No tengas celillos de nadie, morena, que más que por guapa te quiero por buena, y amor que en tan firme cimiento se basa tendrá sus eclipses, mas nunca se pasa... Es cierto que a ratos atrae la hermosura, que excita pasiones fugaces, ligeras, brindando placeres; pero eso... ¡si vieras lo poco que dura! El seno turgente, la tez de alabastro, los ojos que lanzan miradas de fuego fascinan, marean, distraen ... ; pero luego, calmadas las ansias, no dejan ni rastro. Y en cambio, las grandes bellezas del alma se adoran por siempre, se gozan con calma... ¡No dudes! No llores, no pienses con pena que habré de olvidarte... ¡Te quiero por buena!
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¡Vive Juan, y recobra tu alegría, y malgasta el dinero, si lo tienes, pasando el santo día metido en aventuras y belenes! ¿A qué viene esa estúpida tristeza? Al mundo se le vence con audacia. ¿Por qué se te ha metido en la cabeza que se goza la gente en tu desgracia? ¿Que tu mujer ha sido como fueron millares de mujeres, y faltó a sus deberes, y se jugó el honor y lo ha perdido? Su honor, ¡pero no el tuyo! Si una persona extraña, indiferente, que acoges en tu casa casualmente, derrocha lo que es suyo, ¿por eso serás tú menos decente? Tú cogiste a la infame compañera y la echaste al arroyo, como un trapo que no puede limpiar la lavandera ... ¿Qué te importa que ella haga lo que quiera? ¿Por qué ha de ser tu esposa ese guiñapo?
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Yo me llamo Pilar, tengo veinte años, me han dicho muchas veces que soy linda, y vivo en sotabanco, a tal altura que sólo queda el cielo más arriba. Me paso alegremente la existencia cosiendo calzoncillos y camisas ... , monótona labor que me produce de seis a siete reales cada día. No como nunca carne: ¡está tan cara!; no tengo más que un traje de lanilla, ni quiero más amor que el del trabajo, que el día que me falta me fastidia. Cuando, muerta de frío, por la noche, a la luz vacilante y mortecina de la vela de seno que me alumbra, puedo ver la tarea concluida y me meto en la cama, comparable a los chorros del oro por lo limpia, tomo un vaso de leche adulterada, que es todo mi regalo y mi delicia, y durmiendo tranquila y satisfecha disfruto un sueño igual al que tendrían los ángeles que cantan en la gloria, única vecindad que tengo encima. * * * Hace unas cuantas noches, cuando salgo de entregar la labor, junto a la esquina me asalta un caballero respetable por su cabello blanco y sus patillas. Me habla de muchas cosas, de pendientes y chales y vestidos y sortijas, y dice que es tan fácil adquirirtos que los puedo tener cuando los pida . ¡Miserable canalla! ¡ Quiere, en cambio de esas joyas y galas que me brinda, que abandone este ajuar, que representa un capital de insomnios y fatigas, y el sublime placer, el santo orgullo que siento al concluir cada camisa, y el sagrado recuerdo de mi madre, que al verme honrada se murió tranquila!
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¡Mal haya, amén! ¡Mal haya la inquieta vida, siempre agitada, siempre comprometida, que agosta los afectos y las pasiones y mata a desengaños las ilusiones! ¡Mal haya el que batalla constantemente y ante el destino nunca dobla la frente! Porque, aunque al fin y al cabo venza al destino, se habrá dejado el alma por el camino! Puede ver sus desdichas indiferente; puede fingir si sabe que no las siente; puede tomar un baño de escepticismo, siempre sereno y firme, siempre lo mismo... Pero si se presentan las ocasiones en que hacen tanta falta las oraciones, cuando se necesita pedir paciencia, ¡la qué sólo concede la Providencial, la plegaria en los labios tiene un tropiezo: que a la ingrata memoria no acude el rezo. Y en el terrible trance de la agonía sólo se dice: "¡Ay, Virgen! ¡Virgen María!" * * * Velando a mi pequeño, que está en la cama con fiebre abrasadora como la llama, mirándome en sus ojos adormecidos, partiéndoseme el alma con sus quejidos..., ¡toda mi fortaleza se viene abajo, aunque costó adquirirla tanto trabajo! Pienso que tal suplicio se trocaría en resignada y tierna melancolía si yo rezara mucho, ¡mucho y de veras!, encontrando esas frases dulces, sinceras, que arriba repercuten en lontananza, trayendo el lenitivo de la esperanza ... Pero ¡ay! que en la pelea no interrumpida se pierden los recuerdos, todo se olvida, y aunque a Dios pido auxilio como cristiano, como no rezo ... creo que pido en vano. Quiero junto al pequeño pasar las horas murmurando plegarias conmovedoras, y repito con terca monotonía: "¡Salva a mi niño, Virgen! ¡Virgen María!" |