El patrañuelo

Patraña primera

Patraña tercera

Patraña octava

Patraña décima

Juan de Timoneda

Sobremesa y alivio de caminantes

Entremés:

Un ciego, un mozo y un pobre

VILLANCICO

Patraña primera

  Argentina y Tolomeo,

los dos, por la penitencia,

vinieron a conoscencia

no haber hecho caso feo.
 

En la ciudad de Alejandría habitaban dos prósperos y ricos mercaderes, casados muy a su contento, el uno llamado Cosme Alejandrino, y el otro Marco César; los cuales, con sus tratos y mercancías, hacían compañía y habitaban en una propia casa. Quiso su buena suerte y ventura que, en un tiempo y sazón, engendrasen sus mujeres, y pariesen en un mismo día dos hijos, los más hermosos y agraciados que formar pudo naturaleza; por lo cual, confederados con la buena amistad que se tenían, quisieron que se llamasen los dos Tolomeos, de un solo nombre, aunque de allí a muy pocos días las madres murieron, a respecto que tuvieron los partos trabajosos y mortales, bien que, cuando esto aconteció a Cosme Alejandrino, tenía una hija dicha Argentina, que en su casa un ama se la destetaba. Los honrados viudos, ya después de haber hechas sus honras en el enterramiento de sus mujeres, platicando a quien podrían dar a criar sus hijos, habiendo el ama sentimiento de ello, que Pantana se decía, por importunación de su marido, Blas Carretero, de improviso, arrodillada delante de sus presencias, hizo la siguiente petición:

_Lastimados y señores míos: tanto con aquella humildad que prestarles debo y puedo, cuanto a la voluntad que, en gloria sean, mis señoras y mujeres suyas he tenido, y, sobre todo, el amor que de nuevo he tomado, por empezar a darles la destilada leche de mis pechos a sus dos hijos únicos, amados Tolomeos, suplico, cuan encarecidamente posible sea que me los den a mí a criar tan solamente, si servidos fueran; porque ya sabe aquí el señor Cosme Alejandrino con cuánta diligencia y solicitud he criado en casa a Argentina, hija suya, que de leche necesidad para el presente no tiene, sino yo de esta señalada merced, que a los dos juntamente pido.

En verle tan humilde y cuán bien manifestaban las lágrimas que destilaba por sus ojos el entrañable amor que en su corazón estaba oculto, tomáronla entrambos a dos por sus brazos, y, alzándola de tierra, tomando la mano Cosme Alejandrino, dijo lo siguiente:

_Ama y señora nuestra, que así conviene para el presente que os llamemos, viendo vuestra buena determinación y considerando los servicios recibidos de vos y de vuestro marido que en esta casa recibimos de cada día, de parte del señor Marco César y mía digo que soy contento, si él por bien lo tuviera.

Respondió Marco César:

_Sí señor, y satisfecho. Así que, señora ama, criadlos como de vos se confía.

Pues como el ama los criase, eran tan semejantes en estatura y gesto, que, si el ama no, nadie sabía determinarse de presto cuál su hijo fuese; por lo cual, siendo grandecillos, tuvieron necesidad de diferenciarlos de vestidos. En este discurso de tiempo, el Marco César viniendo a menos, él y Cosme Alejandrino deshicieron la compañía; y, determinándose de ir el Marco César a vivir en Atenas, pidiendo su hijo, el ama, por el amor que a los niños tenía, usó de esta maña; y fue que, mudando los vestidos, trastocó los hijos y dio a cada cual padre el que no era su hijo, a respecto que Cosme Alejandrino, cuando viniese a saber, siendo grande, que no era su hijo aquel, no dejaría, por haberle tenido en aquella reputación y cuenta, de hacerle algún bien, y a su hijo mucho más.

Pero como las mujeres sean frágiles, el ama, que Pantana se decía, ya que destetado hubo a Tolomeo, por tener el marido viejo, rencilloso, y conceder a los lisonjeados requiebros de cierto mancebo, y puespuesto el amor que tenía a la casa de Cosme Alejandrino, se fue con el dicho mancebo, tomando lo mejor que pudo. Y, siendo a una jornada de la ciudad, a la falda de la sierra de Armenia, la robó el mancebo que la llevaba. Y, viéndose sola, sabiendo que en la cumbre del monte había una ermita y necesidad de ermitaño para ella, cortose, de la saya que llevaba, un hábito mal cortado y peor cosido, y, llamándose fray Guillermo, se puso en ella; y, por su buena condición y vida, la tenían en gran reputación por todos aquellos lugarejos.

Siendo ya de edad proporcionada Argentina y Tolomeo, por la mucha familiaridad y conversación que se tuvieron, sin tener respeto al deudo que ellos pensaban tener, se ayuntaron los dos, del cual ayuntamiento se hizo ella preñada.

En esta coyuntura, Marco César vino de Atenas con gran cantidad de dineros, que en sus tratos y mercaderías había ganado, para pagar a todos sus deudores, y trajo consigo a Tolomeo, el cual pensaba que su hijo fuese. Y, visitándose él y Cosme Alejandrino, trataron casamiento de Argentina con Tolomeo Ateniense, que así se llamaba por haberse criado en Atenas. Los padres contentos, y dadas las manos, suplicó Marco César a Cosme Alejandrino que estuviese el negocio secreto entre tanto que volviese de cierto camino que había de hacer.

Pues como Argentina en este entretenimiento se viese preñada y desposada, dando parte de ello a su querido Tolomeo, hallose el triste mancebo tan atribulado, que no tuvo otro remedio, sino irse aborrecidamente de casa de Cosme Alejandrino, dejando encomendada Argentina a una parienta suya, en que, en ser nacida la criatura, secretamente le diese recaudo. Y él, como culpado que se pensaba ser, por haberse ayuntado con su hermana _no siéndolo_, se fue a las sierras de Armenia, para aconsejarse con fray Guillermo, y recibir la penitencia de su mano; el cual, como ama que le había sido, y por la confesión que hizo, luego le conoció, y, disimuladamente, le dio una sutil penitencia, dándole acogimiento en su ermita.

Viniendo a parir la congojada y triste Argentina sin haber nadie sentimiento, no fue tan secreta en este negocio, que al sacar la criatura una moza de casa lo hubo de sentir Cosme Alejandrino, y por allí vino a saber de quién y cómo se había engendrado; el cual, airado de semejante caso, mandó a Blas Carretero, un criado de quien mucho se fiaba, que, vista la presente, tomase aquel niño y le echase en el río de Armenia. Sabido por Argentina, su madre, el cruelísimo mandado de su padre Cosme Alejandrino, por ruegos y promesas que hizo a Blas Carretero, lo indujo que lo echase en las sierras de Armenia, con cierto joyel que le puso al cuello.

Echado el niño, hallole fray Guillermo entre unas matas; el cual llevó a su ermita, y a ciertos pastores, con leche de ovejas y cabras mandó que lo criasen.

Argentina, alcanzando a saber a cabo de días que su amado Tolomeo hacía penitencia en las sierras de Armenia, se fue derecho allá escondida y secretamente, y venida a los pies de fray Guillermo, conocida la inocencia de su pecado y de cómo, por las señas que ella dio, que el niño que se criaba era su hijo, se dio a Tolomeo y a ella a conocer, dándoles clara y distinta razón cómo no eran hermanos ni por tal se tuviesen, y que el hijo suyo ella lo tenía bien guardado, y que diesen a Dios loores y gracias de todo, pues en tan buen puerto habían aportado, y que les suplicaba de su parte que se fuesen juntamente con ella a casa de Cosme Alejandrino, porque sabiendo el caso como pasaba, no dejaría de tener por bien que se efectuase el matrimonio de los dos y haber todos cumplido perdón, contentos aderezaron su partida.

Como Marco César viniese a pedir la palabra a Cosme Alejandrino, que le diese a Argentina por mujer de su hijo Ateniense, y no la hallase, era tanta la contienda de los dos, que no había quien los averiguase. En esto llegó fray Guillermo, diciendo:

_¡Paz, paz, honrados señores, y Dios sea con ellos! Sosieguen y óiganme, por caridad, si son servidos, que podrá ser que yo sea el remedio con que se atajen sus tan trabadas y marañadas pendencias.

Callando todos, mandáronle que prosiguiese, el cual dijo así:

_Señor Cosme Alejandrino, tu hija Argentina y Tolomeo bajo de mi poder y dominio están, y el niño que mandaste echar en el río también. No te fatigues, que sin perjuicio de tu honra ni ofensa de Dios, pueden ser casados, porque Tolomeo, el que piensas que es tu hijo, no lo es, sino aquí de Marco César, y el de Marco César es el tuyo; y porque crédito me des y tú quedes satisfecho de lo propuesto, has de saber que yo soy Pantana, mujer de Blas Carretero, que tuve por bien de trastocaros de hijos al tiempo que deshicisteis la compañía, porque los niños, siendo tú próspero, fuesen bien librados. Y, si de esto que hice te parece que merezco culpa, te suplico que me perdones, y asimismo me lo alcances de mi marido.

Concediéndoselo y venidos Argentina y Tolomeo en su presencia, fueron muy bien recibidos, y los padres muy contentos y alegres que fuesen casados. Y así se hicieron las bodas muy solemnes y regocijadas, como a sus estados y honra pertenecían.

De este cuento pasado hay hecha comedia, que se llama Tolomea.

 

Patraña tercera

Por amor murió el Cuestor,

y el amada, por su hablar,

fue causa de sentenciar

a su marido y señor

Residía en la ciudad de París, junto de la casa de los Cuestores de Nuestra Señora del Puige de Francia, un honrado hombre llamado Tiberio, el cual era casado con una mujer tan noble como virtuosa, dicha Patricia. A esta, por parecerle muy bien, recuestaba un cuestor de aquellos llamado Esbarroya, mas por bien que la siguiese, así en servicios, como en presentarle joyas y dineros, por jamás hizo mella en esta honrada y virtuosa mujer. Y porque si su marido, con la importunación del necio del cuestor, hubiese algún sentimiento de ello, y no la culpase sin merecerlo, determinó de darle parte muy cumplidamente de lo que pasaba; de lo cual el marido, quedando satisfecho de su bondad, mandó que le diese entrada una noche en su casa al cuestor Esbarroya. Ella, con todas las caricias y disimulaciones que pudo, le dio entrada una noche al cuestor. El marido, que escondido estaba, así como fue dentro en su casa, diole un tal golpe en la cabeza que le mató. Habiéndole muerto, porque la justicia no hubiese sentimiento de ello, tomole a cuestas y entrole por detrás de un corral de la casa que solía habitar el cuestor, y asentole en una necesaria que había y volviose a su casa.

Como vino cerca de media noche, levantose otro cuestor, que tenía pendencias con Esbarroya, para hacer sus hechos, y salido al corral, conociendo quién era el que estaba en la necesaria con la claridad de la luna que hacía, aguardó un rato. Tanto estuvo aguardando que, amohinado, pensando que el otro lo hacía adrede, apañó de un canto y diole en la cabeza, de tal manera que le derribó. Él, pensando que le había muerto, porque no presumiesen que él lo hubiese hecho por el rencor que le tenía, no sabía qué hacerse; por lo cual determinó, para mejor remedio y disimulación, sabiendo que perecía de amores de Patricia, de llevarlo a cuestas a la puerta de la dicha señora para que presumiesen que por su causa le hubiesen muerto. Llevado, pues, y dejado a su puerta, levantándose Tiberio, antes del día, marido de Patricia, para salirse de la ciudad, vio el cuestor muerto a su puerta. Pospuesto todo temor, buscó de presto otro remedio, y es que tomó un garañón que estaba en el corral de la casa de los cuestores, y, ensillado, cabalgó al muerto encima de él; y, con una lanza enristrada, le puso a la puerta de los cuestores.

El cuestor que pensaba haber muerto a Esbarroya, levantose de buena madrugada para salirse de la ciudad, con una yegua que iba en amor; y al salir de la casa, como el garañón la sintió, rompió la soga en que estaba atado, y fue tras ella. El cuestor que vio al muerto a caballo y enristrado con la lanza, y que le venía detrás, no tuvo otro remedio sino dar de espuelas a la yegua, pero cuanto más corría más le seguía el garañón, de tal manera, que alborotó toda la ciudad de la suerte que los dos corrían. En fin, tomado y venido delante del juez, interrogándole qué podía ser aquello, el pobre cuestor, turbado de lo que le había acontecido, no pudo hablar palabra, sino cuanto dijo uno de la casa de los cuestores: que él sabía que estaba reñido con el muerto. Con este testigo mandó el juez que lo pusiesen en la cárcel, el cual de allí a pocos días cayó malo del espanto que recibido había, y vino a tal extremo que le hubieron de sacar con gruesas fianzas de la prisión y llevarlo a casa de los cuestores para haberle de medicinar. En este discurso de tiempo, como riñesen Tiberio y Patricia _enojos que suelen acontecer entre marido y mujer_ alzó la mano el marido y diole un bofetón. Apenas se lo hubo dado, cuando empezó a decir:

_¡A este traidor, a este mal hombre que ha muerto al cuestor Esbarroya! ¿No hay justicia que le castigue?

No faltó quien le oyese, que luego fue acusado Tiberio y llevado delante el juez, el cual por sus tormentos y orden de justicia otorgó la verdad de cómo y porqué había muerto al cuestor Esbarroya, y fue condenado a muerte y libertado el otro cuestor.

Patraña octava

Un rey, por ser muy agudo

y tenerse por hermoso,

vio que un truhán giboso

lo acentuaba por cornudo.

Acrio, Rey de Polonia, vivía muy alegre y regocijado y contento, por haber casado con la hermosa infanta Olimpa, y mucho más de verse dotado de hermosura y disposición cuanto posible fuese, que a su parecer no había hombre que con él se igualase; tanto, que alabándose de ello un día delante de Redulfo, romano, muy familiar criado suyo, le respondió:

_En hermosura, crea Vuestra Alteza que tengo yo un hermano, que se llama Octavio, que se podría igualar con él, y aun podría ser que le aventajase en algo.

Al necio del Rey, creciole tanto el apetito y deseo de verle, que le rogó a Redulfo, dándole dineros y joyas, que le trajese a su corte a Octavio. Redulfo, excusándose que su hermano era mancebo y recién casado con madama Brasilda, mujer romana, hermosa y agraciada en extremo grado, igual en gentileza con su marido, y que tenía por imposible que dejase a Roma ni se apartase un solo momento de su mujer, tanto querida. En esto dijo el Rey:

_Según los intervalos que tú me pones, no puedo conjeturar sino que me mientes o me lo has dicho por burlarte de mí.

_Antes no, ni Dios quiera ni mande _respondió Redulfo_ sino que, vista la presente, partiré por cumplir tu mandamiento y lo traeré delante tu real presencia, haciendo toda mi posibilidad.

Partido Redulfo y llegado a Roma, fue muy alegremente recibido de su hermano Octavio y su cuñada Brasilda. A cabo de algunos días, declarando a su hermano la causa de su venida, tomolo tan contra su voluntad que no sabía qué remedio se escogiese, en especial cuando pensaba decirlo a su mujer, que tanto mostraba quererle. En fin, viendo la importunidad de su hermano y que no podía hacer otra cosa, sino irse con él, un día, estando los tres juntos en mesa con mucho regocijo, después de comer, por sus rodeos y gentil estilo, lo dijo el marido a su mujer, la cual, en oírlo, empezó a hacer grandísimos extremos, y como medio desmayada, diciendo:

_¡Ay, marido mío, y señor y descanso mío! ¿Y quién podrá vivir sin vuestra amorosa presencia un solo punto?

Él, consolándola lo mejor que pudo, le prometió que antes de dos meses sería de vuelta, y que, por tanto, se dejase de hacer más extremos ni fatigarse.

Aderezados los dos hermanos de ropas y caballos y escuderos, según a sus estados convenía, yéndose a acostar la víspera de la partida Octavio y su mujer, se quitó ella del cuello un riquísimo joyel con una cruz de piedras preciosas, el cual había tocado en las más reliquias de Roma, y dióselo a su marido con todo aquel encarecimiento que las mujeres suelen hacer, para que lo trajese consigo en señal de amor, porque se acordase de ella adonde quiera que estuviese, y fuese guardado de algunos peligros. Agradeciéndoselo mucho tomole Octavio y púsole a su cabecera debajo de la almohada para poderle tomar en la mañana, al punto que se levantase de la cama. Acostados, su mujer por jamás en toda la noche durmió, metida en sus brazos, a veces llorando, a veces maldiciéndose, y muchas desmayando. Levantados Octavio y Redulfo antes que amaneciese, ensillados y enfrenados sus caballos, y estando a punto de caminar, al despedirse no había quien a Brasilda la apartase de su marido ni la consolase, tan grandes eran los llantos que hacía. En fin, que despedidos y ella vuelta a acostarse a su cama, aún no hubo caminado Octavio media legua, cuando le vino a la memoria que debajo del almohada había dejado la cruz que su mujer con tanta eficacia le dio. Determinando él solo en persona volver por ella, dijo a su hermano que no dejase de seguir su camino paso a paso, hasta en tanto que volvía a su posada por cierto joyel que se había olvidado. Pues, como descabalgase en el patín de su casa y entrase muy de quedo en la cámara por respecto que si dormía su mujer no la despertase, alzando la cortina vio lo que nunca pensara ni creyera, y es que vio estar abrazada su mujer Brasilda, durmiendo con un siervo, el más ínfimo y tonto de su casa. Suspenso estuvo de ver semejante caso, y por dos o tres veces vacilando si con su espada daría fin a sus vidas; pero el amor de Brasilda le convenció, que no hizo sino bonitamente tomar su joyel, que estaba debajo del almohada, y salirse de la cámara, y sin ser sentido de nadie volvió a cabalgar y proseguir su camino, que en breve tiempo alcanzó a su hermano.

Yendo los dos juntos, veía Redulfo a Octavio, su hermano, caminar tan suspenso y decaído, tan mudado de color y a poco a poco la cara que antes tenía tan desfigurada, que no podía comprender ni sacar rastro de él qué era lo que le había acontecido. De otra parte, hallábase confuso de ver cuán mentiroso saldría de lo que al rey Acrio había encarecido y alabado, por lo cual, siendo cerca de la Corte, determinó de escribir al Rey, diciéndole que por causa que su hermano venía cansado y medio muerto del camino, que no procurase de verle por entonces, sino que le suplicaba le proveyese de darle algún alegre aposento en que pudiese algunos días descansar y festejarle.

El Rey, regocijado con la venida de Octavio, mandó que le aposentasen en su palacio en un alegre y espacioso aposento, adonde el hermano no dejaba de darle todos los pasatiempos del mundo, pero a Octavio, el pensamiento de cómo había dejado a su mujer se los digería en todo pesar y tristeza, no siendo parte los regocijos y fiestas de su hermano para remediarle. Estando un día solo Octavio en su aposento, le vino el remedio, sin que le buscase, a la mano, y fue que la estancia adonde él habitaba, venía a conferir en el íntimo aposento de la Reina, y como sintiese quejas de mujer celosa, mirando por la sala vio en el rincón de ella, en lo más oscuro, una abertura de pared, y acechando por ella, vio cómo la Reina y un enano, medio monstruo, estaban retozando, pasando sus amorosos efectos. Atónito y aturdido de ver semejante caso, se puso entre sí mismo a considerar, diciendo:

_¡Válgame Dios! ¿Y esta Reina, teniendo un tan gentilhombre por marido, se viene a someter a una fantasma como esta?

Desde entonces propuso en su entendimiento que su mujer no era tanto de culpar; pero en el atrevimiento y fealdad en un mismo grado las ponía, pues no se contentaban de hermosos maridos y dotados de bienes de fortuna. Con estas consideraciones, diciendo entre sí mismo:

_En fin, no soy yo solo herido de este mal en el mundo_, empezó a quitar aquella imaginación que de su mujer tenía, y más cuando vio en el otro día siguiente que en el mismo lugar y a la misma hora, el enano y la Reina no dejaban de celebrar los cuernos reales; tanto, que entre otros días vio en uno que la Reina estaba muy enojada, porque el enano, estando jugando, no había querido acudir a la asignada hora, habiéndole enviado a llamar con una criada por dos o tres veces. Con este espectáculo y competencia, Octavio tornó de triste muy alegre, y en breves días recobró la salud y el mismo ser que había perdido; por donde Redulfo, muy regocijado, dijo al Rey que ya su hermano estaba bueno y en disposición para gozar de su vista toda hora y cuando su Alteza mandase.

Venido el Rey al aposento de Octavio, y maravillado de la gentileza y disposición suya, conoció que Redulfo le había dicho verdad, y entrando en conversación, entre las otras cosas que le pidió el Rey a Octavio, fue que le rogaba le dijese qué había sido la causa de su enfermedad. Suplicando al Rey que se lo tuviese secreto, le contó todo lo que le había acontecido con su mujer. Replicando el Rey que de qué suerte había cobrado la salud, respondió que de ver en su palacio otro semejante caso como el suyo. Importunándole el Rey que le mostrase adónde y quién eran los ejecutores de tal obra, le hizo jurar Octavio que por cosa que viese no se maravillase, ni persona ninguna de los culpantes por él fuese castigada. Jurándoselo el Rey, Octavio, a la hora que él sabía el concierto de la Reina y del enano, hízole ver por la abertura de la pared a la Reina en brazos del enano. Loco y fuera de sí estuvo el Rey de ver lo que no quisiera y en punto de quebrar el juramento por vengarse de tamaña afrenta; mas volviendo en sí y pensando que el juramento que había hecho le hacía volver atrás, volviose a Octavio, diciendo:

_¿Qué consejo me darás tú sobre este tal hecho, hermano?

Respondió:

_Mi parecer es, si a Vuestra Alteza le place, que las dejemos para quien son, así la mía como la vuestra; y pues somos mancebos que hermosura ni riqueza no nos falta, que con estos tres efectos podemos derribar a la más encumbrada mujer del mundo, probemos nuestra ventura por diversas provincias, y veremos si está sólo el daño en nuestras mujeres, o en el sexo femenino.

Cuadrole tanto al Rey este consejo, que en breves días, se pusieron a punto, y sin paje ni escudero ninguno comenzaron a proseguir su intento por toda Italia y Francia, Inglaterra, no dejando de alcanzar sino las que de probar dejaban. Pero con lo que más a todas estas las convencieron, fue con sola la riqueza, porque las más de ellas son vencidas con el interés.

Pues como cada día hallasen en las unas sobrada liviandad, y en las otras soberbia y vana locura, y en las otras tiranía, y en las demás infidelidad, y por este respecto se viesen en muchos retos y desafíos, y a veces en peligros de perder la vida, llegando a cierto lugarejo a posar en casa de un mesonero que tenía una hija muy hermosa, que ya Siriaco, un mancebo, era fama que había habido lo mejor de ella, pareciéndoles bien en extraña manera, dijo el rey a Octavio:

_De parecer sería, hermano, si a ti te parece, que esta moza la tomásemos para nuestro servicio, de la cual pienso yo que seremos bien servidos y nos mantendrá lealtad, pues vemos que tarde las más de ellas, según hemos probado, se contentan con un sólo potro, y está claro que más verán cuatro ojos que dos. Pidámosla al huésped, ofreciéndole su dote.

Concertado, pareciéndole bien a Octavio de lo que el Rey le había dicho, dieron parte de ello al mesonero, el cual, viendo sus presencias y la liberalidad de ellos, fue contento con que depositasen luego el dote en su poder. Depositado, y la moza muy bien aderezada de ropas cual sus estados requerían, fue entregada en sus poderes, prometiendo de volvérsela al padre cuando ella no quisiese sus compañías.

Caminando con la hija del mesonero, por jamás se acostaban de noche que no la metiesen en la cama en medio de los dos, y entre día, el uno o el otro que no la guardase. Siguiose con esta vigilancia que tenían, que llegaron a cierta villa y posaron en un mesón en el cual estaba sirviendo Siriaco, y teniendo oportunidad de hablar a la moza, prometiole de casarse con ella con tal que durmiese con él una noche. Ella, contentísima y deseosa de no estar tan sujeta, ordenó que, por cuanto dormía entre aquellos gentileshombres que la llevaban, que la noche siguiente se entrase en su cámara, y si tocando en medio del lecho hallase su pie descubierto, que se metiese desnudo por él sin miedo. Hecho el pacto, vino Siriaco, y hallando el pie descubierto, cubrió a ella de su cuerpo, y cumplido su deseo, habiendo estado buen rato, tornose a salir por donde había entrado; bien que el Rey y Octavio, habiendo sentimiento del regocijo, por pensar el uno que el otro fuese, callando entrambos hasta que fue de día; y levantándose el Rey, dijo a Octavio:

_Reposad, hermano, no os levantéis tan presto, que habéis caminado mucho esta noche.

Respondió Octavio:

_A Vuestra Alteza toca el reposar, pues nunca descabalgar pensasteis.

Fue tanta la competencia de los dos sobre este negocio, que corridos y pensando que la burla procedía de la moza, apechugaron con ella, y a puro miedo le hicieron decir la verdad; los cuales, de oír el engaño, de risa no se pudieron tener en pies. Importunándola que les dijese quién era el tan atrevido que en tal peligro se había puesto, respondió que Siriaco, que la había habido doncella y prometido de casarse con ella, si dormía una noche con él. Visto esto, llamaron al mancebo, el cual no negó la verdad, y visto por ellos clara y distintamente, que aunque tuviesen más ojos que Argos, no eran bastantes a guardar a media mujer, tomaron al MOZO y a la moza a las ancas de sus caballos, y trajéronlos en presencia del mesonero, a donde fueron desposados y velados. Y el Rey con Octavio determinaron de volverse a sus tierras y vivir con sus mujeres, disimulando como sufridos y pacientes, pues de los tales era el reino de Dios y vivían largamente sobre la tierra.

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Patraña décima

Por causa de un cadenón

a Marquina maltrataron,

las narices le cortaron,

y a su marido un jubón.

Tancredo, gentilhombre, sirviendo a Celicea, mujer casada, que vivía junto a casa de un barbero, fue tanta la conversación que tuvo con Marquina, mujer del barbero, que, hallándola llorando un día, le dijo:

_Sepa yo de vuesa merced de qué llora, señora.

Respondió:

_¿No le parece que tengo de qué llorar, señor, que ya ha dos meses que no ceno ni duermo con mi marido?

Dijo:

_¿Por qué respecto, señora?

Respondió:

_Porque lo merece, pues no me quiere dar treinta ducados que me ha prometido para un cadenón de oro de estos que se usan.

Dijo Tancredo:

_¿Y de eso se ha de fatigar, señora? Yo se los prometo de dar, con tal que recabe vuesa merced con la señora, su vecina, Celicea, haga lo que por diversas veces le tengo rogado.

Marquina, codiciosa de haber cadenón, prometiéndoselo, diole parte a Celicea de la pasión que Tancredo por ella pasaba, importunándola que no dejase de hacer por él, sabiendo que era hombre de bien, y que le podía socorrer en muchas necesidades. Fue tanta la importunación de Marquina, que Celicea le dio palabra de hacer lo que mandase, y que sería de esta suerte: que su marido de allí a dos días se había de ir de la ciudad, y que ella le daría entrada, pero con tal condición que fuese por su casa por más guardar su honestidad. Hecho el concierto, el marido de Celicea, ya recelándose de Tancredo, antes que se partiese pidió a Marquina una navaja, diciendo que la había mucho menester. Dejada, fue su camino. A la noche entrando Tancredo en casa de su señora Celicea por el tejado del barbero, a cabo de rato tocó a la puerta el marido, por donde de presto se volvió a salir. El marido, viendo la cama sahumada, reconoció toda la casa, y vuelto a su mujer, le dijo:

_¿Qué es esto, mala mujer? ¿Qué, teníais algún concierto? ¿Paréceos bien no estando vuestro marido en la ciudad hacer estas putañerías?

Ella disculpándose lo mejor que pudo, y él amenazándola, de puro enojo, apechugó con ella y la ató en un pilar que había en medio de la casa, con las manos atrás, y dejola allí, diciendo:

_¡Esa será tu cama sahumada, bellaca, traidora, y ahí dormirás esta noche!

Y él acostose en su cama. Como la mujer gimiese y llorase, y la buena de la barbera estuviese acechando lo que pasaba, por codicia de ganar los veinte o treinta ducados para su cadenón, entrose queditamente por el terrado, y acercándose a Celicea, le dijo:

_Señora, el mejor remedio del mundo tienes ahora si tú quieres hacer por Tancredo, pues tu marido está sin lumbre y duerme.

Respondiole:

_¿Cómo o de qué manera?

_De esta _dijo Marquina_; que yo te desataré de donde estás, y tú atarme has a mí, porque si viniere a reconocerte tu marido, no te halle menos; y vete corriendo, que en mi terrado hallarás a Tancredo que te está esperando.

Contenta, desatada que fue Celicea, ató muy bien a Marquina, y fuese a holgar con su amante.

En este medio, como el marido despertase y se viese sin lumbre, dijo:

_¿Qué tal estáis, mujer? ¿Dormís o veláis?

Como Marquina callase por no ser descubierta, levantose de presto el marido, diciendo: ¡Qué! ¿soy algún loco yo por ventura, mujer, que no me volvéis respuesta? ¡Espera, que yo os haré que hagáis mal gozo a quien bien os quiere!

En esto tomó la navaja, y, acercándose a ella le cortó las narices y volviose a acostar. A cabo de rato vino Celicea y desató a Marquina, y Marquina ató a la señora, dándole parte cómo su marido le había cortado las narices, pensando que fuese ella; la cual se fue sin narices, muy congojada, a su posada, y a Tancredo dio despedida, recibiendo los treinta ducados prometidos.

Celicea, a cabo de rato, empezó a quejarse, diciendo:

_¡Señor Dios! pues vos sois testigo si tengo culpa o no de lo que me ha levantado mi marido, mostrad ahora milagro en mí en curarme de mis narices.

De allí a otro poco, dijo:

_¡Gracias os hago, Señor, que estoy buena y sana, sin mirar a las demencias de mi marido!

Oyendo sus quejas, levantándose de presto, encendió lumbre, y encendida, fuese hacia su mujer, y en verla con narices arrodillose a sus pies muy devotamente, diciendo:

_¡Perdonadme, señora mujer, por el falso testimonio que os he levantado!

Perdonándole, desatola y fuéronse a acostar marido y mujer muy regocijadamente.

El marido de la barbera, como se levantase antes del día porque había de ir a afeitar fuera de la ciudad, y reconociese su estuche, y tentado, hallase menos la navaja, fue a pedirla a su mujer, y como ella le diese mala respuesta, tirole el estuche, por donde ella empezó a gritar y dar voces:

_¡Ay, el traidor, ay, el mal hombre, que me ha cortado las narices!

A las desaforadas voces subió el alcalde, que iba rondando por la ciudad, para ver lo que podía ser aquello. Viendo la mujer sin narices, queriendo apañar de vuestro barbero y él arrancase de su espada haciendo resistencia, porque fue herido el porquerón lo llevaron a la cárcel, y por resistencia, a cabo de días, le azotaron por la ciudad.

Así que, por codicia de una cadena de oro, fue la barbera desnarigada y el marido azotado.

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Libro primero

     Un tamborilero tenía una mujer tan contraria a su opinión que nunca cosa que le rogara podía acabar con ella que la hiciese. Una vez, yendo de un lugar para otro porque había de tañer en unos desposorios, y ella caballera en un asno con su tamborino encima, al pasar de un río díjole: "Mujer, catad no tangáis el tamborino, que se espantará el asno." Como si dijera "tañeldo", en ser en el río sonó el tamborino, y el asno, espantándose, púsose en el hondo, y echó vuestra mujer en el río. Y él, por bien que quiso ayudalle, no tuvo remedio. Viendo que se había ahogado, fuela a buscar el río arriba. Díjole uno que lo estaba mirando: "Buen hombre, ¿qué buscáis?" Respondió: "A mi mujer, que se es ahogada, señor." "¿Y contrario la habéis de buscar?" Dijo: "Sí, señor, porque mi mujer siempre fue contraria a mis opiniones."

 

     Estando en corrillo ciertos hidalgotes, vieron venir un pastor a caballo con su borriquilla, y tomándolo en medio por burlarse dél, dijéronle: "¿Qué es lo que guardáis, hermano?" El pastor, siendo avisado, respondioles: "Cabrones guardo, señores." Dijéronle: "¿Y sabéis silbar?" Diciendo que sí, importunáronle que silbase, por ver qué silbo tenía. Ya que hubo silbado dijo el uno dellos: "¿Que no tenéis más recio silbo que éste?" Respondió: "Sí, señores, pero éste abasta para los cabrones que me oyen."

 

      Vino un gentilhombre de la corte a pasar en una venta, que la ventera era viuda, la cual tenía una hija de quince años, y como fuese en invierno, ya después de haber cenado, estándose todos escalentando al derredor del fuego, dijo la ventera: "¿Qué hay de nuevo en la Corte, señor? El gentilhombre por reír le respondió: "Lo que hay de nuevo, señora, es que ha mandado su Majestad, por falta que hay de gente para la guerra, que las mujeres ancianas casen con mancebos, y las moças con hombres ancianos". "Ay," dijo la hija, "en verdad, señor, que su Majestad no hace lo que debe, ni paresce bien ese mandamiento." Respondió la ventera: "Calla, rapaza, no digas eso, que lo que su Majestad manda está bien mandado, y parescerá bien a todo el mundo, y Dios le alargue la vida."

 

    Un rústico labrador deseoso de ver el Rey, pensando que era más que hombre, despidiose de su amo, pidiéndole su soldada. El cual, yendo a la Corte, con el largo camino acabáronsele las blanquillas. Allegado a la Corte, y visto el Rey, viendo que era hombre como él, dijo: "¡O, pésete a la puta que no me parió, que por ver un hombre he gastado lo que tenía, que no me queda sino medio real en todo mi poder!" Y del enojo que tomó le empezó a doler una muela, y con la pasión y la hambre que le aquejaba no sabía qué medio se tomase, porque decía: "Si yo me saco la muela y doy este medio real, quedaré muerto de hambre. Si me como el medio real, dolerme ha la muela." E en esta contienda, arrimose a la tabla de un pastelero, por írsele los ojos tras los pasteles que sacaba. Y acaso vinieron a pasar por allí dos lacayos, y como le viesen tan embebecido en los pasteles, por burlarse dél, dijéronle: "Villano, ¿qué tantos pasteles te atreverías a comer de una comida?" Respondió: "Pardiez que me comiese quinientos." Dijeron: "¡Quinientos! ¡Libre nos Dios del diablo!" Replicó: "¿Deso se espantan vuesas mercedes? Apostá que me como mil dellos." Ellos que no y él que sí, dijeron: "¿Qué apostarás?" "¿Qué, señores? Que si no me los comiere que me saquéis esta primera muela." El cual señaló la muela que le dolía. Contentos, el villano empezó de jugar de diente con la hambre que tenía, muy a sabor. Ya que estuvo harto, paró, y dijo: "Yo he perdido, señores." Los otros, muy regocijados, y chacoteando, llamaron a un barbero, y se la sacaron, aunque el villano fingidamente hacía grandes extremos. Y por más burlarse del, decían: "¿Habéis visto este nescio de villano, que por hartarse de pasteles se dejó sacar una muela?" Respondió él: "Mayor necedad es la de vosotros, que me habéis muerto la hambre y sacado una muela que toda esta mañana me dolía." En oír esto los que estaban presentes tomáronse a reír de la burla que el villano les había hecho, y los lacayos pagaron, y de afrentados volvieron las espaldas y se fueron.

     Estaban unos ladrones desquiciando una puerta para robar lo que había en la casa. Sintiéndolo el dueño de la posada, asomóse a una ventana y dijo: "Señores, de aquí a un rato venid, que aún no somos acostados."

      Habiendo un caballero muerto una grulla, mandó a su cocinero que la asase, y, como el señor tardase, comióse el cocinero la una pierna. Y venido el señor, y puesta la grulla en la mesa, dijo: "¿Qué es de la otra pierna?" Respondió el cocinero que no tenía más que una. Calló por entonces el señor, y cuando fue otro día a caza de grullas, dijo el cocinero: "Mire, señor, que no tienen más de una pierna", (y es porque acostumbran de tener la otra alzada). Entonces el caballero fue hacia ellas y díjoles: "¡Oixte!" Y volaron cada una con sus dos piernas. Y dijo el caballero: "¿Ves como tiene cada una dos piernas?" Respondió el cocinero: "También si a la que estaba en el plato dijera 'oixte', sacara su pierna."

      Teniendo celos un viejo de su mujer, por ser moza y hermosa, de un cierto amigo suyo mercader viudo, cayó malo de cierta enfermedad, de la cual no dándole vida, llamó a su mujer, diciéndole: "Ya sabéis, señora mía, que no puedo escapar de aquella dolencia de muerte. Lo que os suplico es (si placer me habéis de hacer) que no os caséis con este amigo mío que suele venir a casa, de quien algunos celos he tenido." Respondió la mujer: "Marido, aunque quiera no puedo, porque ya estoy prometida con otro."

     Una mujer de un rústico labrador tenía amores con un licenciado, el cual era compadre de su marido. Y el labrador convidole un día a un par de perdices. Como la mujer las hubiese asado y se tardasen, y a ella le creciese el apetito, se las comió. Venidos a comer, no tuvo otro remedio sino dar a su marido la cuchilla que la amolase. Estándola amolando, acercose al licenciado y dijo: "Idos de presto, señor, que porque mi marido ha sabido de nuestros amores, os quiere cortar las orejas. ¿No veis cómo amuela la cuchilla?" Él entonces dio de huir. Dijo la mujer: "Marido, el compadre se lleva las perdices." Saliendo el labrador a la puerta con la cuchilla en la mano, decía: "¡Compadre, a lo menos la una!" Respondió el licenciado: "¡O, hideputa! ¡Ni la una, ni las dos!"

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      Una moza aldeana llevaba delante de sí una burra que, por ir a su mismo lugar, do tenía un pollino, caminaba más que la moza. Encontrándose con un cortesano, díjole: "Hermana, ¿de dónde bueno sois?" Respondió ella: "Señor, de Getafe." "Decídme, ¿conocéis en ese lugar la hija de Lope Hernández?" Dijo ella: "Muy bien la conozco." "Pues hacedme tan señalado placer que de mi parte le llevéis un beso." Respondió la aldeana: "Señor, delo a mi burra porque llegará antes que yo."

      Tenía un aldeano una mujer hermosa, la cual se revolvía con un criado de casa. Y como el marido lo sospechase, ella, por deshacelle la sospecha, díjole un día: "Señor marido, habéis de saber que por haberme requerido de amores mi criado, y porque vos veáis si es así, le he prometido esta noche de aguardarle junto de la puerta del corral; por tanto conviene que os vistáis de mis vestidos para aguardalle en el mismo lugar." Dicho esto, fuese al criado y, contado su negocio, díjole: "Toma un palo, y en venir que le veas vestido de mis vestidos, dale con él, diciendo: "Tan ligeramente me habías de creer, perra traidora, que esto no lo hacía sino por probarte."" En fin venidos al puesto, habiendo rescebido los palos el cornudo dijo a su criado: "A no ser tú tan fiel como lo has mostrado, se pudiera decir por mí cornudo y apaleado." "Mas no," dijo el criado, "sino sobre cuernos penitencia."

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Segundo libro

      Estando afeitando el barbero a un gentilhombre en su casa, el cual estaba muy mohíno dél por ser tan parlero, que, cuando vino a hacerle la barba, dijo: "Señor, ¿cómo quiere que le haga la barba?" Respondió el gentilhombre: "Callando."

      En cierta cuestión, habiendo hecho correr y volver las espaldas un animoso soldado a otro, y estándole preguntando al esforzado ciertos amigos que conocían a los dos si había huido el otro, como les había dicho, acaso vino a pasar el huidor, y dijéronle: "Señor, ¿no ve su contrario?" Respondió: "No le conozco, porque siempre le vi de espaldas."

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UN CIEGO, UN MOZO Y UN POBRE

 

PERSONAJES

CIEGO.

MOZO

POBRE.

 

CIEGO

Mandad, señores, rezar

la muy bendita oración

de la Santa Encarnación,

del que nos vino a salvar;

otra oración singular

 excelente,

del santo papa Clemente,

gozos de Nuestra Señora

¡Qué poca devoción mora

hoy día en toda la gente!

No ha cosa que me caliente

por aquí.

Hernandillo.

           MOZO

                                Señor.

           CIEGO

                                          Di,

¿do me llevas?

           MOZO                                

Por la plaza.

CIEGO

 Bellaco, ¡za, za!, Rabasa,

¿dijete yo por ahí?

MOZO

¿No dijo en la iglesia?

           CIEGO.

                                              Sí.

MOZO

Pues señor.

CIEGO

¡Ah don bellaco traidor!,

¿dónde estás? Llégate acá.

MOZO

No quiero, que me dará.

CIEGO

Ven acá, no hayas temor.

MOZO

Darame.

CIEGO

                    No, por mi amor.

MOZO

 Alce el dedo.

CIEGO

 Cátalo aquí, no hayas miedo.

MOZO

¡Eh, que lo tornó a bajar!

CIEGO

Pues, ¿cómo; siempre he de estar,

así, con el dedo quedo?

¡A fe si cogerte puedo

don rapaz! ...

Ven aquí, ¿dónde te vas?

¿ Andas jugando conmigo?

Agradecedlo a quien digo,

don miembro de Satanás.

MOZO

Rece, que vienen detrás;

tenga tino.

CIEGO

 La santa oración que vino

de Roma no ha mes y medio

 que tiene gracias sin medio,

compuesta por Valentino ...

La pasión del Rey divino

bien trovada ...

No acertamos hoy pellada;

todo es dar en los broqueles;

llévame por donde sueles,

que aquesto no vale nada.

MOZO

Alguna cosa cantada

o tañida,

será mejor por mi vida,

porque da grado a la gente.

CIEGO

Tú has hablado sabiamente.

¡Qué cosa tan trascendida!

MOZO

 Ya no es nada tenida

 la oración,

si a manera de canción

no va tañido o cantado.

CIEGO

 Digo que tú has acertado,

digo que tienes razón:

pues por ver si llevo el son

 que es menester,

oye y di tu parecer

a ver si voy entonado.

 Hernando, ¿hete agradado?

MOZO

No, no es cosa para ver.

 CIEGO

 Donoso es el bachiller

y alcaldada,

y esta voz, ¿ va mal cantada?

MOZO

Parece voz de bocina.

CIEGO

 Pues esa es la negra fina,

que no la que va gritada.

MOZO

A toda ley, la delgada

es la mejor.

CIEGO

 Ora, sea a tu sabor,

echemos por lo delgado:

bien sé que te he contentado.

¿ Qué tal va?

MOZO

                     Por Dios, peor.

CIEGO

Donoso está su primor

y su asnada;

y aquesta voz é no te agrada? ¿

¿Estás, muchacho, beodo?

Pues pongámonos del lodo

si aquesto no vale nada.

En fin, buena va rezada

la oración.

POBRE

Dueñas, habed compasión

 de este pobre amancillado,

tullido y acancerado

con tanta llaga y visión,

 muévaseos el corazón

a piedad,

en ver tanta enfermedad

en este cuerpo cristiano;

 aln camisón mal sano

 me dad por la caridad.

CIEGO

 ¡Válame la Trinidad; qué plaguero!

¡Oh hideputa limosnero

y cómo encaja la letra!

Hasta la ánima penetra

 con su tono lastimero;

Hernando, sé tan mañero,

oye acá

que donde aquel pobre está

 me llegues disimulando,

y verás, de que rezando

me vea, cómo se va.

POBRE

¿Quién, señores, hoy me da

consolación?

CIEGO

 Mandad rezar la oración

de los santos confesores.

POBRE

¡Dadme limosna, señores,

por Dios y por su pasión!

CIEGO

 La santa resurrección

 canticum grado.

POBRE

Quiérome ir disimulado,

pues este la vez me quita.

 Junto aquella agua bendita;

cuando irá, estaré asentado.

CIEGO

¡Oh cuál lo habemos parado!

¡Cuál irá!

MOZO

¡Oh qué trotando que val!

CIEGO

Aguija por alcanzalle

que si nos toma la calle,

el lugar nos tomará.

POBRE

 ¿Quién, señores, hoy me da

consolación?

CIEGO

Mandad rezad la oración

 de los santos confesores.

POBRE

Dadme limosna, sores,

por Dios y por su pasión.

CIEGO

Pide quedo, baladrón.

 POBRE

Alza la voz.

CIEGO

Si yo rezare, callaos

y no os lo torne a decir.

POBRE

No, mas quitad me el pedir,

duelos malos os dé Dios.

CIEGO

¡Oh hideputa y qué coz

me has de llevar

si te oigo plaguear!

Bellaco ¿ por qué no afanas,

pues tienes las manos sanas

y ojos para mirar?

Usa el coser y cortar,

rozanguero,

asentado en un tablero.

POBRE

Y tú que andas a rezar,

¿ no sería mejor estar

hollando en casa un herrero?

CIEGO

¡Ah don bellaco plaguero!

que si fuera

justicia, yo te hiciera

 tomar a dos galeotes

y abrirte a puros azotes

en un banco de galera.

POBRE

A ti mejor estuviera eso tal,

que a mí bástame mi mal.

CIEGO

¿Bástate bellaco ahorcado?

Andas muy entrapajado

y más sano que un coral;

si estás malo ¿un hospital

no hay sobrado?

POBRE

Señores, a este llagado

que Dios encomendó,

habed piedad, que estoy

contrahecho, manco y lisiado.

CIEGO

¡Ah don bellaco: estudiado

fue ese quejo!

¡La oración de San Alejo!...

POBRE

¿Por qué me sigues, ladrón?

Mal seguimiento y lisión

venga por ti y mal aquejo;

¿ quiés me dejar?

                        CIEGO                                 

   Ya te dejo;

¿ qué te hago,

bellaco, voz de embriago?

POBRE

 Anda, fardel de malicias,

saco lleno de codicias,

 que Dios te dará tu pago;

¡oh triste día aciago,

que primero

con este ciego logrero

que con hombre he de topar!

MOZO

Rabiar, ¿no te han de dar,

don bellaco chocarrero?

POBRE

Anda, bellaco, alcucero,

no te abones,

que so color de oraciones

 andas el mundo robando.

CIEGO

 ¿Yo robando?

 Dale, Hernando,

no aguardemos más razones.

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Villancico
Soy garridica
y vivo penada
por ser mal casada.
Yo soy, no repuno,
hermosa sin cuento,
amada de uno,
querida de ciento.
No tengo contento
si valgo ya nada
por ser mal casada.
Con estos cabellos
de bel parecer
haría con ellos
los hombres perder.
Quien los puede haber
no los tiene en nada
por ser mal casada.

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