Asociaré aquel puerto con septiembre, con el incienso del albaricoque, al cruzar desde Goa el oculto zaguán de la pensión de Praça da Figueira con ventanas que daban a una calle de la Baixa con una iglesia y tiendas de anticuario.
La libertad era un tranvía rojo que cruzaba Lisboa, en ese tiempo de tascas de azulejo y miradores, donde las tardes eran un plácido ideal, un soplo intenso hecho de misticismos decadentes. |
Siempre fui por inercia hacia al amor furtivo, aquél de las ciudades portuarias: Buenos Aires con filo de arrabal, La Habana vieja, Lisboa y sus Biralbos misteriosos.
Aquél del bandoneón y las guitarras que tejen un acorde negro y rojo; aquél de los teatros en penumbra con maletas abiertas de tejidos y chales años 20 y nicotina, o el sobrio mostrador donde convergen silencios de licor y penas golfas. (De Tatuaje) |
La luz occipital de navegantes del siglo XVIII me cegó con todos sus añiles, con los patios donde los cinamomos imprimen sus aromas. Cada siesta frente a un ventilador desvencijado tenía ese sosiego voluptuoso del maizal y del lino. Había en los salones de altos techos como desplazamientos temporales de color verde pálido en los muebles caoba, en los pianos que cerraron unas manos esbeltas de criolla. Arpegios estancados, las azadas del campesino, entre cañas de azúcar y el ron de las trovas; unos dedos que envuelven ágilmente los puros, con un fondo de novela leída en alta voz a los trabajadores.
Y pensé en la manigua que atravesaron mis antepasados. |
Pasaban las muchachas con cestas de granadas; supe de los oficios más humildes. Y abrazarte en la aurora fue perder la partida de ajedrez, sacrificar la sombra del baniano donde estaba el asceta sosegado en sí mismo.
Te sostuve, insegura, bajo el cuarto creciente, y amarte fue también mi oficio más humilde, como trenzar el mimbre o moler el centeno, cuidar de los rebaños, picar piedras, ser barquero en un río caudaloso.
Y amarte fue también mi oficio más humilde, como el del mercader de marionetas en un poblado árido o el lastre de los porteadores de estación.
Y amarte fue también mi oficio más humilde, como tejer guirnaldas durante treinta noches, ser acróbata en ferias polvorientas o intuir otras vidas por algunas monedas en la choza precaria del astrólogo ciego (De Cortes de luz) |
Leo la prensa en un viejo café: |