Pavorosa inocencia la de éste que junto a mí dormita. Nada sabe de su breve pasado y su futuro incierto en todo, salvo en una cosa: también él morirá. Saca las uñas, se pasea por casa, sigue atento cuanto pueda moverse, y ahí termina su actividad de augur –tiene la panza repleta y no le pide correr riesgos para poder vivir_. De tarde en tarde, cuando se pone algo melancólico, traza curiosos signos que no siempre consigue descifrar. Entonces, pobre, para animarle un poco, ronroneo. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE GATOS |
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1962 Dialogar mal que
bien cada mañana |
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Si el tiempo nos hubiera tolerado compartir una sola de sus muchas horas innumerables ( te propongo una esquina cualquiera de una tarde con palmeras y anónimos jinetes y fragantes jazmines y pequeños que juegan por las calles o, quién sabe, cualquier otro lugar –estoy pensando en una ceremonia, por ejemplo, o en una ciudad gris, en donde poco a poco voy muriéndome_, sin duda te habría dedicado unas palabras, homenaje a tus ojos. No te importe: desde esta noche última, te envío lo que no pudo ser y, no sin cierta nostálgica ternura, te acaricio.
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No es solución, amigo Horacio, eso (tan sobadito ya) del carpe diem, y después que te quiten lo bailao. Créeme, no es una solución. A no ser, por supuesto, que se trate tan sólo de olvidarse de ese ciego futuro que ahí está, esperando a la vuelta de la esquina.
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