[Escena
I] |
MIMÍN, estudiante. RAULET, padre de MIMÍN LUBINA, madre de MIMÍN RAÚL MACHUR, padre de JACQUELINA JACQUELINA, prometida de MIMÍN MICER ALIBORÓN, maestroLA ACCIÓN TRANSCURRE EN UNA ALDEA FRANCESA, EN EL SIGLO XIV ESCENA I RAULET.- ¿De dónde venís, Lubina? ¿De cotillear con las vecinas? ¡Algún día me obligaréis a que os pegue con el palo!LUBINA.- Vengo del horno de llevar los panes ¿Os atreveréis a hablar del palo cuando estáis holgazaneando? ¿Pegar a la señora Lubina, y vos el único quehacer que tenéis es estar ocioso? Ahí estáis tranquilo y sano, y las mujeres, como enjambre de abejas, llenando las colmenas. Cuando abrís el arcón, siempre encontráis el pan en él. RAULET. – Basta ya. Habláis muy bien. ¡En verdad que desafío a un doctor de la Sorbona a que encuentre alguna buena razón para que os convenza de que tenéis culpa. LUBINA.- ¡Hala! No habléis tan fuerte, que fatigáis mis oídos. Habéis hecho maravillas, convirtiendo a nuestro Mimín en un descifrador de pergaminos. ¡Acabo de saber muchas cosas! ¡Terribles cosas sobre nuestro hijo! RAULET.- ¡Cómo! ¿Tenéis noticias? LUBINA.- Pardiez, ¡si es la comidilla de todos! RAULET.- ¿Es que ha llevado tal tren de vida que ha vaciado su bolsa? (LUBINA hace señas de que no). ¿Ha intervenido en alguna riña? LUBINA.- Quisiera el cielo que así hubiera sido, y no tendría esta pena. RAULET.- Pues qué, ¿acaso Mimín ha bebido demasiado borgoña? (LUBINA vuelve a decir que no por señas). ¿Habrá molido a la ronda? Eso ocurre cuando se está alegre y achispado. ¿O habrá roto el farol de alguna taberna?LUBINA.- ¡Ay! Todo eso no sería nada. RAULET.- ¿Entonces? LUBINA.- Voy a decíroslo. RAULET.- Pues venga. LUBINA.- ¡Ea! Ha puesto tal ímpetu en sus lecciones, con tanto ahínco trabaja desde la tarde a la mañana, que no habla más que latín. RAULET.- ¿Nada más que latín? LUBINA.- Eso es todo. Y de su lengua materna no sabe decir ni una palabra. ¡Ay de mí! ¡Cuando era mamoncete me pedía tan lindamente que le diera la teta! ¿Y ahora? A fuerza de leer en los libros mágicos se ha vuelto más pedante y engolado que el maestro RAULET.- Nada podemos hacer. LUBINA.- ¡Es culpa vuestra, de su padre! Necesitabais un gran sabio. Yo lo encontraba antes más prudente. ¿Qué va a decir la moza que había de casarse con él? La familia le tomará por un insensato y, sin embargo, ¡están en vísperas de casarse! La hija de Raúl Manchue es la más linda paseando por la calle, y en los días de fiesta. RAULET.- Así es, y para hacerle digno de ella le llevé a Mimín a la escuela. LUBINA.- Pues va camino de convertirse en un tonto perfecto. Ahí tienes los efectos del estudio. ¿No se sabía ya todos sus libros, que por cierto nos han costado doscientas libras? Pero tanto ha ahondado en ellos, que dicen que su timbre de voz se ha quebrado. Y, sin embargo, tenía la cabeza dura, una frente de hierro como una armadura, y a menudo me ha dicho el maestro: Será o el más grande de los sabios o el tonto más grande de la tierra. RAULET:- ¿Y qué va a hacer en su matrimonio si no sabe hablar más que latín? ¿Cómo podrá entenderle su mujer día y noche? Casarle es imposible. LUBINA.- Conviene que al instante, con el corazón limpio y contento, libremos a micer Mimín de la pluma y del pergamino. RAULET.- Habláis muy bien, señora Lubina; pero vayamos en busca de su novia Jacquelina, que está en su casa. LUBINA.- Marido mío, tenéis razón. Me parece conveniente que vayamos juntos a reclamar. (RAULET se dirige a la casa de RAÚL MACHUE, que está a la izquierda del teatro).
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ESCENA II RAULET (golpeando la puerta de RAÚL MACHUE).- Abrid la puerta. RAÚL MACHUE .- Dios os guarde, maese Raulet. ¿Qué os trae por aquí, hermano mío, y a la señora Lubina? (No deja explicarse a sus visitantes). ¡Ah! Ya adivino...Explicaos, amigo Raulet, mi hija está cociendo la leche.RAULET (con misterio).- ¡Bien! No es menester que lo oiga. Os ruego, maese Raúl, que os acerquéis a este rincón. (Lo lleva aparte y bastante lejos de la puerta). Vuestra hija no oirá nada. Hemos de deciros dos palabritas. RAÚL MACHUE.- ¿Empeora el estado de vuestra tía? (No deja contestar a Raulet). ¡Pobre mujer! Tiene muchos años. ¡Son momentos muy tristes!RAULET.- No, no se trata de eso. RAÜL MACHUE.- ¿Se trata de vuestro abuelo? ¡Pobre hombre! ¡Qué pena! RAULET(impaciente).- No, no es eso, no es eso. RAÚL MACHUE.- ¿Qué es, pues? RAULET.- Quiero deciros... RAÚL MACHUE.- Será alguna cosa grave, ¿verdad, maese? ¡Qué desgracia acabáis de sufrir! (RAULET quiere hablar, pero no le deja). Pues si venías a buscarme es que ...RAULET.- ¡No hay duda! He aquí lo que ocurre... RAÚL MACHUE (interrumpiéndole). ¿Por casualidad será un fuego? ¡Y mientras yo os retengo aquí charlando! ¿Deseáis que os socorran? Pues vayamos rápido y hagamos lo que podamos. Yo os prometo que... RAULET.- Compadre, por favor, dejadme que os cuente el asunto. RAÚL MACHUE.- ¡Por Dios que llevo un siglo esperando que lo hagáis! Nosotros aquí charlando como mujeres mientras se os quema la casa. RAULET.- ¡Que no, hombre, que no! Que se trata de Mimín, nuestro hijo. RAÚL MACHUE.- ¿Vuestro hijo os ha quemado la casa? Pues entonces no lo quiero por yerno. Digo, un incendiario... RAULET.- Por Dios, escuchadme un momento y acabaréis por enteraros. Para que Mimín fuese un sabio hemos querido meterle en la escuela antes de que se casara, ya que era un poco loco como es normal a su edad y... RAÚL MACHUE (interrumpiéndole).- Obrasteis muy cuerdamente. RAULET.- Todo lo contrario. Siempre está hablando en latín, y ha olvidado nuestra lengua. ¡Ni una palabra sabe ya decir en francés! RAÚL MACHUE.- ¡Menuda enfermedad! ¿Habéis dicho que ha estudiado tanto que no habla más que latín? LUBINA.- ¡Ay de mí! RAÚL MACHUE.- ¿Estáis seguro de ello? LUBINA.- Eso dicen en la ciudad. Aunque siendo tan joven, tal vez tenga cura. RAULET.- Y hemos venido para ir a buscarle a casa de su maestro. RAÚL MACHUE.- Me visto en unos instantes. Voy a prevenir a Jacquelina...Está haciendo la comida. No se podrá quejar su marido de ella, pues una buena ama de casa. ¡Y tan joven! Aunque si sólo habla latín... JACQUELINA (apareciendo).- ¡Buenos días, papá: buenos días, mamá! RAULET Y LUBINA: ¡Buenos días, hija! RAULET.- ¡Qué linda es la mozuela! JACQUELINA.- ¿Cómo está vuestro hijo? Quisiera ver a micer Mimín. LUBINA.- Hija mía, dame la mano y vayamos juntos a buscarle. RAÚL MACHE.- ¡Pobre niña! Tiemblo, Raulet, porque su corazón se desespere al ver que su futuro marido no habla su misma lengua. Debe de parecer un salvaje llegado de un país lejano. Y ella tan linda, tan cariñosa. Jamás podrán entenderse. JACQUELINA.- Padre, voy a echarme un manto a iremos a verle un momento. (Entra un instante en la casa y vuelve a aparecer con el manto)Ya estoy lista. ¿Qué va! He olvidado mi muñeca.RAULET.- ¿Vuestra muñeca? JACQUELINA (Va a buscar la muñeca).- Sí, me la dio Mimín.. Podré charlar con ella por el camino y hablar de mi amante (¡Qué linda es!). LUBINA.- Mirad, cuando se ama de veras, qué valor se conceden a las nimiedades. ¡Así hemos hecho todos!
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ESCENA III En la casa del maestro MIMÍN- Mundo mirabilius et numquam potabilius, aventurosus lupare, bonibus et non gagnare. RAULET .-Ved; debe de acercarse alguna procesión que canta muy devotamente. MAESTRO (transportado de admiración).- Oídle, qué bello lenguaje. Apuesto a que sabe más que yo. Mimín, tú me honrarás, tú serás el más sabio de los doctores. ¡Dueño de la tierra y de los mares, el sabio reina sobre el mundo! Mimín, responde, quem librum legis? Contesta en francés. MIMíN.- Ego non dire. Franchosen non parlare quia ego olvidaderunt. MAESTRO.- No he visto nunca una persona más ágil ni más dedicada al estudio. Apenas se duerme en su lecho, no sueña más que con capítulos, disertaciones, epístolas. Habla latín corrientemente y sabe disertar con sabiduría.
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ESCENA IV RAULET.- En qué estado le ha puesto el estudio. LUBINA.- Su voz ha adquirido un acento rudo...me acerco a él temblando. RAÚL MACHUE (a Jacquelina que quiere lanzarse hacia Mimín).- Guardad, mi hija, un aire más recatado; estad derecha y bajad los ojos. JACQUELINA (obediente y haciendo arrumacos al bajar la mirada). ¿Está bien así? RAÚL MACHUE.- Aún más entornados los ojos! JACQUELINE.- ¡Pues no veré nada si los cierro! RAULET (saludando a Micer Alborón).- Perdón, maestro, supongo que nos reconocéis. Yo soy el padre de Mimín; pero antes estrechémonos las manos (El maestro, al querer tender la mano, deja caer su librote).LUBINA (con una reverencia).- Salud, maestro. Que Dios os guarde. JACQUELINA.- Estoy impaciente por escucharle. MAESTRO (a Mimín). Da los buenos días a tus padres, pero en presencia suya emplea nuestro idioma. Vaya, háblales en este idioma (desdeñosamente), en francés. MIMÍN.- Salve, Domine. MAESTRO.- ¡En latín no! MIMÍN.- ¡Bene, bene! Ego franchosen no sé. Perus, merus, Raul Machua, filia, moñecorum donare a matrimonium. Salutare compañía. RAULET. No entendemos nada de eso. MAESTRO.- Os da la bienvenida. LUBINA.- Desconozco esa lengua. Habla francés, hijo. MIMÍN.- Quia, quia, ego parlare latinum JACQUELINA.- Padre mío, ¿puedo reírme? Es que no puedo aguantarme, voy a reventar RAULET Y LUBINA.- Venimos para llevarnos a nuestro hijo. MAESTRO.- ¿Llevároslo ahora que iba a empezar a instruirle en lengua griega? RAULET.- No es esa precisamente la lengua que yo quiero que hable. MAESTRO.- ¡Comprendido! Deseáis que hable el hebreo, la lengua de nuestros santos Padres. Pues también se lo enseñaré. Después del griego y si quiere también... RAULET.- ¡No, señor! No quiero que hable ni latín, ni griego ni hebreo ni ninguna de esas lenguas extravagantes. ¡ Francés, el bello francés de los ciudadanos bien educados! MAESTRO.- ¡Qué padres tan vulgares! ¡Creen que las lenguas sirven para entenderse. LUBINA.- ¡Vos si que no entendéis vuestro oficio! No os trajimos a nuestro hijo para que lo volvieseis estúpido, sino para que le enseñaseis ¡Que mi hijo hable bien francés! RAULET.- Micer Aliborón hizo cuanto pudo, eso es innegable, pero... MIMÍN.- Apressati carismedes donare ei mercedes RAUL MACHUE.- ¡Micer Aliborón no tiene la culpa! ¡No ha podido hacer más! LUBINA (a Mimín).- ¿No volverás a hablar francés? Creo que voy a enloquecer.(Cogiendo las manos de Jacquelina). ¡Mira los lindos ojos de tu novia y dile alguna palabra amable en francés! MIMÍN (besa sorpresivamente a Jacquelina y cuando Raúl Machue lo aparta bruscamente de los labios de su hija, dice): Embrassare Jacquelina nam ad amores inclina, Micer Miminus amitus sa fama vole maritus habere pequenum ninum). LUBINA.- ¿Has comprendido dos palabras, hija? JACQUELINA (malicisiosamente): sólo entendí lo que dijo antes de empezar a hablar. ¿Qué ha dicho, maestro? MAESTRO.- Frases amorosas. Que sería muy feliz con esta linda dama y que querría tener un hijo muy hermoso con ella. LUBINA.- ¡Pobrecillo! A pesar de estas vigilias y soledades piensa en tener un hijo. RAULET.- En eso sí ha salido a su padre. ¿Había que verme a mi a su edad! ¿Te acuerdas Lubina de cómo buscábamos el hijo en aquellos tiempos y... LUBINA.- ¿Cómo voy a acordarme, carcamal, de los tiempos de Matusalén? Déjate de fantasías y busca un remedio para nuestro hijo. RAULET (al maestro). - ¿Habéis escuchado a mi esposa? Pues buscad un remedio al punto. ¡Vamos, haced que hable francés! MAESTRO (gravemente).- Lo cierto es que no se me ocurre ningún remedio para una dolencia que sin duda tiene sus fundamentos en las investigaciones realizadas sobre la Retórica, la Dialéctica y demás materias que sólo en la áurea lengua de Augusto... RAULET (impaciente).- ¡Dejad los sermones de remedio! ¿Qué se puede hacer? LUBINA.- Tal vez sí lo tratásemos como a los polluelos cuando están enfermos... RAULET.- Tiene razón. Hablándoles al oído, con sopitas de vino y amor... MAESTRO.- Recuerdo que en Dioscórides se trata de un remedio análogo. Pero la virtud reside en la confianza en que ha de tener el paciente en el galeno. Así que salgamos todos y dejemos a Jacquelina hacer su labor de ninfa salutífera con ayuda de esta botella
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ESCENA V SALEN TODOS , PERO DEJAN LA PUERTA ENTORNADA CON EL FIN DE VER LO QUE ACONTECE EN LA ESTANCIA. JACQUELINA CONSIGUE QUE MIMÍN SE SIENTE JUNTO A ELLA Y QUE VAYA BEBIENDO SORBITOS DE VINO QUE LE VAN DANDO CON UN VASO ENTRE APRETONES DE MANOS Y JUGUETEOS AMOROSOS. JACQUELINA: Así, suavemente, despacito. No seáis malo, eso no se hace. RAÚL MACHUR: A fe que bebe de lo lindo. ¡Ojo, mancebo, con extralimirse! MAESTRO.- Dejad que continúe. La curación esta bien encauzada. MIMÍN (muy alegre). ¡Bene, bene! Bonum vinum letificat cor hominum. LUBINA.- ¿No está bebiendo demasiado? RAÚL MACHUR.- ¿Y transgrediendo los límites del respeto que merecen las doncellas aún actúen como esas salutíferas que decíais? MAESTRO.- Sosegaos. Más acorde con nuestras designios no podía transcurrir todo. Ahora está diciendo que pronto comenzará a hablar en francés. MIMÍN.- Bene, bene, ego parlare latine cum fermosa virgo. Franchesco non parlare. Parientes me aburriverum sed bonum vinum bebere et acariare puellam. JACQUELINA.- Escucha, amor, si hablas nuestro idioma siempre podremos estar juntos, más juntos que ahora, ¿me comprendes? Tú serás mi marido. ..Ahora estamos solos...Sí, te dejo que sigas tomando mi mano siempre que repitas: "Cariño mío" MIMÍN.-(entre besos a la mano y por el brazo arriba): Cariño mío. RAULET.- Comienza a hablar nuestro idioma. JACQUELINA.- Amor mío, mi corazón comienza a arder por vos. MIMÍN.- Amor mío, mi corazón comienza a arder por vos. LUBINA.- ¡Qué lista es mi pequeña! ¡Ha salido a su madre! JACQUELINA.- Decid con voz firme y segura: os amo, preciosa mozuela, os amaré siempre y nunca os seré infiel. MIMÍN.- Os amo, preciosa mozuela, os amaré siempre y nunca os seré infiel. JACQUELINA.- ¿Pero es verdad o lo dices repitiendo mis palabras como un eco? MIMÏN.- (abrazándola con entusiasmo).- Dejadme hablaros por mí mismo. Mi alma se ilumina al verte. No hay más hermosura que tu compañía . Todas las lenguas enmudecen ante la canción de tus ojos, ante el murmullo de estos labios. JACQUELINA (apartándose, sonriente).- Dejad esto para mañana, ya que estáis curado. (vuelven todos junto a los enamorados, gritando MILAGRO, MILAGRO DE AMOR). MAESTRO.- No hay mejor remedio que el amor, ni mejor galeno que una doncella. MIMÍN.- Creo que esta es la mejor lección que me habéis dado, aunque tal vez sin las otras no pudiera expresar tan propiamente la maravilla de los encantos de mi amada. Aunque el verdadero mérito reside en ella, pues sólo las mujeres hacen que digamos quien somos. RAULET.- Amigos, bebamos un vaso a la salud de los esposos. Y de las mujeres que hablan mejor que nosotros y nos enseñan a hablar MIMÍN (danzando abrazado a Jacquelina).- ¡Cantemos todos muy alto mientras danzamos. ¡Viva la alegría! (SALEN TODOS CANTANDO) TELÓN |
PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO. CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios. MELIBEA.- ¿En qué, Calisto? CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda, incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar tengo yo a Dios ofrecido. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo, mixto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar. MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes éste, Calisto? CALISTO.- Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad. MELIBEA.- Pues aun más igual galardón te daré yo si perseveras. CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído! MELIBEA.- Más desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento y el intento de tus palabras ha sido. ¿Cómo de ingenio de tal hombre como tú haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete, vete de ahí, torpe!, que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo en ilícito amor comunicar sudeleite. CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel. |
CALISTO.- Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son y no resplandecen menos. Su longura hasta el postrero asiento de sus pies, después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras. SEMPRONIO.- Más en asnos. CALISTO.- ¿Qué dices? SEMPRONIO.- Dije que esos tales no serían cerdas de asno. CALISTO.- ¡Ved qué torpe y qué comparación! SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo? CALISTO.- Los ojos verdes rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alzadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labios colorados y grosezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre cuando las mira! La tez lisa, lustrosa, el cuero suyo oscurece la nieve, la color mezclada, cual ella la escogió para sí.SEMPRONIO.- ¡En sus trece está este necio! CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las uñas en ellos largas y coloradas, que parecen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que ver yo no pude, no sin duda, por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres deesas. SEMPRONIO.- ¿Has dicho? CALISTO.- Cuan brevemente pude. SEMPRONIO.- Puesto que sea todo eso verdad, por ser tú hombre eres más digno. CALISTO.- ¿En qué? SEMPRONIO.- ¿En qué? Ella es imperfecta, por el cual defecto desea y apetece a ti y a otro menor que tú. ¿No has leído el filósofo do dice «así como la materia apetece a la forma, así la mujer al varón»? CALISTO.- ¡Oh triste!, y ¿cuándo veré yo eso entre mí y Melibea? SEMPRONIO.- Posible es, y aunque la aborrezcas cuanto ahora la amas, podrá ser alcanzándola y viéndola con otros ojos libres del engaño en que ahora estás.
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CALISTO.-
Y tú, ¿cómo lo sabes y la conoces?
PÁRMENO.-
Saberlo has. Días grandes son pasados que mi madre, mujer pobre, moraba en su
vecindad, la cual, rogada por esta Celestina, me dio a ella por sirviente;
aunque ella no me conoce por lo poco que la serví y por la mudanza que la
edad ha hecho.
CALISTO.-
¿De qué la servías?
PÁRMENO.-
Señor, iba a la plaza y traíale de comer, y acompañábala, suplía en aquellos
menesteres que mi tierna fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la
serví, recogía la nueva memoria lo que la vieja no ha podido quitar. Tiene
esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la
cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios; conviene saber: labrandera, perfumera,
maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poquito
hechicera. Era el primero oficio cobertura de los otros, so color del cual
muchas mozas de estas sirvientes entraban en su casa a labrarse y a labrar
camisas y gorgueras, y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno,
trigo, harina o jarro de vino, y de las otras provisiones que podían a sus
amas hurtar; y aun otros hurtillos de más cualidad allí se encubrían. Asaz
era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades. A éstos vendía
ella aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente
aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía. Subió su
hecho a más, que por medio de aquéllas comunicaba con las más encerradas
hasta traer a ejecución su propósito. Y aquéstas, en tiempo honesto, como
estaciones, procesiones de noche, misas del gallo, misas del alba y otras
secretas, devociones, muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas
hombres descalzos, contritos y rebozados, desatacados, que entraban allí a
llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía! Hacíase física de
niños, tomaba estambre de unas casas, dábalo a hilar en otras, por achaque
de entrar en todas. Las unas, «¡Madre acá!», las otras, «¡Madre acullá!»,
«¡Cata la vieja!», «¡Ya viene el ama!»; de todos muy conocida. Con todos
esos afanes nunca pasaba sin misa ni vísperas, ni dejaba monasterios de
frailes ni de monjas; esto porque allí hacía ella sus aleluyas y
conciertos. Y en su casa hacía perfumes, falsaba estoraques, menjuí,
animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara
llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de
arambre, de estaño, hechos de mil facciones.
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