Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico, con sus faroles rojos en la noche calina, y el disco de la luna bajo el azul romántico rielando en la movible serenidad marina...
Silencio de los muelles en la paz bochornosa, lento compás de remos, en el confín perdido, y el leve chapoteo del agua verdinosa lamiendo los sillares del malecón dormido...
Fingen, en la penumbra, fosfóricos trenzados las mortecinas luces de los barcos anclados, brillando entre las ondas muertas de la bahía; y de pronto, rasgando la calma, sosegado, un cantar marinero, monótono y cansado, vierte en la noche el dejo de su melancolía. Tarde en la selva. Agreste soledad del paisaje, decoración del rayo de sol entre el ramaje y lento silabeo del agua cantarina, madre de la armoniosa tristeza campesina. |
¡Oh paz! ¡Oh último ensueño crepuscular del día! El ambiente era todo fragancia; atardecía, y la lumbre solar en fastuosas tramas quemaba en las florestas su penacho de llamas. Todo el bosque era un hálito de aromas peculiares; las hojas despertaban sus ritmos seculares, y bajo ellas, soñando y a su divino amparo, la música frescura del riachuelo claro que el salto de una roca transformaba en torrente. (Cabellera brumosa, donde, divinamente, ilustró el arco iris con siete resplandores. la fugaz maravilla de sus siete colores). |
“Se ha dormido el maestro de la faz venerable, divaga ya en la sombra su intelecto robusto; al igual que su vida, su muerte fue admirable: ¡La muerte de este anciano fue la muerte del justo!” |
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Unge tu cuerpo virgen con un perfume arménico, muéstrame de tu carne juvenil el tesoro, y ruede sobre el mármol de tu perfil helénico la cascada ambarina de tus bucles de oro.
Eres divina, ¡oh reina!, tu carne es nacarina, y tienen tus contornos, olímpicos, los bellos contornos de una estatua. ¡Oh reina, eres divina, desnuda, bajo el áureo temblor de tus cabellos!
Nuestro tálamo espera bajo un rosal florido, donde una leve luna trémulamente irradia aquel claror tan plácido que iluminara un nido en un vergel recóndito de la amorosa Arcadia...
También un nido aguarda a los nuevos esposos: es un tálamo blanco de blancas flores lleno, de olorosos jazmines y nardos olorosos, casi tan albos como la albura de tu seno...
Serás reina entre flores, serás la compañera de las rosas más blancas, la más fragante y pura. Ya el lecho que te ofrenda la dulce primavera suspira por la breve carga de tu hermosura.
Yo amaré, entre las flores, tu perfume abrileño, y al verte entre mis brazos, ilusionada y loca, yo te daré el rimado búcaro de un ensueño a cambio de las mieles de tu exquisita boca.
El cielo será un palio sobre nuestra fortuna, un surtidor lejano dirá una serenata, y al sentirnos dichosos, bajo un rayo de luna, abrirá nuestras venas un alfiler de plata...
Yo besaré tus labios tierna, cupidamente —tus senos en mis manos, con languidez opresos—; su plegaria nocturna suspenderá la fuente para aprender el ritmo de tus últimos besos.
Un salmo acariciante preludiarán las hojas, y moriremos viendo cómo las albas flores, al fluir de la sangre, se van tornando rojas como al lecho de púrpura de los emperadores...
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