, tanto cuanto;
soy ligero luchador,
 tiro una barra de a cuarto,
y aunque pese cuarto y libra,
a más de cuarenta pasos;
soy diestro como el más diestro,
espléndidamente largo,
 por el principio atrevido
y valiente por el cabo;
de la escopeta en las suertes
salen mis tiros en blanco,
y puedo tirar con todos
 cuantos hay, del rey abajo;
canto, bailo y represento,
y si me pongo a caballo,
caigo bien sobre la silla,
y de ella mejor si caigo;
 si en Zocodóver toreo,
me llaman el secretario
de los toros, porque apenas
llegan, cuando los despacho.
Conozco bien de pinturas,
 hago comedias a pasto,
y como todos, también
llamo a los versos trabajos.
No soy nada caballero
de ciudad, soy cortesano,
y nací bien entendido,
aunque nací mayorazgo.
Pues mi talle no es muy lerdo,
soy delgado sin ser flaco,
soy muy ancho de cintura
 y de hombros soy ancho.
Los pies, ansí me los quiero;
piernas, ansí me las traigo,
con su punta de lo airoso
y su encaje de estevado.
 Yo me alabo, perdonad,
que esto importa para el caso,
y no he de hallar quien me alabe
en un campo despoblado.
En fin, discreto, valiente,
 galán, airoso, bizarro,
diestro músico, poeta,
jinete, toreador, franco,
y sobretodo teniendo
de renta seis mil ducados,
 que no es muy mala pimienta
para estos veinte guisados,
salgo a que Isabel merezca
estas gracias en sus brazos;
que nunca pensé, por Dios,
venderme yo tan barato,
y hallo que con vuestra hija
me disteis por liebre gato.
ANTONIO: ¡Advertid, que sois un necio!
LUCAS: ¿No me oiréis?
ANTONIO: No he de escucharos;
 mataros era más justo.
LUCAS: Señor mío, no lo hagamos
pendencia; escuchad agora,
y vamos al cuento.
ANTONIO: Vamos.
LUCAS: Lo primero: envié a decir
 que saliese con cuidado
de Madrid y se pusiese
una máscara al recato,
y ella se puso por una
media mascarilla, tanto,
 que se le vio media cara,
desde la nariz abajo;
lo segundo: os supliqué
que no vinierais, enviando,
de que Isabel admitía,
 un recibo ante escribano,
y os vinisteis, no sabiendo
que yo he de vestirme llano,
pues la tela de mujer
no ha menester suegro al canto;
 lo tercero: luego al punto
que me vio, se fue de labios
y me dijo mil requiebros
por mil rodeos extraños,
y una mujer, cuando es propia,
 ha de andar camino llano;
que no ha de ser hablador
el amor que ha de ser casto;
más: arguyó con mi primo,
daca el trato toma el trato,
 con que se le echa de ver
que es tratante a treinta pasos;
luego le dijo y le daba,
sin haberla nunca hablado,
los requiebros en mi nombre
y en causa propia la mano;
más: un don Luis se ha venido,
amante zorrero, al lado
por vuestra señora hija,
muy modesto, aunque muy falso;
 y en Illescas, esta noche
hallé a mi primo encerrado
en la sala de Isabel,
y hoy, que a examinarle aguardo,
pregunto qué fue la causa
 de haber anoche violado
el que ella llamaba templo
y vos nombraréis sagrado,
y díjome que allí oculto
estuvo, por ver si acaso
 don Luis hablarla intentara,
para que su acero airado
feriara a venganzas nobles
aquellos celos villanos.
ANTONIO: ¿Y habló con don Luis?
LUCAS: No habló;
 pero es caso temerario
que haya de andar un marido
si la ha hablado o no la ha hablado.
¿Por una mujer y propia,
he de andar yo vacilando,
 pudiendo por mi persona
tener mujeres a paso?
Ella, en fin, no es para mí.
Mujer que se haya crïado
en Toledo es lo que quiero,
y aun que naciese en mi barrio;
mujer crïada en Madrid,
para mi propia descarto,
que son de revés las unas
y las otras son de Tajo;
 y, en efecto, don Antonio,
sólo vengo a suplicaros
que os volváis a vuestra hija
a vuestra calle de Francos.
No he de casarme con ella
 aunque me hicieran pedazos;
solos estamos los dos,
nadie nos oye en el campo.
Volveos a mi sá Isabel
a Madrid, sin enojaros,
que esto es entre padres e hijos,
que es algo más que entre hermanos;
y en llegando las sospechas
a andar tan cerca del casco,
en siendo los suegros turbios,
 han de ser los yernos claros.
ANTONIO: Por cierto, señor don Lucas,
que un poco antes de escucharos
os tuve por majadero,
pero no os tuve por tanto.
¿Sabéis con quién habláis?
LUCAS: Sí;
dadme mi carta de pago
y llevaos a vuestra hija.
ANTONIO: Con ella habéis de casaros
u os tengo de dar la muerte.
¿Qué dirán de mi honra cuantos
digan que a casarse vino?
LUCAS: ¿Y qué dirán los crïados,
que han sabido que don Luis
la anda siguiendo los pasos?
 ANTONIO: Don Luis camina a Toledo.
LUCAS: Pues, ¿cómo va tan de espacio,
yendo Isabel en litera
y él en mula?
ANTONIO: ¿No está claro
que es por llevar compañía,
 y no ir solo?
LUCAS: Ése es el caso,
que por no ir solo a Toledo,
quiere ir acompañado.
ANTONIO: ¿No decís que vuestro primo
se encerró anoche en el cuarto
 de mi hija?
LUCAS: Ansí lo digo,
y él ansí me lo ha contado,
para ver mejor si hablaba
con él.
ANTONIO: Pues desengañaos,
y logre esa diligencia
 quietudes a vuestro engaño.
Si no es cómplice en su amor,
¿por qué queréis, indignado,
pagarla en viles castigos
cuanto debéis en halagos?
 Don Luis está ya en Toledo,
porque ya se ha adelantado,
y yo quedo con la queja
y vos con el desengaño;
templaos, don Lucas, prudente,
 que, ¡vive Dios!, que me espanto
que no tengáis entre esotras
la falta de ser confiado.
LUCAS: ¿Cómo no? Sí tengo tal,
que no soy tan mentecato
 que no sepa que merezco
más que él, esto y otro tanto;
pero díceme mi primo,
que es un poco más cursado,
que las mujeres escogen lo peor.
ANTONIO: Pues consolaos,
que no tenéis mal partido
si es verdadero el adagio.
LUCAS: Ahora, señor don Antonio,
vuelvo a decir que estoy llano
 a casar con vuestra hija,
ya yo estoy desengañado;
pero si acaso don Luis,
amante dos veces zaino,
vuelve a hacerse encontradizo
 con nosotros, no me caso.
ANTONIO: Pues yo admito ese partido.
LUCAS: Yo vuestro precepto abrazo.
ANTONIO: Pues esperemos el coche
en ese camino.
LUCAS: Vamos;
 así, don Antonio, aviso
que si hubiere algún engaño
en el amor de don Luis,
que si él entra por un lado
a medias, como sucede
 con otros más estirados,
me habéis de volver al punto
cuanto yo hubiere gastado
en mulas, coche, litera,
gastos de camino y carros;
 que no es justicia ni es bien,
cuando yo me quedo en blanco,
que seamos él y yo,
él del gusto y yo del gasto.
ANTONIO: Dios os haga más discreto.
 LUCAS: No haga más, que ya he hecho harto.
Vanse. Dentro ruido de cascabeles y campanillas y representan todo lo que se sigue dentro
VOZ 1ª: ¡Arre, rucia de un puto; arre, beata!
VOZ 2ª: ¡Dale, dale, Perico, a la reata!
VOZ 1ª: ¡Oiga la parda cómo se atropella!
VOZ 2ª: ¡Arre, mula de aquel hijo de aquélla!
 CABELLERA: ¡Va una carrera, cocherillo ingrato!
VOZ 1ª: ¿Qué hace que no se apea y corre un rato?
CABELLERA: ¿Adónde va el patán en el matado?
VOZ 1ª: A buscar voy a tu mujer, menguado.
CABELLERA: Dígame, si va a vella,

¿cómo va tan despacio?
VOZ 1ª: Tal es ella.
ANTONIO: Y él, ¿no deja a sus hijos con el cura?
VOZ 2ª: ¿Para qué? Aquí hay montón.
CABELLERA: Pues, ¿qué hay?
TODOS: Basura.
Cantan
MÚSICOS: Mozuelas de la corte,

todo es caminar,
unas va a Huete

y otras a Alcalá.
 CABELLERA: ¡Para, cochero; el coche se ha volcado!
VOZ 1ª: El cibicón del coche se ha quebrado.
VOZ 2ª: Pues, ¿qué importa?
ANDREA: ¡Qué lindo desahogo!
ALFONSA: Sáquenme a mí primero, que me ahogo.
CABELLERA: Paren esa litera.
COCHERO: ¡Para, para!
 ANDREA: ¡Quebróse la redoma de la cara!
Salen doña ISABEL y ANDREA
ISABEL: ¡Volvióse el coche!
ANDREA: ¡En hora mala sea!
ISABEL: Don Pedro saca a doña Alfonsa, Andrea.
¿Qué espero? Ya su amor se ha declarado.
ANDREA: ¿Si le dará otro mal como el pasado?
ISABEL: ¿Cómo mis iras se hallan más templadas?
ANDREA: Previniéndola están dos almohadas
en tanto que aderezan una rueda.
ISABEL: ¿Queda más que saber?
ANDREA: Aún más te queda.
ISABEL: Ya doña Alfonsa en ellas se ha sentado.
 ANDREA: Don Pedro en la litera te ha buscado,
y como no te halla, yo recelo
que te viene a buscar.
ISABEL: Pues, ¡vive el cielo!,
que yo no le he de hablar.
Hace que se va ISABEL. Salen don PEDRO y CABELLERA
PEDRO: Oye, detente,
no quieras...
ISABEL: Déjame.
PEDRO: ...tan impaciente
malograr mi verdad.
ISABEL: No hay quien la crea.
PEDRO: Ruégala que me escuche, amiga Andrea;
abona tú mi fe.
ISABEL: Nada te abona.
CABELLERA: Enternécete, dura faraona.
PEDRO: Iras y pasos detén.
 ISABEL: Crüel, diestro, engañador,
que amagas con el amor
para herir con el desdén,
¿quién es tan ingrato, quién?
¿Quién fue tan desconocido
 que para haber conseguido
una tan fácil victoria
resuscite una memoria
con la muerte de un olvido?
Y pues tus engaños veo,
 delincuente el más atroz,
¿para qué hiciste tu voz
cómplice de tu deseo?
Si sabes que no te creo,
si conoces mi razón,
por qué quiso tu pasión,
viendo que es mayor agravio,
hacer delincuente al labio
de lo que erró el corazón?
Y ya que tan falso eras,
y ya que no me querías,
di, ¿para qué me fingías?
¿Pídote yo que me quieras?
Tu amor hicieras, y fuera
poco fino, sólo un daño
sintiera: mi desengaño;
mas tal mis ansias se ven,
que, mucho más que el desdén,
vengo a sentir el engaño.
No me habléis, y mis enojos
 menos airados verás
que se irritan mucho más
mis oídos que mis ojos;
quiero vencer los despojos
de mi amor, si te oigo a veces,
 y tanto al verte mereces
que, aunque has fingido primero,
sólo miro que te quiero
y no oigo que me aborreces.
Mas vete, que he de argüir,
cuando me quiera templar,
que a mí no me puede amar
quien a otra sabe fingir.
Ya yo te he llegado a oír
que a tu prima has de querer,
y aquél que llegare a ser
en mi amor el preferido
aun no ha de decir fingido
que procura otra mujer.
A Alfonsa dices que quieres,
 a mí dices que me adoras;
por una, fingiendo, lloras,
y por otra, amando, mueres.
Pues ¿cómo, si no prefieres
tu voluntad declarada,
creerá mi pasión errada
cuando es la tuya fingida,
que soy yo la preferida
y es Alfonsa la olvidada?
Pues témplese este accidente;
que no es justicia que acuda
a una tan difícil duda
un amor tan evidente;
porque es más fácil que intente,
menos airado y más sabio,
 siendo tan grande el agravio
a vista de mis enojos,
dar lágrimas a los ojos,
que evidencias a tu labio.
Quiere, adora a Alfonsa bella,
 y sea yo la olvidada,
porque ya estoy bien hallada
con tu olvido y con mi estrella;
yo soy la infelice, y ella
quien te merece mejor;
 y pues tuve yo el error
de haberte querido, es bien
que pague con el desdén
lo que erré con el amor.
Y vete agora de aquí,
 porque no es justicia, no,
que tenga la culpa yo
y te dé la queja a ti.
PEDRO: Hermosa luz, por quien vi,
alma por quien animé,
 deidad a quien adoré,
no hagas con ciega venganza
que pague tu desconfianza
lo que no ha errado mi fe.
Deja esa pasión, que dura
 en tus sentidos inquieta,
y no seas tan discreta
que no creas tu hermosura.
Tú misma a ti te asegura;
imagínate deidad,
y creerás mi verdad;
usa bien de tus recelos
y cría para estos celos,
por hijo, a la vanidad.
A doña Alfonsa prefieres
 bien como el lirio a la rosa;
mas ¿qué importa ser hermosa,
si no presumes lo que eres?
Sé como esotras mujeres;
ten conmigo más pasión;
 haz de ti satisfacción;
sé, divina, más humana;
que a ti, para ser más vana
te sobra más perfección.
ISABEL: Esa prudente advertencia
 con que tu pasión me ayuda
es buena para la duda,
mas no para la evidencia.
Ella dijo en mi presencia
que tú en su cuarto has estado
 anoche, que la has hablado;
pues ¿cómo, si esto es verdad,
con toda mi vanidad
sosegaré a mi cuidado?
Y cuando eso fuera, di,
 di, cuando con ella estabas,
¿no te oí decir que amabas
a doña Alfonsa?
PEDRO: Es ansí.
ISABEL: ¿Tu no lo confiesas?
PEDRO: Sí,
mas fingido mi amor fue.
 ISABEL: Y cuando te pregunté
a cuál de las dos querías,
¿por qué no me respondías?
PEDRO: Oye por qué.
ISABEL: Di por qué.
PEDRO: Porque es grosería errada,
 nunca al labio permitida,
despreciar la aborrecida
en presencia de la amada;
bástela verse olvidada
sin que oyese aquel desdén;
 bástela quererte bien,
sin que al ver desprecio tal,
la venga a pagar tan mal
porque me quiso tan bien.
ISABEL: Pues galán no quiero agora,
 que, por no dejar corrida
a aquélla de quien se olvida,
no hace un gusto a la que adora.
Vete.
PEDRO: Escúchame, señora;
que agradezca no te espante
 ver que me ame tan constante,
pero a ti te he preferido.
ISABEL: Pues si estás agradecido,
cerca estás de ser amante.
PEDRO: Oye, señora, y verás...
 ISABEL: No he de oírte.
PEDRO: Aguarda, espera.
CABELLERA: Don Luis abrió la litera,
y mira si en ella estás.
PEDRO: ¿Y agora también dirás
que no te tiene afición?
 ISABEL: Daré la satisfacción.
PEDRO: Tampoco te he de creer.
ISABEL: ¿Quieres echarme a perder
con los celos mi razón?
Pues no ha de valerte, no;
 despreciarle pienso aquí.
PEDRO: ¿Yo he de escucharle?
ISABEL: Sí.
¡Don Luis!
Dentro
LUIS: ¿Quién me llama?
ISABEL: Yo.
ANDREA: Él viene acá, ya te oyó.
ISABEL: Escóndete entre esos ramos.
 CABELLERA: La satisfacción oigamos.
ISABEL: Yo he de quedar con recelos,
y tú has de quedar sin celos.
CABELLERA: Ven, señor, que llega.
PEDRO: Vamos.
Escóndense y sale don LUIS
LUIS: Al cariño de tu voz
 no vengo, divina ingrata,
como otras veces solía,
a consagrar vida y alma;
a ser escarmiento vengo
de mi amor, a ser venganza
 de tu desdén, a ser duda
de mis propias esperanzas;
fiera al paso que divina,
crüel al paso que blanda,
que me matas con los celos
y con el desdén me halagas;
yo soy el que mereció
sacrificarse a tus llamas,
si no ciega mariposa,
atrevida salamandra;
 yo soy aquél que te quiso
y aquél soy a quien agravias,
el que, como el girasol,
aspiró tus luces tardas;
el que anoche en tu aposento
 logró, ¡nunca los lograra!
de tus labios más favores
que tú quejas de mis ansias;
y cuando a tan fino amor
a tan fingidas palabras
 encubridora la noche
secretamente mediaba,
cuando un sí llegó a mi oído
llegó un premio a mi esperanza.
recójome a mi aposento,
 y cuando pensé que estaba
don Lucas dentro del suyo,
que a veces la voz engaña,
oigo en otro cuarto voces,
tomo luz, busco la causa,
y hallo, ¡ay Dios!, que con don Pedro
tu fe y mi lealtad agravias.
¿Para esto me diste un sí?
¿Para esto, dime, premiabas
un amor que le he sufrido
 al riesgo de una esperanza?
No quiero ya tus favores;
logre don Pedro en tus aras
las ofrendas por deseos
que amante y fino consagra;
 bastan tres años de enigmas,
tres años de dudas bastan;
desengáñenme los ojos
con ser ellos quien me engañan;
ya el sí que me diste anoche
no lo estimaré.
ISABEL: Repara
que yo no te he hablado anoche.
¿Dónde o cómo?
LUIS: Ya no falta
sino que también me niegues
que me diste la palabra
 de ser mi esposa; si piensas
que la he de admitir, te engañas.
ISABEL: ¿Yo te hablé anoche?
LUIS: ¿Esto niegas?
ISABEL: Mira...
LUIS: Mis celos, ¿qué aguardan?
Sólo vengo a despedirme
 de mi amor; quédate, falsa;
tus voces ya no las creo,
tu amor ya me desengaña.
A Madrid vuelvo corrido,
vuélvase el alma a la patria;
 del desengaño halle el puerto
quien navegó en la borrasca.
Razón tengo, ya lo sabes;
celos tengo, tú los causas,
y si dudosos obligan,
 averiguados, agravian.
ISABEL: Espera...
LUIS: Voyme.
PEDRO: (¡Ah, crüel!) Aparte
ISABEL: Mira...
LUIS: Déjame, traidora.
Vase don LUIS. Salen don PEDRO y CABELLERA
PEDRO: Pídeme celos agora
de doña Alfonsa, Isabel.
Habla. ¿Qué te ha suspendido?
No finjas leves enojos;
di que no han visto mis ojos,
di que está incapaz mi oído.
Resuelto a escucharte estoy.
¿Qué puedes ya responder?
¡Con qué has de satisfacer
mis celos?
ISABEL: Con ser quien soy.
PEDRO: Pues ¿cómo puedes negar
que estuviste, ¡gran tormento!,
 con don Luis en tu aposento?
Respondedme.
ISABEL: Con callar.
PEDRO: Isabel ingrata, di,
¡fuego en todas las mujeres!
¿cómo niegas que le quieres?
 ISABEL: Con decir que te amo a ti.
PEDRO: ¿No entró?
ISABEL: A callar me sentencio;
un bronce obstinado labras.
PEDRO: ¿No crees tú en mis palabras,
y he de creer tu silencio?
 Fiera homicida del alma,
matar con la voz intenta
mar que embozó la tormenta
con la quietud de la calma.
Ingrata la más divina,
 divina más rigurosa,
purpúrea, a la vista, rosa,
y al tacto crüel espina,
ya no podrá tu rigor
peregrinar esta senda;
ya me he quitado la venda,
y con vista no hay amor.
A dejarte me sentencia
una verdad tan desnuda,
que al caminar por la duda,
 encontró con la evidencia.
Ya no he de ser el que soy;
ya no quiere, arrepentido,
sufrir a tu voz mi oído;
ya te dejo, ya me voy.
 ISABEL: Pues, falso, alevoso, infiel,
ingrato como enemigo,
si estuve anoche contigo,
¿cómo pude estar con él?
¿Cuándo había de hablar, espero
 saber, cuando yo quisiera?
Respóndeme.
PEDRO: ¿No pudiera
haberte hablado primero?
ISABEL: No pudiera, y ése es
el indicio más impropio.
¿No sabes tú que tú propio
le viste salir después
de su aposento?
PEDRO: Es ansí.
ISABEL: Luego el castigo mereces.
PEDRO: ¿No pudo salir dos veces?
ISABEL: Sí, pudo salir; mas di:
¿cuándo estabas escondido,
que yo te amaba no oíste?
PEDRO: Sí, pero también pudiste
haberme ya conocido.
 ISABEL: Ya que en esos celos das,
dime, don Pedro, por Dios:
¿puedo yo querer a dos?
PEDRO: A don Luis quieres no más.
ISABEL: Y si eso pudiera ser,
 que no lo he de consentir,
¿por qué había de fingir
contigo?
PEDRO: Por ser mujer.
ISABEL: Tú eres la luz de mi vida;
sólo a ti te adoro yo.
 PEDRO: ¿No lo haces de amante?
ISABEL: ¿No?
Pues, ¿de qué?
PEDRO: De agradecida.
ISABEL: Deja esa duda, señor;
no te cueste un sentimiento;
que no hay agradecimiento
adonde no hay sino amor.
PEDRO: Las finezas son agravios.
ISABEL: Mi bien, templa esos enojos,
y satisfagan mis ojos
lo que no aciertan mis labios.
PEDRO: ¡No he de creerte, crüel!
ISABEL: Advierte...
PEDRO: No estoy en mí.
Salen don LUCAS y doña ALFONSA, cada una por su puerta
ALFONSA: Don Pedro, ¿qué hacéis aquí?
LUCAS: ¿Qué es eso, doña Isabel?
CABELLERA: (Cayeron en ratonera). Aparte
 LUCAS: ¿Qué era el caso?
ISABEL: Señor, fue...
PEDRO: Fue, señor... (¿Qué le diré?) Aparte
ISABEL: Era estar quejosa.
PEDRO: Era
reñirme agora también
porque entré con el intento
 que te dije en su aposento
esta noche.
LUCAS: Hizo muy bien.
ISABEL: (Esforcemos la salida). Aparte
¿Y a vuestro amor corresponde
que entre otro que vos adonde
 yo estuviere recogida?
CABELLERA: (Ya de este rayo escapamos). Aparte
ISABEL: )Vos dudáis siendo quien soy?
Nadie entra adonde yo estoy.
LUCAS: Porque no entre nadie andamos.
 ALFONSA: (¡Que así este engaño creyó!) Aparte
Don Lucas, advierte agora
que no entró...
LUCAS: Callad, señora.
Yo sé si entró o si no entró.
ALFONSA: Que creáis me maravillo
 este enojo que fingió.
Él la quiere...
LUCAS: Ya sé yo
que la quiere don Luisillo,
mas yo lo sabré atajar.
ALFONSA: No es sino...
LUCAS: Callad, señora,
que os habéis hecho habladora.
ALFONSA: Mirad...
LUCAS: No quiero mirar.
ALFONSA: Advierte, señor, que es él.
LUCAS: Calla, hermana, no me enfades.
Háganse estas amistades;
 dadle un abrazo, Isabel.
ISABEL: No me lo habéis de mandar,
que ha dudado en mi opinión.
LUCAS: Digo que tenéis razón,
pero le habéís de abrazar.
 ISABEL: Por vos hago este reparo.
LUCAS: Sois muy honesta, Isabel.
ISABEL: ¿Querrá él?
LUCAS: Sí, querrá él.
¿No está claro?
PEDRO: No está claro...
LUCAS: ¿Cómo no? ¡Viven los cielos!
PEDRO: Si aún no tengo satisfecha
una evidente sospecha.
LUCAS: ¿Qué sospecha?
PEDRO: De unos celos.
ALFONSA: ¿No lo has entendido?
LUCAS: No.
Pues, ¿hay otra causa?
ISABEL: Sí,
que está doña Alfonsa aquí.
LUCAS: ¿Y estoy en las Indias yo?
Habéis de darla un abrazo
por mí; acabemos, por Dios.
ISABEL: Voy a dáselo por vos.
 CABELLERA: (¡Que te clavas, bestionazo!) Aparte
ALFONSA: (Siendo ciertos mis recelos, Aparte
¿cómo mis iras reprimo?)
PEDRO: Agradecedlo a mi primo.
Abrázanse don PEDRO e ISABEL
ISABEL: (Agradécelo a mis celos). Aparte
 LUCAS: Eso me parece bien.
ALFONSA: Mira, hermano...
LUCAS: Ya es enfado.
¿Está el coche aderezado?
ANDREA: Sí, señor.
LUCAS: Isabel, ven.
ALFONSA: (Diréle que me engañó Aparte
 luego que salga de aquí).
LUCAS: ¿Eres su amiga?
ISABEL: Yo, sí.
LUCAS: Y tú, ¿eres su amigo?
PEDRO: Aún no.
ANDREA: Hazlos amigos. ¿Qué esperas?
LUCAS: Vuelvan acá. ¿Dónde van?
 CABELLERA: Déjalos, que ellos se harán
más amigos que tú quieras.
Vanse todos. Salen don LUIS y CARRANZA
CARRANZA: Éste es Cabañas, señor.
LUIS: ¡Desaliñado lugar!
CARRANZA: La primer pulga se dice
 que fue de aquí natural.
Aquí han de parar el coche
y la litera.
LUIS: Es verdad,
y aquí he de hablar a don Lucas.
CARRANZA: Yo pienso que llegan ya.
 Pero, ¿qué intentas decirle
si le hablas?
LUIS: Tú lo sabrás.
CARRANZA: ¿Tienes celos de Isabel?
LUIS: He llegado a imaginar
que si anoche, como viste,
 habló conmigo, será
poner manchas en el sol,
buscarla en su honestidad;
demás que aquel aposento
en que la hallamos está
 poco distinto del otro,
y se pudo acaso entrar
en él oyendo la voz
de don Lucas.
CARRANZA: Es verdad,
que él al sintió cuando tú
la hablabas.
LUIS: Tente, que ya
llegan todos a la puente.
CARRANZA: ¿Qué intentas?
LUIS: Tú has de llamar
a don Lucas y decirle
que un caballero que está
 por huésped de este aposento,
dice que le quiere hablar.
CARRANZA: Voy a hacer lo que me ordenas.
LUIS: Con silencio.
CARRANZA: Así será.
Vase CARRANZA
LUIS: Sepa don Lucas de mí
 mi amor, sepa la verdad
de mi dolor; que no es bien,
donde tantas dudas hay,
ocultar el accidente
pudiendo sanar el mal.
Sale don LUCAS
 LUCAS: ¿Está un caballero aquí
que me quiere hablar?
LUIS: Sí, está.
LUCAS: ¿Vos sois?
LUIS: Sí, señor don Lucas.
LUCAS: ¿Todavía camináis?
¿Vais en mula o en camello?
 Porque, desde ayer a acá,
cuando os presumo delante,
os vengo a encontrar atrás.
¿Qué me queréis, caballero,
que un punto no me dejáis?
LUIS: Quiero hablaros.
LUCAS: Yo no quiero
que me habléis.
LUIS: Esperad,
que os importa a vos.
LUCAS: ¿A mí
me importa? Pues perdonad,
que con importarme a mí
tanto, no os quiero escuchar.
LUIS: ¿Y si toca a vuestro honor?
LUCAS: A mi honor no toca tal,
que yo sé más de mi honra
que vos ni que cuantos hay.
 LUIS: ¿Dos palabras no me oiréis?
LUCAS: ¿Dos palabras?
LUIS: Dos no más.
LUCAS: Como no me digáis tres,
lo admito.
LUIS: Pues dos serán.
LUCAS: Decidlas.
LUIS: Doña Isabel
 me quiere a mí solo.
LUCAS: ¡Zas!
Más habéis dicho de mil
en dos palabras no más;
pero ya que se ha soltado
tan grande punto al hablar,
 deshaced toda la media,
y hablad más. Pero, ¿qué más?
LUIS: Señor, yo miré a Isabel...
LUCAS: Bien pudierais excusar
haberla mirado.
LUIS: El sol,
 cuando con luz celestial
sale al oriente divino,
dorando la tierra y mar,
alumbra la más distante
flor, que en capillo sagaz,
 de la violencia del cierzo
guarda las hojas de azahar.
LUCAS: No os andéis conmigo en flores,
señor don Luis; acabad.
LUIS: Digo que adoré sus rayos
 con amor tan pertinaz...
LUCAS: ¿Pertinaz? Don Luis, ¿queréis
que me vaya agora a echar
en el pozo de Cabañas,
que en esa plazuela está?
LUIS: Quísome Isabel; que yo
lo conocí en un mirar
tan al descuido, que era
cuidado de mi verdad,
que quien los ojos no entiende...
LUCAS: ¡Oculista o Barrabás!,
que de Isabel en los ojos
hallasteis la enfermedad,
decidme cómo os premió,
que aquesto es lo principal,
 y no me habléis tan pulido.
LUIS: Premióme con no me hablar;
pero en Illescas, anoche,
con ardiente actividad
la solicité en su lecho;
 salió a hablarme hasta el zaguán,
y en él me explicó la enigma
de toda su voluntad.
Dice que ha de ser mi esposa,
y que violentada va
 a daros la mano a vos;
pues si esto fuese verdad,
¿por qué dos almas queréis
de un mismo cuerpo apartar?
Yo os tengo por entendido
 y os quiero pedir...
LUCAS: ¡Callad,
que para esta y para esotra
que me la habéis de pagar!
Dentro
ALFONSA: ¿Está mi hermano aquí dentro?
LUCAS: A esta alcoba os retirad;
que quiero hablar a mi hermana.
LUIS: Decidme: ¿en qué estado está
mi libertad y mi vida?
LUCAS: Idos, que harto tiempo hay
para hablar de vuestra vida
 y de vuestra libertad.
Sale doña ALFONSA
ALFONSA: Hermano...
LUCAS: ¿Qué hay, doña Alfonsa?
ALFONSA: Yo vengo a hablaros.
LUCAS: ¿Hay tal?
¡Qué de ellos quieren hablarme!
Mas si yo no dejo hablar,
 hacen muy bien en hablarme
y hago en oírlos muy mal.
ALFONSA: ¿Estamos solos?
LUCAS: Sí, hermana.
ALFONSA: Di, señor, ¿te enojarás
de mis voces?
LUCAS: ¿Qué sé yo?
 ALFONSA: Sabes, señor...
LUCAS: No sé tal.
ALFONSA: ...que soy mujer.
LUCAS: No lo sé.
ALFONSA: Yo, señor...
LUCAS: ¡Acaba ya!
(Este don Luis y esta hermana Aparte
pienso que me han de acabar).
ALFONSA: Tengo amor...
LUCAS: ¡Ten norabuena!
ALFONSA: ...a don Pedro...
LUCAS: Bien está.
ALFONSA: Pero él no me quiere a mí,
porque amante desleal,
a doña Isabel procura,
 contra mi fe y tu amistad.
LUCAS: Digo que he de creerlo.
ALFONSA: Ya sabes que me da un mal
de corazón.
ALFONSA: Sí, señora.
ALFONSA: Y también te acordará
 que en Illescas me dio anoche
un mal de éstos.
LUCAS: Pues, ¿qué hay?
ALFONSA: Sabrás que el mal fue fingido.
LUCAS: Y agora, ¿quién te creerá
si te da el mal verdadero?
 ALFONSA: Importó disimular,
porque don Pedro, traidor,
juzgando que era verdad,
dijo a Isabel mil ternezas;
yo entonces quise estorbar
 su amor con mi indignación,
y tan adelante está
su amor, que aun en tu presencia
la requebró.
LUCAS: ¡Bueno está!
ALFONSA: Anoche estuvo con ella
 en su aposento, y pues ya
llegan mis celos a ser
declarados, tú podrás
tomar venganza en los dos;
solicita, pues, vengar
 esta traición que te ha hecho
contra la fidelidad
don Pedro.
LUCAS: ¡Buena la hice!
Mas, ¿quién puede examinar
si quiere a don Luis o a Pedro?
 Pero a entrambos los querrá
porque la tal Isabel
tiene gran facilidad.
Mas de lo que estoy corrido,
más que de todo mi mal,
es que, riñendo por celos,
los hiciese yo abrazar.
Pero, ¿a cuál de los dos quiere?
Agora he de averiguar,
y si es don Pedro su amante...,
¡por vida de ésta y no más!,
que he de tomar tal venganza,
que he de hacer castigo tal,
que dure toda la vida,
aunque vivan más que Adán;
 que darles muerte a los dos
es venganza venïal.
ALFONSA: Pues, ¿qué intentas?
LUCAS: ¿Don Antonio?
ALFONSA: Sentado está en el zaguán.
LUCAS: ¿Don Pedro?
ALFONSA: Ya entra don Pedro.
LUCAS: ¿Doña Isabel?
ALFONSA: Allí está.
Salen don ANTONIO, doña ISABEL, don PEDRO, ANDREA y CABELLERA
ANTONIO: ¿Qué me mandas?
ISABEL: ¿Qué me quieres?
PEDRO: ¿Qué me ordenas?
LUCAS: Esperad.
Cabellera, entra acá dentro.
CABELLERA: Como ordenas, entro ya.
 LUCAS: Cerrad la puerta.
CABELLERA: Ya cierro.
LUCAS: Dadme la llave.
CABELLERA: Tomad.
LUCAS: Don Luis, salid.
LUIS: Yo ya salgo.
ISABEL: Di, ¿qué intentas?
ANTONIO: ¿Qué será?
PEDRO: ¿A qué me llamas?
LUIS: ¿Qué es esto?
ALFONSA: ¿Qué pretendes?
LUCAS: Escuchad.
El señor don Luis, que veis,
me ha contado que es galán
de doña Isabel, y dice
que con ella ha de casar,
porque ella le dio palabra
en Illescas, y...
CABELLERA: No hay tal,
que yo en Illescas, anoche,
le vi a una puerta llamar,
y con doña Alfonsa habló
 por Isabel. ¿No es verdad
que tú la sentiste anoche?
¿Tú no saliste a buscar
un hombre, con luz y espada?
Pues él fue.
LUIS: ¿Quién negará
que tú saliste y que yo
me escondí? Pero juzgad
que yo hablé con Isabel,
no con Alfonsa.
ALFONSA: Aguardad.
Yo fui la que allí os hablé,
 pero yo os llegaba a hablar
pensando que era don Pedro.
PEDRO: (¡Amor, albricias me dad!) Aparte
ISABEL: ¿Lo entendiste?
PEDRO: Sí, Isabel.
LUCAS: Esto está como ha de estar;
 ya está este galán a un lado,
con esto me dejará.
Pues vamos al caso agora,
porque hay más que averiguar.
Doña Alfonsa me ha contado
 que, traidor y desleal,
queréis a Isabel...
PEDRO: Señor...
LUCAS: Decidme en esto lo que hay;
vos me dijisteis anoche
que entrasteis sólo a cuidar
por mi honor en su aposento,
con que colegido está
que de la parte de afuera
le pudiérades mirar.
Más: os ha escuchado Alfonsa
 ternísimo requebrar
y satisfacerla amante.
ANTONIO: Don Lucas, no lo creáis.
LUCAS: Yo creeré lo que quisiera;
dejadme agora y callad.
 Más: os hablasteis muy tiernos
en Torrejoncillo; más:
cuando el coche se quebró,
esto no podéis negar,
tuvisteis un quebradero
 de cabeza...
CABELLERA: (¡Hay tal pesar!) Aparte
LUCAS: Más: al llegar a Cabañas,
esto fue sin más ni más,
le sacasteis en los brazos
de la litera al zaguán;
 más: desde ayer a estas horas
se miran de a par a par,
cantando en coro los dos
el tono del ¡Ay, ay, ay!
Más: aquí os hicisteis señas;
más: no lo pueden negar;
pues muchos máses son éstos,
digan luego el otro mas.
ISABEL: Padre y señor...
ANTONIO: ¿Qué respondes?
ISABEL: Don Pedro...
ANTONIO: Remisa estás.
ISABEL: ...es el que me dio la vida
en el río.
PEDRO: Y el que ya
no puede ahora negarte
una antigua voluntad.
Antes que tú la quisieras,
 la adoré; no es desleal
quien no puede reprimir
un amor tan eficaz.
LUCAS: Calla, primillo, que ¡vive...!;
pero no quiero jurar;
 que he de vengarme de ti.
PEDRO: Estrene el cuchillo ya
en mi garganta.
LUCAS: Eso no;
yo no os tengo de matar;
eso es lo que vos queréis.
 PEDRO: Pues, ¿qué intentas?
ANDREA: )¿ué querrá?
¡Entre bobos anda el juego!
ANTONIO: ¿Qué haces?
LUCAS: Ahora lo verás.
Vos sois, don Pedro, muy pobre,
y a no ser porque en mí halláis
 el arrimo de pariente,
perecierais.
PEDRO: Es verdad.
LUCAS: Doña Isabel es muy pobre.
Por ser hermosa no más
yo me casaba con ella;
pero no tiene un real
de dote.
ANTONIO: Por eso es
virtüosa y principal.
LUCAS: Pues dadla la mano al punto,
que en esto me he de vengar.
 Ella pobre, vos muy pobre,
no tenéis hora de paz;
el amar se acaba luego,
nunca la necesidad;
hoy con el pan de la boda,
 no buscaréis otro pan.
De mí os vengáis esta noche,
y mañana, a más tardar,
cuando almuercen un requiebro,
y en la mesa, en vez de pan,
 pongan una fe al comer
y una constancia al cenar,
y, en vez de galas, se ponga
un buen amor de Milán,
una tela de mi vida,
 aforrada en ¿me querrás?
Echarán de ver los dos
cuál se ha vengado de cuál.
PEDRO: Señor...
LUCAS: Ello, has de casarte.
CABELLERA: ¡Crüel castigo les das!
 LUCAS: ¡Entre bobos anda el juego!
Presto me lo pagarán
y sabrán pronto lo que es
sin olla una voluntad.
PEDRO: (Hacerme de rogar quiero). Aparte
 Señor...
CABELLERA: (La mano la da; Aparte
no se arrepienta).
PEDRO: Ésta es
mi mano.
Danse las manos don PEDRO e ISABEL
ISABEL: El alma será
quien sólo ajuste este lazo.
LUCAS: Don Luis, si os queréis casar,
 mi hermana está aquí de nones,
y haréis los dos lindo par.
LUIS: En Toledo nos veremos.
LUCAS: Iréme de él si allá vais.
CABELLERA: Y don Francisco de Rojas,
 a tan gran comunidad,
pide el perdón con que siempre
le favorecéis y honráis.
FIN DE LA COMEDIA

 

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