Safo

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Oda a Afrodita

Oda a la amada

Algunos dicen que un ejército...

Aunque vive Arignota en la lejana Sardis...

 

 

ODA A AFRODITA

¡Tú que te sientas en trono resplandeciente,
   inmortal Afrodita!
¡Hija de Zeus, sabia en las artes de amor, te suplico,
   augusta diosa, no consientas que, en el dolor,
   perezca mi alma!
Desciende a mis plegarias, como viniste otra vez,
   dejando el palacio paterno, en tu carro de áureos atalajes.
Tus lindos gorriones te bajaron desde el cielo,
   a través de los aires agitados por el precipitado batir de sus alas.
Una vez junto a mí, ¡oh diosa!, sonrientes tus labios inmortales,
   preguntaste por qué te llamaba, qué pena tenía,
   qué nuevo deseo agitaba mi pecho,
   y a quién pretendía sujetar con los lazos de mi amor.
Safo, me dijiste, ¿quién se atreve a injuriarte?
   Si te rehuye, pronto te ha de buscar;
   si rehúsa tus obsequios, pronto te los ofrecerá él mismo.
Si ahora no te ama, te amará hasta cuando no lo desees.
¡Ven a mí ahora también, líbrame de mis crueles tormentos!
¡Cumple los deseos de mi corazón, no me rehúses
tu
 ayuda todopoderosa!
Lamento:
Dulce madre mía, no puedo trabajar,
el huso se me cae de entre los dedos
Afrodita ha llenado mi corazón
de amor a un bello adolescente
y yo sucumbo a ese amor.

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 ODA A LA AMADA

Igual parece a los eternos Dioses
quien logra verse frente a ti sentada.
¡Feliz si goza tu palabra suave,
suave tu risa!

A mí en el pecho el corazón se oprime
sólo en mirarte; ni la voz acierta
de mi garganta a prorrumpir, y rota
calla la lengua.

Fuego sutil dentro de mi cuerpo, todo
presto discurre; los inciertos ojos
vagan sin rumbo; los oídos hacen
ronco zumbido.

Cúbrome toda de sudor helado;
pálida quedo cual marchita yerba;
y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte,
muerta parezco.

 

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Algunos dicen que un ejército de caballería,

o de infantería, o una escuadra de navios,

es lo más bello sobre la oscura tierra.

Yo digo que lo que uno ama.

             Y muy fácil es que todos lo comprendan.

Porque Helena, que conoció a los más bellos hombres,

abandonó a su marido, el mejor de todos,

 por navegar a Troya,

sin acordarse de hijos ni del cariño

de los padres ¡Tan lejos desvió Cipris a la amante!

 Pues logra Cipris al corazón doblegar

y al que ama que nunca levemente ame.

        Ahora me hace recordar a Anactoria,

que no está conmigo,

 y a la que quisiera ver con su amoroso andar

y la radiante luz de su rostro,

mucho más que a los carros lidios o las armas

        con que combaten  sus guerreros.

 

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Aunque vive Arígnota en la lejana Sardis,

muchas veces vuelve acá en sus pensamientos.

Cuando vivimos juntas siempre te consideré

semejante a una diosa,

y cuánto con tu canto gozaba.

Ahora deslumbra entre las mujeres

lidias como a veces, ya puesto

el sol, la luna de manos de rosas

supera a todas las estrellas,

cubre con su luz las saladas aguas del mar

y los campos de abundantes flores,

donde el bello rocío desciende, donde florecen

rosas y tiernos botones silvestre

y los tréboles se abren.

Pero muchas veces, errabunda por el recuerdo

de la dulce Athis, el anhelo en su

alma delicada y la ansiedad en el corazón la devoran.

Y con fuerza nos grita que vayamos con ella, y su grito,

no inadvertido para nosotras, a mitad del camino

lo hace resonar Himeneo a través de los mares...

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