Ruben Martín Díaz

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La casa vacía

EL minuto interior

El origen del mundo

Lluvia

La casa vacía

Nadie más en la casa.
Un frío, un silencio que prolonga
las paredes. La luz ardiendo
al fondo de la sala. Una mesa
con varios libros
—todos de poemas—.

Se sienta. Abre
el de todos los días, acaricia
con sus dedos la página. Lo cierra.

Se pone en pie. Pasea. Redescubre
las estancias vacías,
la oscuridad que nubla los objetos.
Ciegos, como él, ciegos.

Escucha
la nada tan de cerca,
la voz del miedo,
el tic tac de ningún reloj,
la ausencia,
el ruido de las sombras.

Vuelve por el pasillo
—un destello de nadie
atraviesa la ventana, la luz
es frágil un momento—. Cruza
el umbral de la puerta del salón,
avanza hacia la mesa. Coge
el mismo libro de poemas. Busca
la misma página de antes.

Mientras recita
con su apagada voz,
una lágrima vierte
como sombra nacida de otra sombra.

Nadie le escucha

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El minuto interior

He prendido las ascuas
y ya me siento a descansar un poco.
Una ligera bruma
ocupa los espacios descuidados
visibles entre encinas,
y sólo el frío,
que desciende del norte,
traspasa las paredes del silencio.
El cielo pinta
un paisaje nublado,
el aire desdibuja los caminos,
la luz flaquea
y estremece las formas.
No obstante,
parece la mañana
un apacible oasis alejado en el tiempo.
Nadie vendrá
—es enero profundo,
la gente no abandona sus hogares—,
y es mejor que así sea:
quiero pensar a solas
al lado de este fuego que enardece
los instintos del hombre.
Necesito escuchar mi propio pulso
como si fuera mío de verdad,
vivir este minuto prodigioso,
este tiempo interior en la quietud,
donde todo respira a través de mi cuerpo.
Y sospecho un fervor
que fluye de mis manos e ilumina,
en un lugar remoto de la Tierra,
la vida y sus asuntos.

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El origen del mundo

Ahora duermes en tu pequeño cuerpo
como ceniza de una hoguera extenuada
y es hermoso contemplarte así,
tan pura y limpia,
blanca de luz
bajo la negra bóveda de la noche,
miel para estos ojos míos
que acarician tu sueño
de temprana luna encendida.

Pesa en el aire esta madrugada,
ya descuelga sus sombras,
su páramo
engulle todo lo que obró el día
y ahora es humo de nada.
Y así,
en este silencio transido
de entumecida lengua,
agotada de estar lamiéndote la piel
durante horas,
así te sigo amando,
con el pulmón manchado de sombras
a la espera de verte amanecer
en brazos de un nuevo día.

Eres el origen del mundo,
la gruta húmeda y aseada
donde nace esa luz
que otorga vida a las cosas.

Pero ahora, dormida en el descanso,
como una luciérnaga dulcísima
que inverna su gracia y su vuelo,
incubas el beso de la mañana
para poner tu sol sobre mis labios.


 

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Lluvia

Ha vuelto a casa con la luz del día.
Ligeras láminas
de lluvia
han borrado las huellas que sus prisas,
unas horas atrás,
dejaron en el patio.
Ahora el agua cae con más fuerza
que nunca, es un ruido
bastante peculiar el de la lluvia
cuando golpea
estrepitosamente la mañana.
Es un sonido extraño, sin igual,
un sonido que crece
y que amaina por pura complacencia,
es un sonido terco
pero a su vez relaja.
Y ella duerme desnuda sobre la cama,
duerme, vive en un sueño.
Cuando despierte,
el cielo campará por estas calles.

 

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