¡Imposible arrancar del alma mía sino acentos de amor!... Caber no puede
sino amor, sólo amor... Cuanto solía mi pecho conmover... ya todo cede a la ardiente mirada de tus luceros bellos. Mal mi grado a sus mágicos destellos mi turbulenta vida está sujeta. Como al influjo de fatal cometa cede el bajel al ímpetu rugiente del huracán sañudo, y al puerto amigo arrebatarse siente, o va a estrellarse en el peñasco rudo: así en la fiebre do anhelando gira esta alma delirante, tus ojos son, Amira, los que entre el puerto y el peñasco errante, sin elección, perdido el albedrío, la oscilación del huracán le imprimen, y en ciego desvarío lánzase a la virtud, lánzase al crimen. Y este vaivén continuo, esta perpetua conmoción es la vida. ¡Cuántas horas, mudo, yerto, insensible como la piedra en que sentado estaba, en seguir las sonoras ondas de la corriente que pasaba inerte consumía! ¡Cuántas la vista atenta iba siguiendo estúpida la lenta sombra que en derredor del tronco huía! Campo de soledad, yo te buscaba porque el mundo decía que la felicidad en ti habitaba, y en aquel corazón que la invocaba su misterioso bálsamo vertía. Mi corazón de fuego en ti no la encontró: floresta umbría, silenciosa montaña, campo triste, yo la paz de la vida te pedía, tú la paz de la tumba me ofreciste. Felicidad, ¿dó estás? Este vacío que al dilatarse el corazón no llena, ven, ocúpalo tú. Si ronco suena el guerrero clarín, y a la matanza el hombre vuela contra el hombre, dime: ¿bastarame empuñar la férrea lanza y a la pugna volar? Cuando mi diestra, al son triunfal de los preñados bronces, en sangre bañe la mortal palestra, misteriosa deidad, ¿te hallaré entonces? En el tropel del mundo yo también te busqué. Torvo guerrero, sobre carro veloz, de lauro ornado, agitando el acero, en lágrimas y sangre salpicado, raudo al cruzar la turba peregrina, «¡Felicidad, felicidad!» clamaba; y en tanto: «Aquí domina», otro desde la tumba me gritaba, ¿En la vida? ¿En la muerte? ¿Dónde estás para mí? ¡Silencio mudo! ¡Y las horas corrían!... ¡Y los años volaban!... Las hojas de los árboles caían... Las hojas de los árboles brotaban. ¡Una mujer! Con su flotante velo tocó al pasar mi frente: trocose en fuego de mi pecho el hielo, mis entrañas temblaron de repente: los brazos tiendo a la fantasma bella, Mas al asirla, alzada vi un ara ante mis pies, y detrás de ella mi visión adorada; y un misterioso acento que decía: «¡Profanación..., delito!» Y en su abatida frente se leía un juramento escrito. Mi planta no, mas de mi pecho ciego llegó un lamento a penetrar su oído, y en sus trémulos labios tocó el fuego de mi ardiente gemido. Abrió sus ojos por la vez primera dejándome con sola una mirada en devorante hoguera toda el alma abrasada. ¡Ah! ¿Qué me importa? Agitación sublime, ¡yo te adoro! ¡Tú eres alma de mi existencia! Oprime, oprime un corazón a quien la calma espanta: inunda, inunda mi mejilla en lloro: clamar me oirás entre congoja tanta: agitación sublime, ¡yo te adoro! |
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Nunca
más bello color
dio al horizonte tu llama, astro de eterno fulgor, al esconder tu esplendor la cumbre de Guadarrama. Nunca tu aroma sentí más delicioso que ahora, linda rosa carmesí; nunca más bella te vi con las perlas de la aurora. Arroyo, que turbio y feo ayer te vi deslizar, ¿cómo tan limpio te veo, que ya de tu fondo creo las arenillas contar? Galanos campos que hacéis de toda esta pompa alarde, ¿a quién celebrar queréis? ¿O es por dicha que sabéis que viene Laura esta tarde? |
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Qué calor!... Sudando llego, por la empinada montaña resbalando, a este valle que en sosiego tu corriente, ¡oh Pusa!, baña susurrando. Déjame un rato olvidar en tus orillas mis penas, y el sediento labio en tus ondas mojar, y en tus húmedas arenas dame asiento. Tu raudal, de ese elevado monte al Tajo, en raudo giro se derrumba, tan humilde que, sentado, desde aquí su cuna miro y su tumba.
No importa que al Tajo ufano tu breve curso no iguale; corre ledo; y que nunca el cortesano en la carta te señale con el dedo. ¡Feliz quien encuentra un llano donde los cerros evite de la vida, y allí, del mundo lejano, tu breve carrera imite y escondida! Ese Tajo caudaloso en cuyo profundo seno vas a morir, ya con puente ponderoso su terso raudal sereno siente oprimir. Ya la artificiosa presa su rápido curso estorba; ya desciende ruin batel que se empavesa, y su cristal con la corva quilla hiende. Su destino es envidiar, o de tu curso suave la paz suma, o el alto poder del mar que puede tragar la nave que lo abruma. ¡Pobre Pusa!... Si insolente por esos tendidos llanos te lanzaras, en tu cristal inocente ¡cuántos siervos y tiranos retrataras! De aquel trance malhadado de las armas españolas fue testigo Guadalete ensangrentado, y abrió tumba entre sus olas a Rodrigo. Berecina el lauro honroso
que cuatro lustros
tejieron hondo tragó, y el poder de aquel coloso que los hombres no vencieron, allí se hundió. Pusa humilde, manso río, tu dichoso apartamiento le procura contra el ardor del estío al peregrino sediento agua pura. Y al pastor que a tu campiña desde ese monte desciende, y al rebaño que a tus márgenes se apiña, y al can que el redil defiende fresco baña. Y hoy a mi cuerpo cansado, contra el sol que ardiente pica, blando solaz. ¡Pusa, adiós!... Corre ignorado, y los quintas de Malpica fecunda en paz. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE RÍOS |
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Es
muy soso y no me gusta PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SEXUALES |
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